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Authors: Jules Watson

Tags: #Histórica, #Sentimental

La yegua blanca (15 page)

BOOK: La yegua blanca
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—Lo sé, tía, por eso le he olvidado. Y ahora no importa…, no es por eso por lo que me resisto a… —dijo Rhiann, pasándose la mano por los ojos—. El Consejo no me casa con él, me casa con ese… con ese… ¡con ese asesino, ese que empuña un acero!

—No todos los hombres son como aquellos asaltantes, hija.

Rhiann giró sobre sus talones y siguió dando vueltas.

—Pero puedo apelar a la ley. ¡No se puede forzar a ninguna mujer!

—Eso es verdad, y si optas por ese camino, entonces, por la Diosa que me pondré de tu parte. Lo sabes, pero… —dijo Linnet, y se mordió el labio—. Este matrimonio nos beneficia a todos, sobre todo ahora que hemos de hacer frente a los invasores. Sin él, nos dividiremos. Es una decisión difícil y, créeme, me gustaría ahorrártela, pero si dices que no, veo que el caos y la oscuridad se abatirán sobre nosotros. Ésa es la verdad.

Rhiann volvió a dar media vuelta, bruscamente.

—Cuando tú eras joven, tía, ¿a quién elegiste

para darnos un heredero? ¡Llevas la misma sangre que yo! Te recuerdo que a ti jamás te han vendido a ningún hombre.

Linnet se puso pálida.

—Mi caso era distinto. Tu madre era Ban Cré. El rey tenía muchos herederos. Mi sangre no hizo falta.

Una sombra de pesar cruzó por el semblante de Linnet, pero Rhiann estaba demasiado encolerizada para advertirlo.

—Rhiannon nos lo ha traído, con las olas. Presiento que no nos hará ningún daño…, lo presiento con gran fuerza.

Rhiann apretó los puños. La definición de daño de Linnet era muy distinta a la suya. Oh, su tía no dejaría que un hombre le tocase un solo pelo de la cabeza. Pero ésa no era la cuestión…, su tía no comprendía…

Linnet se levantó y le cogió las manos.

—Hija, hija mía, tranquilízate. Tienes que confiar en lo que Ella te envía, y confiar en mí, y en cosas de las que no puedo hablar. No sé cómo, pero todo saldrá bien.

Todo saldrá bien.

A Rhiann le dieron ganas de estrellar los vasos contra el suelo, de romper las estanterías contra la pared, de tirar las vasijas de hierbas y tinturas, de romper el telar, de rasgar los sacos de raíces secas, de dar patadas a las palas, de destrozar la mesa y hacer añicos las figurillas y los platos de cera.
Todo saldrá bien.

Había pasado años aprendiendo a resignarse, a confiar, a estar tranquila. Los años que había permanecido en la Isla Sagrada. Todo resultó fácil mientras fue una niña. Pero todo eso había desaparecido con un solo golpe de espada, el que aquellos asaltantes le habían asestado a su padre adoptivo en el cuello.

Rhiann se resistía a todo consuelo, pero Linnet tiró de ella y la acogió entre sus brazos.

—Quédate aquí esta noche. Te haré una pócima para dormir. Puede que, con el sueño, la Madre te ayude a aclarar las ideas.

Rhiann exhaló un suspiro. En realidad, ya no podía volver, no cuando todas las
bansidhes
del Otro Mundo le estaban pisando los talones. ¿Por qué no dejar que, por una vez, el Consejo se preocupase por ella?

En la oscuridad de la noche, su orgullo la abandonó y las sombras que se dibujaban sobre las paredes de la choza de Linnet parecían penetrar hasta su interior. Se tapó la cabeza con las pieles de cabra para escapar de ellas, hasta que la pócima hizo efecto.

Y tuvo un sueño, tal vez inspirado por la Madre.

Su visión se remontaba más allá del recuerdo de la matanza. Lo había tenido a menudo desde su primera luna con sangre, Era un sueño secreto, un sueño dorado que más de una vez se atrevió a desear que se hiciera realidad.

