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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

Los griegos (10 page)

Los nobles atenienses tenían suficiente inteligencia para comprender que era mejor perder algunos privilegios pacíficamente que perderlo todo por la violencia.

Entre ellos estaba Solón, un noble de la vieja familia real que se había enriquecido con el comercio y, por añadidura, era un hábil poeta. Bien nacido, rico y talentoso, era también un hombre sabio, bondadoso y honesto, a quien disgustaba la injusticia.

En 594 a. C. fue nombrado arconte y recibió la tarea de revisar las leyes. Y lo hizo con tan buen resultado que se ganó el derecho a ser incluido en la posterior lista griega de los Siete Sabios. (Más aún, la palabra «solón» llegó a ser usada como sinónimo de «legislador», y en Estados Unidos frecuentemente se la usa para designar a un miembro del Congreso.)

Solón comenzó aboliendo todas las deudas, para que el pueblo pudiera empezar de nuevo. Acabó con la práctica de esclavizar a la gente por deudas, y liberó a los que ya habían sido esclavizados. Los que habían sido vendidos fuera del Ática fueron trasladados de nuevo a su tierra a expensas del tesoro público. Después acabó con las penas de muerte establecidas por Dracón, salvo en caso de asesinato. Además, creó nuevos tribunales, formados por ciudadanos ordinarios. Las personas que, al comparecer ante el Areópago dominado por los nobles, se sentían tratadas injustamente, podían entonces apelar a los tribunales populares, en los que podían esperar mayor simpatía hacia su caso.

Solón también intentó algunas reformas económicas. Trató de establecer precios más bajos mediante una variedad de métodos. Desalentó la exportación de alimentos y estimuló la inmigración a Atenas de trabajadores cualificados de otras ciudades griegas.

Además, reorganizó el gobierno ateniense y dio mayor participación en él al pueblo común. En lugar de unos pocos oligarcas que elegían a todos los funcionarios y decidían todas las cuestiones, creó una Asamblea que elaboraría las leyes y cuyos miembros provendrían de todos los sectores del pueblo.

Al permitir que el pueblo común participase en las reuniones de la Asamblea, Solón dio un paso importante hacia el «gobierno por el pueblo», es decir, la «democracia».

Sin duda, sólo parcialmente avanzó Solón hacia la democracia. El pueblo ateniense aún estaba dividido en cuatro clases sobre la base de la riqueza, y los arcontes sólo podían ser elegidos en las dos clases superiores. Las clases inferiores todavía no tenían derechos, excepto el de sentarse en la Asamblea.

Más aún, el único tipo de riqueza reconocido era el territorial. Los artesanos hábiles, por prósperos que fuesen, no eran admitidos en el grupo gobernante.

Pero esos primeros pasos hacia la democracia fueron infinitamente valiosos. Las leyes de Solón fueron un enorme progreso, con respecto a la situación anterior. El peligro de rebeliones violentas desapareció por un tiempo, pues Solón había demostrado que había una alternativa a la oligarquía diferente de la tiranía. Atenas ofreció la democracia como alternativa, y por eso solo merece la eterna gratitud del mundo moderno.

Pisístrato

Pero seguía la guerra con Megara, que ya duraba medio siglo. Se había atenuado su intensidad, sobre todo después de la muerte de Teágenes, pero no había una paz completa.

En particular, era una fuente de encono la cuestión de Salamina. Se trataba de una pequeña isla del golfo Sarónico, situada justamente en el punto en que las costas occidentales del Ática se curvaban y fundían con las de Megara. Estaba a sólo un kilómetro y medio de la costa y podía ser vista desde Eleusis o desde Megara. En tiempos de Dracón y Solón pertenecía a Megara.

Pero los atenienses pensaban que tenían derecho a ella, y citaban La Ilíada en apoyo de su pretensión. En esa obra, Salamina estaba representada por el héroe Áyax, sólo inferior a Aquiles como guerrero. De algunos versos del poema (que Megara consideraba espurios), Atenas deducía que había una especial relación entre Áyax y los atenienses y que, por tanto, Salamina formaba parte del Ática.

Pero los intentos atenienses de apoderarse de la isla habían fracasado y parecían haber renunciado a ella. Indignado, el anciano Solón los acicateó. Afortunadamente, era polemarca el primo segundo de Solón, Písístrato. Hombre encantador y capaz, condujo las fuerzas atenienses a la conquista de Salamina en 570 a. C. y la anexó permanentemente al Ática. Se dio fin triunfalmente a la guerra con Megara, y ésta fue en lo sucesivo una potencia secundaria que nunca más volvió a ser una amenaza para Atenas.

Pero había amenazas internas. Las reformas de Solón no fueron en absoluto aceptadas corno definitivas por todos los atenienses: aún se oponían a ellas las familias nobles. Bajo la conducción de Milcíades, esperaban reconquistar su viejo poder.

A ellas se oponían las clases medias, que aceptaban las reformas de Solón. Este grupo estaba dirigido por uno de los Alcmeónidas. Solón había permitido que la familia retornase pese a la maldición, pero seguían siendo unos proscriptos entre los oligarcas. A causa de esto, y en agradecimiento a Solón, en lo sucesivo se adhirieron a la democracia.

