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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

Los millonarios (49 page)

BOOK: Los millonarios
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—¿Estamos listos? —pregunta Gillian, girando en la esquina del edificio de la gasolinera y regresando del lavabo. Asiento mientras coloco la tapa del depósito. Gillian se acomoda en el asiento del conductor y ajusta el espejo retrovisor. Echa un vistazo a Charlie a través del espejo, pero cuando él la mira, aparta la vista y pisa el acelerador, lanzándonos contra los respaldos. Como el perro y el gato.

Según el tío de la gasolinera, hay tres horas hasta Orlando. Si nos damos prisa llegaremos antes de que oscurezca.

Veinte kilómetros más adelante nos encontramos en medio de un atasco. Es posible que la autopista de Florida sea el camino más rápido para llegar a Orlando, pero mientras esperamos en la interminable cola en el peaje de Cypress Creek, absolutamente nada se mueve deprisa.

—Esto es ridículo —me quejo mientras avanzamos unos cuantos centímetros—. Tienen doscientos coches y sólo cuatro cabinas de peaje abiertas.

—Bienvenido a las matemáticas de Florida —dice Gillian. Maniobrando hacia la izquierda, dirige el coche hacia el único carril que parece estar en movimiento. Directamente delante de nosotros, mientras otros vehículos avanzan, un Acura negro permanece inmóvil aproximadamente treinta segundos de más—. ¡Venga! —grita Gillian mientras golpea la bocina—. ¡Elige un carril y mueve el culo!

—¿Puedo hacer una pregunta estúpida? —interrumpe Charlie desde el asiento trasero—. ¿Recuerdas a ese chico de Disney, el que nos dijo por teléfono que las copias de seguridad estaban en el DACS? Bien, ¿qué pasa si al tío le ha entrado el pánico y empieza a buscar las copias de seguridad?

—Él no hará eso —contesto, volviéndome para mirarle.

—¿Cómo lo sabes?

—Pude detectarlo en su voz —digo—. No es la clase de persona que se dedica a investigar. Y aunque lo sea, no tiene ni idea de lo que debería buscar.

—¿Estás seguro de eso? —insiste Charlie.

Mientras continúo con la mirada fija en Charlie siento un súbito, casi microscópico temblor en la ceja. Él lo advierte al instante.

—¿Te das cuenta de lo que estoy diciendo? —pregunta—. El logotipo de Greene & Greene estaba en la pantalla. Todo lo que se necesitaría es una llamada al banco… y otra a Gallo y DeSanctis…

Mientras avanzamos hacia la sombra de las cabinas del peaje, el sol se desvanece desde las alturas. Y lo hace deprisa. Sólo entonces me giro en el asiento y advierto la velocidad a la que nos movemos. El motor ruge. Estamos a punto de pasar a través del peaje a casi cincuenta kilómetros por hora.

—Gillian…

—Relájate es un carril SunPass —dice, haciendo señas con el pulgar por encima del hombro hacia la pegatina con un código de barras en la ventanilla trasera izquierda.

Charlie mira a través del parabrisas; yo sigo la dirección de su mirada. El cartel encima del peaje dice «Exclusivamente SunPass».

Mierda.

—¡No pases…! —grita Charlie.

Pero ya es demasiado tarde.

Pasamos por el peaje y un escáner digital enfoca fríamente el coche. Charlie y yo nos agachamos simultáneamente en nuestros asientos.

—¿Qué estáis haciendo? —pregunta Gillian—. No se trata de una videocámara…

A través de la ventanilla posterior la cabina del peaje se desvanece en la distancia. Charlie se incorpora en su asiento.

—¡Maldita sea! —grito, al tiempo que golpeo el salpicadero con el puño.

—¿Qué?

—¿Tienes idea de lo estúpido que ha sido eso?

