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Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca (37 page)

Abrí la boca para formular una pregunta, pero antes de que las palabras llegaran a mis labios, reflexioné sobre lo que el pirata inglés acababa de pronunciar y mis palabras se congelaron en mi garganta. Después de un largo momento de duda, me di cuenta de que tenía que hablar o Charles pensaría que algo iba mal.

—Bueno, creo que es mejor que vuelva al trabajo —dije, con aquella sonrisa radiante que reluce en mi cara cuando estoy nerviosa. Y, caray, en aquel momento estaba terriblemente nerviosa. La revelación que acababa de tener hacía que todo cobrara de repente sentido en mi cabeza. Se me puso la carne de gallina. Mi reflejo ancestral de «huir o pelear» se decantó firmemente por huir. Charles estaba entre la puerta y yo. Empecé a caminar por el pasillo en dirección al bar.

La puerta que daba del bar al pasillo solía estar abierta, ya que la clientela tenía que utilizarla para acceder a los lavabos. Pero ahora estaba cerrada. Antes, cuando había salido para hablar con Bubba estaba abierta.

Mal asunto.

—Sookie —dijo Charles a mis espaldas—. Lo siento de verdad.

—Fuiste tú quién disparó contra Sam, ¿verdad? —Busqué el pomo que abría aquella puerta. A buen seguro no se le ocurriría matarme delante de tanta gente. Entonces recordé la noche en que Eric y Bill, estando en mi casa, despacharon sin problemas una habitación llena de hombres. Recordé que no habían necesitado más de tres o cuatro minutos. Recordé el aspecto con el que quedaron todos aquellos hombres después.

—Sí. Fue un golpe de suerte que sorprendieras a la cocinera y confesara. Pero no confesó haber disparado contra Sam, ¿verdad?

—No, no lo confesó —dije aturdida—. Confesó haber disparado contra todos los demás, pero no contra Sam. Además, la bala no coincidía.

Por fin encontré el pomo. Si lo giraba, sobreviviría. O no. ¿Hasta qué punto valoraba Charles su vida?

—Querías trabajar aquí—dije.

—Pensé que había buenas probabilidades de que yo me volviera útil si Sam estaba fuera de juego.

—¿Cómo sabías que iría a pedir ayuda a Eric?

—No lo sabía. Pero intuía que alguien iría a decirle que en el bar tenían problemas. Y como esto significaba ayudarte, lo haría. Era lógico que me enviara a mí.

—¿Por qué haces todo esto?

—Eric tiene una deuda conmigo.

Estaba acercándose, aunque no muy deprisa. A lo mejor no le apetecía hacer lo que tenía que hacer. A lo mejor esperaba un momento más ventajoso para acabar conmigo en silencio.

—Parece ser que Eric ha descubierto que no soy del nido de Jackson, como yo le había dicho.

—Sí. Te equivocaste al elegir precisamente ése.

—¿Por qué? Me parecía ideal. En Jackson son muchos, uno no tenía por qué haberlos visto a todos. Nadie podría recordar a todos los hombres que han pasado por esa mansión.

—Pero todos habrían oído cantar a Bubba —dije en voz baja—. Lo hizo para ellos una noche. Y eso jamás se olvida. No sé cómo lo habrá descubierto Eric, pero yo lo he sabido en cuanto has dicho que nunca...

Se abalanzó sobre mí.

En una décima de segundo me vi en el suelo y con la mano en el bolsillo; él había abierto la boca para morderme. Apoyaba el peso del cuerpo sobre sus brazos, intentando galantemente no acostarse encima de mí. Tenía los colmillos completamente extendidos y brillaban bajo la luz.

—Tengo que hacerlo —dijo—. Lo he jurado. Lo siento.

—Pues yo no —dije. Le introduje la cadena de plata en la boca apretándosela con la mano para que no pudiera abrirla.

