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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

Los millonarios (48 page)

BOOK: Los millonarios
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Gillian está perdida.

—¿Qué estáis haciendo?

—¡Ahora no! —le digo, haciendo un esfuerzo por memorizar mi parte.

La pantalla parpadea y aparece una nueva imagen. Son los Siete Enanitos y un botón rojo que dice «Directorio de la Compañía». De vuelta al principio. Pero al menos seguimos en el sitio interno de los empleados.

—Charlie, ve a…

Antes de que pueda acabar la frase, Charlie ya está allí, activando ansiosamente el botón de «Directorio». En la pantalla aparecen cientos de fotografías de la compañía. Charlie repite la operación que ha realizado minutos antes y comienza a pasar las pantallas hasta llegar a la sección «Imagineering». Igual que antes, encuentra el rostro del hombre negro con la barbilla hendida. Igual que antes, activa el cursor sobre el rostro. Pero, esta vez, no sucede nada. La fotografía ni siquiera se mueve.

—Ollie…

—Tal vez debas examinar las cuatro fotografías —sugiere Gillian.

—Pulsa otra vez —insisto.

—Ya lo he hecho. Pero es inútil —dice Charlie presa del pánico.

—Incluye la dirección.

Charlie me pasa el teclado y se aparta del ordenador mientras yo tecleo la primera mitad de la dirección memorizada. Luego él añade la otra mitad. En el instante en que pulsa «Return», la pantalla pasa a una página completamente nueva.

—Está bien. Aún estamos dentro… —dice mientras aguardamos a que la imagen se cargue. Y, por un segundo, todo parece indicar que Charlie tiene razón. Pero cuando la página aparece finalmente, mi estómago da un vuelco. Lo único que se ve en la pantalla es un fondo absolutamente blanco. Nada más. Sólo otra página vacía.

—¿Qué diablos es esto? —pregunto.

—Ha desaparecido…

—¿Desaparecido? Eso es imposible. Vuelve hacia atrás.

—No hay nada que hacer —dice Charlie—. No está aquí.

—¿Estás seguro de que has escrito la dirección correcta? —pregunta Gillian.

Charlie vuelve a comprobar la dirección.

—Esto es exactamente lo que nosotros…

—No ha desaparecido —insisto—. No puede haber desaparecido.

Paso junto a Charlie y me dirijo al ordenador más cercano, quitando del teclado el cartel de «Fuera de servicio».

En pocos segundos me encuentro ante la página de Disney.com: «Donde la magia vive Online».

—Todo lo que necesitamos es volver a empezar —digo con mi mejor acento de Brooklyn.

—Ollie…

—No hay problema —le digo, ya a mitad de camino de mi objetivo. Gillian también dice algo pero estoy demasiado ocupado examinando las biografías de los ejecutivos de la compañía.

—Ollie, ha desaparecido. No hay forma de que puedas encontrarlo.

—Sé que está aquí, sólo una página más.

Cuando logro encontrar la pirámide de la corporación, en la pantalla aparecen las fotografías de una docena de empleados. Por segunda vez voy en línea recta hasta Arthur Stoughton, coloco el cursor en su sitio y activo la fotografía. Cuando no sucede nada vuelvo a pulsar el ratón. Y una vez más. La foto no se mueve.

—Es imposible —murmuro. Tratando de no perder la calma busco la fotografía del banquero pálido. Luego paso a la imagen del pelirrojo. Pero, nuevamente, no sucede nada.

—Venga… por favor —imploro.

Levantándose de su silla, Charlie apoya una mano sobre mi hombro.

—Ollie…

Miro la pantalla, hundido en mi silla. Tengo los codos apoyados en las rodillas.

—¿Por qué no podemos tener nunca un momento de respiro? —pregunto, y mi voz se quiebra.

