Hubo una pausa incómoda, hasta que Ella, que ya no lloraba y llevaba puesto el body de vaquita más bonito que Brooke hubiera visto en su vida, hizo su aparición, y todos pudieron rendirle su tributo de «¡ooohs!» y «¡aaahs!» admirados.
—Entonces, ¿os gusta Boston? —preguntó la madre de Brooke, que untó una galleta con queso azul y se la llevó a la boca.
Neha sonrió.
—Bueno, nos encanta nuestro barrio y hemos conocido gente muy simpática. Me gusta mucho el piso donde vivimos, y la calidad de vida en la ciudad es muy alta.
—Con eso quiere decir que se mueren de aburrimiento —intervino Brooke, pinchando una aceituna con un palillo.
Neha asintió.
—Es cierto. No podemos más.
La señora Greene se echó a reír y Brooke notó que su amiga le había caído bien a su madre.
—Entonces, ¿por qué no volvéis a Nueva York? Estoy segura de que a Brooke le encantaría.
—Rohan terminará el máster el año que viene, y si fuera por mí, yo vendería el coche (detesto conducir), renunciaría a nuestro piso perfecto, me despediría de nuestros educados vecinos y volvería cuanto antes a Nueva York, donde sólo podemos permitirnos un estudio sin ascensor en un barrio conflictivo, rodeados de vecinos groseros y agresivos, pero donde disfrutaría de cada minuto.
—Neha… —Rohan oyó la última parte y la miró con expresión severa.
—¿Qué? No puedes esperar que me quede a vivir ahí para siempre. —Se volvió hacia Brooke y la señora Greene, y bajó la voz—. Él también lo detesta, pero se siente culpable por detestarlo. Ya sabéis: ¿cómo es posible que no nos guste una ciudad como Boston?
Cuando finalmente se reunieron en torno a la mesa para cenar, a Brooke ya casi se le había olvidado el artículo. Había vino en abundancia y el pavo estaba jugoso y cocido en su punto, y aunque el puré de patatas le había quedado un poco soso, sus invitados proclamaron que era el mejor puré que habían probado en su vida. Charlaron animadamente sobre la última película de Hugh Grant y el viaje a Mumbai y a Goa que estaban planeando Neha y Rohan, para visitar a sus familias durante las vacaciones. El ambiente era tan distendido, que cuando su madre se inclinó hacia ella y le preguntó en voz baja cómo lo estaba sobrellevando, Brooke estuvo a punto de dejar caer el tenedor.
—¿Lo has leído? —exclamó, mirando a su madre con los ojos como platos.
—Claro que lo he leído, cielito. Cuatro amigas diferentes me lo enviaron esta mañana. Las cuatro se pasan la vida leyendo cotilleos. Imagino lo terrible que debió de haber sido para ti leer…
—Mamá, no quiero hablar de eso.
—… algo así, pero cualquiera que te conozca sabrá perfectamente que son (si me perdonas la expresión) mentiras podridas.
Neha debió de captar el final de la frase de su madre, porque también se inclinó hacia ella y le dijo:
—En serio, Brooke. Es muy evidente que son invenciones. No hay ni un gramo de verdad en todo el artículo. No deberías pensar en eso ni medio segundo.
Brooke se sintió otra vez como si la hubieran abofeteado. ¿Por qué había pensado que nadie lo habría leído? ¿Cómo había conseguido convencerse de que todo el asunto simplemente se desvanecería en el aire?
—Precisamente, estoy intentando no pensar.
Neha asintió, y Brooke pensó que había captado el mensaje. Ojalá hubiese podido decir lo mismo de su madre.
—¿Habéis visto a los fotógrafos, cuando habéis llegado? —les preguntó la señora Greene a Neha y a Rohan—. Son como buitres.
Julian debió de ver que la expresión de Brooke se volvía tensa, porque se aclaró la garganta como para decir algo. Pero ella quería explicarlo todo de una vez, para poder pasar a otro tema.