Gritó y me golpeó; noté que una costilla se movía de su sitio y vi que al vampiro le salía humo por la boca. Con dificultad, conseguí alejarme de él y grité también. En aquel momento se abrió la puerta y un aluvión de clientes inundó de repente el pequeño pasillo. Sam salió disparado como una bala de cañón por la puerta de su despacho, moviéndose estupendamente bien para tener una pierna rota y, sorprendentemente, con una estaca en la mano. El vampiro, que continuaba gritando, estaba aplastado por tantos hombres fornidos vestidos con pantalones vaqueros que ni siquiera podía verlo. Charles intentaba morder todo lo que estaba a su alcance, pero su boca quemada le dolía de tal manera que sus esfuerzos eran en vano.

Al parecer, Catfish Hunter estaba en el fondo de la montaña de hombres, en contacto directo con el vampiro.

—¡Pásame esa estaca, chico! —le gritó a Sam. Este se la pasó a Hoyt Fortenberry, que a su vez se la pasó a Dago Guglielmi, que acabó depositándola en la mano peluda de Catfish.

—¿Esperamos a que llegue la policía de los vampiros o nos encargamos nosotros mismos del asunto? —preguntó Catfish—. ¿Qué opinas, Sookie?

Después de un horrible segundo de tentación, abrí la boca y dije:

—Llamad a la policía. —La policía de Shreveport tenía una patrulla de policías vampiros y disponía además de un vehículo de transporte idóneo y de celdas especiales para vampiros.

—Acaba con esto —dijo Charles desde debajo de la montaña de hombres—. He fracasado en mi misión y no tolero la cárcel.

—De acuerdo pues —dijo Catfish, y le clavó la estaca.

Cuando todo hubo acabado y el cuerpo se hubo desintegrado, los hombres regresaron al bar y se instalaron de nuevo en las mesas que ocupaban antes de oír la pelea que estaba teniendo lugar en el pasillo. Resultaba de lo más extraño. No había muchas risas, ni tampoco muchas sonrisas, y nadie de los que habían seguido en el bar mientras los demás me ayudaban preguntó qué había sucedido.

Naturalmente, resultaba tentador pensar que aquello era un eco de los terribles viejos tiempos, en los que se linchaba a los negros aunque sólo se oyera el rumor de que le habían guiñado el ojo a una mujer blanca.

Pero el símil no tenía sentido. Charles era de una raza distinta, es cierto. Pero era culpable por haber intentado matarme. De haber pasado treinta segundos más sin que los hombres de Bon Temps hubieran intervenido, era mujer muerta por mucha táctica disuasoria que hubiera empleado.

Tuvimos suerte en muchos sentidos. Aquella noche no había en el bar ningún policía. Justo cinco minutos después de que todo el mundo volviera a su mesa, apareció Dennis Pettibone, el investigador especializado en incendios provocados, para rendirle una visita a Arlene. (De hecho, cuando apareció, el chico que limpia las mesas aún estaba fregando el pasillo). Sam acababa de vendarme las costillas con una venda elástica y cuando salí de su despacho me acerqué a Dennis para preguntarle si quería tomar algo.

Tuvimos suerte de que no hubiera gente de fuera. Ni universitarios de Ruston, ni camioneros de Shreveport, ni parientes que estuvieran tomando una cerveza en compañía de algún primo o tío.

Tuvimos suerte de que no hubiese muchas mujeres. No sé por qué, pero me imaginaba que una mujer quedaría más impresionada con la ejecución de Charles. De hecho, yo misma, cuando dejaba de dar gracias a mi estrella de la suerte por seguir viva, me sentía bastante impresionada.

Y Eric, que apareció en el bar una media hora después, tuvo suerte de que a Sam no le quedaran más estacas a mano. Con lo nervioso que estaba todo el mundo, cualquier temerario podría haber atacado a Eric, aunque en este caso no habría salido relativamente ileso, como los que la tomaron contra Charles.

