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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

La tumba de Huma (12 page)

BOOK: La tumba de Huma
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—Maldito kender parlanchín —gimió Flint—. Tuvo que permitir que le cayera una casa encima. —Las manos del enano sangraban pues se había herido al intentar levantar la viga. Se hubiesen requerido tres hombres, o uno como Caramon, para conseguir sacar al kender. Tanis puso la mano en el cuello de Tas. Las pulsaciones era muy débiles.

—¡Quédate con él! —dijo Tanis innecesariamente—. Voy a la posada. ¡Traeré a Caramon!

Flint lo miró con el ceño fruncido y luego contempló la posada. Ambos oían claramente los alaridos de los draconianos y veían sus armas relampaguear entre los destellos de fuego. De vez en cuando se veía relucir una extraña luz en “El Dragón Rojo”; la magia de Raistlin. El enano sacudía su cabeza. Tanis era tan capaz de volver con Caramon como lo era de volar.

Pero Flint se las arregló para sonreír.

—Desde luego, amigo, me quedaré con él. Adiós, Tanis.

Tanis tragó saliva, intentó responder, desistió y salió corriendo calle abajo.

Raistlin, tosiendo hasta apenas poder sostenerse en pie se limpió la sangre de los labios y sacó una pequeña bolsa de cuero de uno de los bolsillos más recónditos de su túnica. Sólo le quedaba un único hechizo para formular, y casi no tenía energía para hacerlo. Intentó esparcir el contenido de la bolsita en una jarra de vino que había ordenado a Caramon que se la trajera antes de que se iniciara la batalla. Las manos le temblaban violentamente y los espasmos de tos acabaron por vencerlo.

Pero, entonces, sintió unas manos que se posaban sobre las suyas. Alzando la mirada, vio a Laurana, quien tomó de sus frágiles dedos la bolsa de cuero. Las manos de la elfa estaban manchadas con la sangre verde y oscura de los draconianos.

—¿Qué es esto? —preguntó la doncella.

—Los ingredientes para un hechizo. Échalos en el vino.

Laurana asintió y echó las hierbas tal como le decían. Instantáneamente se evaporaron.

—¿Qué son?

—Una poción para dormir —susurró Raistlin con ojos brillantes.

—¿Crees que nos resultará difícil dormir esta noche?

—No es de ese tipo —respondió Raistlin mirándola con intensidad—. Esta simula la muerte. Las pulsaciones disminuyen hasta casi detenerse, la respiración queda casi interrumpida, la piel se vuelve fría y pálida, los miembros quedan rígidos.

Los ojos de Laurana se abrieron de par en par.

—¿Por qué...?

—Para utilizarlo como último recurso. El enemigo piensa que estás muerto, si tienes suerte te abandona en el campo de batalla. Si no...

—¿Si no?

—Bueno, se sabe de algunos que despertaron en las piras de su propio funeral. No obstante, no creo que sea muy posible que eso nos ocurra a nosotros.

Respirando con mayor facilidad, el mago se sentó, agachándose casi instintivamente cuando una flecha voló sobre su cabeza y cayó tras él. Notó que a Laurana le temblaban las manos y se dio cuenta de que no estaba tan tranquila como intentaba aparentar.

—¿Pretendes que nos bebamos esto? —preguntó la elfa.

—Nos evitará ser torturados por los draconianos.

—¿Cómo lo sabes?

—Confía en mí —dijo el mago esbozando una leve sonrisa.

Laurana lo miró y se estremeció. Absorta, se frotó los dedos manchados de sangre en la túnica de cuero. La mancha no desapareció, pero ella no se dio cuenta. Una flecha se clavó cerca suyo. Ni siquiera se asustó, sencillamente la contempló.

De pronto, surgiendo de la humareda de la ignescente sala de la posada apareció Caramon. Tenía una herida de flecha en el hombro, y su propia sangre se mezclaba extrañamente con la sangre verde del enemigo.

—Están echando abajo la puerta principal —dijo respirando pesadamente—. Riverwind ordenó que regresáramos aquí.

