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Authors: Albert Einstein

Tags: #Ensayo

Mis Creencias (11 page)

BOOK: Mis Creencias
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(1948)

Respuesta de Einstein

«Cuatro de mis colegas rusos han publicado un benevolente ataque contra de mí por medio de una carta abierta aparecida en el New Times. Aprecio el esfuerzo que han realizado y más todavía el hecho de que hayan expresado su punto de vista de manera tan abierta y directa.

Cuando se trata de problemas humanos, actuar con inteligencia sólo es posible si se intenta comprender los pensamientos, motivos e ideas del oponente de manera tan profunda que sea posible ver el mundo a través de sus ojos. Toda persona bien intencionada debe tratar de contribuir, en la medida más amplia de sus posibilidades, al mejoramiento de esa clase de comprensión. Con este espíritu quiero pedir a mis colegas rusos, y a cualquier otro lector que acepten esta respuesta a su carta. Se trata de una réplica de un hombre que con ansiedad pretende hallar una solución adecuada sin forjarse la ilusión de que él mismo conoce “la verdad” o “el recto camino” a seguir. Si a lo largo de estas líneas expreso mis opiniones de modo algo dogmático, debe quedar claro que sólo lo hago por razones de claridad y simplicidad.

Si bien la carta de ustedes, en lo esencial, aparece como un ataque contra los países no socialistas, en particular los Estados Unidos, creo que detrás de la fachada agresiva existe una actitud mental defensiva, que conduce hacia un aislacionismo casi ilimitado. Esta actitud aislacionista no es difícil de comprender si se advierte todo lo que Rusia ha sufrido de parte de países extranjeros durante las tres últimas décadas: las invasiones alemanas y su genocidio de la población civil, la sistemática campaña de calumnias en la prensa occidental, el apoyo que obtuvo Hitler en su condición de instrumento para luchar contra Rusia.

Sin embargo, por comprensible que resulte este deseó de aislamiento, no deja de ser menos desastroso para Rusia y para todas las otras naciones.

Volveré sobre este tema más adelante.

El elemento decisivo del ataque de ustedes se refiere al apoyo que he brindado a la idea de un “gobierno mundial”. Me interesaría discutir este importante problema sólo después de haber dicho unas pocas palabras acerca del antagonismo entre el socialismo y el capitalismo. Está claro que la actitud de ustedes acerca del sentido de esta contradicción domina por completo sus puntos de vista sobre los problemas internacionales.

Si se considera con objetividad el problema socio-económico se llegará al siguiente planteamiento: el desarrollo tecnológico ha traído consigo una creciente centralización del mecanismo económico.

Este desarrollo es responsable asimismo de que el poder económico en todos los países más industrializados se haya concentrado en las manos de unos pocos. Estas personas, en los países capitalistas no tienen que dar cuenta de sus acciones ante el conjunto del pueblo; en cambio, sí deben hacerlo en los países socialistas, en los que son funcionarios como los que tienen el poder político.

Pienso con ustedes que una economía socialista posee ventajas que definitivamente compensan sus desventajas, siempre que su administración —al menos hasta cierto punto— esté a la altura indispensable.

Llegará sin duda el día en que todas las naciones —en tanto existan como tales— expresarán su gratitud a Rusia por haber demostrado, por primera vez, la posibilidad práctica de una economía planificada, no obstante sus enormes dificultades. También creo que el capitalismo, o lo que llamaríamos el sistema de libre empresa, será incapaz de frenar el paro, que se hará crónico a causa del progreso tecnológico, y tampoco podrá mantener un equilibrio saludable entre la producción y el poder adquisitivo del consumidor.

Además no debemos incurrir en el error de reprochar al capitalismo la existencia de todos los males sociales y políticos que nos aquejan. En primer término esta idea es peligrosa porque alimenta la intolerancia y el fanatismo por parte de todos sus “creyentes”, al permitir que un método social se transforme en un credo religioso que trata de traidores o delincuentes a todos los que no pertenecen a él.

Cuando se ha llegado a esta situación la aptitud para comprender las convicciones y los actos de los “infieles” se desvanece por completo.

Estoy seguro de que todos ustedes habrán aprendido a través de la historia cuánto sufrimiento innecesario han ocasionado a la humanidad las rígidas creencias.

