Más allá de las estrellas (2 page)

La nave espacial tomó un poco de altura y perdió algo de velocidad. Esos pocos segundos adicionales le dieron a Han el margen suficiente para pilotar en un desesperado intento de salvar la vida, invocando reflejos de último momento y habilidades instintivas que le habían ayudado a salir de muchos malos trances en todos los confines de la galaxia. Desconectó todos los escudos protectores, pues habrían golpeado la roca, sobrecargando la nave y creando una innecesaria tensión sobre sus mandos, y ladeó el
Halcón Milenario
sobre su costado de babor. Escarpados despeñaderos lo encerraron por ambos lados y el rugido de los motores del carguero empezó a rebotar contra los peñascos. Han fue ajustando minuciosamente su rumbo, con la mirada fija en las paredes de roca que parecían abalanzarse sobre él a través del casco de la carlinga y profirió una sarta de sonoras expresiones sin la más mínima relación con el pilotaje de una nave.

Notaron una ligera sacudida y oyeron el crujido del metal al desgarrarse, con tanta facilidad como si de papel se tratara. Los sensores de largo alcance se apagaron; un saliente de la roca había desgajado el disco de la parte superior del fuselaje. Por fin terminaron de enhebrar de costado el ojo de la aguja y el
Halcón
se encontró al otro lado de las montañas.

Con la cara perlada de sudor y el pelo castaño humedecido, Han le dio una palmada en el hombro a Chewbacca:

—¿No te lo había dicho? ¡Mi especialidad es la inspiración!

La nave espacial planeó sobre la densa selva que se extendía más allá de las montañas. Han restableció el curso normal, secándose la frente con la mano enguantada. Chewbacca emitió un prolongado gruñido.

—Estoy de acuerdo contigo —respondió fríamente Han desaparecida ya su exaltación inicial—. Fue una estupidez poner una montaña en ese sitio.

Empezó a otear en busca del próximo punto de referencia y lo detectó casi al instante: un río serpenteante. El
Halcón
sobrevoló a escasa altura los meandros mientras el wookiee bajaba el tren de aterrizaje de la nave.

Pocos segundos después llegaban a la zona de aterrizaje junto a una espectacular cascada, que se precipitaba desde una altura de doscientos metros sobre el río que discurría por el fondo de un barranco, como un fantasmagórico velo azul blanquecino bajo la luz de las estrellas y la luna.

Han y Chewbacca permanecieron inmóviles un instante, sentados junto a sus controles, demasiado exhaustos para hacer nada. Al otro lado del casco de la carlinga, la selva formaba una masa irregular de sombras, una maraña de vegetación infatigable cubierta por un techo de plantas parecidas a los helechos que alcanzaban alturas superiores a los veinte metros. Un velo de niebla baja se extendía entre los matorrales y sobre el claro.

El wookiee dio un largo suspiro siseante en tono de barítono.

—Eso mismo digo yo —asintió Han—. Manos a la obra.

Ambos se quitaron los auriculares y abandonaron sus asientos. Chewbacca cogió su arma en forma de ballesta y una bandolera llena de recipientes metálicos con las municiones, que también llevaba en una deforme bolsa atada a la cintura. Han ya llevaba su arma colgada sobre la cadera, un modelo hecho a medida con macroscopio incorporado y la parte delantera limada a fin de facilitar la acción de desenfundaría a toda velocidad. Llevaba la pistolera baja, atada sobre el muslo y cortada de manera que dejaba al descubierto el gatillo y el seguro del revólver.

Según las guías, la atmósfera de Duroon era capaz de mantener la vida humanoide sin necesidad de respiradores. Los dos contrabandistas se fueron directamente a la rampa de desembarque de la nave. La escotilla se enrolló y la rampa descendió sin ruido, dejando llegar hasta ellos una mezcla de olores de plantas y hierbas en estado de putrefacción, la noche húmeda y cálida y la amenaza de los animales. La selva estaba inundada de sonidos, llamadas, crujidos y chillidos de las presas y sus predadores y, por encima de todo ello, el monumental borboteo de la cascada.

—Ahora les toca a ellos encontrarnos —dijo Han.

Escudriñó la selva sin descubrir ninguna señal de vida. No era de extrañar. El aterrizaje del carguero probablemente había hecho huir despavoridos a la mayor parte de los animales salvajes de la zona. Han se volvió hacia su velludo segundo oficial, copiloto y socio, todo en uno.

—Yo me quedaré aquí a esperarles. Desconecta todos los sensores, apaga los motores, todos los aparatos; pon a cero todos los sistemas de modo que la Autoridad no pueda localizarnos. Después comprueba el daño estructural causado en la parte superior del casco por ese arañazo en el lomo.

