Cuando el hombre bajó hasta donde ella se encontraba, casi pudo ver su rostro, pese a que no había luz. Lo había visto cuando paró a recogerla en su coche, y esto la aterraba: ella podía identificarlo y sabía qué coche tenía, lo que significaba que él jamás la dejaría salir viva de allí.
Empezó a gritar, mientras él le tapaba la boca con suavidad y le hablaba para tranquilizarla. Una vez convencido de que Jenny no seguiría gritando, retiró la mano de su boca y empezó a desnudarla despacio. La tocaba con fruición, casi con cariño. Jenny oyó que su respiración cambiaba, cada vez más pesada, y cerró los ojos para evitar pensar en lo que venia a continuación.
Después, él se disculpó. Más tarde, vino el dolor.
E
l tráfico en verano era criminal. La irritación de Patrik crecía a medida que dejaba atrás los kilómetros y cuando por fin llegó al aparcamiento del hospital de Uddevalla, respiró hondo varias veces para calmarse. Él no era, por lo general, de los que se enojaban con las caravanas que ocupaban toda la calzada ni con los turistas que conducían despacio, para ir señalando lo uno y lo otro, sin tener en cuenta la cola que iba formándose a sus espaldas. Sin embargo, la decepción del resultado de los análisis había contribuido considerablemente a reducir su nivel de tolerancia.
Apenas pudo dar crédito a sus oídos. Ninguno de los resultados coincidía con el esperma hallado en el cuerpo de Tanja. Estaba tan convencido de que tendrían la respuesta en cuanto llegasen los análisis que aún no se había repuesto por completo de la sorpresa. Algún familiar de Johannes Hult había asesinado a Tanja, eso era un hecho insoslayable, pero no era ninguno de los familiares conocidos.
Presa de la mayor impaciencia, marcó el número de la comisaría. Annika iba a llegar algo más tarde de lo habitual y tuvo que esperar hasta que estuviese en su puesto.
—Hola, soy Patrik. Oye, perdona si sueno estresado, pero ¿podrías decirme lo antes posible si hay más miembros de la familia Hult en la zona? Me refiero concretamente a algún hijo de Johannes Hult nacido fuera del matrimonio.
La oyó tomar nota y cruzó los dedos. Era su último recurso, tal y como estaban las cosas, y esperaba con todas sus fuerzas que encontrase a alguien. De lo contrario, no les quedaba más que sentarse a meditar.
No dudaba en admitir que le gustaba la primera teoría que se le había ocurrido durante el viaje a Uddevalla: que Johannes tuviese en el pueblo algún hijo desconocido por ellos. Teniendo en cuenta lo que sabían de él, no parecía imposible, sino tanto más verosímil cuanto más lo pensaba. Además, podría ser un móvil para el asesinato de Johannes, se decía Patrik, sin saber con exactitud cómo atar los cabos. Los celos son un excelente móvil de asesinato y el modo en que murió podía encajar con esa teoría: un homicidio impulsivo, no premeditado; un ataque de ira, de celos, que acabó produciendo la muerte de Johannes.
¿Qué relación guardaba eso con los asesinatos de Siv y Mona? Esta era una pieza que aún no había logrado encajar en el rompecabezas, pero sobre la que las pesquisas de Annika tal vez pudiesen arrojar cierta luz.
Cerró la puerta del coche y se encaminó a la entrada principal. Después de buscar un rato y con la ayuda de algunos empleados, logró encontrar por fin la sección adecuada. En la sala de espera había tres personas a las que él quería ver y que, como pajarillos posados sobre un cable del tendido eléctrico, halló sentadas una junto a otra, mudas y absortas, con la mirada perdida. Sin embargo, se percató del destello de esperanza que afloró a los ojos de Solveig al verlo. Con gran esfuerzo, se levantó de la silla y se le acercó pausadamente. Tenía aspecto de no haber dormido en toda la noche, como era lógico. Llevaba la ropa arrugada y olía a sudor, el cabello grasiento y enredado, y los ojos castigados por unas profundas y marcadas ojeras. Robert daba la misma impresión de agotamiento, aunque no parecía tan estragado como Solveig. Tan sólo Linda parecía estar bien, aseada y con la mirada limpia, aún ignorante de la noticia que acababa de asolar su hogar.
—¿Tenéis algo ya? —le preguntó Solveig a Patrik tirándole ligeramente del brazo.
—Lo siento, no, no sabemos nada más. Y vosotros, ¿se han pronunciado los médicos?
Robert negó con un gesto.
—No, siguen operando. Al parecer, algo le presionaba el cerebro. Creo que están abriéndole la cabeza. Mucho me extrañaría que encontraran un cerebro dentro.
—¡Robert!
