—¿Qué? —preguntó Tamsyn—. Pero ¿de qué va?
—Sigue leyendo —dijo Josh sonriendo.
—¿Que cómo estás? —murmuró Tamsyn—. Yo te voy a decir cómo...
—Ja, ja, ja —saltó Josh—. Es todo un caballero. —Miró la pantalla atentamente—. ¡Qué interesante!
—¿De qué se trata?
—Desplaza el cursor hacia abajo.
La muchacha apretó la tecla de la flecha inferior del teclado y entonces vio que el mensaje no acababa ahí.
—¿Qué significa esto?
—Creo que quiere decir que se ha hecho un lío.
Copiado a:
[email protected] (Tom Peterson)
[email protected] (Lauren King)
[email protected] (Mitch Zanelli)
—Me parece que ha mandado el mensaje a estas otras personas. Seguro que ahora se están riendo de él. Ha olvidado desactivar la lista de copias. Por eso aparece esto al final.
Tamsyn observó la pantalla atentamente.
—Oye, ¿AU al final de la línea de Tom se refiere a Australia? ¿El país?
—Sí —asintió Josh—. Y esa Lauren está en Canadá: CA, y Mitch es sólo COM, lo cual quiere decir que está en Estados Unidos.
—Pues este ZMASTER tiene muchos contactos, ¿no? —dijo Tamsyn antes de responder a las explicaciones de Josh—. Pero ¿por qué crees que el hecho de que veamos esa lista es un error?
—Porque, pareces tonta —aseguró Josh, llevándose el dedo índice a la nariz—, porque así puedes aprovecharte de él.
—¿Cómo?
—Enviando mensajes a quienes sean estos Tom, Lauren y Mitch simulando que son de ZMASTER.
—¿Y qué les digo? ¿Que me acaba de tocar la lotería y que voy a repartir el dinero entre ellos?
—Sí —sonrió Josh—. Algo así. ¡Oh, ya lo sé!
Josh se sentó frente al ordenador y empezó a teclear a una velocidad de vértigo.
Querida Lauren:
¡Hola! ¿Podrías hacerme un favor? No sé por qué razón tengo problemas para bajarme
David Copperfield
de la biblioteca de obras clásicas. ¿Podrías bajarlo y enviármelo por FTX? Muchas gracias.ZMASTER
Cuando acabó hizo una reverencia.
—¿Qué te parece?
—¿Y eso de qué sirve? —preguntó Tamsyn encogiéndose de hombros.
—¿Que de qué sirve? —dijo él—. ¿Sabes lo largo que es
David Copperfield
?
—Pues claro —replicó Tamsyn—. Lo acabo de leer, recuérdalo. Tiene más de ochocientas páginas.
—Lo cual significa —prosiguió Josh haciendo hincapié en sus palabras— que llenará el disco duro de ZMASTER. ¡Con tres copias del libro quedará colapsado! ¿Qué te parece?
Cuando Tamsyn consiguió hacerse a la idea de lo que aquello implicaba, se le iluminó la mirada. Inclinándose hacia él, apartó el teclado de sus manos y se lo acercó.
—¡Pues entonces no es justo que sólo te diviertas tú! ¡Venga, deja que envíe el mensaje a los demás!
Manor House
Viernes, 24 de octubre, 8.40 horas
Los cierres metálicos del maletín del señor Zanelli se abrieron con un chasquido. Al ver la sonrisa de su padre, Rob supuso qué había traído.
—Hoy traigo buenas noticias —afirmó el señor Zanelli.
—Ayer editamos el
gold
—intervino su esposa al entrar en el dormitorio de Rob y unirse a ellos.
—Así que ha llegado el momento de la superstición —afirmó el padre.
Extrajo un disquete negro que no parecía normal y corriente, aunque Rob sabía que no lo era en absoluto.
—Tráenos suerte —dijo la señora Zanelli—. Pruébalo, como siempre.
—Y espero que no encuentres errores —explicó el señor Zanelli—. Eso no nos iría nada bien. Tenemos muy poco tiempo para la fabricación estando como está.
Rob examinó el disquete que sostenía su padre. En la etiqueta escrita a mano se leía «
La fascinación del laberinto
». Se trataba del último juego de ordenador de GAMEZONE, en el que Rob sabía que la empresa de sus padres había estado trabajando durante meses.
Ésta era la prueba final. Tal como el señor Zanelli había dicho, se había convertido en una especie de superstición.
