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Authors: Agatha Christie

El misterio de Sans-Souci

 

Durante la Segunda Guerra Mundial, y mientras la RAF lucha por mantener a la Luftwaffe lejos de sus costas, Gran Bretaña afronta la amenaza aún más siniestra del «enemigo interior»: espías nazis haciéndose pasar por ciudadanos corrientes. Con la presión en aumento, el servicio secreto decide contratar a dos espías muy particulares: Tommy y Tuppence Beresford. Su misión: buscar a dos traidores pertenecientes a las altas esferas, un hombre y una mujer, entre los variopintos huéspedes del hotel Sans Souci, en la costa inglesa. Pero esta misión no es precisamente un paseo, sobre todo teniendo en cuenta que los espías que buscan ya han matado al mejor agente británico.

Agatha Christie

El misterio de Sans-Souci

ePUB v1.1

Ormi
26.09.11

Título original:
N. Or M.?

Traducción: A. Soler Crespo

Agatha Christie, 1941

Edición 1975 - Editorial Molino - 232 páginas

ISBN: 8427202814

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

APPLEDORE
: Criado del teniente Haydock.

BATT
(Albert): Criado fiel que fue del matrimonio Beresford, en los principios de su vida matrimonial.

BERESFORD
(Tommy): Del Servicio Secreto, protagonista, con su esposa, de esta novela.

BERESFORD
(Tuppence): Valerosa y excelente mujer, que fue enfermera cuando la Primera Guerra Mundial.

BLENKENSOP
: Es la señora Beresford que toma ese nombre para ciertas gestiones.

BLETCHLEY
: Mayor del ejército.

CAYLEY
(Alfred): Un enfermo crónico.

CAYLEY
(Elizabeth): Esposa del anterior.

DEBORAH
: Avispada y bella hija de los Beresford.

DEINIM
(Carl von): Refugiado alemán, excelente químico.

DEREK
: Hermano mellizo de Deborah Beresford.

EASTHAMPTON
(Lord): Jefe importante del Servicio Secreto.

GRANT
: Oficial por cuenta del anterior.

HAYDOCK
: Teniente de navío, retirado de la Marina.

MARDSON
(Tony): Un amigo de Deborah.

MEADOWES
: Seudónimo utilizado por Beresford.

MINTON
(Sophia): Una anciana hospedada en «Sans Souci» huyendo de la guerra.

O'ROURKE
: Una obesa señora, traficante de antigüedades.

PERENNA
: Enigmática dueña de la pensión llamada «Sans Souci» del pueblo de Leahampton.

POLONSKA
(Vanda): Refugiada polaca.

SHEILA
: Hermosa hija de la señora Perenna, enamorada del refugiado alemán.

SPROT
(Millicent): Joven señora hospedada en «Sans Souci» con su pequeña hija Betty y casada con un agente de seguros, ausente por la guerra.

Capítulo I
1

Tommy Beresford se quitó el abrigo en el vestíbulo de su piso. Colgó la prenda cuidadosamente, empleando en ello más tiempo del necesario y después, con gran esmero, colocó el sombrero en la siguiente percha.

Irguió los hombros, trató de fijar en su rostro una sonrisa y entró en la salita de estar donde su mujer hacía calceta en aquel momento; un pasamontañas de lana color caqui.

Era la primavera del año 1940.

La señora Beresford lanzó una rápida mirada a su marido y luego volvió a mover las agujas a un ritmo furioso.

Al cabo de unos momentos preguntó:

—¿Traen alguna noticia los periódicos de la noche?

—Parece que ahora va en serio eso de la «blitzkreig», o guerra relámpago —replicó Tommy—. Las cosas no marchan bien en Francia.

—El mundo está hecho un asco —comentó Tuppence
[1]
.

Hubo una pausa y al final Tommy dijo:

—Bueno, ¿por qué no lo preguntas ya de una vez? No es menester que emplees tanto tacto.