—¿Qué ocurre? Es sólo un SunPass…

—¡… que utiliza la misma tecnología que el escáner de un supermercado! —exclamo—. ¿No sabes acaso lo fácil que es para esos tíos seguir el rastro de este vehículo? ¡Saben quién eres en un abrir y cerrar de ojos!

Ahora es Gillian la que se hunde en su asiento.

—No pensé que fuese…

Su voz tiembla y hace un esfuerzo por conseguir mi atención. Pero es inútil. Ajusto el espejo de la visera para mirar a Charlie.

«¿Qué te había dicho?», me pregunta con la mirada.

—Oliver, de verdad lo lamento —dice Gillian, tocándome el brazo. Por la expresión en el rostro de Charlie, él espera que yo ceda. Pero aparto la mano de Gillian.

«Por fin. Bien por ti, hermano.»

—Lo siento mucho, de verdad —repite Gillian. Vuelve a tocarme, esta vez cogiéndome la mano con fuerza.

«Mantente firme, Ollie. Es hora de gritar victoria», me transmite con la mirada.

—No hablemos más del asunto, ¿de acuerdo? —le digo.

—Por favor, Oliver, sólo trataba de ayudar. Fue un error.

Entre los asientos envolventes, Charlie sacude la cabeza. El no cree en los errores, al menos no cuando quien los comete es Gillian. Pero incluso Charlie debe admitir que el daño ha sido casi inexistente. Sólo hemos atravesado un peaje, razón por la cual, mientras los dedos de Gillian se entrelazan con los míos, yo no sujeto su mano pero tampoco la aparto.

Charlie apoya con fuerza la rodilla contra el respaldo de mi asiento.

Vuelvo a colocar la visera con el espejo en su lugar. El no lo entiende.

—Por favor, la próxima vez debes tener más cuidado —le digo.

—Lo prometo —contesta Gillian—. Tienes mi palabra.

Charlie se vuelve y mira a través de la ventanilla trasera. El peaje ha desaparecido en la distancia. Él sigue protegiéndonos las espaldas.

70

—Lamento no haber podido serle más útil —dijo Truman mientras acompañaba a Joey nuevamente al vestíbulo principal de Neowerks.

—No, me ha sido de gran ayuda —dijo Joey, golpeando ligeramente su cuaderno de notas contra la palma de la mano. En la primera página había escrito «Walter Harvey y Sonny Rollins», los nombres falsos de Oliver y Charlie—. ¿De modo que después de haber hablado con sus empleados, sólo ha podido identificar una de las fotografías?

—Arthur Stoughton —dijo Truman—. Pero cuando regresé para decírselo a la hija de Ducky, ella y los dos tíos que la acompañaban me agradecieron el tiempo que les había dedicado y desaparecieron. —Se rascó nerviosamente el pelo alborotado y añadió—. Lo hice sólo porque pensé que eran amigos de Ducky…

Joey conocía perfectamente ese tono. Podía verlo en los movimientos maníacos de Truman, incluso en la manera en que miraba a la recepcionista que se encontraba detrás del reluciente escritorio negro.

—No tiene nada de qué preocuparse señor, no ha hecho nada malo.

—No… no, por supuesto. Sólo estoy diciendo que… —Su voz se debilitó—. Ha sido un placer conocerla, señorita Lamont.

—Para mí también, pero sólo si me llama Joey.

Truman sonrió forzadamente, le estrechó la mano rápidamente y volvió a escurrirse hacia su despacho.

Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Joey miró nuevamente a la recepcionista, quien no alzó la vista… aunque ése era precisamente su trabajo.

Joey se dirigió directamente al escritorio negro.

—¿Puedo hacerle una pregunta rápida?

Sacó dos fotografías de su bolso: una de Charlie y Oliver y la otra de Gillian y Duckworth. Las deslizó sobre el escritorio y luego colocó la credencial de su padre junto a las instantáneas.

La recepcionista dejó la revista sobre su regazo y miró las fotografías, examinándolas detenidamente.

