Las canicas, las «cuquis» y el novio tontito de Mamá (16 page)

Las sombras, sorprendidas, se han lanzado ladera abajo y no he podido aguantar mi enfado. He disparado al bulto, pero algo he conseguido. Un —¡ayyy!—, estremecedor, estallante, ha hecho eco en toda la Manchona.

—¡Hijoputa! —ha gritado la sombra que no se ha quejado.

La Guardia Civil que llega. Las sombras se entregan.

Con las luces, cierran los ojos. No habían matado a ninguna res todavía.

—Es para divertirnos —ha dicho el sano.

El otro no puede decir nada. Le he metido una buena parte de las salinas de San Fernando en el culo. Por mí, que no se siente en diez años. La Guardia Civil se los ha llevado, mientras los defensores de La Jaralera y de sus reses nos hemos reunido para volver a casa. Son las cinco de la mañana y aún estamos celebrándolo. Marsa se ha sumado a la fiesta, y me ha besado como a un héroe cuando Tomás ha brindado «Por el señor marqués, que se ha portado como un jabato».

Vuelvo a sonreír.

* * *

Alivio de luto. Dios me ha regalado un día precioso. Con el lío de los furtivos, mi amanecer se ha retrasado. Me sigue doliendo, y muy en el corazón, la oportunidad perdida en el Mundial de Canicas. Pero una fuerza invisible me afirma sobre la tierra. Ya no pienso en el suicidio. En La Jaralera todo se termina por arreglar. Pasa como en las historias que cuentan los escritores que no han tenido problemas durante su niñez. Que siempre acaban bien. Por ejemplo, que Juan de Dios y Petra se han reconciliado definitivamente. Que a Marsa no le desaparecen del armario ni los tangas ni las «cuquis». Que María se ha presentado ante Petra para pedir su perdón, y que ésta, no sólo lo ha hecho sino que han llorado al unísono, detalle muy del servicio, pero hermoso al fin y al cabo. Que a los furtivos —según me informa Tomás—, van a meterles un paquete de órdago a la grande. Que para el 10 de octubre, lejanísimo ahora, he fijado la cacería de conejos blancos de granja que voy a dar a mis amigos. Todos han confirmado su asistencia. Que don Crispín ha hablado con Mamá, y ha llenado de dudas su decisión. No es ésta una gran noticia, pero la verdad, me avergüenza que mi madre, a estas alturas de su vida, se dedique a hacer guarraditas con un primo tonto. He aprovechado la hora de la copa para hablar con ella.

—Entonces, ¿encargo las invitaciones, Mamá?

—Para eso, siempre hay tiempo.

—¿Cómo se llama tío Pochito realmente?

—Adolfo.

—Si te parece, el texto podría ser el siguiente: «Los marqueses de Sotoancho, participan: al matrimonio de su madre, María Cristina Belvís de los Gazules y Hendings, marquesa viuda de Sotoancho, con don Adolfo Hendings y…», ¿cuál es el segundo apellido del tío Pochito?

—Iturrino-Urdampilleta.

—¿Tía Fuensanta era vasca?

—Como la trainera de Orio.

—«… con don Adolfo Hendings Iturrino-Urdampilleta, y tienen el placer de invitarles a la ceremonia de boda que se celebrará (D.M.) el día X de septiembre del año 2005 en la capilla de La Jaralera, y a la cena que se servirá a continuación».

Podríamos añadir: «Dada la edad de los contrayentes, no envíen regalos de boda porque tienen sus casas muy bien puestas.»

—Me lastima tu sangrante ironía.

—Mamá, lo hago para que no te pases el día abriendo paquetes con lámparas, ceniceros y figuras de Lladró.

—Insisto en mi dolor.

—Será la primera vez en tu vida que sientes algo.

—Tengo la sensación de que estás deseando que me case.

—Para mí, tu felicidad es la mía.

—Pues va a ser que no.

—Tú te lo pierdes.

—Hablaré con Pochito.

—Estaré atento a tu información.

—¿Otra ginebra, Mamá?

—Más cargada, si no te importa.

* * *

Dos semanas han pasado los niños con Elena. Aquí están. Vuelven los ruidos, los gritos y las peleas. Ya se enfrentan los unos con los otros. Cuatro rubios y uno moreno, el mayor, que va a tener patillas de «boca de hacha», como los bandoleros de Fernando Villalón que bajaban por los alcores del Viso llevando a la grupa a sus mujeres «con la Arabia en los ojos». Elena cuida de los niños con un amor y una dedicación ilimitadas. Ha llegado el momento de que yo también me ocupe de ellos, y preste más atención a su evolución que a mi otoño. La verdad es que no son especialmente graciosos, pero yo tampoco lo era a su edad y aquí estoy.