—Ya lo sé —admitió Tuppence—. Los rodeos irritan siempre. Pero tú te enfadas si voy directamente al grano. Aunque de todas formas no es preciso que te pregunte nada. Lo llevas escrito en la cara.

—No sabía que tuviera un aspecto tan triste.

—No, querido —dijo Tuppence—. Pero esa sonrisita que me estás dirigiendo desde que has entrado es de lo más falso que jamás vi.

Tommy hizo una ligera mueca y replicó:

—¿De veras? ¿Tan mal lo hago?

—¡Pésimamente! Está bien; dilo ya de una vez. ¿No hay ninguna esperanza?

—Ninguna. No me necesitan para nada. Te aseguro, Tuppence, que para un hombre de cuarenta y seis años resulta fastidioso el que lo consideren como un viejo lleno de achaques. En el Ejército, en la Marina, en las Fuerzas Aéreas y en el Ministerio de Asuntos Exteriores, me han dicho lo mismo. Soy demasiado viejo. Tal vez me llamen más tarde.

—Pues lo mismo me pasa a mí —observó Tuppence—. No quieren gente de mi edad para enfermeras. No hay manera de convencerles. Cualquier mocosa que en su vida ha visto una herida y no sabe esterilizar unas vendas tiene preferencia sobre mí, que trabajé durante tres años, desde 1915 a 1918, en varias ocupaciones, tanto de enfermera en los hospitales de sangre, como de conductora de un camión y más tarde del coche de un general. Y puedo asegurar con orgullo, que todo ello lo llevé a cabo con gran éxito. Pero ahora soy una pobre mujer de edad madura, entrometida y fastidiosa, que no quiere quedarse tranquilamente en casa, haciendo calceta como es su obligación.

Tommy comentó lúgubremente:

—¡Esta condenada guerra...!

—Ya es bastante malo el estar en guerra —siguió Tuppence—, pero que no le dejen a una hacer algo para ayudar, es el colmo.

—Bueno —dijo su marido, a modo de consuelo—. Al fin y al cabo, Deborah ha conseguido un empleo.

—Lo cual me parece muy bien —contestó la madre de Deborah—. Y espero que sabrá desempeñar su cometido. Pero sigo creyendo, Tommy, que yo puedo hacer lo mismo que haga ella.

Tommy hizo un gesto.

—No creo que Deborah piense lo mismo.

—Las hijas llegan a ponerse pesadas. Especialmente cuando quieren parecer tan amables con sus madres como la nuestra.

Tommy murmuró:

—Hay ocasiones en que no es fácil soportar las miradas de indulgencia que me dirige Derek, como si dijera: «Pobre papaíto».

—En resumen —terminó Tuppence—, que aunque nuestros hijos son adorables, resultan también completamente insoportables.

Pero al mencionar a los dos mellizos, Derek y Deborah, los ojos de su madre tenían una expresión de profunda ternura.

—Estoy seguro —continuó Tommy pensativamente— de que para mucha gente tiene que ser amargo el darse cuenta de que se están haciendo viejos y pertenecen al pasado.

Tuppence dio un resoplido de cólera y sacudió su negra y brillante cabellera, al mismo tiempo que lanzaba al suelo, dando vueltas, el ovillo de lana que tenía en el regazo.

—Pero, ¿es que nosotros somos de ésos? Dime, ¿lo somos? ¿O acaso será que todos se empeñan en insinuarlo? Algunas veces llego a creer que nunca hicimos nada de provecho.

—Eso creo yo también.

—Tal vez sea así. Pero, de todas formas, hubo un tiempo en que se nos daba importancia, aunque ahora empiezo a figurarme que aquello no ocurrió nunca en realidad. ¿Es posible que pasaran todas aquellas cosas, Tommy? ¿Es cierto que una vez casi te abrieron la cabeza y luego te raptaron unos espías alemanes? ¿Es cierto que en una ocasión perseguimos a un peligroso criminal... y lo cogimos? ¿Es cierto que rescatamos a una muchacha y nos apoderamos de unos documentos secretos muy importantes, por lo cual, prácticamente, nos dio las gracias toda una nación? ¡Y fuimos nosotros! ¡Tú y yo! Los despreciados e innecesarios señores Beresford.