—No son violadores, ¿verdad? —preguntó finalmente.

—No, no son violadores —dijo Joey con un tono de voz absolutamente tranquilo—. Sólo queremos hacerles unas preguntas.

—Saben que llevan el pelo de otro color, ¿verdad? —preguntó la mujer sin dejar de mirar las fotos.

—Lo sabemos —dijo Joey—. Estamos tratando de averiguar adonde fueron al marcharse de aquí.

—¿Quiere decir después de la biblioteca?

—Exacto… después de la biblioteca —contestó Joey, asintiendo como si supiese que le iba a hacer esa pregunta—. Lo que me recuerda… ¿cuál era esa biblioteca…?

Cuando oyó el familiar pitido al desviarse hacia la autopista de Florida, abrió el móvil y vio las palabras «Nuevo mensaje» en la pantalla digital. Pensando que se trataba de Gallo o DeSanctis, marcó con calma el número de su buzón de voz.

—Tiene un nuevo mensaje —dijo la voz informatizada—. Para oír su mensaje…

Pulsó el botón correspondiente y aguardó a que se activara el mensaje grabado.

—¿Dónde estás? ¿Por qué no coges el teléfono? —preguntó una voz femenina. El hombre sonrió al oír la voz de Gillian—. Acabo de hablar con Gallo —explicó ella—. Estaba feliz al enterarse de lo de Disney, pero no hay duda de que ha empezado a sospechar algo. Ese tío no es ningún imbécil, no se necesita ser demasiado inteligente para saber lo que está pasando. No importa lo que puedas haberle dicho al principio, él ve que el tablero se está moviendo. En cualquier caso, sé que querías lanzarles un hueso a DeSanctis y a él, pero desde mi punto de vista, son dos contra uno. De modo que si piensas realmente tener éxito en esta operación, es hora de que muevas el culo hasta aquí y me eches una mano. ¿De acuerdo? ¿De acuerdo?

Cuando el mensaje acabó, él pulsó la tecla «Borrar», cerró el teléfono y apretó el acelerador. Su intención era permanecer alejado el mayor tiempo posible, pero como siempre decía en el banco, algunas cosas requieren un toque personal.

—¿Qué quiere? —preguntó Gallo a través de su móvil.

—Agente Gallo, aquí el oficial Jim Evans de la Patrulla de Autopistas de Florida. Acabamos de dar con la pista de ese Volkswagen azul que están buscando. Aparentemente está registrado a nombre de Martin Duckworth…

—Yo le dije que estaba registrado a nombre de Duckworth.

En el otro extremo de la línea se produjo una breve pausa.

—¿Quiere la información o no, señor? —le desafió Evans.

Esta vez fue Gallo quien permaneció unos segundos en silencio.

—Dígame qué es lo que tiene —dijo finalmente mientras él y DeSanctis volaban por la autopista. Podía oír a Evans que se regocijaba en silencio.

—Incluimos el nombre en SunPass, sólo para echar un vistazo —comenzó Evans—. Aparentemente, hace unos cuarenta minutos, un pase registrado a nombre de Martin Duckworth fue activado en el peaje de Cypress Creek.

—¿En qué dirección?

—Hacia el norte —dijo el policía—. Si quiere, puedo enviar un par de coches a…

—¡No les toque! —gritó Gallo—. ¿Lo ha entendido? Se trata de IC… informadores confidenciales…

—Sé lo que es un IC.

—¡Entonces también sabe que quiero que les dejen en paz!

—Puede hacer lo que le plazca —gritó Evans a su vez—. Sólo recuerde que fueron ustedes quienes se pusieron en contacto con nosotros.

Junto a Gallo, DeSanctis sacudió la cabeza.

—Sigo pensando que no debiste meter a esa gente en esto.

—Merecía la pena.

—¿Por qué? ¿Sólo para confirmar que ella se dirigía hacia el norte?

—No, para confirmar que no se dirigía hacia el sur.

