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Authors: Jack Kerouac

Tags: #Relato

Los subterráneos (12 page)

Me siento llena de extrañas sensaciones, reviviendo y remodelando tantas cosas viejas

Cuando tenía catorce o trece años tal vez jugaba al
hookey
en el colegio, en Oakland, y tomaba el ferriboat para llegarse a la calle Market y pasarse el día entero en un cine, paseándose luego por las calles, perseguida por imaginaciones alucinadas, mirando a todos a los ojos; una negrita que vagaba por la avenida tumultuosa entre borrachos, gente de mal vivir, judíos, vigilantes, recoge papeles, la loca confusión de esas calles, la multitud; mirando, observándolo todo, la gente demente de sexualidad, y todo eso bajo la lluvia gris de sus días de
hookey
, pobre Mardou: «Solía tener alucinaciones sexuales de las más raras, no de actos sexuales con la gente, sino situaciones extrañas, me pasaba el día tratando de comprenderlas, mientras vagabundeaba, y mis orgasmos, los pocos que he conocido, ya que nunca me masturbaba ni sabía cómo hacerlo, me venían solamente cuando soñaba que mi padre o alguien me abandonaba, huía de mí, y me despertaba de pronto con una curiosa convulsión, toda mojada entre los muslos, y lo mismo me ocurría en la calle Market, sólo que era diferente; eran sueños de ansiedad, tejidos sobre el cañamazo de las películas que veía». Y yo pensaba: «¡Oh, pistolero de la pantalla gris, cóctel, día de lluvia, arma rugiente, inmortalidad espectral, película apta para menores, loca América negra en la niebla, qué mundo más loco!» Y en voz alta, «Tesoro, me hubiera gustado tanto verte paseando así por la calle Market, apuesto a que te
vi
, estoy seguro, tú tenías trece años y yo veintidós, en 1944, sí, estoy seguro de haberte visto, yo era marinero, estaba siempre en esos lugares, conocía a todos los grupos que frecuentaban los bares…» Y en su carta me decía:


reviviendo y remodelando tantas cosas viejas

probablemente reviviendo aquellos días y sus fantasías, y también otros horrores, anteriores y más crueles, de su casa en Oakland, donde su tía la castigaba histéricamente, o por lo menos trataba histéricamente de castigarla, y sus hermanas (aunque con ternuras ocasionales de hermanita, como besarse devotamente antes de acostarse, o escribir algo sobre la espalda de la otra) la trataban mal, y ella vagaba por las calles hasta muy tarde, profundamente sumida en meditaciones reflexivas, mientras los hombres trataban de hacer algo con ella, esos hombres oscuros de los oscuros zaguanes del barrio negro; y así proseguía:


y sintiendo el frío y la quietud, aun en medio de mis premoniciones y mis temores, que las noches claras calman y vuelven más nítidos y reales, más tangibles y fáciles de combatir

y todo esto dicho además con un ritmo muy agradable, ya que recuerdo haber admirado su inteligencia aun cuando… pero al mismo tiempo protestando en casa, frente a mi escritorio de bienestar, pensando, «Pero ‘combatir’, ese viejo psicoanalítico ‘combatir’, habla como todos ellos, los decadentes de la ciudad, intelectuales, en el callejón sin salida del análisis de las causas y los efectos y la solución de sus supuestos problemas, en vez de la gran
dicha
de ser, la dicha de la voluntad y de la temeridad; la ruptura es lo que los exalta, ése es su problema, es exactamente igual que Adam, Julien, que todos ellos, tiene miedo de la locura, el temor a la locura la persigue, pero
No a Mí, No a Mí
, santo Dios»;

Pero ¿por qué te escribo estas cosas? Aunque todos mis sentimientos son reales y tú probablemente disciernes o sientes también lo que digo y por qué siento la necesidad de decirlo

un sentimiento de misterio y encanto; pero, como le dije tantas veces, no bastante detallado, los detalles son lo que le da vida, insisto, debes decir todo lo que te pasa por la imaginación, no te contengas, no analices ni nada por el estilo a medida que lo dices, dilo todo. «Es justamente» (digo ahora mientras leo la carta) «un ejemplo típico… pero no importa, no es más que una chiquilla en realidad…»

La imagen que me he formado de ti ahora es extraña

(Veo el retoño de esa afirmación, se balancea en el árbol).