Solveig le gritó indignada y le lanzó una mirada hostil, pero Patrik comprendió sin dificultad qué pretendía el muchacho: ocultar su temor y aliviar la presión bromeando al respecto. Un método que también a él solía darle buen resultado.
Patrik se sentó en uno de los artilugios, a medio camino entre silla y sillón, que quedaban libres en la sala. Solveig también volvió a sentarse.
—¿Quién ha podido hacerle tal cosa a mi pequeño? —se lamentaba meciéndose angustiada hacia delante y hacia atrás—. Lo vi cuando lo sacaban del cobertizo. Parecía otra persona, no había más que sangre por todas partes.
Linda dio un respingo, horrorizada. Robert no se inmutó. Patrik se fijó en sus vaqueros negros y en la camiseta, y observó que aún tenía grandes manchas y restos de la sangre de Johan.
—Entonces, ¿no oísteis ni visteis nada ayer por la noche?
—No, ya se lo hemos dicho a los otros policías —respondió Robert indignado—. ¿Cuántas veces vamos a tener que repetirlo?
—De verdad que lo siento, pero tengo que hacer las mismas preguntas. Tened un poco de paciencia, os lo ruego.
La compasión que denotaba su voz era auténtica. En situaciones como esta, el oficio de policía resultaba difícil, pues se veían obligados a inmiscuirse en la vida de las personas cuando éstas tenían otros asuntos más importantes en los que pensar. Sin embargo, y por inesperado que pudiera parecer, Solveig vino en su ayuda.
—Robert, haz el favor de colaborar. Comprenderás que debemos hacer lo que podamos por ayudarles a atrapar al que le hizo esto a nuestro Johan —le advirtió antes de dirigirse a Patrik.
—A mí me pareció oír un ruido poco antes de que me llamase Robert, no sé si antes o después de que lo encontrara.
Patrik asintió y le preguntó a Linda.
—¿Tú no verías a Jacob ayer noche, no?
—No —respondió Linda desconcertada—. Yo estaba en la finca y supongo que él estaba en Västergården. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque parece ser que anoche no llegó a casa y pensé que tal vez tú lo habrías visto.
—No, ya te digo que no lo vi. Pero pregúntales a mis padres.
—Sí, ya lo hemos hecho y ellos tampoco lo han visto. No sabrás tú de algún lugar donde pudiera estar, ¿verdad?
Linda empezaba a dar muestras de preocupación.
—Pues no, ¿dónde iba a estar? —Después pareció tener una idea—. ¿Habrá ido a Bullaren a pasar la noche? Claro que nunca lo había hecho antes, pero…
Patrik se dio un puñetazo en la pierna. ¡Cómo habían podido ser tan torpes para no pensar en la granja de Bullaren! Se excusó y llamó a Martin, que le aseguró que iría allí a comprobarlo inmediatamente.
Cuando volvió a la sala de espera, el ambiente había cambiado de forma notable. Mientras él hablaba con Martin, Linda había llamado a casa desde su móvil. Y ahora lo miraba con toda su rebeldía adolescente.
—¿Qué es lo que está pasando, eh? Mi padre dice que Marita os llamó para denunciar la desaparición de Jacob y que los otros dos policías han estado haciéndoles un montón de preguntas sobre el asunto. Mi padre está muy preocupado —afirmó con los brazos en jarras delante de Patrik.
—Aún no hay motivo de preocupación —repitió, como Gösta y Martin hicieran en la finca—. Lo más probable es que tu hermano haya decidido apartarse un tiempo para estar en paz, aunque nosotros tenemos que tomarnos todas las denuncias por desaparición con la misma seriedad.
Linda lo observaba con desconfianza, pero pareció dejarse convencer por la respuesta. Después dijo en tono sereno:
—Mi padre me habló también de Johannes… ¿Cuándo tenías pensado decírselo? —preguntó señalando con la cabeza a Solveig y a Robert.
Patrik no pudo por menos de admirar fascinado el arco que su larga y rubia melena describió en el aire. Después se recordó a sí mismo la edad que tenía la joven y se hizo enseguida la reflexión de si el cambio que suponía formar una familia no habría desatado en él cierta tendencia a comportarse como un viejo baboso.
Le respondió en el mismo tono discreto.
—Pensábamos esperar un poco. Ahora no me parece el momento idóneo, teniendo en cuenta el estado de Johan.
—Te equivocas —objetó Linda con calma—. Ahora es cuando necesitan oír una buena noticia. Y, créeme, conozco a Johan lo bastante para saber que el que Johannes no se quitase la vida cuenta como una buena noticia en esta familia. De modo que si no lo cuentas tú, lo haré yo.
«Menuda arrogante», pensó Patrik, aunque hubo de admitir que tenía razón. Tal vez ya hubiese esperado demasiado para contarlo y, en realidad, tenían derecho a saberlo.
