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Authors: Irving Wallace

La Palabra (14 page)

BOOK: La Palabra
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—Petronio informó a sus superiores que Jesús fue crucificado, declarado muerto y bajado para Su sepultura. Pero Santiago el Justo descubrió que su hermano no había expirado en la Cruz; que Jesús estaba vivo y respiraba. Santiago no dice si Jesús sobrevivió por la ayuda de Dios o la habilidad de un galeno; pero sí dice que se recuperó y continuó Su ministerio, clandestinamente, en Palestina y otras provincias, llegando finalmente a predicar a Roma…
a Roma
… en el noveno año del reinado de Claudio César, en el 49 A. D., cuando Jesús tendría cincuenta y cuatro años de edad. Y no fue sino entonces que la verdadera Resurrección y la Ascensión ocurrieron. ¿Comprende usted lo que le estoy diciendo? ¿Se da usted cuenta de las implicaciones de este hallazgo?

Steven Randall osciló suavemente sobre su silla, todavía demasiado sacudido para comprender cabalmente.

—Es… ¿puede ser verdad? No puedo creerlo. Tiene que haber algún error. ¿Está usted absolutamente seguro?

—Estamos absolutamente seguros. Todos y cada uno de los fragmentos de ambos documentos han sido autentificados sin lugar a dudas. Conocemos la verdad. Por fin tenemos la Palabra. Y se la vamos a dar al mundo a través del Nuevo Testamento Internacional. Vamos a resucitar para la Humanidad al verdadero Jesucristo, al genuino Salvador que una vez vivió sobre la Tierra y que ahora vive dentro de nosotros. Por eso es que le hemos dado a nuestro proyecto secreto en Amsterdam el nombre en clave que lleva. Steven, ¿puede usted creer en Resurrección Dos?

Randall había cerrado los ojos. Tras ellos rotaba una girándula brillante que acarreaba imágenes de su pasado y su presente. Visualizó sobre esa girándula las imágenes humanas respondiendo a éste, el más sensacional de los descubrimientos de mil novecientos años. Las vio electrificadas y fulgurantes, con una renovada fe en el significado de la vida. Su padre. Su madre. Su hermana Clare. Tom Carey. Y sobre todo, se vio a sí mismo. Contempló a aquellos cuya fe se había resquebrajado o hendido, y a aquellos que, como él mismo, no tenían fe y estaban perdidos. Y también vio, acercándose a esa ruleta de desesperación, a Aquel que durante tanto tiempo había sido un mito, una fantasía, un personaje de cuento de hadas. El hijo de Dios, Jesús de Nazareth, sería finalmente conocido por el hombre. El Evangelio de Santiago reviviría el mensaje de amor y paz del Salvador, y confortaría y curaría a Su familia humana.

Increíble. Increíble. De todas las maravillas que Randall había visto y escuchado en su vida, nunca había habido una tan prodigiosa como ésta. Las
Buenas Nuevas Sobre la Tierra
.

¿Podría realmente ser?

¿Qué le había preguntado Wheeler? Sí. «¿Puede usted cree en este proyecto, en Resurrección Dos?»

—No lo sé —respondió lentamente—. Es algo… algo en lo cual me gustaría creer; me gustaría mucho, si es que todavía puedo creer en algo.

—¿Está usted dispuesto a intentarlo, señor Randall?

—¿A intentar qué? ¿Vender la Palabra? —Randall lo consideró, e inquietamente se puso de pie—. Mire, si Él está aquí para salvarnos, supongo que yo estoy aquí para ser salvado. ¿Cuándo empezamos?

II

P
or alguna razón, todos sus sueños, cuando había soñado en la última semana y media, parecían girar alrededor de Jesús. Ahora, mientras luchaba por despertarse, el sueño que había estado viviendo y embelleciendo, conforme le brotaba la conciencia, estaba todavía intensamente brillante tras sus ojos…

Sus discípulos vieron a Jesús caminar sobre las aguas y se inquietaron, diciendo: «Es un espíritu.» Jesús inmediatamente les habló, diciendo: «Regocijaros, soy Yo. No tengáis miedo.» Y Steven Randall le contestó y dijo: «Señor, si en verdad eres Tú, permíteme llegar a ti sobre las aguas.» Y Jesús dijo: «Venid.» Y cuando Steven había saltado de la barca, caminó sobre las aguas para ir hacia Jesús. Pero cuando vio el viento turbulento, sintió miedo. Comenzando a hundirse, gritó: «Padre, sálvame.» Y el reverendo Nathan Randall inmediatamente alargó su mano y lo alcanzó, y le dijo: «Oh, tú de poca fe, ¿por qué has dudado?» Y Steven Randall fue salvado, y tuvo fe.

Fue un sueño loco y confuso que lo estaba sofocando.