Es una pregunta retórica a la que Charlie no puede responder. Mantiene la mano apoyada en mi hombro y comprueba la pantalla. Apenas si puede soportarlo. No le culpo. Hace cinco minutos teníamos todo lo que Duckworth había creado. Y ahora —mientras mi hermano y yo permanecemos con los ojos pegados a la pantalla— no tenemos absolutamente nada. No hay ningún logotipo del banco. Ninguna cuenta oculta. Y, lo peor de todo, ninguna prueba.

67

—Reservas Walt Disney World, habla Noah. ¿En qué puedo ayudarle?

—Hola, estoy buscando el Servicio de Información —le digo a la voz superanimada al otro extremo de la línea mientras observo el gesto de Charlie que entrecierra los ojos bajo el sol de Florida.

—Le conectaré con la centralita y ellos le comunicarán desde allí —dice Noah en un tono que ha sido diseñado genéticamente para el servicio al cliente.

—Me parece una excelente idea. Gracias —le digo mientras alzo el pulgar en dirección de Charlie y Gillian. Pero el gesto no sirve para tranquilizarles. Rodeándome junto a la cabina telefónica que hay al otro lado de la calle, frente a la biblioteca, ambos comprueban nerviosamente la manzana por encima de los hombros, sin acabar de convencerse de que puedo lograrlo. Sin embargo, las grandes compañías siguen siendo grandes compañías. Cuando me comunican a través de la centralita ya se trata de una llamada interna a la corporación Disney. Ya hemos perdido nuestra prueba una vez. No tengo ninguna intención de que eso vuelva a suceder.

—Aquí Erinn, ¿en qué puedo ayudarle? —pregunta la operadora del conmutador.

—Erinn, estoy buscando el grupo IS que se encarga de
Intranet
para los miembros de Disney.

—Veré si podemos encontrar esa información para usted —dice ella, hablando en el «nosotros» mayestático de la corporación Disney. Mientras me deja en espera, la canción
When You Wish Upon a Star
suena a través del auricular.

—Señor, le pasaré con Steven en el Centro de Apoyo —me anuncia finalmente la operadora—. Si la comunicación se interrumpiera, la extensión es 2538.

Aprieto los dientes y espero a que la música cese.

—Aquí Steven —contesta una voz grave. Parece un tío joven; quizá de la edad de Charlie. Perfecto.

—Por favor, dime que es el lugar correcto —imploro en su oído.

—Lo siento… ¿puedo ayudarle? —pregunta.

—¿Es Matthew? —digo, con el pánico impregnando mi voz.

—No, soy Steven.

—¿Steven qué?

—Steven Balizer. En el Centro de Apoyo.

—Esto no tiene ningún sentido —digo, embistiendo con los ojos cerrados—. Matthew me dijo que estaría allí, pero cuando intenté localizarla, la presentación ya había desaparecido.

—¿Qué presentación?

—Soy hombre muerto… —le digo—. Me comerán como si fuese un aperitivo…

—¿Qué presentación? —repite, dispuesto a acudir en mi ayuda. Es la formación Disney. No puede evitarlo.

—No lo entiende —digo—. Tengo a quince personas sentadas en una sala de conferencias, todas ellas esperando para conocer de primera mano nuestro nuevo sistema de suscripción
online
. Pero cuando voy a descargarlo de nuestra
Intranet
, toda la presentación ha desaparecido. Nada. ¡No está allí! Y ahora todos tienen sus ojos puestos en mí, los abogados, los creativos, los chicos de contabilidad…

—Escuche, tiene que tranquilizarse…

—… y Arthur Stoughton, que está sentado a la cabecera de la mesa con el rostro rojo como un tomate.

Sólo se necesita dejar caer como al descuido el nombre del jefe. Eso lo aprendí de Tanner Drew.

—¿Me ha dicho que estaba en
Intranet
? —pregunta Steven ansiosamente—. ¿Alguna idea de dónde puede estar?