—No es tan malo —dijo, mientras le pasaba a Randy la fuente de los espárragos a la parrilla—. No siempre están ahí abajo y, además, hemos puesto persianas para que no puedan hacer fotos. Quitar nuestro número de la guía telefónica ha sido una buena medida. Estoy segura de que es el alboroto inicial por el álbum. Para Año Nuevo, se habrán aburrido de nosotros.
—Espero que no —dijo Julian, con su sonrisa con hoyuelos—. Leo acaba de avisarme que está intentando hacerme un lugar en la gala de los Grammy. Dice que es bastante probable que me llamen para actuar.
—¡Enhorabuena! —exclamó Michelle, con más entusiasmo del que había mostrado en todo el día—. ¿Es un secreto?
Julian miró a Brooke, que le devolvió la mirada.
—Bueno —dijo Julian, tras toser un poco—, no sé si es un secreto, pero no anunciarán a los músicos participantes hasta después de Año Nuevo, así que no tiene mucho sentido decir nada.
—¡Genial! —dijo Randy, con una sonrisa—. Si vas tú, vamos todos. Ya lo sabes, ¿verdad? En esta familia somos todos para uno y uno para todos.
Julian le había mencionado la posibilidad a Brooke antes, por teléfono, pero oír que se lo contaba a todos hizo que a ella le pareciera mucho más real. Le costaba imaginarlo: ¡su marido actuando en la gala de los Grammy, en emisión para todo el mundo!
Un chillido de la pequeña Ella desde la silla portátil, junto a la mesa, interrumpió su ensoñación. Se levantó para colocar en fuentes y bandejas todas las delicias caseras que habían llevado los invitados: un pastel de calabaza y otro de ruibarbo, de su madre; una docena de pastelitos de menta y chocolate, de Michelle, y la especialidad de Neha:
burfi
de coco, que parecía hecho con crispis de arroz, pero sabía a queso fresco.
—Y a ti ¿cómo te va el trabajo, Brooke? —preguntó Rohan, con la boca llena de pastelito de menta y chocolate.
Brooke dio un sorbo a su café y dijo:
—Bien. Me encanta el hospital, pero espero poder abrir una consulta propia dentro de un par de años.
—Podrías abrirla con Neha. Últimamente, no habla de otra cosa.
Brooke miró a su amiga.
—¿De verdad? ¿Estás pensando en establecerte por tu cuenta?
Neha asintió con tanta fuerza, que la coleta se le sacudió arriba y abajo.
—¡Claro que sí! Mis padres se han ofrecido a prestarme parte del dinero para empezar, pero necesito un socio para que las cosas funcionen. Lo empecé a pensar la última vez que vinimos a la ciudad.
—¡No lo sabía! —exclamó Brooke, cada vez más entusiasmada.
—No puedo trabajar para siempre en la consulta de un ginecólogo. Si todo va bien, algún día tendremos niños… —Algo en la forma en que Neha miró a Rohan, que inmediatamente se sonrojó y apartó la vista, hizo que Brooke pensara que su amiga debía de estar embarazada de pocas semanas—… y necesitaré un horario más flexible. Lo ideal sería una pequeña consulta privada, especializada en asesoramiento nutricional pre y posnatal, para mamás y bebés. Quizá podríamos tener también una especialista en lactancia; no lo sé, aún no estoy segura.
—¡Eso mismo, exactamente, he estado pensando yo! —exclamó Brooke—. Necesito entre nueve meses y un año más de experiencia clínica, y después…
Neha mordió delicadamente un trozo de
burfi
y sonrió. A continuación, se volvió hacia la otra punta de la mesa:
—Eh, Julian, ¿no podrías soltar un poco de dinero para darle un empujoncito a la consulta de tu mujer? —preguntó, y todos se echaron a reír.
