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Authors: Albert Einstein

Tags: #Ensayo

Mis Creencias (8 page)

¡Esperamos que nuestros esfuerzos logren tender un puente de mutua confianza entre las naciones!

(1934)

Cultura y prosperidad

A
fin de calcular los daños que la gran catástrofe política ha causado al desarrollo de la civilización, recordemos que la cultura en sus formas más elevadas es una planta delicada que depende de una complicada serie de factores y que sólo florece en unos cuantos lugares en una época determinada. Para que surja es indispensable, en primer término, cierto grado de prosperidad que permita a un sector de la población trabajar en problemas no directamente necesarios a la vida; en segundo lugar, una tradición moral de respeto a los valores y triunfos espirituales, en razón de la cual las clases que proveen los elementos para las exigencias inmediatas de la vida, proporcionan también los medios de vida de aquel sector de la población.

Durante el último siglo Alemania ha sido uno de los países en que se han dado ambas condiciones. Su prosperidad fue, en conjunto, modesta pero suficiente. Su tradición de respeto a la cultura vigorosa en alto grado. Según esta base los alemanes han producido creaciones culturales que constituyen parte indiscutible del mundo moderno. Si bien su prosperidad ha desaparecido, persiste en cambio todavía su tradición. La nación se ha visto privada de casi todas las fuentes de materia prima en que fundaba la existencia de su sector industrial. El excedente necesario para mantener al trabajador intelectual ha desaparecido. Así se ha de hundir también, de manera inevitable, la tradición citada y un fecundo semillero de cultura se convertirá en un erial.

Interesa a la especie humana, en tanto valora la cultura, impedir este empobrecimiento. Hay que prestar toda la ayuda posible y resucitar esa comunión de sentimientos, aplastada hoy por el egoísmo nacionalista, pues los valores humanos tienen un mérito independiente de la política y de las fronteras. De este modo se proporcionará a todos los pueblos las condiciones reales para que la planta de la cultura pueda existir y fructificar.

(1934)

Guerra atómica o paz

I

E
l empleo de la energía atómica no ha creado un problema nuevo.

Sólo ha concedido carácter de urgencia a la necesidad de resolver una cuestión existente. Es posible afirmar que nos ha afectado en un nivel cuantitativo y no cualitativo. En tanto existen naciones soberanas poseedoras de una gran fuerza, la guerra es inevitable. No quiero expresar de este modo que ahora mismo estallará una guerra, sino que es seguro que ha de producirse. Y esto era verdad antes de que la bomba atómica existiera. Lo que se ha modificado es el poder destructivo de la guerra.

No creo que la civilización ha de desaparecer en una conflagración atómica. Tal vez perezcan las dos terceras partes de la humanidad, pero muchos hombres capaces de pensar sobrevivirán y habrá libros suficientes para comenzar de nuevo.

No pienso tampoco que el secreto de la bomba deba ser entregado a las Naciones Unidas. Ni que tenga que entregarse a la Unión Soviética.

Cualquiera de estas opciones equivaldría a que un individuo dueño de un capital, gustoso de que otro trabajase con él en una empresa, empezara por entregarle a su presunto socio la mitad de su dinero. El segundo podría muy bien preferir crear una empresa rival, cuando lo que se quería era su colaboración. El secreto de la bomba debería depositarse en manos de un gobierno mundial y los Estados Unidos tendrían que anunciar su inmediata disposición favorable en este sentido.

Este gobierno debería integrarse por los Estados Unidas, la Unión Soviética y Gran Bretaña, las únicas tres naciones poseedoras de un fuerte poderío militar. Estos países comprometerían en ese gobierno mundial todas sus fuerzas militares. En razón de ser sólo tres los países con gran poder bélico sería muy simple —y no tan complejo, según se dice— establecer el mencionado gobierno.

Puesto que sólo los Estados Unidos y Gran Bretaña poseen el secreto de la bomba atómica, tendrían que invitar a la Unión Soviética a que preparara y presentara el primer borrador de la constitución de un gobierno mundial. De este modo se contribuiría a disipar la desconfianza de los rusos que poseen el convencimiento de que la bomba se mantiene en secreto con el definido propósito de impedir que ellos lleguen a fabricarla. Queda claro que el primer borrador no contendría más que un esbozo, pues habría que conceder confianza a los rusos de que un gobierno mundial les garantizaría su seguridad.

Lo razonable, por supuesto, sería que esa constitución se negociara por un solo ciudadano de cada uno de esos países. Estos representantes dispondrían de consejeros, si bien éstos emitirían su opinión cuando les fuese requerida. Considero que tres hombres pueden redactar una constitución válida y aceptable para todos ellos. Seis o siete personas, o más podrían fracasar. Después que las tres grandes potencias hubieran esbozado y aceptado dicha constitución los países pequeños serían invitados a integrarse en ese gobierno mundial. Podrían, desde luego, decidir permanecer fuera, aunque supongo que preferirían adherirse al convenio. Por supuesto, se les otorgaría el derecho a proponer modificaciones en la constitución redactada por los Tres Grandes.