Primero desarrollaban un juego nuevo, lo probaban hasta estar seguros de que era perfecto. A continuación, editaban lo que se llamaba
gold
, un único disquete con la versión acabada del programa. Entonces lo llevaban a casa para que Rob lo probara durante una semana. Si él no era capaz de encontrar un error, suponían que ninguna otra persona podría.
Tres años atrás, el señor Zanelli lo había hecho a modo de broma, pero Rob había detectado un error en el programa inmediatamente. Si el juego se hubiera comercializado, GAMEZONE habría tenido que gastarse miles de libras en arreglarlo.
El señor Zanelli le entregó el disquete a Rob.
—Guárdalo como si te fuera la vida en él —dijo medio en broma.
—Por supuesto —respondió Rob. Entonces lo lanzó a su cama de cualquier manera.
—¡Rob!
—Lo sé, lo sé —contestó él.
No era necesario que le dijeran lo valioso que era aquel disquete. Todas las empresas de juegos de ordenadores estarían dispuestas a pagar altas sumas de dinero por saber qué contenía. Conseguir que los juegos que estaban en preparación fueran secretos les suponía un problema constante. No hacía mucho tiempo, habían pillado a un empleado de GAMEZONE intentando entrar a escondidas en el ordenador de desarrollo. Supusieron que quería copiar lo que había en él e intentar venderlo.
El timbrazo de la puerta delantera los interrumpió de golpe.
—Debe de ser Elaine —dijo la señora Zanelli. Se inclinó para darle un beso de despedida a su hijo—. Hasta la tarde.
El señor Zanelli la siguió al exterior pero se detuvo en la puerta.
—No lo vas a dejar ahí, ¿verdad? —preguntó dirigiendo la mirada al disquete que yacía en la cama de Rob.
—¡Tranquilízate, papá! —dijo Rob sonriendo—. Lo probaré en cuanto Elaine me deje descansar un poco.
Cuando el señor Zanelli se marchó, Rob reunió^ sus libros.
Oyó que sus padres hablaban con la profesora un momento puesto que el murmullo de sus voces le llegaba desde el vestíbulo. Luego oyó que se cerraba la puerta principal.
Rob cogió el disquete de encima de la cama y lo observó. «
La fascinación del laberinto
». Suena bien, pensó. Era algo que ansiaba ver, sería un alivio para él después de las clases.
Cerró la puerta tras de sí y se dirigió al salón pasando por el vestíbulo.
10.15 horas
Su oportunidad llegó antes de lo previsto. El timbre de la puerta de entrada sonó cuando llevaban una hora hablando del personaje de Shylock en
El mercader de Venecia
de Shakespeare. Rob echó un vistazo al panel de seguridad que había en la pared del salón, igual al del resto de estancias de la casa.
Elaine Kirk dejó de darle vueltas a uno de los caros anillos de oro que llevaba, algo que Rob le había visto hacer durante toda la mañana, y se puso en pie enseguida.
—Voy a ver quién es —dijo. Salió del salón rápidamente y cerró la puerta detrás de ella.
Rob se sorprendió. Una de las normas más estrictas de su padre era que, cuando él no estuviera en casa, siempre había que utilizar el interfono de seguridad.
Elaine regresó enseguida.
—Una colecta para la beneficencia —sonrió—. Le he dado una libra y se ha marchado contento.
¿Y por qué no había oído voces?
Rob se olvidó pronto de aquella pregunta cuando la profesora le dijo:
—¿Por qué no descansas un rato, Rob? Empezaremos otra vez a las... —consultó su reloj—, once. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —convino Rob no sin cierta extrañeza. Normalmente hacían una pausa a esa hora, pero sólo durante quince minutos como mucho.
Ella le abrió la puerta del salón.
—¿Por qué no...? No sé, vé a conectarte un rato. Sí, es una buena idea. Ya te avisaré cuando esté preparada.
Rob volvió a cruzar el vestíbulo de camino a su habitación sin dejar de preguntarse cuál era la causa de que su profesora se mostrara tan generosa con él. Fuera cual fuese la razón, un rato libre era un rato libre y no iba a discutir por eso.
Al cabo de cinco minutos ya estaba conectado; a Internet y ya había abierto el programa de correo electrónico. Había un mensaje de Lauren y, por alS guna razón extraña, dos archivos muy extensos de Mitch y Tom.
Primero leyó la nota de Lauren y entonces lo entendió todo.
Debajo, Lauren había insertado el mensaje que Josh y Tamsyn le habían enviado.