Más tarde, cuando los invitados se habían ido a casa y ellos ya habían fregado los platos y plegado las sillas, Brooke se acurrucó junto a Julian en el sofá.
—¿No te parece increíble que Neha esté planeando exactamente lo mismo que yo? —exclamó entusiasmada.
Aunque la conversación había derivado naturalmente hacia otros temas durante el postre, Brooke no había dejado de pensar en ello.
—Me parece absolutamente perfecto —dijo Julian, mientras le besaba la coronilla.
Su teléfono no había dejado de sonar en toda la noche, y aunque él lo había puesto en silencio y fingía no prestarle atención, era evidente que estaba distraído.
—Más que perfecto, porque en cuanto pueda establecerme por mi cuenta, tendré mucho más tiempo libre para viajar contigo y mucha más flexibilidad que ahora. ¿No crees que será fantástico?
—Hum. Sí, claro.
—Lo que quiero decir es que haría falta muchísimo tiempo y un esfuerzo enorme para hacerlo yo sola (¡por no hablar del dinero!), pero será perfecto hacerlo con Neha, porque podremos cubrirnos mutuamente las espaldas y, aun así, atender al doble de pacientes. ¡Es la solución ideal! —dijo Brooke con expresión de felicidad.
Era la buena noticia que necesitaba. Las ausencias de Julian, el acoso de los fotógrafos y el horrendo artículo todavía la preocupaban, pero una buena perspectiva de futuro era justo lo que le hacía falta para que todo lo demás la afectara menos.
El teléfono de Julian volvió a sonar.
—Responde ya, a ver si así acabamos de una vez —dijo ella, con más irritación de lo que hubiese pretendido.
Julian vio en la pantalla que era Leo y pulsó el botón para hablar.
—Hola, ¿qué hay? ¡Feliz día de Acción de Gracias! —Asintió un par de veces, rió y después dijo—: Sí, muy bien. Claro. Se lo preguntaré, pero estoy seguro de que podrá. Sí, cuenta con nosotros. Hasta pronto.
Se volvió y la miró con una gran sonrisa.
—Adivina adónde vamos…
—¿Adónde?
—Tú y yo, cariño mío, estamos invitados a la ultraexclusiva recepción de Sony: a la comida y el cóctel. Leo dice que invitan a todo el mundo a la fiesta de la noche, en la ciudad; pero que sólo los principales artistas están invitados para reunirse con los jefazos, de día, en la recepción que organizan en una lujosa mansión de los Hamptons. Habrá actuaciones de invitados sorpresa y viajaremos ¡en helicóptero! Nunca nadie ha escrito nada sobre esa fiesta, porque es terriblemente secreta y exclusiva. ¡Y nosotros estamos invitados!
—¡Vaya, es increíble! ¿Cuándo es? —preguntó Brooke, pensando ya en lo que iba a ponerse.
Julian se levantó de un salto y se dirigió a la cocina.
—El viernes antes de Navidad. No sé en qué fecha cae.
Brooke cogió el móvil y buscó el calendario.
—¿El veinte de diciembre? ¡Julian, es el último día en Huntley, antes de las vacaciones de Navidad!
—¿Y qué?
Julian sacó una cerveza del frigorífico.
—¡Es el día de nuestra fiesta! ¡La fiesta de Huntley! Me han pedido que planifique el primer menú sano para la fiesta de las chicas. También le prometí a Kaylie que conocería a su padre y a su abuela. Los padres están invitados a la fiesta y ella está muy entusiasmada con la idea de presentarme a su familia.