Todo gobierno es malo en sí mismo, en cuanto lleva en su seno la tendencia a convertirse en una tiranía. Sin embargo, con la excepción de un pequeño número de anarquistas, estamos convencidos de que la sociedad civilizada no puede existir sin un gobierno. En un país ordenado existe cierto equilibrio dinámico entre la voluntad del pueblo y el gobierno, lo cual evita que éste degenere en tiranía. Resulta manifiesto que el peligro de ese deterioro es más agudo en un país en que el gobierno tiene autoridad no sólo sobre las fuerzas armadas sino también sobre todos los niveles de la educación y de la información, así como sobre la existencia económica de cada uno de sus ciudadanos. Digo esto sólo para señalar que el socialismo como tal no puede ser considerado la solución de todos los problemas, sino el simple marco dentro del cual tal solución es posible.

Lo que me ha sorprendido en la actitud general de ustedes, expresada en su carta, es lo siguiente: ustedes son acérrimos enemigos de la anarquía en el ámbito económico y, a la vez, apasionados defensores de la anarquía —por ejemplo, una soberanía ilimitada— en el ámbito de lo político internacional. La propuesta de restringir la soberanía de los estados individuales les parece inaceptable en sí misma, como si se tratara de un tipo de violación de un derecho natural. Además, tratan de demostrar que detrás de la idea de restringir la soberanía, los Estados Unidos ocultan su intención de dominar y explotar económicamente al resto del mundo sin necesidad de ir a una guerra. Ustedes intentan justificar esa aseveración en tanto analizan a su manera las acciones individuales de este gobierno desde el fin de la última guerra. Y quieren demostrar que la Asamblea de las Naciones Unidas es un simple espectáculo de títeres controlado por los Estados Unidos, y desde luego, por los capitalistas americanos.

Estos argumentos me parecen un tanto mitológicos; no son convincentes.

Empero, a partir de ellos se torna evidente el profundo abismo que divide a los intelectuales de nuestros dos países, resultado de un lamentable y artificial aislamiento mutuo. Si debe posibilitarse y ahondarse un intercambio personal y libre de puntos de vista, los intelectuales —tal vez más que nadie— podrían contribuir a la creación de una atmósfera de mutua comprensión entre las dos naciones y sus problemas. Esta atmósfera constituye un requisito previo y necesario para un provechoso desarrollo de la cooperación política. Sin embargo, y dado que por el momento dependemos del engorroso método de las “cartas abiertas”, quiero señalar en forma breve mi reacción ante los argumentos de ustedes.

Nadie querrá negar que la influencia de la oligarquía económica sobre todos los campos de nuestra vida pública es muy poderosa. Pero esta influencia no debe ser sobrestimada, Franklin D. Roosevelt fue elegido presidente no obstante la desesperada oposición de estos poderosos grupos, y se le reeligió tres veces, y ello aconteció en una época en la que debían tomarse decisiones de suma importancia.

Respecto a los planes del gobierno americano desde el fin de la guerra no quiero ni soy capaz ni me siento en condiciones de justificarlos o explicarlos. Con todo no se puede negar que las sugerencias del gobierno americano referentes a las armas atómicas han representado, de algún modo, un intento de crear una organización supranacional de seguridad. Si no resultaron aceptables, han servido, por cierto, como base de discusión para lograr que realmente se solucionaran los problemas de la seguridad internacional. Y en efecto la actitud del gobierno soviético, en parte negativa y en parte dilatoria, ha dificultado a gente bien intencionada de este país el uso de su influencia política en la medida en que lo hubiera deseado y la posibilidad de oponerse a los “mercaderes de la guerra”. En cuanto a la influencia de los Estados Unidos sobre la Asamblea de las Naciones Unidas debo expresar que, en mi opinión, no sólo surge del poderío económico y militar de este país sino también de los esfuerzos de los EE. UU. y las Naciones Unidas para avanzar hacia una genuina solución del problema de la seguridad.

En lo que se refiere al controvertido poder del veto creo que el empeño realizado para eliminarlo o neutralizarlo tiene su causa primera en el empleo abusivo que se hace de él y no en las intenciones concretas de los Estados Unidos.

Consideremos ahora la sospecha de ustedes según la cual la política de los Estados Unidos pretende obtener la dominación económica y la explotación de otras naciones. Constituye un intento precario decir algo veraz acerca de los fines y las intenciones. Es preferible examinar los factores objetivos en este caso. Los Estados Unidos tienen la fortuna de producir en su propia tierra todos los productos industriales indispensables y los comestibles, en cantidad suficiente. También posee el país todo tipo de materia prima, o las más importantes. A causa de la firme creencia en la “libre empresa” no puede mantenerse el nivel adquisitivo del pueblo en equilibrio con la capacidad productiva del país. Por esta razón existe el constante peligro de que el paro alcance dimensiones amenazadoras.

