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Authors: Chufo Lloréns

Mar de fuego (86 page)

BOOK: Mar de fuego
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Ahora intervino el senescal.

—Entiendo, señor, que hay temas de tal trascendencia y gravedad que si bien la autoridad del conde es la que debe sancionarlos, es la
Curia Comitis
quien debe tener la última palabra. Hablo de lo que entiendo, asuntos de guerra. Si somos atacados, es evidente que debemos defendernos de inmediato, pero el hecho de declarar una guerra que afecte a haciendas, vidas y personas debería ser una decisión mancomunada.

—No dudéis que ante una situación de tal gravedad y envergadura, la
Curia Comitis
será reunida y consultada—afirmó Cap d'Estopes.

—¡No por mi parte, vive Dios! ¿Acaso mi padre, antes de atacar Tortosa, consultó con alguien? —exclamó Berenguer.

—No es lo mismo, señor. Creo que ahora debe hacerse precisamente porque hay un mando compartido —repitió el senescal.

—Declararé la guerra a quien quiera y cuando quiera. No me convertiré en un perrillo faldero que está obligado a dar explicaciones al primero que se las pida.

Y tras estas abruptas palabras Berenguer Ramón salió de la estancia.

114

Tomeu «lo Roig»

Una galera cargada hasta los topes tirada por dos mulas avanzaba por el polvoriento camino que, llegando a Manresa, proseguía hacia los Pirineos. En el pescante viajaban un hombre más bien flaco y a su lado una gruesa mujer, abultada su figura por su estado de avanzada preñez; bajo la lona, amontonados los enseres que constituían los pertrechos de un hogar y sobre ellos, en frágil equilibrio, dos niños de unos ocho y diez años para los que salir de Barcelona constituía una auténtica aventura. El sonido rumoroso de una corriente de agua avisó al hombre de que estaba llegando a la confluencia del Cardoner con el Llobregat.

—Al llegar al río pararemos. Haré un fuego y calentarás algo de lo que llevas. Luego seguiremos; quiero que la noche nos pille a resguardo, no vaya a ser que encontremos en el camino a una partida de bandoleros.

La mujer, que había quedado muy impresionada después de que el naviero Martí Barbany hubiera recompensado a su marido años atrás con el importe de lo prometido en el pregón, respondió:

—Lo que tú digas, Bernadot, eres tú el que mandas.

El rumor del viento entre los chopos, el aumento del ruido de la corriente y el cambiante aspecto del paisaje le avisó de que estaba llegando al lugar escogido.

Con un silbido y un tirón de riendas, Bernadot detuvo al tiro de las recién compradas mulas. De un brinco saltó del pescante y tomando el cabezal de la torda la sujetó con una cuerda a uno de los chopos; luego, con sendos cubos de agua, bajó al río y después de colmarlos los colocó frente a los animales para que pudieran beber.

—¿No las vas a desenganchar? —indagó la mujer.

—No quiero demorarme en exceso, así que baja y prepara algo mientras yo hago un fuego.

—Como no me ayudes a bajar, en mi estado, tendré que guisar aquí arriba.

Bernadot se acercó al carricoche y procedió a ayudar a la oronda mujer a tomar tierra.

En tanto los niños saltaban por la trasera, el ruido del restallar de un látigo y los gritos y silbos de un arriero llamaron la atención del hombre.

Bernadot alzó la vista y vio cómo un carro de un color verde oscuro con las ruedas rojas descendía por una trocha desde el camino principal y se dirigía al río. Aquel carro lo conocía él. Aunque hacía mucho tiempo que no lo había visto por Barcelona, lo recordó al punto; era de un feriante que montaba su puesto en el Mercadal y al que, si no le fallaba la memoria, apodaban «lo Roig».

El carro del otro se detuvo; sin duda el hombre, desconfiado como todos aquellos que andaban en los caminos, también temía un ingrato encuentro.

