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Authors: Erving Goffman

Tags: #Sociología

Los momentos y sus hombres (6 page)

Mientras tanto, remontemos el árbol de respuestas que construye en su tesis de licenciatura. Además de las respuestas directas, tenemos las respuestas indirectas, es decir, las que evitan pronunciarse sobre la realidad de la escena representada. Y ello, de tres maneras (tres ramas más): no manifestando, verbalmente o no, ninguna simpatía por las personas, transformando radicalmente el contenido de la imagen (de cuatro maneras diferentes: llegamos ya a tener ramitas), o comentando el estilo de la representación. Entonces, las respuestas se relacionan, en el último capítulo, con el estilo decorativo del cuarto de estar, las revistas de suscripción y el comportamiento durante la entrevista. Las mujeres que dan respuestas directas tienen, en su mayoría, un estilo de vida convencional. El salón es una pieza de ostentación, en la que están vestidas formalmente, mantienen la compostura y leen
Better Homes and Gardens.
Las que dan respuestas indirectas muestran una actitud desapegada ante su salón (y está claro que para Goffman es un gran placer destacar los objetos que no debieran formar parte de la decoración), ante su vestido y ante su propia postura hacia el entrevistador. Su lectura favorita es el
New Yorker,
la revista que siempre dedica su humor irónico a las costumbres de la burguesía intelectual estadounidense, la misma de las historietas que hacen furor. A estas mujeres que se presentan en pijama masculino, «dicen cortésmente blasfemias descorteses» y se sientan de manera «ostentosamente confortable», dedica Goffman esta frase graciosa: «Estos movimientos parecían ser más bien el signo de que el sujeto dominaba sus inhibiciones que el signo de que los impulsos dominaban al sujeto
[78]
».

Esta «constancia en el desapego», no trata el autor de descubrirla en materia conyugal, doméstica, social y política, pero existe, desde luego, en cuanto a las convenciones sociales que rigen la manera de presentarse ante un desconocido y presentarle su interior. La respuesta que se da a las imágenes no es más que indicio de una actitud general ante toda situación social. Goffman observa que estas respuestas indirectas eran más frecuentes en su muestra, de sólo mujeres de directivos, que en la de Warner y Henry, de sólo mujeres de obreros especializados. De ahí, su explicación final:

Parece, pues, que las mujeres de Hyde Park tienen un concepto refinado de ciertas normas de pensamiento y de conducta; lo que quizá se deba a su larga instrucción y a sus posibilidades de gozar formas de recreo artístico o de representación; o quizá la instrucción y las artes sólo son manifestaciones de una tendencia general a la corrupción de la mezquindad de espíritu
[79]
.

La expresión final es bonita. En realidad, muestra que Goffman ha comprendido ya la sugestividad que puede alcanzar mediante la «perspectiva por incongruencia», como dice Kenneth Burke
[80]
, la cual consiste en meter en una misma frase dos expresiones inesperadas (no solemos pensar en la «mezquindad de espíritu» cuando se habla de «corrupción»). Y ya no se privará: esta figura retórica atravesará toda su obra
[81]
.

Si sabe ya cautivar, debemos decir también que él mismo ha debido de ser cautivado por algunas de estas burguesas de Hyde Park, vivas, inteligentes y relajadas. De hecho, esta tesis de licenciatura merecería que nos detuviésemos en ella, pues no sólo muestra el proceso de aprendizaje del oficio de sociólogo y la aparición de ciertas formas de pensar y escribir, sino que también revela su fascinación por la forma de vida de la burguesía intelectual. Podemos avanzar un paso desde la hipótesis de principio: su grupo de pertenencia objetiva (la pequeñísima burguesía rural judía) se acompaña de un grupo de referencia subjetiva (la burguesía intelectual urbana étnicamente asexuada). Y va a poner su oficio al servicio de una idea: no ya observar, sino participar en la vida de su grupo de referencia. Así, tanto su tesis de licenciatura, como sus primeros trabajos publicados, pueden interpretarse como los medios que se procura un autodidacto social para entrenarse a vivir «como es debido». Podemos decir, por tanto, que las reglas que él desprenda respecto de otros en modo descriptivo las vivirá para sí en modo prescriptivo. Boltanski decía, como hemos visto, que «la obra científica, como la obra literaria, encierra siempre el rastro de la trayectoria social de su productor
[82]
». Empezamos a medir la exactitud de esta proposición aplicándola a la obra y a la trayectoria de Goffman. Pero la demostración no se ha logrado todavía. Hemos de volver a los hechos biográficos.

El año de 1949 no es sólo el año de la tesis de licenciatura: es también el año de la partida para Edimburgo y las islas Shetland. En el origen de este viaje volvemos a encontrar a Lloyd Warner.