Y Eric también tuvo suerte de que las primeras palabras que salieran de su boca fueran: «Sookie, ¿estás bien?». Ansioso como estaba, me agarró por la cintura y yo grité.

—Estás herida —dijo, y enseguida se dio cuenta de que cinco o seis hombres se habían levantado ya.

—Sólo un poco magullada —dije, haciendo un enorme esfuerzo para poner buena cara—. No pasa nada. Es mi amigo Eric —anuncié en voz alta—. Había intentado ponerse en contacto conmigo y ahora entiendo el porqué de tanta urgencia. —Miré a los ojos a todos y cada uno de los hombres que se habían puesto en pie y, uno a uno, fueron sentándose de nuevo.

—Vayamos a sentarnos —dije en voz baja.

—¿Dónde está? Pienso clavarle yo mismo la estaca a ese cabrón, pase lo que pase. Lluvia Ardiente lo envió para que acabara conmigo. —Eric estaba furioso.

—Ya está todo solucionado —mascullé entre dientes—. ¿Quieres calmarte?

Con el permiso de Sam, fuimos a su despacho, el único lugar del edificio que ofrecía tanto sillas como privacidad. El volvió a colocarse detrás de la barra para atenderla. Se instaló en un taburete alto y dejó descansar la pierna en uno más bajo.

—Bill miró su base de datos —dijo con orgullo Eric—. Ese desgraciado me había dicho que venía de Misisipi y yo lo tomé como uno de los niños bonitos que ya no quería Russell. Incluso llamé a Russell para preguntarle si Twining era un buen trabajador. Russell me dijo que tenía tantos vampiros nuevos en la mansión que sólo recordaba a Twining muy por encima. Pero, como bien pude comprobar en el Josephine’s, Russell no es un jefe tan meticuloso como yo.

Conseguí esbozar una sonrisa. Lo que acababa de decir era cierto.

—De modo que como aún tenía dudas, le pedí a Bill que investigara y fue entonces cuando, siguiendo la pista de Twining, descubrimos que le había jurado fidelidad a Lluvia Ardiente.

—¿Fue este tal Lluvia Ardiente quien lo convirtió en vampiro?

—No, no —dijo con impaciencia Eric—. Lluvia Ardiente convirtió en vampiro al que engendró al pirata. Y cuando aquél fue asesinado durante la guerra entre los franceses y los indios, Charles prestó juramento de fidelidad a Lluvia Ardiente. Cuando Sombra Larga murió, Lluvia Ardiente envió a Charles para cobrarse la deuda que creía que yo tenía con él.

—Y ¿por qué matarme a mí cancelaría esa deuda?

—Porque había oído rumores y sabía que eras importante para mí, y pensó que tu muerte me heriría del mismo modo que la de Sombra Larga le había herido a él.

—Ah. —No se me ocurría otra cosa que decir. Nada de nada. Finalmente le pregunté—: ¿De modo que en su día Lluvia Ardiente y Sombra Larga estuvieron liados?

—Sí—dijo Eric—. Pero no era una relación sexual, era de..., de cariño. Esa era la parte importante de su vínculo.

—De modo que Lluvia Ardiente decidió que la multa que le pagaste por la muerte de Sombra Larga no daba por zanjado el asunto, y envió a Charles para que te hiciera algo que te resultara igual de doloroso.

—Sí.

—Y Charles llegó a Shreveport, puso las antenas, descubrió lo mío y decidió que mi muerte sería lo más adecuado.

—Al parecer.

—Oyó hablar de los ataques, sabía que Sam es un cambiante y disparó contra Sam para tener un buen motivo para desplazarse a Bon Temps.

—Sí.

—Me parece de lo más complicado. Y ¿por qué Charles no se limitó a atacarme directamente cualquier noche?

—Porque quería que pareciese un accidente. No quería que la culpabilidad pudiera estar relacionada con un vampiro, porque no sólo no quería que lo pillaran, sino que además no quería que Lluvia Ardiente pudiera verse involucrado.