Le leo la dirección exacta donde estaba almacenada la cuenta de Duckworth. Puedo oír al joven Steven Balizer martillando su teclado. Sólo se necesita a un subordinado para conocerles a todos… estamos en el mismo barco.

—Lo siento mucho —tartamudea al fin—. Ya no está allí.

—¡No… no diga eso! —imploro, agradecido de que estemos en una cabina telefónica exterior—. ¡Tiene que estar! ¡Yo acabo de verla!

—Ya lo he comprobado dos veces…

—¡Estamos hablando de Arthur Stoughton! Si no consigo recuperar esa presentación… —respiro agitadamente a través de la nariz, tratando de sonar como si estuviese a punto de echarme a llorar—. Tiene que haber alguna forma de recuperar esa información. ¿Dónde conservan las copias de seguridad?

Es un farol, pero no tan arriesgado. Cada sesenta minutos, los sistemas informáticos del banco graban automáticamente una copia de seguridad para proteger la información de virus, fallos en el fluido eléctrico y cosas por el estilo. Una compañía del tamaño de Disney tiene que hacer lo mismo.

—En el edificio DISC… en el Área de Servicio Norte —dice sin siquiera dedicar un segundo a pensarlo—. Allí es donde guardan todo el material antiguo.

—¡Olvídese del material antiguo, yo necesito lo que estaba ahí hace sólo tres horas!

En el otro extremo de la línea se produce una breve pausa.

—Lo único que se me ocurre en este momento son las cintas en el DACS.

Detesto la jerga tecnológica.

—¿Qué cintas?

—Cintas con datos, las cintas que utilizamos para las copias de seguridad. Puesto que el DACS hace una copia todas las noches, es el mejor lugar que se me ocurre donde debería estar lo que usted busca.

—¿Y dónde está ese DACS?

—En los túneles.

—¿Los túneles? —pregunto.

—Ya sabe, los túneles —dice, casi sorprendido—. Los que están debajo del Reino Mág… —Se interrumpe y hay otra pausa. Esta vez es más prolongada—. ¿En qué departamento ha dicho que trabajaba? —pregunta finalmente.

—Disney Online —respondo de inmediato.

—¿Qué división? —me desafía claramente. Como sonido de fondo puedo oír como maneja el teclado.

No tengo respuesta para eso.

—¿Cuál ha dicho que era su nombre? —añade.

Esa es la señal. Abandonar el barco. Cuelgo el auricular.

—¿Qué te ha dicho? —pregunta Charlie.

—¿Tienen copias de seguridad? —añade Gillian.

Ignoro ambas preguntas y alzo la vista hacia el sol cegador en un cielo sin una sola nube. Tengo que entrecerrar los ojos para verlo. Pasan unos minutos de las dos. El tiempo se acaba. Pero finalmente puedo ver la luz al final del túnel. Las cintas no muestran la realidad, sino que muestran la realidad inventada por Duckworth… y a la que Gallo tenía acceso.

—Larguémonos de aquí —digo.

—¿Adónde? —pregunta Gillian.

—¿Es lejos? —añade Charlie.

—Eso depende de la velocidad a la que vayamos —contesto mientras echo a correr hacia el coche—. ¿Cuánto se tarda en llegar a Disney World?

68

—¿Qué? —preguntó Gallo. Sujetando el móvil entre el hombro y la oreja, DeSanctis y él viajaban a toda pastilla por la I-95—. ¿Estás seguro?

—¿Por qué iba a mentirte? —le preguntó su socio en el otro extremo de la línea.

—¿Realmente quieres que te conteste a eso?

—Oye, ya te he dicho que lo sentía.

—No me jodas con que lo sientes —replicó Gallo—. ¿Realmente pensaste que no te veríamos? ¿Que podrías escabullirte sin que pudiésemos echarte un buen vistazo?

