—No fue Dios, fue Ephraim. Te libraste en los análisis de sangre porque él te donó parte de su tejido medular cuando estuviste enfermo y, con él, su sangre y su ADN. De ahí que el resultado de tus análisis no coincidiera con el del ADN de los… restos… que dejaste en el cadáver de Tanja. Lo comprendimos después, cuando los analistas establecieron vuestras relaciones de parentesco y tus análisis de sangre demostraron que eras hijo de Johannes y no de Gabriel.
Jacob asintió tranquilo, antes de preguntar:
—Pero ¿no es un milagro, dime?
Los dos policías de Uddevalla se lo llevaron de allí.
Martin, Gösta y Patrik permanecieron junto al cuerpo de Jenny, mientras que Ernst se apresuraba a escabullirse con los colegas de Uddevalla, seguramente con el propósito de no estar muy visible en las próximas horas.
Los tres hubieran deseado tener una chaqueta para envolver el cadáver de la joven. Su desnudez resultaba tan hiriente, tan humillante… Observaron las lesiones que se advertían en su cuerpo, idénticas a las de Tanja y, probablemente, las mismas que sufrieran Siv y Mona.
Era evidente que, pese a su carácter impulsivo, Johannes había sido un tipo metódico. En su bloc había ido anotando de forma exhaustiva el tipo de lesiones que les infligía a sus víctimas, para después intentar curarlas. Lo hacía con el rigor de un científico. Las mismas lesiones en ambas y en el mismo orden. Tal vez para, incluso ante sí mismo, darle la apariencia de un experimento científico en el que se veía obligado a utilizar víctimas, por desgracia necesarias, con el fin de que Dios le restituyese el don de curar que había poseído de niño. Un don que él había echado en falta durante toda su vida de adulto y que con tanta urgencia deseaba recuperar cuando su primogénito Jacob enfermó de leucemia.
Fue un ominoso legado el que Ephraim les dejó a su hijo y a su nieto. Por otro lado, la imaginación de Jacob se vio exacerbada por los relatos de Ephraim acerca de los milagros de curación de Gabriel y Johannes durante su niñez. El que, por dramatizar aún más, el abuelo le mencionase al nieto que también había visto el don en él, había alumbrado en el pequeño una serie de ideas que, con los años, se nutrieron del hecho de que sufriera de niño una enfermedad por la que estuvo a punto de morir. Después, un día, Jacob encontró los libros de notas de Johannes y, a juzgar por lo desgastadas que estaban sus páginas, los había leído una y otra vez. La desafortunada coincidencia de que Tanja se presentase en Västergården preguntando por su madre el mismo día en que Jacob recibía su sentencia de muerte, desembocó en el trágico suceso que ahora los hacía estar contemplando el cadáver de una muchacha más.
Cuando Jacob la dejó caer, el cadáver quedó de costado y se diría que se había acurrucado en posición fetal. Martin y Patrik advirtieron con asombro cómo Gösta se quitaba la camisa de manga corta, exponiendo así un blanco pecho sin apenas vello, para cubrir con ella la mayor parte de la desnudez de Jenny.
—No podemos quedarnos aquí mirando a la niña así, desnuda como está —gruñó el policía cruzándose de brazos, para protegerse de la humedad del ambiente en el bosque.
Patrik se arrodilló y le tomó la mano, tan gélida… Jenny había muerto sola, pero al menos durante aquella espera tendría compañía.
U
n par de días después empezó a calmarse el revuelo ocasionado por la noticia. Patrik estaba sentado frente a Mellberg y lo único que quería era salir de allí lo antes posible. Su jefe le había exigido un informe exhaustivo del caso y, aunque Patrik era consciente de que sólo lo hacía para poder fanfarronear durante años de su colaboración en el caso Hult, a él no le importaba demasiado. Después de haberles comunicado personalmente a los padres de Jenny la muerte de su hija, se le hacía muy difícil hallar motivo alguno de honor ni de gloria en aquella investigación, así que estaba dispuesto, de mil amores, a cederle a Mellberg esa parte.