También había atenienses para quienes Solón había ido demasiado lejos. Pisístrato, el triunfante conquistador de Salamina, se puso al frente de ellos, y también otros se mostraron dispuestos a seguir al atractivo general.

Pisístrato reunió a su alrededor una guardia de corps con el pretexto de que se intentaba asesinarle y luego, en 561 a. C., se apoderó de la Acrópolis. Más afortunado que Cilón, Pisístrato pudo afirmarse como tirano de Atenas, al menos durante un tiempo.

Solón vivió lo suficiente para contemplar esos sucesos, pues murió en 560 a. C., a la edad de unos setenta años. Seguramente pensó que la obra de su vida estaba arruinada.

En realidad, no fue así. La dominación de Pisístrato no era suficientemente firme como para que intentase imponer un gobierno despótico, aunque ésta hubiera sido su tendencia. De hecho, en dos ocasiones fue temporariamente despojado del poder. Por lo tanto, debía actuar muy cuidadosamente. En el interior, mantuvo las leyes de Solón y hasta las liberalizó. En el exterior, mantuvo la paz con sus vecinos.

Sin embargo, intentó un golpe militar en el Norte. Atenas se había convertido en una tierra de agricultura especializada; cultivaba vides y olivos (que eran más provechosos) e importaba cereales del mar Negro. Era importante para Atenas proteger los caminos de navegación entre ella y el mar Negro, pues era su «cordón umbilical», En particular, necesitaba controlar (en la medida de lo posible) los estrechos entre el Egeo y el mar Negro.

Algunos decenios antes había logrado establecer un puesto en Sigeo, cerca del sitio de la antigua Troya, en la parte asiática del Helesponto. Ese territorio era lesbio, y el tirano Pítaco de Lesbos derrotó a las fuerzas atenienses y las expulsó del lugar, Ahora, bajo Písístrato, Sigeo fue reconquistada.

Luego también envió un contingente ateniense al Quersoneso Tracio para ayudar a los nativos en una guerra que estaban librando. El Quersoneso Tracio (que significa península Tracia) es una estrecha lengua de tierra, de unos cien kilómetros de largo, en el lado europeo del Helesponto. (En tiempos modernos se le llama la península de Gallípoli.)

Como jefe del contingente eligió a Milcíades, su viejo enemigo político. Sin duda, Pisístrato pensaba de este modo librarse de él. Los atenienses obtuvieron la victoria y en 556 a. C. Milcíades se erigió en tirano de toda la península. Así, Atenas llegó a dominar ambos lados del Helesponto y su cordón umbilical estaba mucho más seguro.

Pisístrato, como era típico de los tiranos, protegía la cultura. Hizo editar cuidadosamente los libros de Homero en la forma en que ahora los conocemos. Construyó templos en la Acrópolis y dio comienzo al proceso que, en un siglo más, iba a convertirla en una de las maravillas del mundo.

También introdujo nuevas fiestas y dio un carácter más elaborado a las antiguas. En particular, estableció una nueva fiesta en honor de Dioniso. Estas incluían procesiones de sátiros, que representaban a seres míticos mitad hombres y mitad machos cabríos. Estos cantaban trago idea («canciones de machos cabríos») en alabanza a Dioniso.

Esas «canciones de machos cabríos» eran cantos alegres y bulliciosos, pero más tarde los poetas comenzaron a escribir versos serios para la fiesta, y hasta grandiosos y conmovedores. En una poesía solemne, relataban los viejos mitos y los usaban para indagar los misterios del Universo. Y aún los llamamos «canciones de machos cabríos», pues son lo que en castellano llamamos «tragedias».

Originalmente, las tragedias consistían en coros que cantaban al unísono o por partes. Pero en tiempo de Pisístrato, un poeta ateniense llamado Tesis tuvo la osadía de escribir piezas para las fiestas dionisíacas en las que, de tanto en tanto, el coro callaba mientras un único personaje cantaba solo, relatando y representando una historia tomada de los viejos mitos. Este hombre fue el primer actor, y aún hoy nos referimos [en inglés] a veces a un actor, medio en broma, como a un «espían».

Pisístrato murió en 527 a. C. Fue hasta el fin un tirano amable y bondadoso.

Clístenes

Después de la muerte de Pisístrato, sus dos hijos, Hipáis e Hiparco, le sucedieron en la tiranía y gobernaron juntos fraternalmente. Durante algunos años continuaron la política de su padre y Atenas siguió siendo una ciudad que alentaba las artes. Poetas y dramaturgos de todo el mundo griego acudían a Atenas, donde tenían asegurado el apoyo y la ayuda de los tiranos cultos. Por ejemplo, el poeta Anacreonte, de Teos, fue invitado a Atenas por Hiparco después de la muerte del anterior mecenas del poeta, Polícrates, de Samos.