Chewbacca ladró en señal de asentimiento y se marchó renqueando. Han se quitó los guantes de piloto, se los metió en el cinturón y empezó a descender la rampa, que se proyectaba hacia abajo sobre el lado de estribor de la nave, detrás de la carlinga. Hizo girar con el pulgar las miras de su pistola, adaptándola para disparar en la oscuridad y luego dio un vistazo a su alrededor. El joven de delgada figura iba vestido con botas altas de astronauta, pantalones rojos de uniforme con ribetes rojos y una camisa y una chaqueta de civil. Han había dejado de usar varios años atrás su túnica de uniforme, despojada de sus galones e insignias de mando.

Inspeccionó brevemente la cara inferior del
Halcón
, asegurándose de que no había sufrido ningún daño en esa parte y de que el tren de aterrizaje estuviera bien apoyado. También comprobó que las barras interruptoras se hubieran deslizado automáticamente en su sitio a lo largo de las servo guías de la torreta inferior, a fin de que la artillería montada en el vientre de la nave no hiciera volar accidentalmente el tren de aterrizaje o la rampa si tenía que utilizarla mientras la nave permanecía en tierra.

Una vez hubo comprobado que todo estaba en orden, regresó al pie de la rampa. Alzó los ojos hacia el cielo vacío y las estrellas que se extendían más allá y pensó: Autoridad se cansará de buscarme; toda esta parte de Duroon está salpicada de fuentes y chimeneas termales, escapes de magma de metales pesados y anomalías radiactivas. Tardarían más de un mes en localizarme y dentro de una o tres horas ya habré desaparecido como una brisa fresca.

Se sentó al final de la rampa, lamentando por un instante no tener nada para beber; bajo el pupitre de control tenía una botella de viejo licor destilado al vacío. Pero no tenía ganas de ir a buscarla. Además, todavía no había resuelto todos sus asuntos.

Las formas de vida nocturna de Duroon comenzaron a reaparecer en el claro musgoso. Vaporosas criaturas blancas surcaban el aire con ligeros estremecimientos de sus delgados cuerpos, que recordaban pequeños tapetes voladores, mientras en los cercanos árboles-helecho otros seres, que parecían manojos de paja, avanzaban lentamente sobre las anchas frondas.

Han los observó vigilante aunque dudaba que se acercaran a la masa extraña de su nave espacial.

Mientras los miraba, una esfera verde no demasiado grande salió de la maleza describiendo un elevado arco y aterrizó con un boing. Al principio parecía perfectamente lisa, pero luego proyectó una protuberancia en forma de ojo que examinó el
Halcón
con movimientos espasmódicos. El ojo desapareció de un brinco entre la maleza con un segundo boing.

Han volvió a sus cavilaciones mientras escuchaba las manipulaciones de Chewbacca sobre la parte superior del casco de la nave. ¿A cuántos años luz del planeta donde habla nacido Han se hallarían las constelaciones desconocidas que brillaban en ese firmamento? Era incapaz de hacer tan sólo un cálculo aproximado.

Ser contrabandista y piloto mercenario entrañaba sus riesgos, que Han aceptaba con un filosófico encogimiento de hombros. Pero adentrarse en un sector prohibido con un cargamento que le valdría una ejecución sumaria si le sorprendían, era algo completamente distinto.

El Sector Corporativo era un manojito de hierba sobre una rama situada en el extremo de uno de los brazos de la galaxia, pero ese manojito de hierba contenía decenas de miles de sistemas estelares y en toda su extensión no podía encontrarse ni una sola especie inteligente autóctona. Nadie sabía con certeza la razón. Han había oído decir que investigaciones realizadas sobre los neutrinos revelaban la presencia de anomalías en las capas solares convectivas de todos los soles de aquella zona, un fenómeno que podría haberse extendido como un virus entre las estrellas de ese aislado sector.

En cualquier caso, la Autoridad del Sector Corporativo se había constituido con la finalidad de explotar —algunos decían saquear— las incontables riquezas allí existentes. La Autoridad era propietario, patrón, señor feudal, gobierno y poder militar. Su riqueza y poderío eclipsaban, con escasas excepciones, a todas las restantes regiones del Imperio, y la Autoridad dedicaba buena parte de su tiempo y energías a aislarse de cualquier interferencia exterior. No tenía competidores, pero ello no aminoraba los recelos ni el carácter vindicativo de la Autoridad del Sector Corporativo. Cualquier nave procedente del exterior hallada fuera de los pasillos comerciales establecidos era presa fácil para los navíos de guerra de la Autoridad, pilotados por su temida policía de Seguridad.

¿Pero qué puede hacer uno cuando se encuentra acorralado?, se preguntó Han. Cómo podía negarse a realizar una buena y lucrativa misión cuando el usurero Ploovo Dos-por-Uno le describió las riquezas que podría conseguir.

Siempre puedo retirarme, se dijo. Buscarme un planeta agradable e irme a vivir con los nativos. La galaxia es grande.