Siento una distancia que me separa de ti, que tú también deberías sentir y que me ofrece una imagen tuya cálida y amistosa

y luego inserta, con letra más chica,

(
y amante
)

probablemente para evitar que yo me sienta deprimido al ver en una carta de amor solamente la palabra «amistosa»; paro toda esa frase complicada, más complicada todavía por el hecho de venir presentada en su forma escrita original bajo las tachaduras y los agregados de una corrección, que no es tan interesante para mí, naturalmente; y la corrección es

Siento una distancia que me separa de ti que tú también deberías sentir con imágenes tuyas cálidas y amistosas (y amantes) y a causa de las ansiedades que experimentamos, pero de las cuales no hablamos, nunca en realidad, y que son también similares

una comunicación escrita que de pronto, por alguna misteriosa majestad de su pluma, hace que sienta piedad de mí mismo, al verme perdido como ella en el mar sufriente e ignorante de la vida humana, y sintiéndome distante de ella, que es la que debería estar más cerca y sin saber (no, no podré saberlo en este mundo) por qué la distancia es en cambio el sentimiento, ella y yo enredados y perdidos en él, como debajo del mar…

Me voy a dormir para soñar, para despertar

mención de nuestra costumbre de anotar los sueños o de contárnoslos al despertar, todos esos extraños sueños, en verdad, y (como se verá después) las comunicaciones mentales que establecimos, enviándonos imágenes telepáticas con los ojos juntos, lo que demuestra que todos los pensamientos se encuentran en la araña de cristal de la eternidad —Jim— y sin embargo me gusta también el ritmo de «para soñar, para despertar», y me felicito, en mi escritorio doméstico y metafísico, por el hecho de tener por lo menos una amante rítmica…

Tu cara es muy hermosa y me gusta verla como la veo ahora

o sea ecos de lo que dijo esa muchacha de Nueva York y que ahora, viniendo de la humilde y sumisa Mardou, no me resulta tan increíble y para decir verdad empiezo a pavonearme y a creerlo (¡Oh, humilde papel de cartas, oh, la vez que estaba sentado en un tronco cerca del aeropuerto de Idlewild en Nueva York y contemplaba el helicóptero que llegaba con la correspondencia, y mientras lo miraba vi la sonrisa de todos los ángeles de la tierra que habían escrito las cartas amontonadas en el depósito del aparato, las sonrisas de esos ángeles, y más específicamente la de mi madre, que se inclinaba sobre el tierno papel y la pluma para comunicarse por correo con su hijo, la sonrisa angélica, las sonrisas de los obreros en las fábricas, la beatitud de esa sonrisa, amplia como el mundo, y el valor y la belleza que se leen en ella, aunque yo no merezca ni siquiera el reconocer un hecho semejante, después de haber tratado a Mardou como la he tratado!); (¡oh, perdonadme, ángeles del cielo y de la tierra… hasta Ross Wallenstein irá un día al cielo!)…

Perdóname las conjunciones y los dobles infinitivos y lo que me callo

y nuevamente me impresiona, y pienso que también ella, por primera vez, tiene conciencia de estar escribiendo a un escritor…

No sé realmente qué quería decirte pero deseo que recibas alguna palabra mía este miércoles por la mañana

pero el correo me la trajo con retraso, después de habernos visto, haciendo que la carta perdiera su impacto…

Somos como dos animales que se refugian en sus agujeros oscuros y cálidos y viven a solas sus dolores

ya que en esa época mi mundo ideal de compañía (después de haberme hartado y asqueado de los borrachos de la ciudad) era una cabaña en el centro mismo de los bosques de Mississippi, y Mardou conmigo, al diablo los antinegros, los linchadores, de modo que le contesté: «Espero que con esa frase (animales que se refugian en sus agujeros oscuros y cálidos) hayas querido decir que después de todo eres la mujer realmente capaz de vivir conmigo en las profundas soledades del bosque, por fin, y al mismo tiempo crear los resplandecientes Parises (ahí está) y envejecer a mi lado en mi refugio de paz» (viéndome de pronto como William Blake con su sumisa mujer en el centro de Londres, al alba, bajo el rocío, y llega Crabbe Robinson con un nuevo encargo de trabajo para grabar, pero Blake está absorto en la visión del Cordero, ante los restos de la mesa del desayuno). ¡Ah, lamentable Mardou, y jamás una idea semejante latirá en tu frente, para poder besarla, el dolor de tu propio orgullo! Y basta de vagas frases románticas al estilo del siglo pasado, los detalles son todo (uno puede comportarse como un estúpido y hacerse el grandioso y el tipo dominador, al estilo del siglo diecinueve, con una mujer; pero no le servirá de nada cuando llegue el momento de ajustar cuentas, la muchacha se saldrá finalmente con la suya, lo lleva oculto en los ojos, su futuro triunfo y su fuerza futura, y de los labios de él sólo se oirá «por supuesto, amor»). Sus palabras de despedida son un hermoso pastiche o pastel, con:

Escríbeme cualquier cosa. Porfabor
(mal escrito)
Cuídate, Tu Amiga, Y todo mi cariño, Y Oh
(encima de una especie de tachaduras para siempre indescifrable y muchas X que significan naturalmente besos).
Y Cariños para Ti M
ARDOU
(subrayado).