En el sueño aparecía rodeada de todos los pueblos de Alba, en mitad de un valle inundado de luz. El peligro acechaba desde las oscuras pendientes que los rodeaban y desde las cumbres se oían los salvajes graznidos de las águilas. Pero Rhiann seguía en el centro, con el caldero de la diosa Ceridwen en las manos, convocando a la Fuente para que hiciera retroceder a las sombras.

A su lado había otra persona, un hombre cuyo rostro no podía ver. El hombre sostenía una espada que nada tenía que ver con la muerte y que, por el contrario, era emblema de protección y verdad. Ambos se habían reunido ya en muchas vidas, y siempre para devolver el equilibrio a la Fuente.

A lo largo de los años, Rhiann había ido dando forma en su imaginación al rostro de aquel hombre de cabellos dorados y ojos marrones.
Drust.

Era un muchacho cuando la tatuó en la Isla, pero ahora debía de ser un hombre. Tenía que ser él, porque era un artista de dedos delicados…, no un asesino. Y allí estaba él cuando sangró por vez primera, cuando soñó este sueño por vez primera. La besaba, la tocaba…

En su sueño, ella suspiraba y se volvía, acunando esta dicha en el pecho.

Y entonces, aquella noche, el sueño cambió.

Estaba sola en un claro del bosque. Era de noche y oyó, en la lejanía, un batir de alas. Sintió el miedo del ratón cuando escapa de la sombra de la lechuza, que le acecha desde lo alto. El miedo creció hasta convertirse en pánico. Echó a correr, sin dejar de oír las alas. «¡Socorro!», gritó, y, de repente, en el camino, delante de ella, apareció un animal salvaje de ojos refulgentes, lleno de vigor y de fuerza. Por un momento creyó que la iba a atacar y sintió angustia, pero cuando, sin dejar de correr, llegó a su altura, aquel animal la dejó pasar y se alejó por el camino en busca de lo que la perseguía.

En el horizonte vislumbró las primeras luces del amanecer a través de los árboles. Pero a su espalda oyó un grito espantoso, como de otro mundo. Salía de la garganta de la lechuza.

Capítulo 13

El lecho de Rhiann estaba vacío cuando su tía se levantó al ver asomar el alba por las rendijas del tejado, pero, con gran alivio, Linnet comprobó que Liath seguía atada en el establo.

Sin saber cuándo regresaría Rhiann, Linnet se puso su vestido de trabajo y bajó los sacos de queso de cabra que su doncella, Dercca, había puesto a escurrir antes de marcharse para visitar a su hermana. Mientras metía la cuajada obtenida en cestas muy tupidas, no podía evitar pensar en lo que había sucedido la noche anterior.

No podía decirle a Rhiann que había visto al hombre de Erín en una visión, que lo había reconocido en el momento de su llegada. Revelarle eso supondría desvelarle también las otras escenas de la visión, y presentía que la vida de Rhiann podría alterar su curso si lo hacía, y no para bien. No aprendería lo que necesitaba aprender, antes de que el Otro Mundo la requiriese.

No tienes que guiarla, ya lo sabes, sino prepararla,
se dijo. Era algo que había aceptado hacía mucho tiempo…, pero para lo que no la habían preparado. Ahora, sin embargo, ahora había llegado ese momento.

Suspiró mientras sacudía unas ramas de tomillo que colgaban a secar en la viga. El asalto a la Isla Sagrada había dejado en Rhiann un poso de odio a los guerreros. Pese a ello, no sabía por qué la muchacha odiaba tanto el matrimonio. Mientras el hombre fuese honorable…, y el príncipe lo parecía. En realidad, en nada recordaba a los asesinos vociferantes cuya imagen la pobre Rhiann llevaba marcada a fuego.