—¡Escuchad! —advirtió Raistlin—. ¡No sólo están intentando entrar por ahí! —se oyó un estallido en la puerta trasera de la cocina que daba al callejón de la parte de atrás.

Dispuestos a defenderse, Caramon y Laurana se giraron en el preciso instante en que la puerta cedió. Entró un alto personaje.

—¡Tanis! —gritó Laurana. Enfundando el arma, corrió rápidamente hacia él.

—¡Laurana! —exclamó el semielfo jadeante. Acogiéndose en sus brazos, la abrazó con fuerza, casi sollozando de alivio. Un segundo después Caramon los rodeó a ambos con sus inmensos brazos.

—¿Cómo estáis todos? —preguntó Tanis cuando pudo hablar.

—Bien, por el momento —dijo Caramon mirando tras Tanis. Su expresión cambió al ver que venía solo —. ¿Dónde están...?

—Sturm se ha perdido. Flint y Tas están al otro lado de la calle. El kender está atrapado bajo una viga. Gilthanas está a dos edificios de distancia. Está herido, no es grave, pero no pudo seguir avanzando.

—Bienvenido, Tanis —susurró Raistlin entre toses—. Has llegado a tiempo para morir con nosotros.

Tanis miró la jarra, vio la bolsa negra junto a ella y observó a Raistlin con sorpresa.

—No —dijo con firmeza el mago—. No vamos a morir. Al menos no como el... —Raistlin se interrumpió bruscamente—. Reunámonos todos.

Caramon fue a buscar a los demás, llamándolos a gritos. Riverwind llegó de la sala principal donde había estado disparando al enemigo las mismas flechas que éste les lanzaba, ya que las suyas se habían acabado un rato antes. Los demás lo seguían, sonriendo esperanzados al ver a Tanis.

Al ver la fe que tenían en él, el semielfo se enfureció. Algún día, pensó, voy a decepcionarles. Tal vez lo haya hecho ya.

—¡Escuchad! —gritó intentando que lo oyeran a pesar del ruido que estaban haciendo los draconianos—. ¡Podemos intentar escapar por la puerta de atrás! Los que están atacando la posada son sólo unos pocos. La mayor parte de ejército aún no ha entrado en la ciudad.

—Alguien nos está acechando —murmuró Raistlin.

—Eso parece —asintió Tanis —. No tenemos mucho tiempo. Si consiguiéramos llegar a las colinas...

De pronto guardó silencio, alzando la cabeza. Todos callaron y escucharon, reconociendo el agudo chillido, el batir de gigantescas alas coriáceas que sonaba cada vez más cercano.

—¡Poneos a cubierto! —gritó Riverwind. Pero era demasiado tarde.

Se escuchó un gemido quejumbroso y un estallido. La posada, de tres pisos de altura construidos en madera y piedra, tembló como si estuviese hecha de palos y arena. Hubo una explosión de polvo y escombros. El exterior del edificio comenzó a arder. Podían escuchar sobre sus cabezas el sonido de la madera resquebrajándose y partiéndose, el golpeteo de leños cayendo. El edificio comenzó a derrumbarse sobre sí mismo.

Los compañeros lo contemplaron con atónita fascinación, paralizados ante la imagen del gigantesco techo temblando bajo la inmensa presión que soportaban los pisos superiores al venirse abajo el tejado.

—¡Salgamos de aquí! —gritó Tanis —. Todo el edificio se está...

La viga que estaba justamente sobre la cabeza del semielfo crujió intensamente, se rajó y se partió. Agarrando a Laurana por la cintura, Tanis la empujó lejos de él y pudo ver cómo Elistan, que se hallaba cerca de la parte delantera de la posada, la sujetaba en sus brazos.

Cuando la inmensa viga acabó de ceder con un potente estallido, el semielfo oyó al mago farfullar unas extrañas palabras. Un segundo después se hallaba cayendo, cayendo en la negrura... con la sensación de que el mundo se desplomaba sobre él.

Al dar la vuelta a una esquina Sturm vio como la posada caía derruida envuelta en una nube de fuego y humo, mientras un dragón remontaba el vuelo. El corazón del caballero comenzó a latir furiosamente.