Finalmente estaba despertando, abriendo los ojos, para descubrir que lo que lo estaba ahogando eran los suaves pechos de Darlene, su seno izquierdo descubierto presionando los labios de Randall. Ella estaba encaramada sobre la cama, encima de él, con la parte superior de su fino negligée rosa totalmente abierto y uno de sus senos desnudos frotándole la boca.

Randall había despertado en muchos lugares extraños y de muchas maneras insólitas, pero nunca antes se había despertado en un barco, en pleno Océano Atlántico, por el contacto de un pecho de mujer. Todavía estaba sobre el agua, pero repentinamente Jesucristo y el reverendo Nathan Randall se habían quedado muy lejos.

Darlene se dirigió a él, fastidiándolo.

—Bien, admítelo. No puedes pensar en una manera mejor de despertar, ¿o sí? Nómbrame un pachá que reciba mejor tratamiento.

Uno más de los jóvenes juegos amorosos de Darlene, pensó él. No estaba de humor para eso a esta hora, pero además sabía que ésa era la mercancía de Darlene, lo único que ella podía ofrecer, así que fue amable. Llevó a cabo la respuesta obligada. Besó su seno gentilmente alrededor del rosado pezón, hasta que empezó a endurecerse y Darlene se lo retiró de la boca.

—Muchacho travieso, Steven —dijo ella burlándose—. No empecemos nada ahora. Sólo quería asegurarme de que te levantaras sonriendo —Darlene enderezó la cabeza y frunció los labios, como queriendo halagarlo—. Pero eres lindo. —Luego se agachó y metió una mano debajo de la sábana, deslizándola entre las piernas de Randall. Lo acarició un momento y luego se retiró rápidamente—. Óyeme, no estás perdiendo el tiempo —dijo ella.

Él levantó los brazos para acercarla a sí, pero ella se escurrió y saltó de la cama.

—Comportémonos, querido. Le dije al camarero qué era lo que queríamos desayunar, y estará aquí en un minuto o dos.

—En una media hora o dos —gruñó Randall.

—Date un baño y vístete. —Ella se dirigió a la sala adyacente de su pequeña
suite
en la Cubierta Superior del S. S.
France—. L'Atlantique
, tú sabes, el periódico del barco, dice que hay una película documental en inglés acerca de qué ver en Londres. En canal 8A. No quiero perdérmela.

Darlene se deleitaba con la televisión de circuito cerrado del barco, en la que exhibían películas durante todo el día, y ella no se permitiría perder ninguno de los lujos del viaje.

Randall miró a través del camarote hacia la escotilla. La cortina café todavía la cubría. Entonces la llamó a ella.

—Darlene, ¿cómo está el tiempo?

—El sol está tratando de salir —contestó ella desde el cuarto contiguo—. Y el mar está como un cristal.

Apoyado sobre un codo, Randall escudriñó su camarote. Era uno doble, funcional, con una gran cómoda metálica de cuatro gavetas entre las dos camas, y sobre la cómoda había un teléfono blanco cerca de su cama y una lámpara con pantalla blanca cerca de la de Darlene. Esparcida sobre el sillón de rayas cafés; estaba la ropa interior de Darlene… unas panti-medias y un sostén muy provocativos. Cerca del pie de su cama estaba una silla baja, en color naranja, frente al alto espejo del tocador.

Randall escuchaba el palpitante sonido de los motores del buque y el silbido del mar estrellándose contra el transoceánico. Y luego oyó el crepitar de la televisión desde la sala, y la voz sosa del locutor.

Steven se recostó de nuevo sobre su almohada y trató de ubicarse en esta cuarta mañana y quinto día de la travesía de Nueva York a Southampton.

Cuando había aceptado el cargo de director de publicidad para el Nuevo Testamento Internacional y el proyecto conocido como Resurrección Dos, no planeaba traer a Darlene Nicholson en el viaje. Quería ir solo con Wheeler, y concentrarse en los antecedentes que debía absorber y en el trabajo que había convenido en realizar. Darlene era demasiado frívola, demasiado hedonista para viajar con ella en una empresa como ésta. No era que Darlene le exigiera mucho tiempo, sino meramente que podría distraerlo de su propósito con su plática vacía y superficial y su omnipresente sensualidad. Más aún, su presencia podría resultar molesta y comprometedora. Wheeler y su gente, lo mismo que esos especialistas y expertos, sabios y teólogos, involucrados en Resurrección Dos en Amsterdam, nada tendrían en común con una chica como Darlene. Randall supuso que ella encajaba en esa compañía y ese ambiente tanto como, digamos, una corista o una artista de
striptease
encajaría en una tómbola católica.