—La verdad, yo sigo sin comprender lo de los análisis de sangre —confesó Mellberg.
Patrik lanzó un suspiro y se dispuso a explicárselo por tercera vez; en esta ocasión, un poco más despacio:
—Ephraim, el abuelo de Jacob, le donó a éste parte de su tejido medular cuando enfermó de leucemia. Lo que significaba que la sangre de Jacob, después del trasplante, presentaba el mismo ADN que la del donante, es decir, de Ephraim. En otras palabras, a partir de aquel momento, Jacob tenía el ADN de dos personas: el del abuelo en la sangre y el suyo en el resto del cuerpo. De ahí que el análisis de la sangre de Jacob coincidiese con el perfil de ADN de Ephraim. Puesto que el ADN que Jacob dejó en su víctima procedía de su esperma, el resultado de ese análisis sí coincidía con su perfil de ADN original. Es decir, que los perfiles no coincidían entre sí. Según el Laboratorio Nacional de Investigaciones Criminológicas, la probabilidad de que suceda algo así es mínima, hasta el punto de ser casi imposible. Pero sólo casi…
Mellberg pareció haber comprendido por fin y ahora meneaba la cabeza lleno de admiración.
—¡Menudo rollo de ciencia-ficción! Lo que hay que oír, Hedström. En fin, he de decir que hemos hecho un excelente trabajo en este caso. El jefe de policía de Gotemburgo me llamó personalmente ayer para darme las gracias por nuestra notable labor y, la verdad, sólo pude darle la razón.
Patrik no alcanzaba a ver lo notable del asunto, puesto que no habían conseguido salvar a la chica, pero optó por no hacer comentarios al respecto. Ciertas cosas eran como eran y no tenían mucho remedio.
Los últimos días fueron duros; en cierto modo, un período de procesamiento del duelo. Siguió durmiendo mal, torturado por las imágenes asociadas a las notas de la libreta de Johannes. Erica andaba a su alrededor bastante inquieta, y Patrik se había dado cuenta de que también ella se pasaba las noches dando vueltas en la cama. Sin embargo, por alguna razón, no tenía fuerzas para abrazarse a ella: sentía que debía pasar el proceso en solitario.
Ni siquiera los movimientos del bebé dentro de la barriga de Erica lograban despertar la habitual sensación de bienestar. Era como si, de repente, le hubiesen recordado lo peligroso que era el mundo de fuera y lo perversas y locas que podían llegar a ser las personas. ¿Cómo podría defender a su hijo de todo aquello? A causa de sus cavilaciones, se apartó de Erica y del bebé. Quiso con ello eludir el riesgo de experimentar un día el dolor que vio reflejado en los rostros de Bo y Kerstin Möller cuando fue a verlos para comunicarles, conteniendo a duras penas el llanto, que, por desgracia, Jenny había muerto. ¿Cómo podía nadie superar tal dolor?
En los peores momentos, durante la noche, sopesó incluso la posibilidad de huir, de hacer la maleta y largarse lejos de la responsabilidad y del deber, lejos del peligro de que el amor por su hijo se convirtiese en un arma que le apuntase a la sien y, poco a poco, terminara por dispararse. Él, cuyo sentido del deber había sido siempre ejemplar, consideró en serio, por primera vez en su vida, tomar la salida de un cobarde. Al mismo tiempo, sabía que Erica necesitaba ahora su apoyo más que nunca. Estaba desesperada desde que Anna y los niños habían vuelto a vivir con Lucas. Él lo sabía, pero no era capaz de tenderle una mano.
La boca de Mellberg seguía moviéndose sin parar frente a él.
—En realidad, no veo por qué no podrían concedernos un aumento en las prestaciones, que podrían contemplar ya en el próximo presupuesto, teniendo en cuenta el buen nombre que hemos adquirido…
Bla, bla, bla, pensaba Patrik. Palabras que salían de su boca a borbotones, llenas de vacío y de sin sentido. Dinero, fama y más subvenciones y elogios de los superiores: formas absurdas de medir el éxito. Sintió un impulso de coger la taza de café hirviendo y derramarlo sobre el nido de pelo de Mellberg, sólo para que se callase.