—Cálmate, querida. Todo eso no conduce a nada.

—Sea como fuere —replicó Tuppence, reprimiendo una lágrima—, el señor Carter nos ha defraudado.

—Nos ha escrito una carta muy amable.

—Pero no ha hecho nada por nosotros. Ni siquiera nos ha dado esperanzas.

—Ya sabes que actualmente ya no se ocupa de estas cosas. Le pasa lo mismo que a nosotros. Es demasiado viejo. Vive en Escocia y se dedica a la pesca.

Tuppence observó con acento nostálgico:

—Si nos hubieran dado alguna ocupación en el Servicio Secreto.

—Tal vez no hubiéramos podido cumplir eficientemente —dijo Tommy—. Posiblemente, no tengamos ya el suficiente nervio para ello.

—No lo creo —se obstinó Tuppence—. Yo me siento igual que entonces. Pero, como has dicho, quizá cuando llegara el momento...

Dio un suspiro y continuó:

—Desearía poder encontrar una ocupación de cualquier clase. No es conveniente disponer de mucho tiempo para pensar.

Sus ojos se detuvieron por un instante sobre las fotografías de un joven vestido con el uniforme de las Fuerzas Aéreas, cuya ancha sonrisa tenía un parecido extraordinario a la de Tommy.

—Para un hombre resulta peor —observó este último—. Las mujeres, al fin y al cabo, pueden hacer calceta, preparar paquetes y ayudar en las cantinas.

—Eso podría hacerlo yo aunque tuviera veinte años más —dijo Tuppence—. No soy tan vieja como para contentarme con ello. Lo malo es que, por lo visto, no aprovecho ni para una cosa ni para otra.

Sonó el timbre de la puerta y Tuppence se levantó. Las dimensiones del piso no permitían tener criada.

Al abrir se encontró con un caballero de amplios hombros y cara afable sobre la que destacaba un gran bigote rubio.

El recién llegado pareció juzgar con una rápida mirada a la mujer y preguntó con voz agradable:

—¿Es usted la señora Beresford?

—Sí.

—Me llamo Grant. Soy amigo de lord Easthampton, quien me sugirió que viniera a hablar con usted y con su marido.

—¡Oh, qué atento! Pase, por favor.

Le precedió hasta la salita de estar.

—Mi marido. El... ejem... capitán...

—Señor... —rectificó el otro.

—El señor Grant. Es amigo del señor Car... de lord Easthampton.

Le acudía siempre más fácilmente a los labios el viejo
nom de guerre
del ex jefe del Servicio Secreto, que el título nobiliario que éste ostentaba.

Durante unos cuantos minutos charlaron animadamente. Grant tenía una personalidad atractiva y unas maneras muy agradables.

Tuppence salió al cabo de un rato de la habitación y volvió poco después con una botella de jerez y unos vasos.

Al cabo de unos instantes, al producirse una pausa en la conversación, el señor Grant se dirigió a Tommy.

—He oído decir que anda usted buscando un empleo, Beresford.

Una lucecita se encendió en los ojos de Tommy.

—Sí, eso es. No querrá usted decir que...

Grant se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Nada de eso, no. Me temo que tales cosas tendremos que dejarlas para la gente joven y activa... o para los que están con ello desde hace varios años. Lo único que puedo sugerirle es algo más prosaico. Trabajo en oficinas. Rellenar formularios, archivarlos y clasificarlos. Una cosa así...

La cara de Tommy se ensombreció.

—¡Ah! Ya me doy cuenta.

Grant prosiguió, como animándole:

—Bueno; eso es mejor que nada. De todas formas, venga a verme cualquier día a mi oficina. En el Ministerio de Aprovisionamiento. Despacho número 22. Le arreglaremos algo para usted.

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