Y lo más raro de todo, lo más explicable, en medio de todo, con un círculo alrededor, la palabra
porfabor
, que era su última súplica aunque ninguno de los dos lo sabía. Y contesto esta carta con un torpe, falso, grosero impulso, causado por la rabia que me produce el incidente del carrito.

(Y hoy esta carta es mi última esperanza).

El incidente del carrito empezó, como de costumbre, en el Mask y en el bar de Dante, bebiendo; había dejado el trabajo para ir a visitar a Mardou, teníamos ganas de beber ese día; no sé por qué, de pronto tuve deseos de beber un vino rojo de borgoña que había probado con Frank y Adam y Yuri el domingo antes; otro incidente (y éste muy principal) digno de mención había sido —pero se trata del nudo de la cuestión—
el sueño
. ¡Oh, ese maldito sueño! En el cual aparecía un carrito, y todo lo demás también profetizado. Y también había sido después de una noche de borrachera, la noche del muchacho faunesco de la camisa colorada, en cuya ocasión todo el mundo me dijo, después por supuesto, «Te has puesto en ridículo, Leo, te estás creando en la Playa una tremenda reputación de invertido pegado a los pantalones de los peores prostitutas». «Pero si sólo quería estar con él para estudiarlo». «Sea como fuere» (Adam), «
realmente
». Y Frank: «Te estás creando realmente una horrible reputación». Yo: «No me importa, te acuerdas de 1948 cuando Sylvester Strauss el compositor pederasta se enojó conmigo porque yo no quería acostarme con él en pago por haber leído mi novela y haberla recomendado a la editorial, y me gritó “Sé muy bien quién eres, conozco tu reputación”. “¿Qué?” “Todos saben que tú y ese tipo Sam Vedder os paseáis por la Playa buscando marineros y les dais drogas y él lo hace solamente para llevárselos a la cama, sé todo lo que se dice acerca de ti”. “¿Y dónde has oído este cuento fantástico?”, ya conoces la historia, Frank».