Al cabo de un poco Bernadot observó cómo el otro le saludaba con una mano mientras con la otra arreaba a sus caballerías. Por lo visto, también le había reconocido. En tanto el hombre del carro de las ruedas rojas avanzaba, él acabó de ayudar a su mujer a descender del pescante y tras recomendarle que vigilara a sus hijos, que ya habían saltado y estaban orinando junto a la ribera del río jugando a ver cuál de los dos llegaba más lejos, se adelantó al encuentro del otro. En cuanto el recién llegado se quitó el gorro y vio su pelo del color de las barbas de las panochas, supo que no se había equivocado. Tomeu era su nombre y lo recordaba perfectamente del Mercadal.

Los dos hombres se encontraron a medio camino y tras intercambiar los saludos de rigor comenzaron uno y otro a demandar noticias de dónde venían y adónde iban.

—Os he reconocido al instante. Si no recuerdo mal montabais vuestro puesto en el Mercadal hace ya un tiempo. Os llamáis Tomeu, ¿me equivoco?

—Y vos sois Bernadot, y os dedicabais a guiar caravanas de carros por caminos discretos de feria en feria, cuando al que os pagaba le convenía pasar de un condado a otro sin pagar el fielato; en resumen, sois un experto conocedor de caminos.

—Tenéis buena memoria.

—Y vos también.

Tras sujetar sus caballerías, Tomeu se dirigió al río a lavarse las manos y enjuagarse el rostro y Bernadot le siguió en tanto su mujer les observaba desde lejos.

—¿Qué os trae por aquí si se puede saber? —preguntó Bernadot.

—He quedado aquí con dos compadres: el último tramo del camino es el más peligroso, y para recorrerlo es mejor ir en compañía. Tres carros son más difíciles de asaltar que uno que vaya solo. —Y señalando al carro de Bernadot, argumentó—: Supongo que venís de allí y por lo visto vais bien cargado.

—Unos vamos y otros venimos —razonó Bernadot—. La vida está muy cara en la ciudad… Hace tiempo conseguí un buen dinero, pero he visto que duraba poco aquí, así que he desmontado mi casa y me voy a vivir a la de los padres de mi mujer, en Ventajola. Tienen una masía con algo de terreno alrededor de la casa, dos vacas lecheras y cada año matan un cerdo. Mis hijos tendrán leche, embutidos y verdura y fruta en abundancia. Y vos, ¿vais al mercado?

El otro le hizo un guiño cómplice.

—Voy en busca de otra mercancía que por cierto escasea en los pueblos, ya me entendéis… Los casados —dijo señalando a la mujer— la tenéis a mano, pero las camas de los viudos son muy frías… Y en la ciudad es mucho más fácil encontrar quien nos caliente las sábanas. No como en los pueblos, donde todos se conocen y cada quien guarda su honra bajo siete llaves. Voy a ser franco con vos. Había una morita en la casa de Montjuïc que desde que me fui, me quita el sueño. ¿Conocéis el lugar?

Bernadot se aseguró de que su mujer no podía oírle y respondió:

—Alguna vez fui, debo admitirlo.

—Pues yo cuando vivía en Barcelona, tenía un asunto fijo.

—Entonces, ¿por qué os fuisteis si teníais resuelto el asunto del fornicio?

—Precisamente fue por otra mujer por la que tuve que poner tierra de por medio —contestó Tomeu—. Me agobiaba con el casorio y yo, la verdad, no estaba dispuesto. Así que, como vos ahora, aproveché que había ahorrado algo de dinero —mintió— para zafarme de sus requerimientos. ¡Espero que en estos años se haya olvidado de mí!

Bernadot coreó la carcajada del otro.

—¡Nunca se sabe! —repuso—. Desde luego, así es la vida. ¿Queréis que compartamos la comida? Mi mujer tiene buena mano para los guisos. Si traéis lo vuestro, lo añadiremos y comeremos juntos.

