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Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

La voz de los muertos (24 page)

BOOK: La voz de los muertos
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—¿Nos está diciendo que también es célibe? —preguntó el Ceifeiro.

—Y ahora también viudo —susurró la Aradora.

A Ender no le pareció incongruente del todo nombrar la pérdida de Valentine en esos términos.

«Si esto forma parte de algún plan maestro tuyo, Ender, admito que es demasiado profundo para mí» —susurró Jane en su oído.

Pero, naturalmente, no formaba parte de ningún plan. Ender se asustó al ver que perdía el control de esta manera. Anoche, en la casa de los Ribeira, era el amo de la situación; ahora sentía que se había rendido a estos monjes casados con el mismo abandono que habían mostrado Quara o Grego.

—Creo que ha venido aquí buscando respuesta a más preguntas de las que sabe —dijo el Ceifeiro.

—Debe estar tan solo —dijo la Aradora —. Su hermana ha encontrado un lugar donde descansar. ¿Está también buscando uno?

—No lo creo —contestó Ender —. Me temo que he abusado de su hospitalidad. Los monjes no ordenados no pueden oír confesiones.

La Aradora se rió en voz alta.

—Oh, cualquier católico puede oír la confesión de un infiel.

El Ceifeiro, sin embargo, no se rió.

—Portavoz Andrew, nos has dado obviamente más confianza de la que habías planeado, pero te aseguro que nos merecemos esa confianza. Y en el proceso, amigo mío, he llegado a creer que puedo confiar en ti. El obispo te teme, y admito que yo mismo tenía mis propios resquemores, pero ya no. Te ayudaré si puedo, porque creo que no causarás ningún daño premeditadamente a nuestro pueblo.

«—Ah —susurró Jane —Ahora lo veo. Una maniobra muy inteligente de tu parte, Ender. Juegas mucho mejor que yo.»

Aquella puya hizo que Ender se sintiera cínico y traidor, e hizo algo que nunca había hecho antes. Se llevó la mano a la oreja, encontró el cierre del alfiler que sujetaba la joya, empujó con la uña y se la quitó. La joya quedó inutilizada. Jane ya no podía hablarle al oído, ya no podía ver y oír desde su estratégico emplazamiento.

—Salgamos fuera —dijo Ender.

Ellos comprendieron perfectamente lo que acababa de hacer, puesto que la función de un implante de esas características era bien conocida. Lo vieron como prueba de su deseo de una conversación privada y provechosa, y por tanto accedieron a acompañarle de inmediato. Ender había pretendido desconectar la joya temporalmente, como respuesta a la insensibilidad de Jane; había pensado en desconectar el interface sólo por unos minutos. Pero la manera como la Aradora y el Ceifeiro parecieron relajarse cuando la joya quedó desactivada le hizo imposible volver a conectarla, al menos durante un rato.

Fuera, en la colina, imbuido en la conversación con la Aradora y el Ceifeiro, se olvidó que Jane no escuchaba. Le hablaron de la infancia solitaria de Novinha, y cómo recordaban haberle visto cobrar vida a través de los paternales cuidados de Pipo y la amistad de Libo.

—Pero desde la noche de su muerte, ella ha muerto también para todos nosotros.

Novinha no supo nunca las discusiones que tuvieron lugar con ella como tema. Las penas de la mayoría de los niños normalmente no desembocaban en reuniones en las habitaciones del obispo, o en conversaciones entre los profesores del monasterio, o en especulaciones sin fin en las oficinas de la alcaldesa. La mayoría de los niños, después de todo, no eran hijos de Os Venerados; ni eran el único xenobiólogo del planeta.

—Se volvió muy distante y fría. Hizo informes de su trabajo sobre la adaptación de vida vegetal nativa para uso humano, y sobre plantas nacidas en la Tierra para sobrevivir en Lusitania. Siempre contestaba a todas las preguntas fácil, alegre e inofensivamente. Pero estaba muerta para nosotros, no tenía amigos. También le preguntamos a Libo, Dios dé descanso a su alma, y nos dijo que incluso él, que había sido su amigo, no había llenado el alegre vacío que mostraba a todo el mundo. En cambio, ella se mostraba furiosa con él y le prohibió que le hiciera según qué preguntas.