La Universidad de Edimburgo inaugura en 1949 un Departamento de Antropología Social, y Ralph Pittington, su director interino, pide a Lloyd Warner, uno de sus viejos conocidos, que le mande un buen estudiante de doctorado que pueda dinamizar la nueva estructura. Y Warner sugiere el nombre de Goffman, que acepta la invitación y llega en octubre de 1949. Nombrado oficialmente «instructor» de Antropología Social, con una remuneración de 475 libras esterlinas al año, cumplirá todas las tareas propias de un auxiliar, por ejemplo, llevar a los estudiantes a las galerías etnográficas del Museo Real Escocés, labor que detesta. La Universidad de Edimburgo, fundada en el siglo XVI, sigue con la enseñanza tradicional, en lecciones magistrales y lecturas de biblioteca
[83]
. La comparación con Chicago, entonces en plena ebullición, debió de parecerle dura a veces. Afortunadamente, recién llegado al Centro de Investigación de Ciencias Sociales, hay un sociólogo que responde al nombre de Tom Burns
[84]
. Está elaborando una teoría de las «relaciones de broma» que no puede por menos de encantar a Goffman. Basándose en el caso de una empresa, en la que estudió cómo la ironía y las bromas servían para mantener un consenso entre colegas cuya posición había sufrido una evolución diferente, desarrolla una hipótesis general sobre la «ficción cortés» que los miembros de toda interacción mantienen entre sí para evitar los choques de posición
[85]
. Así, el chinchar es una táctica eficaz entre padres e hijos adultos, como también entre los sindicalistas que se han hecho políticos y sus antiguos compañeros de la base.

El análisis de Burns va a penetrar en la cabeza de Goffman, que podrá pensar en él cómodamente, ya en Edimburgo (sobre todo, cuando se queda a cuidar del niño de su colega), ya paseándose..., por su isla de las Shetland, al norte de Escocia, de diciembre de 1949 a mayo de 1951.

Decide que esta isla de 78 km
2
(quizá, la isla de Unst), que acoge las tres aldeas más aisladas de la Gran Bretaña, será su «terreno» para la tesis de doctorado
[86]
. También tenemos en esto a Lloyd Warner, desde luego. El especialista en los pequeños municipios semirrurales estadounidenses no debe de haber renunciado al sueño de todo antropólogo: una cultura insular,
in vitro,
y sin embargo
in vivo
, como las que estudiaron los padres fundadores: las islas Trobiand, Malinowski, y las islas Andamán, Radcliffe-Brown. Su director de tesis quiere que haga un «estudio comunitario» para exponer la estructura social de la microsociedad de la isla. Unos años antes, Warner había dirigido en Irlanda de este modo a dos jóvenes antropólogos estadounidenses, Solon Kimball y Conrad Arensberg
[87]
. Ciertamente, no le disgustaría una empresa parecida en Escocia, y tanto menos cuanto que, en abril-mayo de 1950, se encuentra en la Universidad de Edimburgo dictando un ciclo de conferencias sobre la «estructura de la vida americana
[88]
».

Pero, si Warner propone, Goffman dispone. Con su isla del fin del mundo, Goffman parece haber roto los puentes con Hughes y la sociología de las profesiones urbanas y haber abrazado definitivamente la causa warneriana. Nada es menos cierto. De paso, realmente, Goffman va a apartarse, tanto de Warner como de Hughes, para plantearse sus propios problemas. De sus peñas brumosas, regresará con un programa de investigación para veinte años. Así, pues, tendremos que examinar este estudio con mucha atención. Lo demás surgirá de un modo natural, poco más o menos.

Un día de diciembre de 1949 llega una barca a «Dixon», la capital de la isla más septentrional del archipiélago de las Shetland
[89]
. Viene a bordo un joven americano de 27 años, que va a instalarse en el hotel regentado por la familia Tate. No hay demasiada gente en el hotel en invierno: algunos representantes de comercio y algunos funcionarios en comisión constituyen lo esencial de la clientela
[90]
. Todos se reúnen por la tarde en torno de la misma mesa para cenar. Los sirven dos mozas de Dixon. Las conversaciones son muy tranquilas, como si hubiese que respetar los rumores del mar, del viento y de la lluvia, que dominan las largas noches de invierno, casi polares, de las Shetland. El sol se pone a eso de las tres y media de la tarde y sale alrededor de las diez de la mañana.

Erving Goffman permanece dos meses en el hotel Tate. Come siempre sus comidas con el doctor Wren y su esposa, llegados unos meses antes de la Gran Bretaña para relevar al viejo médico enfermo. Cuando los Wren se mudan, en febrero de 1950, Goffman se instala, con su provisión de novelas policíacas, en una casita en los alrededores. Sigue comiendo una vez al día en el hotel, pero ya en la cocina, con el personal. Durante el verano de 1950, incluso será «lavaplatos segundo». Así, podrá acumular gran cantidad de observaciones sobre la cocina, hechas desde la cocina misma y desde el restaurante.

