—Debes decirme todo lo que viste —dijo don Juan cuando llegamos a su casa. También dijo que había estado tratando de "hacerme volver" durante tres días, y había tenido muchas dificultades al hacerlo. Hice muchos intentos de describir lo que había visto, pero no podía concentrarme. Más tarde, al anochecer, me sentí listo para hablar con don Juan y empecé a contarle lo que recordaba desde el momento en que caí de costado, pero él no quería oír de eso. Dijo que la única parte interesante era lo que vi e hice después de que él "me echó al aire y yo salí volando".
Todo cuanto recordaba era una serie de imágenes o escenas oníricas. No tenían orden de secuencia. Tuve la impresión de que cada una era como una burbuja aislada, que flotaba hasta quedar en foco y luego se alejaba. Sin embargo, no eran simplemente escenas para mirar. Yo estaba dentro de ellas. Tomaba parte en ellas. Cuando traté de evocarlas, tuve al principio la sensación de que eran destellos vagos, difusos, pero pensándolas me di cuenta de que cada una era extremadamente clara, aunque sin relación alguna con mi forma ordinaria de ver las cosas, de allí la sensación de vaguedad. Las imágenes eran pocas y sencillas.
Apenas don Juan mencionó haberme "echado al aire", tuve un leve recuerdo de una escena absolutamente clara en la cual yo lo miraba de lleno, desde alguna distancia. Miraba sólo su cara. Tenía un tamaño monumental. Era plana, con un resplandor intenso. Su cabello era amarillento y se movía. Cada parte de su rostro se movía por sí misma, proyectando una especie de luz ámbar.
La siguiente imagen era una en que don Juan me echaba realmente al aire, o me aventaba, en una dirección recta hacia adelante. Recuerdo que “extendí mis alas y volé”. Me sentía solo, rasgando el aire, avanzando derecho, penosamente. Era más como caminar que como volar. Cansaba mi cuerpo. No había sentimiento de fluir libre, no había júbilo.
Entonces recordé un instante hallarme inmóvil, mirando una masa de filos agudos, oscuros, en un área que tenía una luz opaca y dolorosa; luego vi un campo con una variedad infinita de luces. Las luces se movían y parpadeaban y cambiaban su luminosidad. Eran casi como colores. Su intensidad me deslumbraba.
En otro momento, había un objeto casi contra mi ojo. Era grueso y puntiagudo; tenía un definido brillo rosáceo. Sentí un temblor súbito en alguna— parte del cuerpo y vi una multitud de formas rosadas similares venir hacia mí. Todas se me acercaban. Me alejé de un salto.
La última escena que recordé fue de tres aves plateadas. Irradiaban una luz metálica, lustrosa, casi como acero inoxidable pero intensa y móvil y viva. Me gustaron. Volamos juntos.
Don Juan no hizo ningún comentario sobre mi recuento.
Martes, 23 de marzo, 1965
La siguiente conversación tuvo lugar al otro día, después del relato de mi experiencia. Don Juan dijo:
—No se necesita gran cosa para volverse cuervo. Lo hiciste y ahora siempre lo serás.
—¿Qué pasó después de que me volví cuervo, don Juan? ¿Volé durante tres días?
—No; regresaste al caer la noche, como yo te había dicho.
—Pero, ¿cómo regresé?
—Estabas muy cansado y te dormiste. Eso es todo.
—Quiero decir, ¿volé de regreso?
—Ya te dije. Me obedeciste y regresaste a la casa. Pero no te preocupes por ese asunto. No tiene importancia.
—¿Qué es importante, entonces?
—En todo tu viaje hubo una sola cosa de gran valor: ¡los pájaros plateados!
—¿Qué tenían de especial? Sólo eran pájaros,
—No. Eran cuervos.
—¿Eran cuervos blancos, don Juan?
—Las plumas negras del cuervo son en realidad plateadas. Los cuervos brillan tan fuerte que las demás aves no los molestan.
—¿Por qué parecían plateadas sus plumas?
—Porque estabas viendo como cuervo. Un ave que nos parece oscura le parece blanca a un cuervo. Las palomas blancas, por ejemplo, son rosas o azuladas para un cuervo; las gaviotas son amarillas. Ahora, trata de recordar cómo te juntaste con ellos.
Pensé en eso, pero los cuervos eran una imagen nebulosa, disociada, sin continuidad. Le dije que sólo podía recordar que sentí haber volado con ellos. Preguntó si me les había unido en el aire o en la tierra, pero yo no tenía modo de responder. Casi se enojó conmigo. Exigió que pensara en eso. Dijo:
—Todo esto vale pura madre, no es sino un sueño de loco, a menos que recuerdes correctamente.
Me esforcé por hacer memoria, pero no pude.