El Ceifeiro arrancó una hoja de hierba nativa y exprimió el líquido de la superficie interna.

—Deberías probar esto, Portavoz Andrew. Tiene un sabor interesante, y ya que tu cuerpo no puede metabolizarlo, es bastante inofensivo.

—Debes advertirle, esposo, que los bordes de la hierba pueden cortarle los labios y la lengua como cuchillas.

—Estaba a punto de decírselo.

Ender se rió, peló una hoja y la probó. Canela amarga, un poco de regusto ácido, la pesadez de lo rancio… el sabor era reminiscente de muchas cosas, pocas agradables, pero también era fuerte.

—Esto podría ser adictivo.

—Mi esposo está a punto de hacer una alegoría, Portavoz Andrew. Ten cuidado.

El Ceifeiro se rió tímidamente.

—¿No dijo San Ángelo que Cristo enseñó el camino correcto, uniendo nuevas cosas a las viejas?

—El sabor de la hierba —dijo Ender —. ¿Qué tiene que ver con Novinha?

—Es muy rebuscado. Pero creo que Novinha probó algo no tan agradable, pero tan fuerte que la abrumó, y ya nunca pudo deshacerse del sabor.

—¿Qué fue?

—¿En términos teológicos? El orgullo de la culpa universal. Es una forma de vanidad y egomanía. Se considera responsable de cosas que posiblemente no sean culpa suya. Como si lo controlara todo, como si el sufrimiento de otras personas fuera una especie de sufrimiento por sus pecados.

—Se culpa de la muerte de Pipo —dijo la Aradora.

—No es tonta —repuso Ender —. Sabe que fueron los cerdis, y sabe que Pipo fue a ellos solo. ¿Cómo podría ser culpa suya?

—Cuando se me ocurrió este pensamiento, puse la misma objeción. Pero entonces eché un vistazo a las transcripciones y grabaciones de los sucesos ocurridos en la noche en que murió Pipo. Había sólo una pista, una observación que hizo Libo pidiéndole a Novinha que le mostrase aquello en lo que ella y Pipo habían estado trabajando, justo antes de que Pipo saliera para ver a los cerdis. Ella le dijo que no. Eso fue todo. Alguien interrumpió y nunca se volvió a sacar el tema, al menos no en la Estación Zenador, ni en ningún lugar donde quedara registrado.

—Nos preguntamos qué sucedió justo antes de la muerte de Pipo, Portavoz Andrew —intervino la Aradora —. ¿Por qué se marchó de esa forma? ¿Se habían peleado o algo por el estilo? ¿Estaba furioso? Cuando muere algún ser querido y tu último con —tacto con él ha sido un arrebato de furia o de pesar, entonces empiezas a echarte la culpa. Si yo no hubiera dicho esto, si no hubiera dicho lo otro…

—Intentamos reconstruir lo que pasó esa noche. Nos dirigimos a los ficheros del ordenador, los que automáticamente retienen las notas de trabajo, un registro de todo lo que se hace por cada persona. Y todo lo relativo a ella había sido sellado completamente. No sólo los archivos con los que estaba trabajando. Ni siquiera pudimos acceder a los que tenían relación. Ni siquiera pudimos descubrir qué ficheros nos escondía. Simplemente no pudimos entrar. Ni tampoco pudo la alcaldesa ni con sus poderes y permisos especiales.

La Aradora asintió.

—Fue la primera vez que alguien cerraba archivos públicos de esa manera… archivos de trabajo, parte de la labor de la colonia.

—Fue una osadía por su parte. Por supuesto que la alcaldesa podría haber usado sus poderes de emergencia, ¿pero cuál era la emergencia? Tendríamos que acudir a una audiencia pública, y no teníamos ninguna justificación legal. Sólo preocupación por ella, y la ley no tiene ningún respeto por la gente que se preocupa por el bien de alguien más. Algún día tal vez veamos lo que hay en esos archivos, qué es lo que sucedió entre ellos antes de que Pipo muriera. No puede borrarlos porque son asunto público.