Por lo demás, se pasea, observa y discute. Se ha presentado como estudiante universitario americano con deseos de obtener información de primera mano sobre la economía agraria insular. Pero, principalmente, trata de hacerse lo más aceptable posible para los habitantes, no haciéndoles demasiadas preguntas, ni mirándolos con los ojos desorbitados. Por tanto, nada de cuestionarios, ni magnetófono, ni cámara. Al principio, durante las celebraciones públicas, toma algunas notas a escondidas. Después, más conocido, y antes participante observador que observador participante, simplemente vivirá las interacciones y las anotará en su diario por la noche, en la calma solitaria de su cabaña. Participa, así, en la mayor variedad posible de situaciones en que se encuentren los miembros de la comunidad, trátese de bodas, entierros o «veladas». Estas, llamadas
socials,
se celebran dos veces al mes, de septiembre a marzo, en la sala de fiestas de Dixon. Asisten de sesenta a doscientas personas, de las mil que cuenta la isla. De las 20 a las 23 horas, juegan al
whist
[91]
o escuchan a cantantes y músicos locales. A las 23 horas, después de tomar té con pastas, bailan el baile de los lanceros en cuadrilla y el vals hasta quedar agotados, es decir, por lo general, hasta las dos y media. Goffman bailando un largo vals con Jean Andrews o Alice Simón, las jóvenes camareras del hotel, a quienes él mismo llama en su tesis (pág. 29) las «bellezas» de Dixon: ¡qué precioso cuadro para un relato biográfico menos árido del que aquí se impone!

Pero volvamos a la presentación de sus puestos de observación. Además de en las veladas, participa con mucha regularidad en las actividades en las que participa el mismo pequeño grupo de personas. De esta manera, quiere dar confianza a algunos habitantes — que, en general, son muy reservados y taciturnos— y procurarse la ocasión de observar las crisis de interacción que surgen a veces dentro de tales pequeños grupos. Además de las comidas en la cocina del hotel, se reúne todos los lunes y todos los sábados de octubre a mayo, de las 19 a las 23,30 horas en torno de la mesa de billar de la sala de fiestas de Dixon, con una quincena de hombres, media docena de su edad. Entre los jugadores, están algunos de los hombres más «urbanizados» de la isla. De hecho, parece que, en general, Goffman va a estar mucho más cercano a los habitantes de la clase superior, trátese del doctor Wren, de la familia propietaria del hotel o de los encargados de las actividades comunitarias. Si bien señala que los pequeños labradores, que constituyen más de la mayoría de la población, aceptan fácilmente una mano, ofreciendo a cambio la tradicional invitación a comer, parece que Goffman apenas ha compartido su vida. Vive solo, no en familia, y no se mezcla más que en las actividades más públicas de la población, que no está representada de manera proporcional a su distribución socio-económica.

Lo cual es tanto más curioso cuanto que Goffman conoce la importancia de las divisiones de clase y de los lazos de parentesco dentro de esta comunidad. Y los precisa en unas cuantas páginas, que en cierto modo son el esbozo del estudio que habría querido ver Warner. Explica, así, que la línea divisoria entre los grupos sociales de la isla es la que traza, como en el resto de la Gran Bretaña, el haber asistido o no a una escuela privada (
public school
). Tenemos así, por un lado, la «nobleza» de la isla, compuesta por tres familias (una, la del doctor Wren) y, por otro, los plebeyos. Dos tercios de éstos son pequeños labradores que sobreviven gracias a la venta de lana bruta y a la concesión de subsidios gubernamentales. Un tercio está compuesto por funcionarios y comerciantes, entre los cuales se desarrolla una pequeña burguesía local. La familia del comerciante rico de Dixon, que emplea a treinta personas de la isla en diversas operaciones comerciales e industriales, constituye una clase en sí misma, entre la nobleza y los plebeyos. Dentro de cada una de estas clases, la familia es la unidad básica, centro de dos círculos concéntricos, el de los vecinos y el de los primos. Tanto las alegrías como los momentos difíciles son compartidos por todos los miembros de estas redes.

Se ve que Goffman ha comprendido todo esto pronto y bien. Sin embargo, va a escoger unos puestos de observación que no le permitirán entrar en esta estructura. La vida en el hotel, las partidas de billar y las veladas son actividades de asueto, extracotidianas y reservadas a ciertos privilegiados. Son, en realidad, las actividades más formales, más urbanas, si no más mundanas de un universo social esencialmente familiar. De ahí, la pregunta que se nos viene enseguida a la cabeza: ¿Por qué ha procedido así? ¿Por qué ha decidido estudiar una sociedad rural insular desde una perspectiva tan particular? Según dice Michael Schudson, joven y brillante sociólogo estadounidense que ha hecho hace poco una interpretación crítica de la tesis:

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