Cerré los ojos.

—Fue él quien prendió fuego a mi casa —dije—. No ese pobre Marriot. Seguro que Charles lo mató incluso antes de que el bar cerrara aquella noche y lo llevó a mi casa para echarle la culpa. Al fin y al cabo, aquel tipo era un desconocido en Bon Temps. Nadie le echaría de menos. ¡Dios mío! ¡Charles me pidió prestadas las llaves del coche! ¡Seguro que cargó a aquel hombre en el maletero! No muerto, sino hipnotizado. Charles fue quien le puso aquella tarjeta en el bolsillo. El pobre tipo era tan miembro de la Hermandad del Sol como puedo serlo yo.

—A Charles debió de resultarle frustrante comprobar que estabas rodeada de amigos —dijo Eric con cierta frialdad, ya que un par de aquellos «amigos» acababan de pasar por delante de la puerta, aprovechando la excusa de ir al baño para echar un vistazo a lo que sucedía en el despacho.

—Sí, así debió de ser. —Sonreí.

—Te veo mejor de lo que me esperaba —dijo Eric algo dubitativo—. Menos traumatizada, como se dice ahora.

—Soy una mujer afortunada, Eric —dije—. Hoy he visto más cosas malas de las que puedes imaginarte. Y lo único que pienso es que he conseguido escapar. Por cierto, la manada de Shreveport tiene un nuevo líder, un cabrón mentiroso y tramposo.

—Entiendo entonces que Jackson Herveaux perdió su apuesta por ese puesto.

—Perdió más que eso.

Eric abrió los ojos de par en par.

—De modo que la competición ha sido hoy. Ya me habían dicho que Quinn estaba en la ciudad. Normalmente, las transgresiones son mínimas cuando él está presente.

—No fue él quien lo decidió —dije—. Hubo una votación contra Jackson; tendría que haber sido a su favor... pero no fue así.

—Y tú ¿qué hacías allí? ¿Intentó ese condenado Alcide utilizarte para algo?

—Que seas tú quien hable de utilizarme...

—Sí, pero yo soy directo —dijo Eric, mirándome con unos ojos azules llenos de inocencia.

No pude evitar echarme a reír. La verdad es que pensaba que pasarían días, quizá semanas, sin que volviera a reír, pero allí estaba yo, riendo.

—Es verdad —admití.

—¿Tengo que entender con todo esto que Charles Twining ya no está? —preguntó Eric con cierta sobriedad.

—Correcto.

—Bien, bien. Veo que la gente de por aquí es inesperadamente emprendedora. ¿Qué daños has sufrido?

—Una costilla rota.

—Una costilla rota no es mucho cuando un vampiro lucha por su vida.

—Correcto también.

—Cuando Bubba regresó y me enteré de que no te había transmitido bien el mensaje, vine corriendo caballerosamente en tu rescate. Había intentado llamarte al bar para decirte que fueras con cuidado, pero siempre se puso Charles al teléfono.

—Muy galante por tu parte, extremadamente galante —admití—. Aunque ha resultado innecesario.

—En este caso..., me vuelvo a mi bar y vigilaré a mis clientes desde mi despacho. Vamos a ampliar la línea de productos de Fangtasia.

—¿Sí?

—Sí. ¿Qué te parecería un calendario de desnudos? Pam piensa que deberíamos titularlo «Los tíos buenos de Fangtasia».

—¿Piensas aparecer en él?

—Oh, sí claro, naturalmente. Voy a ser «Mister enero».

—Entonces resérvame tres. Le regalaré uno a Arlene y otro a Tara. Y el mío lo colgaré en casa.

—Si me prometes tenerlo abierto por mi fotografía, te daré uno gratis —dijo Eric.

—Trato hecho.

Se levantó.

—Una cosa más antes de que me vaya.

Me levanté también, aunque mucho más despacio.

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