Por supuesto, si Rhiann había amado a un chico…, pero los artistas de los tatuajes pintaban a muchas niñas, y un gran número de ellas se enamoraban del primero que las tocaba. No era un amor duradero. Rhiann había afirmado que lo tenía olvidado, y ella tenía que creerla. Pero el príncipe de Erín era cuestión bien distinta.

Apretando los labios, Linnet deshizo las flores de tomillo, y su suave aroma inundó la estancia. ¿Estaba el príncipe en Alba por un buen motivo o era todo lo contrario? Que apareciera en su visión ¿sería una advertencia? Linnet recordó qué sensaciones había tenido aquel día, el de la ensoñación. No, en absoluto había sentido que estuviera allí para hacerles daño. Y, sin duda, la Madre no le habría dejado cruzar las aguas —un territorio en el que muchos perecían— tan sólo para herir a Rhiann, ¿verdad?

Espolvoreó los quesos y los envolvió. Luego se acercó al telar y tiró de las hebras con mirada ausente mientras pensaba en las duras palabras que la noche anterior le había dirigido Rhiann.

LA muchacha había tocado su fibra sensible mucho más de lo que podía imaginar. Porque aunque Linnet pensaba que al retirarse del mundo había encontrado su verdadero lugar, en cierta ocasión había deseado una familia y un hogar con tanta desesperación como Rhiann deseaba escapar de ellos. Y al final, había perdido la oportunidad, la misma que ahora se le ofrecía a su sobrina.

Pero, ¡ah!, ¿cómo iba a decirle eso?

Rhiann volvió pasado el mediodía. Linnet estaba dando de comer a las cabras. Se detuvo y dejó en el suelo el cubo con sobras y desperdicios, apoyando los codos en las tablas del corral mientras su sobrina se aproximaba. Aún había fuego en sus ojos; ira, ya no.

—Vamos, tienes que comer —dijo Linnet y acompañó a su sobrina al banco apoyado en la pared de la choza antes de entrar para coger una torta de miel y un cuenco de leche.

Rhiann comió en silencio, con la mirada perdida. Finalmente, se sacudió las migas de la falda y estiró las piernas.

—Tenías razón —dijo, dejando que el sol le calentase la cara—. La Madre me envió una señal.

A Linnet le palpitó con fuerza el corazón.

—¿Qué señal? —preguntó, con impaciencia, esperanzada por el brillo que alumbraba los ojos de Rhiann. Sin embargo, al instante se dio cuenta de cuán quebradiza y carente de calidez era la luz de aquella mirada.

—Fue un sueño. Le he estado dando vueltas toda la mañana —dijo Rhiann, moviendo la cabeza—, pero ya lo tengo claro. ¡Escucha! La Madre ha enviado a ese hombre de Erín para que sea una espada en mi mano… ¡La espada que quiebre la prisión en que quiere encerrarme Gelert!

—¿Qué quieres decir?

Rhiann contó a su tía el sueño en el que ella corría por el bosque.

—¿Te das cuenta? El animal parecía un jabalí y ese príncipe lleva un jabalí en la cimera de su casco, lo vi el otro día mientras lo bruñía, cuando fui a ver cómo estaba su hermano. Estaba tan asustada…, pero me he dado cuenta de que puedo volver en contra de Gelert el arma con la que quiere herirme, ¡ese príncipe! —exclamó, juntando las manos—. Si acepto, tendré un marido con un grupo de guerreros y un reino al otro lado del mar. Si consigo dominarle, ¡puedo utilizarle para plantar cara a Gelert con sus propias armas! —dijo, con una sonrisa sombría—. He sido débil y he estado triste durante demasiado tiempo, tía. Pero ahora, la Diosa ha puesto un arma en mis manos, un arma que puedo esgrimir. ¡Voy a ser dura, como son los hombres!

Linnet desfalleció. Nadie debía abordar su matrimonio con el corazón lleno de pensamientos tan sombríos.
¡Oh, cielo!