—Y, desde luego, tu participación hay que destacarla —observó Mellberg—. De hecho, le dije al jefe de policía que tú fuiste un fantástico apoyo en la investigación, pero no me lo recuerdes cuando llegue el momento de negociar una subida de sueldo —bromeó Mellberg entre carcajadas y guiñándole un ojo a Patrik—. Lo único que me preocupa es lo que atañe a la muerte de Johannes Hult. ¿Seguís sin saber quién lo asesinó?
Patrik negó con la cabeza. Hablaron de ello con Jacob, pero él parecía saber tanto como los demás. Su asesinato seguía archivado entre los casos sin resolver, y así permanecería, al parecer.
—Ya sería la guinda que pudierais encajar esa pieza también. Nunca está de más el
cum laude
junto al sobresaliente, ¿no crees? —opinó Mellberg satisfecho, antes de adoptar de nuevo un gesto grave—. Y ni que decir tiene que he tomado nota de vuestras críticas a la actuación de Ernst, pero, considerando los muchos años que lleva en el Cuerpo, creo que debemos mostrarnos generosos y correr un tupido velo, principalmente si consideramos que al final todo salió bien.
Patrik recordó la sensación del dedo temblándole sobre el gatillo, con Martin y Jacob como diana, y la mano en la que sostenía la taza de café empezó a temblarle del mismo modo. Como imbuida de voluntad propia, su mano empezó a alzar la taza y a conducirla, muy despacio, hacia la coronilla revestida de Mellberg. Unos golpecitos en la puerta la detuvieron a medio camino. Era Annika.
—Patrik, te llaman por teléfono.
—¿No ves que estamos ocupados? —farfulló Mellberg.
—Es que creo que le interesa responder —declaró la recepcionista, al tiempo que dedicaba a Patrik una mirada elocuente.
Él la miró inquisitivo, pero ella se negó a adelantarle nada. Una vez en la recepción, señaló el auricular, que estaba sobre el escritorio, y salió al pasillo en un alarde de discreción.
—¿Por qué demonios tienes el móvil apagado?
Patrik miró el aparato, que llevaba en una funda colgada de la cintura, y recordó que estaba descargado y muerto.
—Está sin batería, ¿por qué? —preguntó, sin comprender por qué Erica se enfadaba tanto por algo así. Siempre podía ponerse en contacto con él a través de la centralita.
—¡Porque ya ha empezado! Y no contestabas en el fijo ni tampoco en el móvil y entonces…
Él la interrumpió desconcertado.
—¿Empezado? ¿Qué es lo que ha empezado?
—El parto, despistado… Tengo dolores y he roto aguas. Tienes que venir a buscarme, hemos de salir cuanto antes.
—Pero si no tenía que ocurrir hasta dentro de tres semanas… —aún estaba aturdido por la noticia.
—Ya, pero es evidente que el bebé no lo sabe ¡y ha decidido venir ahora! —le gritó, antes de colgar de golpe.
Patrik se quedó paralizado con el auricular en la mano. Una ridícula sonrisa empezó a asomar a sus labios. Su hijo estaba en camino, un hijo suyo y de Erica.
Con las piernas temblorosas, echó a correr en dirección al coche, cuya puerta intentó abrir un par de veces tirando de la manivela. Alguien le dio unos toquecitos en el hombro. A su espalda estaba Annika, con las llaves del coche en la mano.
—Creo que irá mejor si lo abres primero.
Patrik le arrebató las llaves y, tras un breve gesto de despedida, pisó a fondo el acelerador y puso rumbo a Fjällbacka. Annika se quedó observando las marcas negras de los neumáticos que dejó en el asfalto y, muerta de risa, volvió a su puesto en la recepción.