Sin embargo, éstos deberían proseguir con la organización del gobierno mundial, con la presencia o sin la presencia de las naciones menores.

El poder de este gobierno mundial se extendería a todas las cuestiones militares, y sólo sería indispensable, un poder más: intervenir en las naciones en que una minoría oprimiese a la mayoría, porque esta situación origina la inestabilidad propicia a la guerra. Hay que buscar soluciones para el tipo de problemas que existe en la Argentina y en España. Se debe poner fin al concepto de no intervención, puesto que acabar con él es una manera de conservar la paz.

La formación del gobierno mundial no puede esperar a que se den condiciones idénticas en cada una de las tres grandes potencias. Aunque en la Unión Soviética gobierna una minoría, no creo que las condiciones internas sean, de por sí una amenaza para la paz mundial. Hay que advertir que el pueblo ruso no posee una amplia educación política y que las propuestas de cambio que tiendan a mejorar las condiciones del país han de ser elaboradas por una minoría, ya que no existe una mayoría capaz de hacerlo. Si hubiera nacido en Rusia, pienso que hubiera podido adaptarme a esa situación.

Si se establece un gobierno mundial con el monopolio de la autoridad militar no sería preciso cambiar la estructura de las tres grandes potencias. Las tres personas autorizadas para redactar el texto constitucional deberían encontrar el modo de ajustar sus sistemas previos.

¿Temo una tiranía del gobierno mundial? Desde luego que sí. Sin embargo, le tengo más miedo aún al estallido de una nueva guerra total. De alguna manera cualquier gobierno puede ser peligroso. Mas un gobierno mundial es preferible a la amenaza mucho mayor de las guerras, sobre todo debido a la intensificación del poder de destrucción.

Si tal gobierno no fuera establecido mediante un proceso de entendimiento mutuo, llegaría a existir sin duda y en una forma todavía más grave. Porque la guerra o las guerras sólo llegarán a extinguirse cuando una potencia se erija como dominante del resto del mundo, merced a su tremendo poder bélico.

En este momento somos dueños del secreto atómico. No debemos perderlo, y nos arriesgaríamos si lo entregáramos a las Naciones Unidas o a la Unión Soviética. Pero con rapidez tenemos que aclarar que no mantenemos la bomba en secreto para sostener nuestro poderío, sino deseosos de establecer la paz a través de un gobierno mundial. Es indispensable realizar los mayores esfuerzos para concretar esta clase de gobierno.

Conozco la existencia de personas que prefieren un acercamiento gradual a un gobierno del mundo, si bien aprueban la idea como objetivo de básica importancia. Avanzar poco a poco presenta un problema: mientras nos acerquemos al objetivo fundamental, mantendremos la bomba, sin que resulte claro el motivo para quienes no la poseen. Esta actitud crea temores y sospechas, con la consecuencia de que las relaciones entre las potencias empeora de manera peligrosa. Así, mientras que aquellos que avanzan poco a poco creen encaminarse hacia la paz del mundo, en verdad, con su paso tardo sólo contribuyen al advenimiento de la guerra. No hay tiempo que perder. Si queremos evitar la guerra tenemos que hacerlo con rapidez.

No seremos dueños del secreto durante mucho tiempo. Se dice que ningún otro país posee el capital necesario para invertirlo en el desarrollo de la bomba, esto nos aseguraría la presión del secreto de modo permanente. En este país se incurre con frecuencia en el error de medir los resultados por la cantidad de dinero que cuesta. Mas otras naciones, que tienen materiales y hombres, si se proponen desarrollar la energía atómica, pueden lograrlo. Lo único que se necesita es un equipo de hombres y los materiales, aparte de la decisión de utilizarlos y no dinero.

No me considero el padre de la utilización de la energía atómica.

Mi participación en este caso ha sido muy indirecta. Nunca pensé que se lograra usarla en el curso de mi vida. Sólo creía en la posibilidad, en términos teóricos. Y se ha convertido en un hecho merced al descubrimiento accidental de la reacción en cadena, algo que yo no habría podido predecir. La reacción fue descubierta por Hahn, en Berlín, y él mismo no supo interpretar correctamente su descubrimiento. Lise Meitner dio con la interpretación exacta, para huir más tarde de Alemania y poner su información en manos de Niels Bohr.

No me parece posible garantizar el progreso de la ciencia atómica mediante la organización de la actividad científica, a la manera en que se organizan las grandes empresas. Es factible organizar la aplicación de un descubrimiento ya hecho, mas no se organiza la obtención del descubrimiento. Sólo un individuo aislado puede analizar un descubrimiento.