Y sin embargo…, Rhiann aceptaba casarse con el príncipe. Y de la pena y la desesperación de sus ojos, que llevaban muchas lunas rompiéndole el corazón, ya no parecía quedar rastro. Tal vez, con el tiempo, Rhiann cambiase si el príncipe era amable y la trataba bien…

Por favor, Madre, que el joven de los ojos verdes sea un buen hombre.

Y entonces, del mismo modo que aquel día brillaba el Sol tras una sucesión de días borrascosos, se sintió mucho mejor, mucho más animada. La Hermandad enseñaba que la curación más auténtica llegaba cuando el herido se enfrentaba a la causa profunda de su daño.

Si un hombre había herido a Rhiann, quizás otro pudiera lograr que volviera a ser la que era.

La mayoría de los matrimonios se celebraban en Beltane, al comienzo de la estación del sol, y las esposas eran coronadas con flores bajo un cielo azul.

Pero cuando cabalgaba de regreso al castro con Linnet y Dercca dos días después de haberse marchado, Rhiann se dio cuenta de que aquella época del año era la más apropiada para sus propios esponsales. La escarcha brillaba en los juncos marchitos y el aire seco les mordía las narices y los dedos hasta hacerlos arder. Bajo el cielo pálido de los pantanos, los gansos volaban hacia el Sur en largas líneas.

Quedaba poco para los festejos del Samhain: el final del viejo año y el comienzo del nuevo, fechas en que llegaba la larga oscuridad y la tierra se dormía en el vientre de la Madre. Y con el nuevo año, tal vez le llegara a ella el momento de dejar atrás el miedo y la debilidad que la habían aquejado durante la última rueda del Sol.

El Samhain era también la época en que más delgado se hacía el velo que separaba el Otro Mundo de Este Mundo y los poderes podían cruzar entre ambos mundos más fácilmente, atormentando a los vivos con apariciones. Un matrimonio del Otro Mundo, un matrimonio… oscuro.

También hago esto por la Madre,
se dijo, enredando los helados dedos en las crines de Liath.
Y si lo sufro con bien y soy fuerte, es posible que me perdone por no haber tenido fortaleza bastante para prever el ataque, por no haber tenido fortaleza suficiente para salvar a mi familia. Es posible que, entonces, me permita ver otra vez…

Nadie detuvo a Rhiann a las puertas de la ciudad, pero todos aquellos que andaban aprisa, y cargaban y descargaban carretas, y se asomaban a las puertas, guardaron silencio y la miraron. Por su parte, sentía los ojos de Linnet clavados en ella, pero se mantenía erguida mientras Liath avanzaba con orgullo.

Brica le dio la bienvenida con una retahíla de renovadas expresiones de ira contra el matrimonio.

—¡El gran druida está furioso! —exclamó, cogiendo los mantos de Rhiann y de Linnet y colocándolos cerca del fuego—. Ha tenido que poner buena cara, por los
gael,
¡pero seguro que se huelen que algo no anda bien! El Consejo sabe que os habíais ido, pero no sabían si obligaros o no. Belen ha dicho que si tan poco os gustaba la idea, no se os podía forzar.

—¿Eso ha dicho? Estoy conmovida.

—Todo el mundo habla —dijo Brica. Al parecer, no pensaba poner fin a su parloteo—. Oh, señora, menudo revuelo habéis causado.

Rhiann miró a Linnet y sonrió.

¡Bien! Y ahora, Brica, tengo algo que decirte. Tal como ha sido planeado, voy a casarme con ese príncipe mañana. —Hizo un gesto para acallar a Brica, que ya abría la boca con intención de protestar—.

Es mi deber como Ban Cré, debes comprenderlo. Tendremos que verle, por supuesto —dijo, reprimiendo un escalofrío—, pero procuraré que sea lo menos posible, de eso puedes estar segura. ¿Tienes preparadas las provisiones para la fiesta? Bien. Ayúdame a quitarme las botas y luego ve a decirle a las cocineras que lo tengan todo preparado para mañana por la tarde. Vuelve enseguida y no hables con nadie, si no te importa. Quiero ser yo misma quien comunique la decisión al Consejo.

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