Sábado, 3 de abril, 1965
Hoy pensé en otra imagen de mi "sueño" sobre los cuervos plateados. Recordé haber visto una masa oscura con miríadas de agujeros de alfiler. De hecho, la masa era un conglomerado de agujeritos, Ignoro por qué pensé que era blanda. Cuando estaba mirándola, tres aves volaron directamente hacia mi. Una de ellas hizo un ruido; luego las tres se hallaban junto a mí, en tierra,
Describí la imagen a don Juan. Me preguntó de que dirección habían venido las aves. Le dije que no me era posible determinarlo. Se impacientó bastante y me acusó de ser rígido en mi pensamiento. Dijo que muy bien podría recordar si trataba de hacerlo, y que en realidad yo tenía miedo de volverme menos rígido. Dijo que yo estaba pensando en términos de hombres y cuervos, y que no era ni hombre ni cuervo en el momento del que deseaba acordarme.
Me pidió recordar lo que me había dicho el cuervo. Traté de pensar en ello, pero mi mente jugaba con veintenas de cosas ajenas al asunto. No podía concentrarme.
Domingo, 4 de abril, 1965
Hoy di una larga caminata. Ya había oscurecido bastante cuando llegué a la casa de don Juan. Iba pensando en los cuervos cuando de pronto un "pensamiento" muy extraño cruzó por mi mente. Era como una impresión o sentimiento, más que pensamiento. El ave que había hecho el ruido dijo que venían del norte e iban al sur, y cuando nos encontráramos de nuevo vendrían por el mismo camino.
Conté a don Juan lo que había pensado, o quizá recordado. El dijo:
—No pienses si lo recordastes o lo inventastes. Esos pensamientos pertenecen sólo a los hombres, no a los cuervos, y menos aún a los cuervos que vistes, porque son los emisarios de tu destino. Tú ya eres un cuervo. Nunca cambiarás eso. De ahora en adelante, los cuervos te señalarán con su vuelo cada vuelta de tu destino. ¿Hacia dónde volaste con ellos?
—¡No podría saber eso, don Juan!
—Si piensas como se debe, recordarás. Siéntate en el suelo y dime en qué posición estabas cuando las aves volaron a ti. Cierra los ojos y haz una raya en el suelo.
Seguí su indicación y determiné el punto.
—¡No abras todavía los ojos! —prosiguió: —¿Para dónde volaron todos en relación con ese punto?
Hice otra marca en el piso.
Tomando como referencia estos puntos de orientación, don Juan interpretó las diferentes pautas de vuelo que los cuervos observarían para predecir mi futuro personal o destino. Puse los cuatro puntos cardinales como eje del vuelo de los cuervos.
Le pregunté si los cuervos siempre seguían los puntos cardinal-es para anunciar el destino de un hombre. Dijo que la orientación era sólo mía; lo que los cuervos hicieron en mi primera reunión con ellos tenía importancia crucial. Insistió en que recordara cada detalle, porque el mensaje y la pauta de los "emisarios" eran un asunto individual, personalizado.
Había una cosa más de la cual me instaba a acordarme: la hora en que me dejaron los emisarios. Me pidió pensar en la diferencia de la luz a mi alrededor entre la hora en que "empecé a volar" y la hora en que las aves plateadas "volaron conmigo". Cuando tuve inicialmente la sensación de vuelo penoso, estaba oscuro. Pero cuando vi a las aves, todo se hallaba rojizo: rojo claro, o tal vez naranja.
—Eso quiere decir que era casi el fin del día —dijo don Juan—; pero todavía no se había metido el sol. Cuando está todo oscuro, un cuervo se ciega de blancura y no de oscuridad, como nosotros de noche. Esta indicación de la hora quiere decir que tus emisarios finales vendrán al fin del día. Te llamarán, y al volar sobre tu cabeza se volverán blancos plateados; los verás brillar contra el cielo y eso querrá decir que llegó tu hora final. Querrá decir que te vas a morir y a volverte cuervo por última vez.
—¿Y si los veo de mañana?
—¡No los verás de mañana!
—Pero los cuervos vuelan todo el día.
—¡Tus emisarios no, tonto!
—¿Y sus emisarios, don Juan?
—Los míos vendrán de mañana. También serán tres. Mi benefactor me dijo que, si uno no quiere morir, puede volverlos negros a gritos. Pero ahora sé que no vale la pena. Mi benefactor era dado a gritar, y a todo el barullo y la violencia de la yerba del diablo. Yo sé que el humito es diferente porque no tiene pasión. Es justo. Cuando tus emisarios plateados lleguen por ti, no hay necesidad de gritarles. Vuela con ellos como ya lo hiciste. Después de haberte recogido darán media vuelta, y los cuatro se irán volando.
Sábado, 1° de abril, 1965
Había estado experimentando breves destellos de disociación, o estados superficiales de realidad no ordinaria.
Un elemento de la experiencia alucinógena con los hongos recurría sin cesar en mis pensamientos: la masa de agujeritos blanda y oscura. Continué visualizándola como una burbuja de grasa o de aceite que empezaba a tirar de mí hacia su centro. Era casi como si el centro fuera a abrirse y a tragarme, y en momentos muy breves yo experimentaba algo semejante a un estado de realidad no ordinaria. Como resultado, sufría instantes de profunda agitación, angustia e incomodidad, y luchaba por poner fin a las experiencias apenas comenzaban.
Hoy discutí esta condición con don Juan. Pedí consejo.