Quizá exista cierto tipo de organización que proporcione a los científicos libertad y condiciones adecuadas de trabajo. En las universidades americanas, por ejemplo, los profesores de ciencias tendrían que ser reemplazados en algunas de sus obligaciones docentes para poder dedicar más tiempo a la investigación. ¿Existe posibilidad de imaginar una organización de científicos que efectuara los descubrimientos de Charles Darwin?

No pienso tampoco que las grandes empresas privadas de los Estados Unidos se adecuen a las necesidades de nuestro tiempo. Si llegara a este país un habitante de otro planeta ¿no se sorprendería de que aquí se otorgase un poder tan grande a las empresas privadas sin exigirles una debida responsabilidad? Sostengo esto para subrayar que el gobierno americano debe mantener el control de la energía atómica; y no porque el socialismo sea deseable por necesidad; la energía atómica ha sido desarrollada, en efecto, por el gobierno y resulta imposible pensar en entregar su propiedad —que es propiedad del pueblo— a personas o grupos de personas privadas.

En cuanto al socialismo, a menos que sea internacional hasta el punto de poseer un gobierno mundial que controle todo el poder militar, considero que con mayor facilidad que el capitalismo podría conducirnos a una guerra porque representa una concentración de poder todavía más extensa que éste.

No es posible anticipar cuándo se aplicará la energía atómica a fines constructivos. Hasta el presente sólo se sabe como utilizar una gran cantidad de uranio. El empleo de pequeñas cantidades suficientes, sea para mover un coche o un avión no se conoce por ahora y no es fácil predecir en que medida se logrará. Por supuesto que se llegará a ello, si bien nada puede precisarse hoy. Tampoco sabemos si se conseguirá utilizar materiales más comunes que el uranio para proporcionar energía atómica. Se supone que todos los materiales empleados para este fin serán elementos con elevado peso atómico. Estos elementos son muy escasos en razón de su baja estabilidad. La mayoría de esos elementos ya han desaparecido por desintegración radiactiva. De manera que aunque la utilización de la energía atómica puede ser —y lo será ciertamente— un gran acontecimiento para la humanidad, el hecho no se concretará hasta pasado algún tiempo.

Por mi parte no poseo el don de persuadir a amplios sectores de la urgencia de los problemas a los que la humanidad se enfrenta en esta época. Por consiguiente, recomiendo a quien sí posee el don de la persuasión, Emory Reves, cuyo libro
The Anatomy of de Peace
es inteligente, claro, conciso y, si se me permite emplear un término de moda, dinámico, en este tema de la guerra y de la necesidad de un gobierno mundial.

Como no veo que a corto plazo la energía atómica llegue a ser beneficiosa, debo aclarar que en el momento presente constituye una amenaza. Quizás esté bien que sea así. Tal vez logre intimidar a la raza humana hasta obligarla a ordenar los problemas internacionales, un hecho que sin la presión del miedo nunca llegaría a concretarse.

II

A partir de la fabricación de la primera bomba atómica nada se ha realizado para salvar al mundo de la guerra, en tanto se ha hecho mucho para aumentar su capacidad destructiva. No me hallo en condiciones de hablar con conocimiento de causa sobre el desarrollo de la bomba atómica porque no trabajo en esa actividad. Sin embargo, quienes actúan en este campo han manifestado ya lo necesario para saber que se ha logrado una bomba mucho más efectiva. Por supuesto, que es posible considerar el proyecto de fabricar una bomba de mayor tamaño, capaz de provocar la destrucción de una superficie amplísima.

También se puede pensar en efectuar un uso extensivo de los gases radiactivos, que podrían esparcirse sobre una región muy vasta y causar la pérdida de muchas vidas, sin ocasionar daños en los edificios.

No me parece necesario proseguir con estas suposiciones para llegar a plantear la posibilidad de una amplia guerra bacteriológica. No pienso que este tipo de operaciones bélicas presente una peligrosidad comparable con la de la guerra atómica. Tampoco considero el peligro derivado de comenzar una reacción en cadena que destruya todo el planeta o parte importante de él. Elimino esta idea, porque si el hombre pudiera provocarla mediante una explosión, ya debía haber sucedido por la acción de los rayos cósmicos que llegan de continuo a la superficie terrestre.

Sin embargo, no es preciso imaginar a la Tierra destruida como una nova por una explosión estelar, a fin de comprender el peligro de una guerra atómica, para reconocer que a menos que se evite el conflicto, se producirá la destrucción en una escala jamás considerada posible antaño y apenas aceptable hoy, y para entender también que muy pocos restos de civilización sobrevivirían.

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