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Authors: Michael Coleman

Tags: #Infantil, #Policíaco

Los bandidos de Internet (4 page)

La señora Zanelli sonrió, pero no se movió. Luego se acercó a la ventana y miró al exterior. No había ni rastro del viejo coche de Elaine Kirk.

—Si fuera al instituto como los demás... —empezó a decir Rob.

—No necesitarías un profesor particular y yo no tendría que esperar a que llegase —respondió ella tajantemente, pero esbozando una sonrisa—. ¿Verdad?

—Eso es —dijo él.

Su madre se arrodilló junto a su silla. A Rob le llegó el aroma de su perfume más caro. ¡La reunión de aquella mañana sí que debía de ser importante!

—Rob, tu padre y yo hablamos de eso anoche. Ya sabemos lo mucho que deseas... —se paró como si estuviera buscando las palabras adecuadas— que te traten como a los demás muchachos de tu edad. Pero aún no estamos preparados. Todavía no. ¿Lo entiendes?

Rob quería decir que no, que él no lo entendía. Quería decir que creía que sus padres pensaban más en ellos que en él, pero no se veía capaz.

Al final, sólo asintió.

—Claro. Pero no penséis que voy a dejar de insistir.

—Oh, eso ya lo sabemos —le respondió ella al tiempo que se levantaba y volvía a acercarse a la ventana—. Lo tenemos muy claro.

El sonido del timbre los interrumpió. La señora Zanelli corrió las cortinas y miró al exterior de nuevo. Esta vez sí que había un coche en el sinuoso y alquitranado camino de entrada de Manor House.

—Oh, bien. Ya está aquí. ¿Puedes abrirle la puerta mientras voy a recoger mi maletín?

Rob se acercó a un panel plateado que había en la pared, cerca de la puerta. El panel contenía una pequeña rejilla y dos botones. Rob apretó el botón de la izquierda.

—La contraseña —dijo con tono malhumorado.

—Soy Elaine, Rob —crepitó una voz por la rejilla.

—¿Y yo cómo lo sé? —preguntó él.

—¡Rob, deja de jugar y ábrele la puerta! —gritó la señora Zanelli desde el vestíbulo.

Rob pulsó el botón derecho. Inmediatamente oyó el zumbido mecánico procedente del vestíbulo que emitía la cerradura de seguridad al abrirse la robusta puerta de entrada.

Elaine y su madre cruzaron dos palabras en el vestíbulo antes de que ésta saliera gritando «Adiós».

Rob cogió sus libros y se dirigió al vestíbulo. Manor House era vieja y espaciosa, y la entrada era realmente impresionante. Una de sus muchas puertas conducía a un acogedor salón, el lugar donde le daban clase.

Elaine Kirk ya había empezado a sacar sus enseres del maletín negro. Era una mujer de baja estatura y rostro anguloso. Parecía que le hubieran cortado el pelo con una navaja. Rob se dio cuenta de que, como era habitual en ella, iba vestida de forma impecable.

Era la cuarta profesora particular que había tenido. Las otras tres lo habían dejado por un motivo u otro a lo largo de los años que llevaba estudiando en casa. Todas habían dicho más o menos lo mismo a los señores Zanelli en sus cartas de despedida: que Rob era un chico muy inteligente y que, sin lugar a dudas, los estudios le irían mucho mejor si dedicara el mismo tiempo a las asignaturas escolares que al ordenador.

—Buenos días, Rob —dijo Elaine, levantando la mirada—. ¿Estás contento hoy?

—Muy contento de verte, Elaine —le respondió Rob esbozando una débil sonrisa—. ¿Llevas un vestido nuevo?

—Sí. ¿Te gusta?

—No mucho —contestó él negando con la cabeza—. Pero lo que importa es que te guste a ti.

Elaine Kirk intentó no demostrar que le había molestado pero Rob, al ver cómo arrugaba la boca, se percató enseguida. «Bueno —pensó—. Te pago con la misma moneda.» Por alguna razón que no alcanzaba a entender, Rob se sentía cada vez más incómodo con Elaine Kirk. Durante las últimas semanas le había parecido que era... pues, más entrometida, era la única palabra que se le ocurría. Volvió a empezar en cuanto se hubo sentado a su lado.

—¿Has jugado con el ordenador esta mañana?

—Yo no juego con el ordenador —replicó Rob—. Yo lo utilizo.

—Oh, Rob. Y ahora me dirás que no tienes ningún juego. —Rob no respondió—. Con tus padres metidos en este negocio, estoy convencida de que tendrás montones de programas de GAMEZONE en el ordenador, ¿verdad?

—Pues no, la verdad es que no.

—¿Ah, sí? ¿Quieres decir que tu padre no te trae programas nuevos para que los pruebes?

—¿Por qué no se lo preguntas a él? —le contestó Rob enfadado.

Elaine Kirk decidió no responder. Con una sonrisa forzada, pasó por alto el comentario de Rob y cogió un libro de los que había sobre la mesa.

—Ecuaciones de segundo grado —dijo—. Me parece que tendríamos que dedicarles la mañana...

Jueves, 23 de octubre, 12.05 horas

Tres horas más tarde, Rob suspiró aliviado cuando se llevó la comida a su habitación y dejó que Elaine Kirk comiera sola. Lo primero que hizo fue encender el ordenador porque quería saber si tenía algún mensaje de correo electrónico.

Durante los últimos meses, Rob había establecido algunos buenos contactos. Había tres personas en particular con las que intercambiaba mensajes de forma regular. En cuanto tuvo el ordenador listo, repasó con rapidez la lista de mensajes que había recibido desde la última sesión. Tenía cuatro. Esbozando una sonrisa, decidió cuál dejaría para el final.

Empezó por los tres restantes y abrió la nota de Tom en primer lugar.