E
phraim estaba preocupado. Gabriel seguía empecinado en afirmar que era Johannes al que había visto con la chica desaparecida. Él se negaba a creerlo, pero, al mismo tiempo, sabía que Gabriel sería el último en mentir. Para él, la verdad y el orden eran más importantes que su propio hermano y, por esa razón, le costaba tanto dejar de pensar en ello. Él se aferraba sencillamente a la idea de que Gabriel se había equivocado de persona, que la luz del atardecer le había jugado una mala pasada a sus ojos y que las sombras lo habían engañado o algo así. Él mismo admitía que sonaba rebuscado, pero también conocía a Johannes, ese hijo suyo siempre alegre e irresponsable para el que todo era un juego en la vida, y no creía que él fuese capaz de quitarle la vida a nadie.
Apoyado en su bastón, se encaminó hacia Västergården. En realidad, no necesitaba apoyarse en ningún bastón pues, a su propio juicio, su condición física era tan buena como la de un veinteañero, pero pensaba que usar bastón le daba un aspecto elegante. El bastón y el sombrero le otorgaban una apariencia digna de un hacendado, así que los usaba tan a menudo como podía.
Le dolía que Gabriel aumentase la distancia entre ellos año tras año. Sabía que Gabriel creía que él favorecía a Johannes y, en honor a la verdad, tal vez fuese cierto; pero es que Johannes era mucho más fácil de tratar. Su encanto y su carácter abierto inspiraban benevolencia, lo que permitía que Ephraim se sintiese como un patriarca, en el sentido estricto de la palabra. Johannes era alguien a quien podía reprender duramente, alguien que lo hacía sentirse necesario, si no por otro motivo, para clavarle un poco los pies al suelo con tantas mujeres como siempre corrían tras él. Con Gabriel, la cosa era distinta. Siempre miraba a Ephraim con desprecio y este respondía tratándolo con una especie de fría superioridad. Él sabía que el fallo era suyo, en gran medida. Mientras que Johannes saltaba de alegría cada vez que él oficiaba un servicio en el que los chicos podían ser útiles, Gabriel se encogía y deseaba desaparecer. Ephraim lo sabía y asumió la responsabilidad, pero lo hacía por el bien de ambos. Cuando Ragnhild murió, sólo contaban con su verborrea y su encanto para poder comer y vestirse. Fue una afortunada coincidencia que él resultase tener un talento tal y que la desquiciada viuda Dybling le dejase en herencia su finca y su fortuna. Así que Gabriel debería haber considerado más el resultado, en lugar de amargarlo siempre con sus reproches sobre su «terrible» infancia. En efecto, en honor a la verdad, de no ser por su genial idea de utilizar a los niños en sus oficios religiosos, hoy no tendrían todo aquello. Nadie podía resistirse a aquellos dos niños encantadores que, gracias a la providencia divina, tenían la facultad de curar a enfermos y tullidos. Junto con el carisma y el don de la palabra que él mismo poseía, eran invencibles. Sabía que seguía siendo una leyenda en el mundo de las iglesias libres, algo que lo divertía indeciblemente. Le encantaba además el hecho de que la gente lo llamase con el apelativo, cariñoso o no, tanto daba, del «Predicador».
Sin embargo, le sorprendió comprobar la desesperación con que Johannes acogía la noticia de que había perdido el don al crecer. Para Ephraim fue un modo sencillo de terminar con el engaño y para Gabriel supuso un gran alivio. Johannes, sin embargo, lo lamentó profundamente. Ephraim siempre pensó contarles que todo era un invento suyo y que la gente a la que «curaban» era gente sana por completo a la que él pagaba para que participasen en el espectáculo. A medida que pasaban los años, no obstante, empezó a dudar. Johannes podía ser tan frágil… De ahí la preocupación de Ephraim por todo el asunto de la policía y el interrogatorio al que sometieron a Johannes. Su hijo era más débil de lo que parecía y él no estaba seguro de hasta qué punto le afectaría todo aquello. Por eso se le había ocurrido darse un paseo hasta Västergården para tener una charla con su hijo, para tantear cómo se lo estaba tomando.