Se escondió en el marco de una puerta, ocultándose entre las sombras al ver venir unos draconianos riendo y charlando en su frío idioma gutural. Aparentemente habían acabado su trabajo e iban en busca de otra diversión. De pronto advirtió a otros tresataviados con uniformes azules en vez de rojos—, parecían extremadamente preocupados por la destrucción de la posada, y agitaban los puños en dirección al dragón rojo que volaba a poca altura.

Sturm se sintió invadido por una ola de desesperación. Se apoyó contra la puerta, contemplando a los draconianos con hastío, preguntándose qué hacer ahora. ¿Estarían todavía los demás en la posada? Tal vez habrían escapado. De pronto el corazón le latió con fuerza al divisar una mancha blanca.

—¡Elistan! —gritó al ver emerger al clérigo entre los escombros, arrastrando a alguien tras él. Los draconianos, con las espadas desenvainadas, corrieron hacia el clérigo, gritándole en común que se rindiera. Sturm vociferó el reto de los caballeros solámnicos al enemigo y salió corriendo hacia ellos. Las criaturas se volvieron rápidamente, desconcertados ante su aparición.

Sturm tuvo la ligera sensación de que alguien más corría junto a él. Mirando a su lado, vio un relampagueo de llamas reflejado sobre un casco metálico y escuchó los gruñidos del enano. Además, oyó recitar unas palabras mágicas a corta distancia.

Gilthanas, casi incapaz de mantenerse en pie sin ayuda, trepaba por los escombros y señalaba a los draconianos mientras formulaba un encantamiento. De sus manos salieron dardos en llamas. Una de las criaturas cayó, llevándose las manos al pecho. Flint se abalanzó sobre otra, golpeándola en la cabeza con una roca, mientras Sturm caía sobre el tercer draconiano y lo golpeaba repetidamente con los puños. El caballero sostuvo a Elistan cuando éste se tambaleó hacia adelante. El clérigo arrastraba tras él a una mujer.

—¡Laurana! —exclamó Gilthanas refugiado aún bajo el umbral.

Aturdida y mareada por el humo, la elfa elevó una mirada vidriosa. —¿Gilthanas?—murmuró. Pero enseguida vio que se trataba del caballero.

—Sturm —dijo confusa, señalando vagamente tras ella—. Tu espada, está ahí. La vi...

Sturm vislumbró entre los cascotes un destello de plata. Era su espada, y junto a ella estaba la espada de Tanis, el acero elfo de Kith-Kanan. Removiendo entre montones de piedra, Sturm levantó con reverencia las espadas, que parecían antiguas reliquias halladas en una horrenda y gigantesca tumba. El caballero aguzó el oído esperando percibir algún movimiento, un grito, un gemido. Pero reinaba un silencio terrorífico.

—Hemos de salir de aquí —dijo lentamente, sin moverse. Después miró a Elistan quien,con palidez mortecina, contemplaba la posada en ruinas —. ¿Y los demás?

—Estábamos todos allí —dijo Elistan con voz temblorosa.

—¿Y el semielfo?

—¿Tanis?

—Sí. Llegó por la puerta trasera un momento antes de que los dragones arrasaran la posada. Estábamos todos juntos en la sala. Yo me hallaba cerca de una puerta. Tanis vio que la viga se rompía. Empujó a Laurana y yo la sostuve. Luego el techo se derrumbó sobre ellos. Creo que es imposible que consiguiesen...

—¡No puedo creerlo! —exclamó Flint, trepando sobre los escombros. Sturm lo sujetó y lo hizo retroceder.

—¿Dónde está Tas? —le preguntó al enano.

La expresión de Flint cambió.

—Inmovilizado bajo una viga. He de volver junto a él. Pero no puedo dejarlos... Caramon... —el enano comenzó a llorar, salpicándose la barba con las lágrimas—. ¡Ese inmenso y patoso buey! Le necesito. ¡No puede hacerme esto! ¡Y Tanis también! ¡Maldita sea, les necesito!

Sturm posó su mano sobre el hombro del enano.