El día de mañana, de ellos será esta maravilla, que se dividirá en cinco partes. Es lo que ocurre cuando de golpe te llegan cinco hijos. Que no hay fortuna que aguante ni herencia que no se resienta. Pero hay para todos. Sobra para todos. Además, que cinco hermanos que crecen juntos ignoran la existencia del egoísmo. Elena les ha educado desde el principio inmutable de que todo es de todos y nada en particular de uno de ellos.

Los cinco tendrán un título nobiliario. Los tres de la casa y los dos que pasaron a mi árbol, procedentes del fresco de mi primo Moby a cambio de una importante cantidad. El mayor, Ildefonso, el que parece un bandolero, será el IX marqués de Sotoancho, y tendrá que esperar a mi muerte. Los otros cuatro ya tienen sus títulos transmitidos. Francisco es el barón de la Dehesa; Juan, el marqués de Tubilla del Agua; Ricardo, el conde de Valmedrano; y Tomás, el conde de Buganda de don Fadrique. Se lo dije a Elena, una tarde de ánsares que llegaban y de hojas que caían.

—Elena, lo tuyo es del Guinness. Nadie en la historia de la humanidad ha puesto y quitado los Dodotis a tantos aristócratas.

Pero Elena no es partidaria de aparecer en los libros.

Marsa los quiere, pero no tanto como Elena. Las cosas son así. Estos niños perdieron a su madre y van a tener un par de ellas. Empiezan a hablar. Dicen cosas incoherentes. A mí no me llaman «papá». La verdad es que no me llaman de ninguna manera, y lo tengo merecido. No les he hecho ni puñetero caso. A partir de hoy, todo será diferente. Para los cinco, «mamá» es Elena, y no pienso corregirles. Es lo justo.

Lo de mi madre es peor. Cuando la ven, se ponen a llorar. Eso me anima a pensar que son inteligentes y sensibles, y que saben establecer las diferencias entre el bien y el mal.

Los cinco me rodean. Un tufillo desagradable me baila por la pituitaria.

—Elena, que uno se ha hecho caca.

Elena se ríe.

—Cámbiale el Dodotis.

No puedo hacerlo, lo reconozco. He soltado una arcadita. El tufillo aumenta. Otro se ha hecho caca. Están sincronizados. Elena ríe más, y Marsa se monda, y yo también sonrío, al socaire del viento, y por primera vez en mucho tiempo pienso que en esta casa vive una familia.

Ruilobuca, Cantabria,

26 de marzo de 2005

ALFONSO USSÍA nació en Madrid en 1948, hijo de Luis Ussía Gavaldá y de Asunción Muñoz-Seca Ariza, Condes de los Gaitanes. Es nieto del dramaturgo Pedro Muñoz Seca. Comenzó escribiendo poesía satírica desde muy joven, al tiempo que leía y aprendía casi de forma autodidacta. Estudió en los famosos colegios Alameda de Osuna y colegio del Pilar. Cursó la carrera de Derecho hasta que se vio obligado a realizar el servicio militar. Dos años después, a su regreso, ingresó en Ciencias de la Información, aunque lo abandonaría al poco tiempo.

Su primer trabajo fue en el Servicio de Documentación de Informaciones, siendo director Jesús de la Serna y subdirector Juan Luis Cebrián. Pronto le publicarían su primer artículo en la revista Sábado Gráfico. Más tarde, y a raíz de otras publicaciones en la revista respaldadas por Eugenio Suárez, Torcuato Luca de Tena le propuso un trabajo en el diario ABC.

Aunque la mayor parte de su carrera como columnista la pasó en el diario ABC, trabajó para los periódicos Diario 16 y Ya, y las revistas Las Provincias, Litoral y El Cocodrilo, siendo director de ésta última.

A lo largo de su dilatada carrera como escritor y columnista, ha colaborado también en programas radiofónicos y de televisión como Protagonistas y La Brújula, ambos en Onda Cero, y Este país necesita un repaso de Telecinco, con Antonio Mingote, Antonio Ozores, Chumy Chúmez, Luis Sánchez Polack (Tip) y Miguel Durán de compañeros. Además ideó las series de televisión El marqués de Sotoancho (2000) y Puerta con puerta (1999).

Ha creado, además, numerosos personajes humorísticos, como Floro Recatado, el doctor Gorroño y Jeremías Aguirre, a los que pone voz en la radio. Pero sin duda alguna su personaje más relevante y conocido es el marqués de Sotoancho, un peculiar señorito de la Baja Andalucía al que da vida en sus obras junto a la marquesa viuda y el servicio de La Jaralera, una residencia ficticia ubicada entre las provincias de Cádiz y Sevilla.

En la actualidad, combina su trabajo de columnista en el diario La Razón y el semanario Tiempo con las tertulias del programa radiofónico La Mañana en la cadena COPE.

Fuente: es.wikipedia.org

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