«Te puedo asegurar» (Frank riendo) «que con todas las cosas que haces cuando estás en el Mask borracho, delante de todo el mundo, si no te conociera podría jurar que eres el invertido más loco que jamás puso los pies en el país» (una frase típica de Carmody), y Adam, «Realmente, es cierto». Después de la noche del muchacho de la camisa colorada, borracho, dormí con Mardou y tuve la peor pesadilla de todas; el sueño consistía en que todo el mundo, todos, estaban alrededor de nuestra cama, y nosotros acostados en medio, haciendo de todo. Estaba la difunta Jane, que tenía una gran botella de vino escondida en el armarito de Mardou, para mí; la sacó y me sirvió (símbolo de que seguiría bebiendo vino, en el inmediato futuro), y Frank estaba con ella, y Adam, que bajó a la calle, esa trágica calle italiana de Telegraph Hill con carritos, descendiendo por las escaleras destartaladas de madera, donde en ese momento los subterráneos se encuentran «estudiando a un viejo patriarca judío que acaba de llegar de Rusia» y que celebra alguna especie de rito junto a los cubos de basura llenos de espinazos de pescado y gatos (las cabezas de pescado: en la época peor del verano Mardou tenía siempre reservada una cabeza de pescado para nuestro gatito loco que nos visitaba y que era casi humano en su insistencia, en su exigencia de cariño cuando nos ofrecía el cuello y ronroneaba frotándose contra las piernas, y para él Mardou guardaba siempre una cabeza de pescado que una vez hedía tan espantosamente en la noche sofocante que tuve que tirar una parte en el cubo de basura de abajo, habiendo antes arrojado por la ventana un pedazo de tripa viscosa sobre la cual había puesto la mano sin darme cuenta dentro de la nevera a oscuras, al querer retirar del interior un pedacito de hielo con el cual pensaba enfriar mi
sauternes
, y, zas, doy con una masa blanda y voluminosa, las tripas o la boca de un pescado; por lo tanto hice un paquete y lo tiré por la ventana, pero cayó sobre la escalera de incendios, donde se quedó toda la noche con el calor que hacía, de modo que por la mañana, cuando me desperté, me estaban mordiendo unos gigantescos moscones que habían llegado atraídos por el pescado; yo estaba desnudo y los moscones me picaban como locos, lo que me fastidió, así como me habían fastidiado las pelusas de la almohada y, no sé cómo, me pareció que todo eso se relacionaba con el hecho de que Mardou fuera medio india: las cabezas de pescado, el completo descuido con que había dejado esos restos de pescado en el frigorífico; y ella comprendía mi fastidio y se reía, ¡ah, pájaro!). El callejón, afuera, en el sueño; Adam, y dentro de la casa, el cuarto mismo de Mardou y su cama y yo, el mundo entero que rugía alrededor nuestro, en posición supina; y también estaba Yuri en el sueño, y cuando vuelvo la cabeza (después de innominados eventos con enjambres de polillas de mil aspectos) veo que de pronto se ha acostado con Mardou en la cama y está haciendo furiosamente el amor con ella; al principio no digo nada; cuando vuelvo a mirar están otra vez haciendo el amor, me enojo, empiezo a despertarme, justo en el momento en que le doy a Mardou un puñetazo en la base de la nuca, lo que hace que Yuri tienda un brazo para aferrarme; me despierto mientras le sacudo, le tengo por los talones; le golpeo contra la chimenea de ladrillos. Al despertar de este sueño se lo conté, todo entero, a Mardou, salvo la parte en que le doy el golpe y sacudo a Yuri contra la chimenea; y ella también (en relación con nuestras telepatías, ya experimentadas durante el curso de esa triste temporada de verano, que ahora es en otoño que muere gemebundo; nos habíamos comunicado tantos sentimientos de empatía, y a veces, de noche, yo acudía corriendo a su casa cuando ella me presentía) había soñado, como yo, que el mundo entero rodeaba nuestra cama, y también había visto a Frank, a Adam, a varios otros, y luego se había repetido su sueño de siempre, con su padre que pasaba a toda velocidad en un tren, con el espasmo anunciador del orgasmo. «Ah, querida, tenemos que poner fin a todas estas borracheras, estas pesadillas me están matando, no sabes los celos que he sentido en el sueño» (un sentimiento que todavía no había experimentado, en relación con Mardou) y seguramente la energía que se adivinaba detrás de este sueño ansioso provenía de su reacción ante mi estupidez con el muchacho de la camisa colorada («Un tipo absolutamente insoportable, de todos modos», había comentado Carmody, «aunque evidentemente buen mozo, realmente, Leo, estuviste muy gracioso», y Mardou: «Te comportaste como una criatura, pero me gusta que seas así»). Su reacción por supuesto había sido violenta, una vez que llegamos a casa, después que me hubo arrastrado fuera del Mask delante de todos, incluyendo sus amigos de Berkeley que la vieron y probablemente le habrán oído decir «tienes que elegir entre él y yo», y la futilidad y la locura de todo esto; cuando llegamos a Heavenly Lane se encontró con un globo en el vestíbulo: ese simpático joven escritor John Golz que vivía en el piso de abajo se había pasado el día jugando con globos, en compañía de todos los chicos del barrio, y algunos estaban todavía en el vestíbulo; y Mardou (borracha) se había puesto a bailar por el apartamento, resoplando y arrojándolo al aire con ademanes interpretativos de danza, cuando de pronto dijo algo que no sólo me hizo temer un nuevo ataque de locura, su demencia de hospital, sino que además