—Solveig, Robert, sé que tuvisteis vuestras objeciones a la exhumación del cadáver de Johannes.
Robert saltó de la silla como un rayo.
—¿Qué te pasa, no estás en tus cabales? ¿Vas a sacar a relucir ese asunto otra vez? ¿Te parece que no tenemos ya bastantes problemas?
—Siéntate, Robert —rugió Linda—. Yo sé lo que tiene que deciros y, créeme, es algo que querréis saber.
Boquiabierto ante el hecho de que su joven prima le diese órdenes tan contundentes, Robert obedeció y guardó silencio. Patrik continuó mientras Solveig y Robert lo miraban con encono, al evocar el recuerdo de la humillación que supuso ver cómo perturbaban el descanso de su padre y marido.
—Bien, pedimos una autopsia de un forense…, eh…, para que examinase el cadáver rigurosamente; y resulta que encontró algo interesante.
—¿Interesante? —bufó Solveig—. ¡Vaya manera de decirlo!
—Sí, tendréis que disculparme, pero no hay mejor modo de calificarlo. Johannes no se suicidó, fue asesinado.
Solveig contuvo la respiración y Robert se quedó helado, incapaz de moverse.
—¿Pero qué dices, hombre? —Solveig le tomó la mano a Robert y él no opuso resistencia.
—Lo que acabas de oír. Johannes murió asesinado, no se quitó la vida.
Los enrojecidos ojos de Solveig estallaron en llanto y su inmenso cuerpo empezó a temblar en tanto que Linda miraba a Patrik triunfante. Eran lágrimas de alegría.
—Lo sabía —sentenció Solveig—, sabía que él no haría tal cosa. Y la gente que decía que se había suicidado porque había matado a aquellas dos muchachas… Ahora tendrán que tragárselo. Seguro que el que mató a las chicas y el que acabó con mi Johannes es el mismo. Tendrán que pedirnos perdón de rodillas. Tantos años como llevamos…
—Mamá, déjalo —la reconvino Robert irritado, como si no hubiese comprendido del todo lo que Patrik acababa de decir. Sin duda, necesitaba más tiempo para asimilarlo.
—¿Qué pensáis hacer para atrapar al asesino de Johannes? —preguntó Solveig impaciente.
Patrik se retorcía por dentro.
—Pues… no será tan fácil, ¿sabes? Han pasado ya muchos años y no se conserva ninguna prueba sobre la que investigar; pero, por supuesto, haremos cuanto podamos, todo lo que esté en nuestra mano; es cuanto puedo prometer.
Solveig resopló irónica:
—Claro, me lo imagino. Poned el mismo empeño en encontrar a su asesino como pusisteis en intentar acusarlo y seguro que no habrá problema. Y la disculpa que más me interesa ahora mismo es, precisamente, la vuestra.
Reprendía con el dedo a Patrik de tal modo que éste decidió que había llegado el momento de marcharse, antes de que la situación degenerase. Intercambió con Linda una mirada elocuente y la joven le indicó discretamente que se marchase. Antes de hacerlo, le hizo una última advertencia:
—Linda, si sabes algo de Jacob, prométeme que nos llamarás inmediatamente. Aunque creo que tienes razón, estará en Bullaren.
Linda asintió, pero la preocupación seguía empañando sus ojos.
A
cababan de estacionar el coche en el aparcamiento de la comisaría cuando Patrik llamó. Martin volvió a salir a la carretera en dirección a Bullaren. Después de una soportable y fresca mañana, el calor empezaba a hacer subir de nuevo el mercurio del termómetro, así que aumentó un punto el ventilador. Gösta se tiraba del cuello de la camisa de manga corta.
—Si por lo menos dejase de hacer este maldito calor…
—Sí, claro, en el campo de golf no te quejas tanto, ¿eh? —rió Martin.
—Bueno, pero eso es otra cosa —protestó Gösta. El golf y la religión eran dos categorías de su mundo con las que no se podía bromear. Por un instante, deseó estar trabajando con Ernst. Cierto que era más productivo hacerlo con Martin, pero debía admitir que la ociosidad que impregnaba el trabajo con Lundgren le gustaba más de lo que pensaba. Claro que Ernst tenía sus cosas, pero, por otro lado, no protestaba nunca si Gösta se escaqueaba unas horas para practicar un poco de golf.
Sin embargo, enseguida vio ante sí la foto de Jenny Möller y lo invadieron los remordimientos. Durante unos segundos de clarividencia, se vio convertido en un viejo cascarrabias, que guardaba un terrible parecido con su propio padre anciano y, si seguía así, acabaría, tarde o temprano, como su padre: solo en el sofá de una residencia de ancianos, murmurando todo el día sobre viejas injusticias cometidas con él, aunque sin hijos que fuesen a verlo puntualmente de vez en cuando.