Asintiendo para sí, DeSanctis se frotó la nuca, donde un fino vendaje blanco cubría el corte que Gillian le había hecho unas horas antes.

—¿Realmente piensas que ella nos está traicionando?

—Es definitivamente una posibilidad…

—¿Y qué me dices de ya sabes quién?

—Ni siquiera lo digas —le interrumpió Gallo—. Ella me dijo que cogió un avión a primera hora.

—¿Y tú le crees?

—Yo no creo a nadie —dijo Gallo—. No después de todo lo que ha pasado; quiero decir, ¿por qué la metió en la casa y ni siquiera nos lo comentó? ¿Qué coño significa eso?

—No tengo ni idea… yo sólo quiero asegurarme de que aún tenemos nuestra pasta.

—No te preocupes por eso… cuando todo esto haya acabado y llegue el momento de dividir a la criatura, te garantizo que nos llevaremos unos cuantos brazos y piernas extra.

—¿Éste? —preguntó Joey, señalando el ordenador que estaba en el medio.

—No, a la izquierda —contestó la mujer que estaba detrás del mostrador de información.

—¿Su izquierda o la mía?

La bibliotecaria dudó un momento.

—La suya —dijo.

En la quinta planta de la Biblioteca del Condado de Broward, Joey recorrió la fila de ordenadores hasta llegar al que se encontraba en el extremo más alejado. La máquina que —según la hoja de registro— había sido utilizada recientemente por el señor Sonny Rollins. De las tres sillas que estaban colocadas delante de la mesa, Joey supo cuál era tan pronto como entró en la sala, pero eso no significaba que no debiera volver a comprobarlo. Sólo para estar segura.

—Exacto… ése es —le confirmó la bibliotecaria desde lejos.

Joey apartó las otras dos sillas, y se instaló en la del centro. En la pantalla estaba la página de la Biblioteca del Condado de Broward: «Acceso a Información de Broward», decía en letras negras. Sin perder un segundo, movió el cursor hasta el botón marcado «Historia», el equivalente informático de mirar a distancia una factura detallada de un teléfono de larga distancia. Pulsó rápidamente el ratón y observó cómo se descargaba una lista completa delante de sus ojos. Contenía todos los sitios web que el ordenador había visitado en los últimos veinte días, incluyendo la última página que habían consultado Oliver y Charlie. Comenzando por la parte superior, activó la página más reciente.

En la pantalla aparecieron Mickey y Pluto. «Disney.com - Donde la Magia vive Online.»

—¿Qué demonios es esto? —pensó para sí.

Activó la siguiente página que aparecía en la lista y encontró más de lo mismo. «Sobre Disney.com… Biografías de ejecutivos… Biografías de ejecutivos para Arthur Stoughton…»

¿Arthur Stoughton?

En ese momento se oyó un pitido agudo y Joey buscó su móvil. Todas las personas que ocupaban la quinta planta se volvieron hacia ella.

—Lo siento… —hizo una seña a los curiosos mientras se colocaba el diminuto auricular en la oreja.

—¿Aún estás en la biblioteca? —preguntó Noreen.

—¿Tú qué crees? —susurró Joey.

—Bien, prepárate para empezar a dar alaridos, porque acabo de hablar con tu misterioso amigo Fudge, quien acababa de hablar con una mujer llamada Gladys, quien casualmente es amiga de otra mujer que echa chispas por la forma en que su jefe la trató en la Patrulla de Autopistas de Florida.

—Será mejor que me des buenas noticias —dijo Joey.

—Son realmente buenas. Deja que te lo ponga de este modo: por sólo quinientos pavos, la amiga de Gladys incluyó alegremente la palabra «Duckworth» en el sistema informático…

—¿Y…?

—Y descubrió rápidamente que un pase SunPass registrado a nombre de Martin Duckworth se utilizó por última vez en dirección norte en un peaje de la autopista de Florida.

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