—¡Oh, muy buena! —dijo Rob, echándose a reír.
Con un par de órdenes rápidas, el muchacho eliminó los archivos que Mitch y Tom le habían hecho llegar. Supuso que contenían la novela de Charles Dickens. Habrían leído sólo el mensaje y no se habían percatado de la dirección de origen, tal como había hecho Lauren.
—¡Muy buena, Tamsyn! —repitió—. Me parece que estás empezando a gustarme.
Abrió un documento nuevo. Cuando apareció en pantalla la página en blanco, Rob se recostó en su silla y se puso a pensar. ¿Qué debía decirle a Tamsyn esta vez?
Fue entonces cuando oyó un débil susurro procedente del vestíbulo.
—¿Elaine? —preguntó en voz alta—. ¿Eres tú?
El murmullo dejó de oírse rápidamente. Oyó los pasos de la profesora acercándose a su habitación.
—¿Me has llamado, Rob? —dijo asomando la cabeza por la puerta.
—Me ha parecido que hablabas. ¿Hay alguien en casa?
—¿Alguien? No, claro que no. —Elaine esbozó una sonrisa—. Deben de ser imaginaciones tuyas, Rob. ¿Seguro que ese ordenador no habla?
Rob alzó la vista hacia ella. Parecía un tanto incómoda a pesar de llevar un traje nuevo muy elegante. Además, estaba dándole vueltas al anillo otra vez, igual que antes de que llamaran al timbre.
En ese momento, al recordar lo que le había dicho después de ir a ver quién había llamado, se dio cuenta de que le había mentido. «Le he dado una libra y se ha marchado contento», eso es lo que había dicho. Pero ¿cómo? ¡Si no había cogido el bolso!
Y, ¿por qué no había utilizado el interfono de seguridad? ¿Es que estaba esperando a alguien?
Rob se dirigió a la puerta, pero Elaine Kirk le bloqueó el paso.
—¿Adonde vas?
—A dar una vuelta —dijo Rob—. Estoy en mi casa, ¿sabes?
La profesora se apartó no muy convencida.
—No me crees, ¿verdad? —preguntó en voz demasiado alta. Rob no respondió. Cuando se encontró en el pasillo aguzó el oído. Ella lo siguió—. He debido de ser yo. Hablando sola, supongo. Es el primer síntoma de la locura, ¿no? Oye, ¿por qué no me enseñas lo que estabas haciendo en Internet? La verdad es que estoy muy interesada...
—Cuando acabe de dar una vuelta —respondió él. Se dirigió al amplio y reluciente vestíbulo—. No tengo problemas de oído, Elaine.
Se detuvo al llegar a la entrada.
—Ya lo ves, ¿qué te he dicho? —dijo Elaine desde atrás—. Aquí no hay nadie. Te estás imaginando cosas.
«¿Imaginando cosas?», pensó Rob. ¿Eran imaginaciones suyas o hablaba más alto de lo normal? Lo suficientemente alto como para que la oyeran desde el resto de estancias de la casa.
—¡Rob, esto es increíble! —exclamó ella mieni ras el muchacho giraba despacio, escuchando atentamente.
Entonces lo oyó.
Rob había pasado tanto tiempo en aquella casa que reconocía el crujido de todas las sillas, el chasquido de todos los pomos de las puertas. Y sabía que lo que acababa de oír era la puerta del estudio de su padre cerrándose. Rápidamente se giró hacia ella.
—No, tú no vas a ningún sitio.
En un abrir y cerrar de ojos, Elaine se había colocado delante de él y lo había agarrado por los hombros. Rob intentó desasirse, pero su profesora no lo permitió.
—¡Suéltame! —gritó Rob. Se liberó de ella y se dirigió hacia la puerta del estudio de su padre.
Se abrió justo antes de que la alcanzara.
—Muy bien, jovencito. Ya basta.
Un hombre robusto y de baja estatura salió del | estudio. En sus labios se dibujaba una sonrisa, pero sus ojos grises no denotaban amabilidad alguna.
Rob sintió un repentino arrebato de terror.
—¿Y tú quién eres? —gritó.
El hombre no cambió de expresión.
—Vaya, ¿no me reconoces? ¡Pero si soy el favorito de tu padre!
Rob observó el rostro de aquel hombre para veri si lograba identificarlo. Parecía tener veintitantos años. Llevaba la raya en medio y el pelo engominado hacia atrás. Entonces lo recordó.