—Bien me parece —convino Tomeu—. Voy a por ello y, en tanto llegan mis compadres, compartiremos comida y me pondréis al corriente de los últimos sucesos de Barcelona; las noticias llegan a los pueblos tarde… y mal.

115

Gueralda y Tomeu

A la vez que las vecinas campanas de la iglesia del Pi tocaban maitines, la campanilla de la puerta de la mancebía de Montjuïc sonaba insistentemente. Aquella noche el Negre, que estaba de guardia, acudió con presteza a la puerta. Al haber feria, el trajín de clientes era notable y, estando todas las pupilas continuamente ocupadas, las prisas estaban a la orden de la noche y las broncas y trifulcas menudeaban a poco que alguien viniera achispado o creyera que otro intentaba saltarse el turno. La insistencia de la llamada hizo que el criado observara a través de la enrejada mirilla a quien tanta prisa mostraba. Bajo la menguada luz exterior pudo observar un rostro pecoso y vagamente conocido orlado por una tupida y rizada cabellera pelirroja. Abrió el Negre el portón y el hombretón, con un gesto afable y desenvuelto, como el que sabe adónde va y lo que allí se trajina, se introdujo en el interior.

—¿Está Maimón?

El Negre cerró la puerta y se volvió hacia el corpulento individuo.

—Está, pero yo puedo atenderos.

—Os lo agradezco, pero preferiría entenderme con Maimón como he hecho otras veces.

—Veré de complaceros, pero decidme, ¿de parte de quién le digo?

—Decidle que ha venido Tomeu… —El hombre pareció pensarlo mejor y añadió—: Mejor decidle que ha venido lo Roig, seguro que por ese nombre me recuerda.

Partió el Negre hacia el interior y quedó el tal Tomeu a la espera de ser atendido.

Al cabo de un poco compareció el eunuco meloso y complaciente, atento a las instrucciones de su patrón sobre aquel individuo, cuya presencia podía contribuir al pago debido a Gueralda a cambio de sus confidencias.

—¡Mi querido amigo, cuán caro sois de ver! ¡Creía que os había sucedido algo malo!

Tomeu creyó pertinente darle una explicación.

—Ya sabéis cómo es la vida… Vendí mi puesto en el Mercadal, los tiempos para mí no eran buenos. El almotacén del mercado me tenía ojeriza y me asaba a multas, así que pensé que era mejor abrirme camino en otro lado. Así que, como cobré unos dineros por mi licencia, compré una casita con huerto y me fui a vivir lejos de esta ciudad de mis pecados.

—Nunca mejor dicho —sonrió Maimón—. Pero imagino que estos mismos pecados os han traído de vuelta.

—Tenéis razón: la añoranza de una mujer me ha hecho regresar y os debo confesar que, sin pretender ser un santo, en mis andanzas por estos mundos, no sé si de Dios o del diablo, no he hallado hembra que retoce más y mejor que vuestra Nur. Por cierto, ¿sigue aquí? ¿Está libre?

—Y aguardando ansiosa vuestra visita.

—A fe mía que sois un buen vendedor.

—Aguardad aquí, ahora vuelvo.

Partió Maimón rumiando su plan. Cumpliendo las órdenes de Mainar, iba a proporcionar por fin la ocasión a Gueralda de comprobar si aquél era el hombre que buscaba, algo de lo que le cabían pocas dudas, y en caso de que así fuera, en cuanto Tomeu acabara con Nur, lo entretendría hasta que llegara el amo y mediara para que la mujer recuperara su dinero.

Lo primero era ir al encuentro de Nur.

Estaba la morita en su cubículo a la espera del siguiente parroquiano. El eunuco entró sin avisar.

—Nur, tienes a un cliente conocido.

La mujer respondió:

—¿No será ese cura anodino y necio que sólo sabe babear?

—No, no es él.

—¿Tal vez el aguador?

—Tampoco.

—¿El guarnicionero del Cogoll?

—Ja, ja… Creo que no lo adivinarás nunca.