A Ender no se le ocurrió que Jane no estaba escuchando, que él la había desconectado. Asumió que en cuanto oyera esto se saltaría todas las protecciones que Novinha hubiera colocado y descubriría qué era lo que había en aquellos archivos.

—Y su matrimonio con Marcos —dijo la Aradora —. Todo el mundo sabía que estaba enfermo. Libo quería casarse con ella, no había ningún secreto en eso. Pero ella dijo que no.

—Es como si dijera: no merezco casarme con el hombre que podría hacerme feliz. Me casaré con el hombre que es perverso y brutal, que me dará el castigo que me merezco —suspiró el Ceifeiro —. Su deseo de autocastigarse los separó para siempre.

Extendió la mano y tocó la de su esposa.

Ender esperaba que Jane hiciera un comentario sarcástico sobre la forma en que los seis hijos comunes probaban que Libo y Novinha no habían estado completamente separados. Cuando no lo dijo, Ender recordó que había desconectado el interface. Pero ahora, con el Ceifeiro y la Aradora observándole, no podía volver a conectarlo.

Porque sabía que Libo y Novinha habían sido amantes durante años, y que el Ceifeiro y la Aradora estaban equivocados. ¡Oh!, Novinha podía sentirse culpable: eso explicaría por qué soportaba a Marcos, por qué se separó de las demás personas. Pero no era ésa la razón por la que no se casó con Libo; no importaba cuánta culpa sintiera, ciertamente pensaba que se merecía los placeres de la cama de Libo.

Era el matrimonio con Libo, no a Libo mismo lo que ella rechazaba. Y aquello no era una elección fácil en una colonia tan pequeña, especialmente en una colonia católica. ¿Entonces qué era, si tenía relación con el matrimonio, pero no con el adulterio? ¿Qué era lo que estaba evitando?

—Así que ya ves, para nosotros es aún un misterio. Si estás realmente interesado en Hablar de la muerte de Marcos Ribeira, tendrás que resolver esa pregunta de alguna manera… ¿por qué se casó ella con él? Y para responder a eso, tendrás que descubrir por qué murió Pipo. Y diez mil de las mejores mentes de los Cien Mundos han estado trabajando en eso durante más de veinte años.

—Pero tengo una ventaja sobre todas esas mentes —dijo Ender.

—¿Y cuál es?

—Tengo la ayuda de la gente que ama a Novinha.

—No nos hemos podido ayudar a nosotros mismos —dijo la Aradora —. No hemos podido ayudarle a ella tampoco.

—Tal vez nos podamos ayudar mutuamente.

El Ceifeiro le miró y le puso una mano en el hombro.

—Si dices eso de verdad, Portavoz Andrew, entonces serás tan honesto con nosotros como lo hemos sido contigo. Nos dirás la idea que se te ha ocurrido no hace aún ni diez segundos.

Ender se detuvo un momento y luego asintió gravemente.

—No creo que Novinha rehusara casarse con Libo por un sentimiento de culpa. Creo que rehusó casarse con él para evitar que tuviera acceso a esos ficheros ocultos.

—¿Por qué? —preguntó el Ceifeiro —. ¿Tenía miedo de que descubriera que se había peleado con Pipo?

—No creo que fuera eso. Creo que ella y Pipo descubrieron algo, y ese conocimiento fue lo que condujo a Pipo a la muerte. Por eso cerró los archivos. De alguna manera la información que hay en ellos es fatal.

El Ceifeiro sacudió la cabeza.

—No, Portavoz Andrew. No comprendes el poder de la culpa. La gente no arruina sus vidas por un poco de información: pero lo hacen por una cantidad aún más pequeña de autoculpa. Verás, ella se casó con Marcos Ribeira. Y eso fue un autocastigo.