Pero los años de la tiranía moderada en Atenas estaban llegando a su fin. Dos jóvenes atenienses, Harmodio y Aristogitón, tuvieron una disputa privada con Hiparco que, en verdad, no tenía nada que ver con la tiranía, y en 514 a. C. decidieron asesinarlo. Hubiera sido insensato asesinar a un tirano y dejar vivo al otro para que vengara esa muerte, de modo que planearon asesinar a ambos.

Las cosas no sucedieron como las habían planeado. Los conspiradores creyeron que habían sido traicionados y, presas de pánico, dieron el golpe prematuramente. Lograron matar a Hiparco, pero Hipias escapó y, desde luego, se tomó la venganza. Harmodio y Aristogitón fueron ejecutados.

Ese asesinato amargó a Hipias. Después de trece años de gobierno apacible, aprendió los hechos desagradables de la vida: que los tiranos viven en un peligro cotidiano. Se hizo cada vez más receloso de todos e inició un reinado del terror.

El espíritu de rebelión de los atenienses creció bajo la tiranía, lo cual brindó una oportunidad a los Alcmeónidas, a quienes Pisístrato había desterrado nuevamente en los últimos tiempos de su gobierno. El jefe de la casa era ahora Clístenes, nieto de Megacles.

Clístenes empezó por congraciarse con las autoridades de Delfos construyendo un hermoso templo para ellos a expensas de su familia. Esto indujo al oráculo a aconsejar a los espartanos que ayudasen a los atenienses a conquistar su libertad, y los espartanos se hallaban totalmente dispuestos a hacerlo. Ahora que constituían la potencia militar suprema, habían dado fin a todas las tiranías del Peloponeso y restaurado las oligarquías. Estaba en su interés hacer lo mismo en el Ática.

En el 510 a. C., el rey espartano Cleómenes I marchó sobre el Ática, derrotó a Hipias y lo envió al exilio. Por supuesto, los espartanos no hicieron esto por nada. Antes de marcharse, exigieron que Atenas se incorporase oficialmente a la lista de los aliados de Esparta. Indudablemente, Cleómenes esperaba que se restablecería la oligarquía en Atenas.

Pero Clístenes y los Alcmeónidas, gracias a la antigua maldición, eran demócratas, y no sólo defendieron la constitución de Solón, sino que dieron nuevos pasos el camino hacia la democracia. Los oligarcas, al ver que el pueblo estaba en su mayoría de parte de Clístenes, llamaron nuevamente a los espartanos en su ayuda, afirmando que el Alcmeónida, por hallarse bajo una maldición, debía ser expulsado.

Cleómenes volvió en 507 a. C. y los Alcmeónidas se marcharon. Pero esta vez Cleómenes había juzgado erróneamente la situación. Estaba demasiado orgulloso de sus espartanos, quizá, y despreciaba demasiado lo que debe de haber considerado el populacho ateniense. Su contingente era realmente demasiado pequeño para la tarea; hubo un levantamiento general de la población y fue sitiado en la Acrópolis. Frustrado, Cleómenes convino en marcharse y volver a Esparta.

Clístenes volvió en triunfo y logró establecer un nuevo sistema político. Dividió el Ática en un complicado conjunto de grupos que, en general, ignoraba las anteriores divisiones en tribus y clases. Su propósito era impedir que la gente se considerase como miembros de esas viejas divisiones. Los nuevos grupos artificiales no tenían asidero en sus afectos, de modo que no les quedaba más que sentirse sencillamente atenienses.

También incrementó la intervención de las clases más pobres en el gobierno. (Con todo, y pese a la creciente libertad que reinó en Atenas, siguió habiendo esclavos en el Ática, como en todas las regiones del mundo antiguo. Los esclavos no tenían ningún derecho y a veces eran tratados con cruda brutalidad aun en las más ilustradas ciudades griegas. Esta es una mancha de la civilización griega que es imposible borrar: no que existiera la esclavitud, sino que fueran siempre tan pocos los griegos que veían algo malo en ella.)

En años posteriores, los atenienses convirtieron el derrocamiento de la tiranía en un gran drama. Restaban importancia (con embarazo) al papel de los espartanos y, en cambio, hacían grandes héroes de los asesinos atenienses Harmio y Aristogitón, aunque su conspiración había fracasado y la habían emprendido por indignas razones personales. Los atenienses también exageraban la crueldad de Hipias y contribuyeron a hacer odioso el nombre de «tirano».

Y en verdad, parecería que la caída de la tiranía y el establecimiento de la democracia hubiese llenado a los atenienses de una enorme energía y autoconfianza que arrollaba con todo. Durante el siglo siguiente, la fortuna pareció sonreírles en casi todo lo que hacían.

Por ejemplo, fueron en ayuda de la pequeña ciudad beocia de Platea, situada inmediatamente al norte de la frontera del Ática. Platea se consideraba habitada por hombres que descendían de los que habían vivido allí antes de la ocupación de Beocia de seis siglos antes. Por ello, se negaban a incorporarse a la Confederación beocia y a reconocer el liderazgo tebano. Atenas los ayudó a fortalecer este rechazo.

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