Brooke estaba orgullosa de su enorme progreso con la niña en los últimos meses. Tras aumentar la frecuencia de sus sesiones y hacer un montón de hábiles preguntas sobre Whitney Weiss, había averiguado que Kaylie estaba coqueteando con la idea de provocarse el vómito y usar diuréticos y laxantes, pero también había podido establecer que la niña no cumplía ninguno de los criterios para diagnosticar un trastorno grave del comportamiento alimentario. Al poder hablar y ser escuchada, y gracias a que Brooke le había brindado atención en abundancia, había recuperado parte del peso que había perdido con tanta rapidez y parecía haber adquirido mayor confianza en sí misma. Probablemente, lo más importante de todo era que se había apuntado al club de teatro y había conseguido un papel secundario pero bastante importante en la producción de la obra
West Side Story
, que presentaría el colegio aquel año. Por fin tenía amigas.
Julian volvió a sentarse con Brooke en el sofá y encendió la televisión. La habitación se llenó de ruido.
—¿Puedes bajar eso un poco? —preguntó ella, intentando disimular la irritación en la voz.
Él bajó el volumen, pero sólo después de mirarla con una expresión extraña.
—No quiero parecer insensible —dijo—, pero ¿no puedes llamar y decir que estás enferma? ¡Iremos en helicóptero a conocer a los ejecutivos de la división musical de Sony! ¿No hay nadie más que pueda elegir los pastelitos para la fiesta?
Brooke no recordaba que en ningún momento de sus cinco años de matrimonio Julian le hubiera hablado con tal tono de superioridad y condescendencia. Y lo peor de todo era que ni siquiera se daba cuenta de lo detestable y egoísta que había sido su comentario.
—¿Sabes qué? Estoy segura de que hay mucha gente capaz de «elegir los pastelitos para la fiesta», como tú mismo has dicho. Después de todo, ¿qué puede importar mi trabajo pequeño y tonto, al lado del tuyo, que tiene categoría internacional? Pero se te olvida una cosa: me encanta lo que hago. Me gusta ayudar a esas chicas. He invertido toneladas de tiempo y energía en ayudar a Kaylie. ¿Y sabes qué? Está dando resultados. Ahora está más sana y feliz que nunca; ya no se culpa a sí misma, ni se pasa el día llorando. Ya sé que en tu mundo eso no es nada, en comparación con un número cuatro en la lista de
Billboard
; pero en el mío, es algo muy grande. Así que no, Julian, no voy a ir contigo a tu fiesta superselecta, porque yo ya tengo una fiesta a la que voy a asistir.
Se puso en pie y lo miró con intensidad, esperando de él una disculpa, un ataque o cualquier cosa, menos lo que hizo: mirar con expresión vacía la pantalla silenciosa del televisor, mientras meneaba la cabeza sin dar crédito a lo que acababa de oír y como diciendo: «Me he casado con una lunática».
—Bueno, me alegro de que lo hayamos dejado claro —dijo ella en tono sereno, antes de dirigirse al dormitorio.
Esperaba que él fuera tras ella para hablar al respecto, abrazarla y recordarle que nunca se iban a la cama enfadados; pero cuando una hora más tarde volvió al cuarto de estar, lo encontró acurrucado en el sofá, bajo la manta morada, roncando suavemente. Se dio la vuelta y regresó a la cama, sola.
Metido hasta las rodillas en un mar de tequila y chicas de dieciocho años
Julian soltó una carcajada cuando la langosta más grande se puso en cabeza.
—
¡Setecientos gramos
ya es líder! ¡Está a punto de tomar la curva! —dijo, en su mejor imitación de un comentarista deportivo—. ¡Creo que ya ha ganado!
Su rival, una langosta más pequeña de concha oscura y brillante, y unos ojos que a Brooke le parecieron enternecedores, se apresuró a reducir la distancia.
—No te precipites —dijo Brooke.
Estaban sentados en el suelo de la cocina, con la espalda apoyada en la isla central, animando a sus respectivas competidoras. Brooke se sentía vagamente culpable por poner a las langostas a jugar carreras, antes de echarlas en una olla de agua hirviendo, pero a ellas no parecía importarles. Sólo cuando
Walter
se puso a olfatear la suya, que se negó a avanzar un centímetro más, Brooke intervino y la rescató de ulteriores torturas.