La mora ante tanta sorna y secreto entendió que el visitante era alguien especial.

—Maimón, déjate de misterios y dime quién es.

El eunuco se recreó en la respuesta.

—Es un cliente de pelo rojo, a quien preferías sobre a cualquier otro.

La mora se puso en pie de un salto y casi tira la mesilla.

—¿Ha vuelto Tomeu?

—¡Está abajo y pregunta por ti!

Nur comenzó a girar sobre sí misma sujetándose las manos.

—Alá el misericordioso ha escuchado mis ruegos.

—No metas a Alá en esto —la regañó Maimon—. Más bien agradece su visita tras tanto tiempo a tus habilidades.

—Entretenlo un instante, el tiempo de que una criada me llene el barreño de agua y me lave y perfume.

Maimón aprovechó la coyuntura.

—Ya sé que no es de tu agrado, pero en esta ocasión ando muy justo de gente: la criada que te atenderá esta noche será Gueralda. Te traerá el agua ahora y, cuando termines y toques la campanilla, te traerá las toallas.

La mora ni atendió la observación del eunuco. Y en tanto se dirigía al cuchitril adjunto a prepararse ante el espejo, respondió:

—Esa mujer me pone nerviosa, pero esta noche me da igual. Envíame a quien te convenga.

—El Negre lo acompañará hasta aquí en un rato —prometió Maimón.

Gueralda estaba en la cocina con otras dos criadas cuando la voz del eunuco la llamó desde la puerta.

—Gueralda, deja lo que estés haciendo y ven conmigo.

La mujer, tras secarse las manos con un trapo, siguió al eunuco. Fuera de la cocina, Maimón abordó el asunto.

—Gueralda, creo que ha llegado el momento que tanto esperabas. Vas a llevar un barreño de agua a la alcoba de Nur y cuando ella te llame porque ha terminado, llevarás las toallas. Asegúrate de que el que está con ella es tu hombre. Si resulta que lo es, me lo comunicarás y yo, en ese tiempo, enviaré recado al amo siguiendo sus órdenes para que venga y te apoye en tu intento de recuperar lo que dices es tuyo. Él tiene los medios pertinentes para convencer al más reacio de los hombres. Mientras, no quiero el menor problema. ¿Me has entendido?

Disimulando el temblor que la embargaba, la mujer respondió con un hilo de voz.

—Perfectamente. —Apenas podía creer que su venganza estuviera tan cerca.

Gueralda había tenido muchísimo tiempo para ir moldeando su plan y había considerado todas las circunstancias. Lo primero que hizo fue subir al primer piso portando una inmensa olla de agua caliente.

Llamó a la puerta. La voz alegre de Nur sonó a través de la madera.

—Pasa.

—Traigo el agua caliente.

La mora estaba pintando de negro sus pestañas y con un gesto indolente y señalando la bañerita de cinc, indicó:

—Échala ahí.

Gueralda, con el corazón en la boca, preguntó:

—¿Te traigo dos vasos de hipocrás?

—¡Qué amable!

Gueralda salió de la habitación y apenas tuvo tiempo de disimularse junto a la escalera cuando ya los pasos del Negre acompañando al visitante sonaban en el rellano.

Cuando Tomeu pasó junto a ella, bajó la cabeza y ocultó el rostro.

El corazón le galopaba en el pecho. Allí estaba el hombre que la había rechazado, le había robado sus ahorros y cercenado sus ilusiones.

Gueralda fue a las cocinas; rápidamente se hizo con una bandeja en la que colocó dos cuencos y una jarra de hipocrás. Luego se dirigió a su alcoba. Dejó sobre la cama lo que portaba y se dirigió al pequeño arcón donde guardaba sus pertenencias. Primeramente sacó una pañoleta y se la ajustó de manera que ocultara su rostro; luego sacó de un cofrecillo una ampolleta y echó su contenido en los dos cuencos, que rellenó con el licor ambarino.

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