me hirió profundamente el corazón, y tan profundamente que por ende no podía estar loca, si era capaz de comunicarme algo con tanta exactitud y precisión fuera lo que fuese… «Ahora que tengo este globo puedes irte». «¿Qué quieres decir?» (Yo, en el suelo, con los ojos húmedos por la borrachera). «Ahora tengo este globo, no te necesito más, adiós, vete, déjame en paz», una declaración que aun en medio de mi borrachera me hizo sentir de plomo, y allí me quedé tendido en el suelo, durmiendo por lo menos una hora mientras ella jugaba con el globo y finalmente se iba a la cama, aunque me desperté al amanecer para desvestirme y acostarme también yo: y ambos soñamos la pesadilla del mundo alrededor de nuestra cama, y el sentimiento culpable de los celos entró por primera vez en mi pensamiento, ya que el punto esencial de todo este relato es éste: deseo a Mardou porque ha empezado a rechazarme,
porque
… «Pero, querido, era un sueño totalmente absurdo». «Unos celos tan fuertes que me sentí mal». Y de pronto recordé lo que Mardou había dicho durante la primera semana de nuestra relación, en un momento en que yo secretamente creía haberla relegado a un segundo plano, convencido de la importancia de mi obra literaria; ya que, como ocurre en todo amorío, la primera semana es tan intensa que uno podría tranquilamente tirar por la ventana todos sus universos previos, pero cuando la energía (del misterio, del orgullo) empieza a disiparse, regresan los mundos antiguos de la cordura, del bienestar, del sentido común, etcétera, de modo que en secreto yo me había dicho: «Mi labor literaria es más importante que Mardou». Sin embargo, ella lo había intuido durante esa primera semana, y me dijo: «Leo, ahora siento en ti algo distinto, y lo siento en mí sobre todo, no sé qué es». Yo sabía muy bien qué era, en cambio, aunque simulaba no ser capaz de expresármelo con claridad, y mucho menos de expresárselo a ella; ahora recordaba que al despertar de la pesadilla de los celos, en la cual ella hacía el amor con Yuri, algo había cambiado; lo sentía, algo en mí se había roto, percibía una nueva pérdida; es más, una nueva Mardou; y nuevamente, esa diferencia no se encontraba aislada en mí, que había soñado el sueño adúltero, sino en ella, el sujeto, que no lo había soñado, sólo había participado de algún modo en el sueño confuso, desordenado, aflictivo y general de toda esta vida conmigo; por eso yo sentía esa mañana que ahora ella podía mirarme y decirme que algo había muerto, no por culpa del globo y del «Puedes irte ahora», sino por el sueño… y por eso el sueño, el sueño, yo insistía en el sueño, desesperadamente seguía masticándolo, hablando de él, hablándole de él, mientras bebíamos café, y finalmente cuando llegaron Carmody y Yuri y Adam (por su cuenta, sintiéndose solos, venían para recoger los jugos de esa gran corriente que fluía entre Mardou y yo, una corriente en la cual, como descubrí después, todos querían introducirse, activamente) empecé a hablarles a
ellos
del sueño, recalcando, recalcando, recalcando la parte que en él desempeñaba Yuri, la parte en que Yuri «cada vez que vuelvo las espaldas» la besa; y naturalmente, los otros querían saber qué papel les había tocado, aunque esto yo lo contaba con menos vigor; una triste tarde de domingo, Yuri bajó a buscar cerveza, un poco de pasta de sándwiches, pan; comimos un poco; y para decir la verdad hubo unos cuantos encuentros de lucha que me dejaron el corazón destrozado. Porque cuando vi que Mardou luchaba en broma con Adam (el cual no era el villano del sueño, aunque ahora yo imaginaba que tal vez podría haberme confundido de persona) me penetró ese dolor que ahora me posee por completo, ese primer dolor; ¡qué bonita se veía con sus
blue jeans
luchando y haciendo fuerza! (yo había dicho: «Es más fuerte que el diablo, ¿no te han contado su pelea con Jack Steen? Haz la prueba de luchar con ella, Adam»); Adam ya había empezado a luchar con Frank arrastrado por una especie de ímpetu provocado por una conversación sobre llaves de lucha, y ahora la había inmovilizado en el suelo en la posición del coito (lo que en sí no me importaba); pero era su belleza, su valor en la lucha, me sentía orgulloso de ella, hubiera querido saber qué pensaba Carmody
ahora
(comprendiendo que en un primer momento habrá tenido sus dudas sobre ella, por el hecho de que era negra, y él en cambio es un texano, para colmo un texano de buena familia) al verla tan formidable, tan compañera, tan sociable, humilde y además sumisa, una verdadera mujer. Hasta la presencia de Yuri, en cierto modo, cuya personalidad ya había cobrado más fuerza en mi imaginación, a causa de la energía del sueño, contribuía a acrecentar mi amor por Mardou, y de pronto la amé. Me pidieron que los acompañara, que fuéramos a sentarnos un rato en el parque; y como habíamos establecido en solemnes cónclaves, cuando no estábamos borrachos, Mardou dijo: «Yo en cambio me quedaré en casa, leeré y haré algunas cosas que tengo que hacer; tú, Leo, ve con ellos, como quedamos»; y mientras ellos bajaban ruidosamente por la escalera me demoré un momento dentro para decirle que ahora la amaba; no pareció ni sorprendida, ni complacida, como yo hubiera deseado; ya había puesto los ojos en Yuri, no sólo desde el punto de vista de mi sueño, sino que también lo había visto bajo una nueva luz, como posible sucesor mío, a causa de mis continuas traiciones y borracheras.

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