Ender no se molestó en discutir. Tenían razón en lo de la culpa de Novinha; ¿por qué otra cosa podría dejar que Marcos Ribeira la golpeara y no se quejara nunca de ello? La culpa estaba allí, Pero había otra razón para casarse con Marcão. Era estéril y se avergonzaba de serlo; para esconder su falta de hombría a la ciudad, él estuvo dispuesto a soportar un matrimonio en el que haría de sistemático cornudo. Novinha estaba dispuesta a sufrir, pero no deseaba vivir sin el cuerpo de Libo y sus hijos comunes. No, la razón por la que no quiso casarse con Libo era para apartarle de los secretos de sus archivos, porque de otra manera, lo que había en ellos haría que los cerdis lo matasen.

Qué ironía. Qué ironía que los cerdis lo mataran de todas formas.

De vuelta en su casa, Ender se sentó ante el terminal y llamó a Jane una y otra vez. Ella no le había hablado durante todo el camino de regreso, aunque en cuanto él volvió a conectar la joya se disculpó bastante con ella. Ella tampoco contestó al terminal.

Sólo entonces comprendió que la joya significaba mucho más para ella que para él. Él simplemente había descartado una interrupción molesta, como a

un niño problemático. Pero para ella la joya era su contacto constante con el único ser humano que la conocía. Habían estado separados muchas veces antes, bien por causa de viajes estelares, o bien por el sueño; pero ésta había sido la primera vez que él la desconectaba. Era como si la única persona que la conocía rehusara ahora admitir que existía.

Se la imaginó como a Quara, llorando en la cama, deseando que alguien la cogiera en brazos y la consolara. Sólo que ella no era una niña de carne y hueso. Él no podía ir a buscarla. Sólo podía esperar que regresara.

¿Qué sabía de ella? No tenía manera de averiguar qué profundidad tenían sus emociones. Era incluso remotamente posible que para ella la joya fuera ella misma, y al desconectaría él la hubiera matado.

No —se dijo —. Está aquí, en algún lugar de las conexiones filóticas entre los cientos de ansibles desplegados entre los sistemas solares de los Cien Mundos.

—Perdóname —escribió en el terminal —. Te necesito.

Pero la joya en su oído permaneció en silencio, el terminal permaneció quieto y frío. No se había dado cuenta de lo mucho que dependía de su presencia constante. Había pensado que valoraba su soledad; ahora, sin embargo, con aquella soledad obligatoria, tenía una urgente necesidad de hablar, de que alguien le escuchara, como si no pudiera estar seguro de que existía sin la conversación de alguien como evidencia.

Incluso sacó a la reina colmena de su escondite, aunque lo que pasaba entre ellos apenas podía considerarse una conversación. Incluso aquello no fue

posible ahora. Sus pensamientos le llegaban difusa, débilmente, y sin las palabras que le eran tan difíciles a ella; sólo un sentimiento de pregunta y una imagen de su crisálida depositada en el interior de un lugar fresco, como una caverna o el hueco de un árbol viviente.

«Ahora?», pareció preguntar ella. No, tuvo que responder. Todavía no, lo siento. Pero ella no esperó su disculpa, sólo se deslizó, se marchó de regreso a lo que fuera o quien fuera que había encontrado para conversar a su propia manera, y Ender no pudo hacer otra cosa que dormir.

Y entonces, cuando se despertó a medianoche, aplastado por la culpa de lo que sin pretender le había hecho a Jane, se sentó de nuevo ante el terminal y tecleó: ¡Vuelve a mi, Jane. Te quiero! Y entonces envió el mensaje por el ansible, donde ella no podría ignorarlo. Alguien en la oficina de la alcaldesa lo leería, como se leían todos los mensajes ansible abiertos; sin duda la alcaldesa, el obispo, y Dom Cristão lo sabrían por la mañana. Muy bien, que se preguntaran quién era Jane, y por qué el Portavoz lloraba por ella a través de años-luz en medio de la noche. A Ender no le importaba. Pues ahora había perdido a Valentine y a Jane, y por primera vez en veinte años estaba completamente solo.

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