Rob no pudo evitar una sonrisa. El Presidiario 274173 era el antepasado de Tom Peterson, o eso creía él, quien había sido desterrado a Australia en un barco de prisioneros. Así es como Rob se había puesto en contacto con él. Tom había enviado una nota a una BBS preguntando si alguien sabía algo sobre Portsmouth, Inglaterra, porque le habían dicho que desde ese puerto zarpaban los barcos de prisioneros. Rob le había respondido y le había dado información sobre la ciudad. Desde entonces se habían mantenido en contacto e intercambiaban trucos y consejos sobre lo que iban descubriendo en Internet.

Abrió el siguiente mensaje. Era de Lauren.

Lauren King vivía en Toronto, Canadá, con su abuela Alice. A Rob le entraba la risa sólo de pensar en una anciana de pelo gris tirando las agujas de hacer punto a la basura y sentándose frente al ordenador para navegar un rato por Internet.

Le quedaban dos mensajes por leer. Abrió primero el de Nueva York; el que le había remitido su tocayo: Mitch Zanelli.

«¡Está como una cabra!», pensó Rob. No se parecían en nada por mucho que tuvieran el mismo apellido. Ésa era la razón por la que Rob se puso en contacto con él la primera vez, para ver si eran parientes. Desde entonces, Mitch ya le había contado que vivía en Nueva York y que trabajaba de lavaplatos en un café. Pero no era una cafetería cualquiera porque disponía de ordenadores conectados a Internet para que los clientes los utilizaran sin tener que comprarse uno. Mitch podía conectarse gratis si llegaba antes al trabajo o si se quedaba hasta más tarde al acabar su jornada laboral.

Rob no abrió el último mensaje que tenía y acabó de comer. Acto seguido, cargó un fichero que había encongó—

trado en Internet sobre cómo obtener información sobre los lanzamientos de cohetes espaciales de la NASA en Florida. Para ahorrar tiempo, convirtió el fichero en un mensaje de correo electrónico. Al final añadió:

:CC. ALL

ALL era el nombre de una lista de distribución que había montado para enviar de forma automática una copia de cualquier mensaje a Lauren, Tom y Mitch sin tener que escribir sus señas cada vez. Bastaba con hacer clic en el botón ENVIAR y los tres recibirían una copia del mensaje rápidamente.

Finalmente, hizo clic en ABRIR para leer el cuarto mensaje, el que había dejado para el final a propósito. Mientras lo leía no dejaba de arquear las cejas. ¡Aquella persona estaba realmente enfadada!

—Ya es hora de seguir, Rob. Elaine Kirk asomó la cabeza por la puerta y Rob asintió.

—De acuerdo. Voy enseguida.

Rob volvió a mirar la pantalla y leyó el mensaje otra vez. ¡Aquello empezaba a ser divertido! ¿Qué podía decir esta vez? Se paró un momento a pensar y empezó a teclear.

Ya casi había acabado cuando Elaine Kirk volvió a asomar la cabeza por la puerta.

—¿Listo? —preguntó.

—Sí, sí, ya acabo.

Sin embargo, esta vez su profesora se quedó allí. Entró en la habitación y permaneció de pie mirando lo que hacía. Rob sentía como si sus ojos estuvieran clavados en su nuca. No muy concentrado en lo que estaba haciendo, acabó de escribir rápidamente el mensaje y añadió de forma automática

:CC. ALL

antes de hacer clic en ENVIAR.

—Ya estoy, eh —dijo Rob.

—Tranquilo —respondió Elaine acercándose a él como quien no quiere la cosa.

Rob se picó. ¿Era fruto de su imaginación o intentaba ver qué había en la pantalla, qué estaba haciendo? No era asunto suyo. Rob fue cerrando todas las ventanas que tenía abiertas y apagó el monitor.

Alzó los ojos a tiempo de ver la cara de enfado de Elaine. «Bien», pensó Rob. No le había dado tiempo de averiguar qué había estado haciendo.

Ni siquiera la firma de la parte inferior del mensaje: ¡ZMASTER!

Instituto Abbey, 13.05 horas

Josh acabó de comer tranquilamente. Había quedado con Tamsyn en el edificio de Tecnología a la una en punto y ya pasaban cinco minutos. Sin problemas. Seguro que ella aún no había llegado, debía de estar en la biblioteca del instituto enfrascada en la lectura de algún libro. Sonrió para sus adentros al recordar el momento en que le había enseñado
David Copperfield
en Internet. Ésa sí que había sido buena.

Mientras deambulaba por el patio, Josh se detuvo a mirar un partido de fútbol. Le gustaba el fútbol, el fútbol sala y el de campo grande. Mientras seguía el partido se recordó a sí mismo que no había llegado a vender su juego del Mundial. Ahora que sabía cómo ganar siempre el trofeo, le parecía un rollo. A lo mejor encontraba otra versión mejor en algún lugar de Internet... Navegaría mientras esperaba a Tamsyn.

Después de haber tomado esa decisión, Josh anduvo con rapidez y entró por las puertas del edificio de Tecnología. Para su sorpresa, vio que Tamsyn ya estaba frente al ordenador y con cara de ser ella quien quería jugar al fútbol, ¡en la pantalla!

—No me digas que te has enganchado, Tamsyn.

—¿Enganchado? —farfulló—. ¡Ya sé yo a quién deberían enganchar! ¡A este chiflado de ZM ASTER!

—¿Cómo? —preguntó Josh.

Tamsyn le contó lo del mensaje que había recibido el día anterior y lo que ella había contestado. Cuando, al final, le enseñó el mensaje que acababa de recibir, Josh no pudo contener la risa.

—Me parece que te ha cogido cariño —bromeó Josh mientras leía el mensaje que Rob había enviado a toda prisa.

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