El no pareció preocuparse, y me indicó olvidarme de esas experiencias, porque carecían de significado o más bien de valor. Dijo que las únicas experiencias dignas de mi esfuerzo y atención serían aquéllas en los que viera un cuervo; cualquier otra clase de "visión" no sería sino el producto de mis temores. Me recordó una vez más que para usar el humito era necesario llevar una vida fuerte, calmada. En lo personal, yo parecía haber alcanzado un umbral peligroso. Le dije que me sentía incapaz de proseguir; había en los hongos algo verdaderamente aterrador.
Al repasar las imágenes evocadas de mi experiencia alucinógena, yo había llegado a la conclusión inevitable de que había visto el mundo en una forma estructuralmente distinta de la visión ordinaria. En otros estados de realidad no ordinaria que había atravesado, las formas y los diseños que visualizaba se hallaban siempre dentro de los confines de mi concepción visual del mundo. Pero la sensación de ver bajo la influencia de la mezcla alucinógena de fumar no era la misma. Todo lo que veía estaba frente a mí en una línea directa de visión; nada había encima ni abajo de esa línea de visión.
Cada imagen tenía una irritante planura, y sin embargo, desconcertantemente, una gran profundidad. Acaso seria más exacto decir que las imágenes eran un conglomerado de detalles increíblemente precisos colocados dentro de campos de luz diferente; la luz se movía en los campos, creando un efecto de rotación.
Después de aguijarme y esforzarme por recordar, me hallé obligado a hacer una serie de analogías o símiles para "entender" lo que había "visto". El rostro de don Juan, por ejemplo, parecía como sumergido en el agua. El agua parecía moverse en un fluir continuo sobre la cara y el cabello, Los amplificaba a tal grado que, cuando yo enfocaba mi visión, podía ver cada poro de la piel o cada cabello de la cabeza. Por otra parte, vi masas de materia planas y llenas de aristas, pero no se movían porque no había fluctuación en la luz proveniente de ellas.
Pregunté a don Juan qué eran las cosas que vi. Dijo que, siendo ésta la primera vez que yo veía como cuervo, las imágenes no eran claras ni importantes, y que más tarde, con la práctica, me sería posible reconocerlo todo.
Saqué a colación la diferencia que había notado en el movimiento de la luz.
—Las cosas que están vivas —dijo él— se mueven por dentro, y tan cuervo puede ver con facilidad cuándo algo está muerto, o a punto de morir, porque el movimiento ya se paró o se va parando. Un cuervo sabe también cuando algo se mueve demasiado aprisa, y por lo mismo sabe cuando algo se mueve al paso justo.
—¿Qué significa cuando algo se mueve demasiado aprisa, o al paso justo?
—Significa que un cuervo sabe de hecho qué evitar y qué buscar. Cuando algo se mueve demasiado aprisa por dentro, quiere decir que está a punto de estallar con violencia, o de pegar el brinco, y un cuervo lo evita. Cuando se mueve por dentro al paso justo, es una vista placentera y un cuervo la busca.
—¿Se mueven las rocas por dentro?
—No, ni las rocas ni los animales muertos ni los árboles muertos. Pero es hermoso mirarlos. Por eso los cuervos andan por donde hay cadáveres. Les gusta mirarlos. Ninguna luz se mueve dentro de ellos.
—Pero cuando la carne se pudre, ¿no cambia ni se mueve?
—Sí, pero ese movimiento es distinto. Lo que el cuervo ve entonces son millones de cosas moviéndose dentro de la carne con luz propia, y eso es lo que le gusta ver. Verdaderamente es una vista inolvidable.
—¿La ha visto usted, don Juan?
—Cualquiera que aprenda a volverse cuervo la puede ver. Tú mismo la verás.
En este punto hice a don. Juan la pregunta inevitable.
—¿Me convertí realmente en cuervo? 0 mejor dicho, ¿habría pensado cualquiera, al verme, que era yo un cuervo común?
—No. No puedes pensar así cuando tratas con el poder de los aliados. Esas preguntas no tienen sentido, y eso que volverse cuervo es lo más simple que hay. Es casi como travesura; tiene poca utilidad. Como ya te he dicho, el humito no es para los que buscan poded. Es sólo para quienes anhelan ver. Yo aprendí a volverme cuervo porque son las aves más efectivas de todas. Ninguna otra las molesta, a menos que sean águilas grandes y hambrientas, pero los cuervos vuelan en parvadas y pueden defenderse. Tampoco los hombres molestan a los cuervos, y eso es importante, Cualquiera puede distinguir un águila grande, sobre todo un águila fuera de lo común, o cualquier otra ave grande y fuera de lo común, pero, ¿a quién le interesa un cuervo? Un cuervo está seguro. Es ideal en tamaño y en naturaleza. Puede meterse donde sea sin llamar la atención. En cambio, volverse oso o león es posible, pero sale bastante peligroso. Una criatura de ésas es demasiado grande; se necesita demasiada energía para convertirse en ella. También puede uno volverse grillo, o lagartija, o hasta hormiga, pero eso es todavía más arriesgado, porque los animales grandes cazan a las criaturas pequeñas.