—No me estaba escabullendo a ninguna parte. Sólo estábamos reaccionando lo más deprisa que podíamos. Conseguimos reunirlo casualmente en unas seis horas, y una vez que lo tuve, ya os habíais marchado.

—Aun así, él debería haber llamado.

—¿Quieres hacer el favor de parar con la rutina de la madre culpable? —le rogó su socio—. Dijo que ya habías pasado por esto… una vez que Oliver y Charlie encontraron lo que había en ese mando a distancia, era mejor que apagáramos el fuego. Después de todo lo que ha pasado, lo último que necesitamos es quemarnos por un cabo suelto.

—De todos modos debería haberme llamado, especialmente cuando está cómodamente sentado sobre su culo en Nueva York.

—No, no, no… ya no está allí. Salió en un vuelo a primera hora de la mañana.

—¿De verdad? —preguntó Gallo mientras la autopista interestatal de Florida pasaba volando junto a su ventanilla—. ¿De modo que está cerca?

—Tan cerca como puede estarlo. Pero si hace que te sientas mejor, la próxima vez enviaremos a un Hallmark.

—En realidad, tendrían que enviárselo a DeSanctis. Es a él a quien le machacaron la cabeza.

—Sí… lo lamento…

—Seguro que sí —dijo Gallo fríamente. Volviéndose hacia DeSanctis señaló el cartel de la autopista de Florida.

—¿Estás seguro? —susurró DeSanctis y Gallo asintió.

—Escucha, tengo que darme prisa. Estos días estoy muy solicitada.

Gallo puso los ojos en blanco.

—¿De modo que estás segura de que se dirigen a Disney World? —preguntó.

—Allí es donde están las copias de seguridad —contestó ella—. Y el único lugar que queda donde Oliver y Charlie aún pueden probar lo que sucedió realmente.

Gallo apretó con fuerza el teléfono mientras pensaba en esas cintas.

—Aún no comprendo por qué no les apretamos las clavijas ahora y nos ahorramos un dolor de cabeza.

—Porque a diferencia de lo que dice la porción de macho de tu cerebro, torturarles no es la forma de llegar hasta el dinero.

—¿Y cuál es la forma que propones?

—Pronto la averiguaremos —dijo Gillian mientras su voz se convertía en un susurro—. Unas pocas horas para ser exactos.

69

—¿Estás seguro de que no deberíamos alquilar una camioneta o algo más Disney? —pregunta Charlie mientras aspira con fruición el aire de la gasolinera. Está repantigado en el asiento trasero y me hace las preguntas a través de la ventanilla del acompañante. Yo sostengo la manguera y lleno el depósito del coche. Había empezado el movimiento de reunirse con nosotros fuera, pero se detuvo antes de que sus pies tocaran el pavimento. Finalmente parece haber aprendido el don de la prudencia. Cuanto menos nos vean, mejor para todos.

—¿Y cómo piensas alquilar esa camioneta? ¿Con qué tarjeta de crédito? —pregunto mientras paso una escobilla de goma por el parabrisas. Cualquier cosa que nos dé una apariencia de normalidad—. ¿Recuerdas lo que nos dijo aquel tío de Hoboken? Son las grandes compras las que siempre te delatan.

—¿No dijo algo también acerca de las mujeres engañadas? —replica.

Hago una mueca. Hace una semana hubiésemos tenido una discusión. Hoy no merece la pena.

La manguera de la gasolina produce un leve chasquido, indicándonos que el depósito está lleno. Hundido en el asiento trasero y embriagado por los vahos de gasolina, Charlie parece tener seis años. En aquellos días, cuando papá nos llevaba a la gasolinera de Ocean Avenue, siempre decía, «Diez pavos, por favor». No «Llénelo». Sólo decía «Llénelo» cuando cerraba un negocio importante. Eso ocurrió dos veces. Todo lo demás eran diez pavos. Pero —papá era papá— seguía utilizando el servicio completo. Sólo para demostrar que teníamos algo de clase.

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