Por tales circunstancias los Estados Unidos se ven obligados a aumentar su comercio exterior. Sin él la nación no podría mantener por completo en actividad su maquinaria productiva. Esta situación no sería dañina si las exportaciones estuvieran compensadas por importaciones del mismo valor. La explotación de las naciones extranjeras consistiría, pues, en que el valor en términos de trabajo de las importaciones excedería en mucho el de las exportaciones.

Sin embargo, se realiza toda clase de esfuerzos para impedirlo, puesto que casi cada importación deja inactiva parte de la maquinaria productiva.

Así pues los países extranjeros no están en condiciones de pagar las mercancías que exportan los Estados Unidos, porque esos pagos a largo plazo sólo podrían hacerse mediante importaciones. Se explica entonces el origen de una gran cantidad de oro que ha llegado a los Estados Unidos. En su totalidad este oro no puede ser utilizado sino para la adquisición de mercancía extranjera, lo que, por la razón ya señalada, no es posible. ¡Allí está ese oro, bien protegido de los ladrones, un verdadero monumento a la sabiduría del gobierno y a la ciencia de la economía!

Las razones que acabo de indicar me impiden tomar en serio la pretendida explotación del mundo que se atribuye a los Estados Unidos.

Sin embargo, la situación descrita tiene un aspecto político comprometido.

Debido a las causas indicadas los Estados Unidos se ven forzados a enviar parte de su producción hacia países extranjeros. Estas exportaciones son financiadas por préstamos que los Estados Unidos ofrecen a los países extranjeros. Resulta difícil imaginar como serán devueltos esos préstamos. En la práctica, pues, esos préstamos pueden ser considerados regalos utilizables como armasen la arena política.

Frente a las condiciones existentes y las características generales de los seres humanos, debo admitir con franqueza que esto representa un verdadero peligro. Empero, ¿no es verdad que estamos enredados en unas relaciones internacionales en que toda invención de nuestras mentes y todo bien material se puede convertir en un arma y, por tanto, en un peligro para la humanidad?

Esta pregunta nos conduce al más importante de los temas, frente al cual lo demás resulta insignificante. Sabemos que la fricción entre las potencias conduce, más tarde o más temprano, a la guerra, y que esa guerra, dadas las actuales circunstancias significaría la destrucción en masa de seres humanos y bienes materiales, cuyas dimensiones serían mucho, mucho mayores que las de todo otro conflicto que se haya producido hasta el presente.

¿Es realmente inevitable que a causa de nuestras pasiones y costumbres heredadas estemos condenados a aniquilarnos entre nosotros mismos, sin que exista la posibilidad de que quede algo digno de ser conservado? ¿No es verdad que todas las controversias y diferencias de opinión expresadas en nuestro curioso intercambio epistolar son bagatelas si se las compara con el peligro frente al cual nos hallamos? ¿No debemos intentar todo cuánto esté a nuestro alcance para eliminar el riesgo que amenaza a todas las naciones por igual?

Si nos adherimos al concepto y a la práctica de la soberanía ilimitada de las naciones el resultado será que cada una se reservará el derecho de lograr sus objetivos a través de la guerra. En ese caso cada país debe estar preparado para esa eventualidad; esto quiere decir que intentará por todos los medios de ser superior a los restantes. Tal objetivo dominará progresivamente nuestra vida pública y envenenará a la juventud mucho antes de que la catástrofe se desencadene sobre nosotros.

No debemos tolerar esta situación mientras podamos mantener un mínimo de capacidad de pensamiento y de sentimientos humanos.

Sólo esto es lo que se halla en mi mente cuando apoyo la idea de un “gobierno mundial”, sin cálculo alguno acerca de lo que otras personas puedan maquinar al trabajar para el mismo objetivo. Defiendo la idea de un gobierno mundial porque estoy convencido de que no hay otro camino para eliminar el más terrible de los peligros que hoy enfrenta el hombre. Antes que ningún otro el objetivo de evitar la destrucción total debe tener prioridad.

Estoy seguro de que ustedes comprenderán que esta carta ha sido escrita con toda la seriedad y la honestidad de que soy capaz; confío en que la aceptarán con el mismo espíritu.»

(1948)

Un mensaje a los intelectuales

C
omo intelectuales e investigadores de distintas nacionalidades, nos hallamos hoy enfrentados ante una profunda e histórica responsabilidad.

Existen motivos que nos impulsan a estar agradecidos a nuestros colegas franceses y polacos, cuya iniciativa nos ha reunido aquí con un objetivo esencial: utilizar la influencia de los hombres sensatos para promover la paz y la seguridad en todo el mundo. Este es el antiguo problema mediante el cual Platón —uno de los primeros— luchó empeñosamente: aplicar la razón y la prudencia para lograr la solución de las dificultades del hombre en vez de apelar a los instintos atávicos y a las pasiones.

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