Pero en seguida movió tristemente la cabeza. De nada le serviría intentar engañarse. No poder emprender el vuelo sería igual que estar muerto. ¿Qué podía ofrecer un planeta, cualquier planeta, a una persona que había paseado de un lado a otro entre las estrellas? La necesidad de moverse entre las ilimitadas provincias del espacio había pasado a ser parte integrante de su identidad.

Por eso cuando, en un momento en que él y Chewbacca estaban sin blanca y cargados de deudas, les hablan propuesto un viaje a las profundidades del territorio prohibido por la Autoridad, se habían apresurado a aceptar el trabajo. Pese a todos los peligros e incertidumbres, la misión les ofrecía la posibilidad de volver a zarpar con su nave y de experimentar una vez más la libertad del viaje interestelar. El riesgo de morir o ser capturados había aparecido, a sus ojos, como el menor de dos males.

Pero ello le hizo centrar sus pensamientos en otro detalle. La nave de la Autoridad había detectado de algún modo la presencia del
Halcón Milenario
antes de que sus propios sensores la descubrieran. Sin duda, la Policía de Seguridad disponía de alguna novedad en materia de equipo de detección, lo cual multiplicaría por diez las complicaciones que plagaban la vida de Han y de Chewbacca. Tendría que ponerse a estudiar de inmediato la manera de hacer frente a esa nueva situación. Han vigilaba atentamente la selva que se extendía a su alrededor, deseando haber podido dejar encendidos los faros de la nave. Entonces, repentinamente, una voz anunció:

—Estamos aquí.

Han se volvió bruscamente con un chillido y su pistola apareció en su puño como por arte de encantamiento.

Una criatura, situada prácticamente al alcance de su mano, permanecía serenamente de pie junto a la rampa. Tenía casi la misma estatura que Han, era bípeda, con un torso globular cubierto de un ligero vello y cortos brazos y piernas con mayor número de articulaciones que los de un humano. Su cabeza era pequeña, pero estaba equipada de grandes ojos sin párpados. Su boca y su garganta formaban una bolsa colgante y su olor se confundía con el de la selva.

—Ésa es una buena manera de quedar asado a la parrilla —gruñó Han, recuperando la compostura y enfundando su arma.

La criatura pasó por alto el sarcasmo.

—¿Has traído lo que necesitamos?

—Tengo un cargamento para vosotros. Aparte de eso, no sé nada, ni quiero saberlo. Si has venido solo, te espera una dura tarea.

La criatura se volvió y emitió un escalofriante pitido. Docenas de figuras parecieron brotar del suelo, inmóviles y silenciosas, con la mirada fija en el piloto y su nave. Sostenían unos extraños objetos cortos, que seguramente debían ser armas.

Entonces Han escuchó un gruñido en las alturas.

Dio un paso adelante y cuando levantó la vista descubrió a Chewbacca, de pie sobre uno de los salientes de la proa de la nave, cubriendo a los recién llegados con su ballesta. Han le hizo una señal. Su peludo segundo oficial bajó la ballesta y volvió a meterse dentro.

—Estamos perdiendo el tiempo —le dijo Han a la criatura.

Ésta empezó a avanzar hacia el
Halcón
, seguida de sus compañeros. Han los detuvo con las manos levantadas.

—No toda la pandilla, amigo. De momento, sólo tú, para empezar.

El primero farfulló algo a los que le seguían y se adelantó solo.

En el interior de la nave, Chewbacca había encendido las luces de noche a su potencia mínima en puntos estratégicos del interior. El imponente wookiee ya había empezado a retirar las planchas que cubrían los compartimientos secretos, disimulados y protegidos de manera que fuera imposible detectarlos bajo la cubierta, cerca de la rampa de desembarque. Chewbacca se introdujo en ese espacio, donde él y Han solían ocultar cualquier tipo de material de contrabando, y permaneció de pie con la cintura a la altura de la cubierta. Luego fue soltando abrazaderas y correas y empezó a levantar unas pesadas cajas alargadas, con los músculos hinchados por el esfuerzo bajo su pelambrera.

Han hizo girar una caja y rompió los sellos. Dentro de la caja había varias armas bien dispuestas. Habían sido tratadas de tal manera que ninguna parte de ellas reflejaba ni un destello de la débil luz que iluminaba el interior de la nave. Han cogió una de ellas, comprobó el cargador, se aseguró de que tuviera puesto el dispositivo de seguridad y se la dio a la criatura.

El arma de fuego era una carabina, un arma corta, ligera, sin complicaciones. Como todas las demás del cargamento, llevaba acoplada una simple mira óptica, una correa para colgársela al hombro, un bípode y una bayoneta plegable. Aunque sin duda la criatura no estaba habituada a manejar un arma de energía, la facilidad con que la cogió, su manera de empuñarla y su postura demostraban que las habla visto frecuentemente. Balanceó la carabina entre sus manos, miró el interior del cañón y examinó atentamente el gatillo.

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