—Vuelve con Tas. Él sí que te necesita ahora. Sigue habiendo draconianos por las calles. Estaremos en...

Laurana, apenas recuperada de su aturdimiento, gritó, produciendo un sonido terrorífico y lastimero que atravesó a Sturm como el acero. Volviéndose instantáneamente, consiguió sujetarla antes de que la elfa se precipitase hacia los escombros.

—¡Laurana! ¡Mira esto! ¡Míralo! —angustiado, la sacudió con firmeza—. ¡Nadie puede salir vivo de ahí!

—¡Eso es imposible saberlo! ¡Tanis! —gritó la elfa furiosa, separándose de él. Cayendo de rodillas, intentó alzar una de las chamuscadas piedras, pero el pedrusco era tan pesado que sólo pudo moverlo unos pocos centímetros.

Sturm la contemplaba desconsolado, sin saber qué hacer. Sin embargo, un segundo después tuvo la respuesta. ¡El sonido de los cuernos! Cada vez más cerca. Cientos, miles de cuernos sonando. Habían llegado los ejércitos. Miró a Elistan, quien asintió apenado, comprendiendo la situación. Ambos hombres se precipitaron hacia Laurana.

—Querida mía —comenzó a decir Elistan dulcemente—, ya no puedes hacer nada por ellos. Los vivos te necesitan. Tu hermano está herido, y también el kender. Los draconianos están invadiendo la ciudad. Debemos escapar ahora para seguir luchando contra esos horribles monstruos, o echar a perder nuestras vidas sumidos en un infructuoso pesar. Tanis ha dado su vida por ti, Laurana. No hagas que su sacrificio resulte inútil.

Laurana alzó la mirada hacia él, el rostro de la elfa estaba negro de hollín y suciedad, salpicado de lágrimas y sangre. Oyó el sonido de los cuernos, oyó a Gilthanas llamarla, oyó a Flint gritando que Tasslehoff estaba agonizando, oyó las palabras de Elistan... y entonces comenzó a caer lluvia del cielo, pues el ardor de las llamaradas de los dragones había fundido la nieve, trocándola en agua. Ésta resbaló por su rostro, refrescando su piel incandescente.

—Ayúdame, Sturm —murmuró torpemente, pues sus labios estaban demasiado entumecidos para formular palabras. El la rodeó con el brazo y consiguió levantarla aturdida y mareada por la impresión.

—¡Laurana! —la llamó su hermano.

Elistan tenía razón. Los vivos la necesitaban. Debía acudir junto a él. A pesar de que prefería tenderse sobre esa montaña de rocas y morir, debía seguir adelante. Eso es lo que haría Tanis. La necesitaban. Debía seguir adelante.

—Adiós, Tanthalas —susurró.

La lluvia arreció, cayendo firmemente, como si los mismísimos dioses lloraran por Tarsis, la Bella.

El agua goteaba sobre su cabeza. Era irritante, estaba fría. Raistlin intentó rodar a un lado, para zafarse de ella, pero no consiguió moverse. Se hallaba tendido en el suelo bajo un inmenso peso que lo aprisionaba. Presa de pánico, intentó desesperadamente escapar. A medida que el miedo se diseminaba por su cuerpo, fue llegando a un estado de consciencia absoluto. Con el conocimiento, su miedo se evaporó. Una vez más, Raistlin controlaba la situación y, tal como le habían enseñado, se obligó a relajarse y a analizar los hechos.

No podía ver nada. Estaba muy oscuro, lo que le obligaba a tener que confiar en sus otros sentidos. Antes de nada debía intentar sacarse ese peso de encima. Estaba siendo machacado y aplastado. Movió cuidadosamente los brazos. No le dolían y no parecía tener ningún hueso roto. Alargó el brazo hacia arriba y tocó un cuerpo. Era Caramon, por la cota de mallas... y por el olor. Lanzó un suspiro. Podía haberlo imaginado. Utilizando todas sus fuerzas, Raistlin empujó un poco a su hermano hacia un lado y consiguió salir de debajo de él aunque con grandes dificultades.

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