No era que Darlene fuese vulgar, sino que más bien era chillona, aparatosa, algo distraída y sin sentido de la ocasión. De hecho, era muy atractiva y transpiraba sexualidad. Era alta, con una figura plana, alargada, huesuda como de modelo de alta costura, excepto por sus pechos, que eran firmes y tenían forma de pera, y que siempre resultaban evidentes tras sus blusas y vestidos escotados y sus suéteres adhesivos que coleccionaba por docenas. Su cabello rubio le llegaba hasta los hombros, sus ojos azules estaban demasiado juntos, sus pómulos salientes, su cutis terso, su boca pequeña con labios carnosos. Caminaba con una especie de contoneo, de modo que todas las partes adecuadas de su cuerpo (pechos, caderas, muslos, nalgas) se movían en los sentidos adecuados o, cuando menos, en los sentidos que siempre provocaban las miradas de los hombres. Tenía las piernas más largas que Randall había visto jamás. Fuera de la cama era inquieta, inútil, tonta, traviesa. Dentro de ella, era un visón, inagotable, ingeniosa, placentera, divertida. El centro de su inteligencia, dedujo Randall una vez, lo tenía en la vagina.

Ella le había dado lo que él necesitaba cuando se encontraron, pero no era la compañera que él quería para esa estimulante y emotiva jornada hacia la fe, en la cual acababa de embarcarse.

Él le había ofrecido todas las alternativas. Puesto que estaría en el extranjero sólo un mes o dos, y estaría demasiado ocupado para concederle ninguna atención durante ese tiempo, él le había suplicado que regresara a Kansas City a visitar a sus padres, a su familia, a sus amigos de la secundaría. Él le pagaría el viaje y la mantendría mientras estuviera fuera, y al regresar se podría reunir con él de nuevo en Nueva York. Pero ella no aceptó. Él le ofreció un viaje a Las Vegas y Los Ángeles, o un mes de vacaciones en Hawai, o una gira de seis semanas por Sudamérica. Pero su respuesta fue no, no, no, Steven, quiero estar contigo; me mataré si no puedo estar contigo.

Así que él suspiró, rendido, y la registró como su secretaria, a sabiendas de que a nadie iba a engañar y, a fin de cuentas, no le importó. De hecho, había algunas ventajas. Bueno, una. Odiaba acostarse solo. Era un momento en el que, después de beber, siempre sentía compasión de sí mismo. Darlene era una diversión maravillosa. Anoche había estado mejor que nunca; hubo de todo, todo en movimiento, manos, piernas, caderas y culo, y cuando eventualmente hizo erupción, pensó que saldría expulsado por la escotilla.

En la semana anterior a que el barco zarpara, excepción hecha de la decisión de llevar a Darlene, había habido pocas otras decisiones personales que tomar, pero de alguna manera había estado ocupado cotidianamente, del amanecer al anochecer, poniendo en orden su casa y su oficina. Después de la estruendosa revelación de Wheeler acerca del descubrimiento de Ostia Antica, que establecía por primera vez la irrefutable autenticidad de la historia de Cristo, había estado lleno de curiosidad e impaciencia por conocer todos los detalles del hallazgo secreto. Pero Wheeler lo había aplazado. Bastantes horas tendría durante la travesía para que le dieran una información más completa, y los detalles completos estarían esperando a Randall cuando llegara a Amsterdam. Steven había estado ansioso por informar a Wanda, a Joe Hawkins y a su cuerpo de colaboradores acerca de esta nueva cuenta, pero le había prometido a Wheeler mantenerlo en secreto hasta que las muestras anticipadas del Nuevo Testamento Internacional salieran de la imprenta y hasta que el consejo de editores concediera permiso. Más que nada, Randall quería transmitir la revelación a su padre y a Tom Carey, presintiendo lo que esta noticia estremecedora provocaría en ellos; sin embargo, había jurado no decir nada, y lo había cumplido.

Todos los días había telefoneado a Oak City, y su madre o Clare le habían reafirmado que su padre, aunque todavía parcialmente paralizado, estaba recobrando las fuerzas gradualmente y recuperándose. Había llamado a San Francisco una vez. Con cierta dificultad había explicado a Judy que su plan de tenerla consigo en Nueva York durante dos semanas en el verano tendría que ser pospuesto. Le había dicho que iría al extranjero por un encargo especial, pero le prometió que de alguna manera tendrían tiempo para estar juntos en el otoño. Luego le había pedido a Judy que pusiera a su madre en la línea. Quería saber si Bárbara había cambiado de parecer con respecto a la demanda de divorcio. Bárbara había replicado tranquilamente que no. Se reuniría con un abogado la semana siguiente. Muy bien, Randall le había dicho fríamente; él le daría instrucciones a Thad Crawford para que contestara la instancia.

A la mañana siguiente, Randall había conferenciado con Crawford y le había bosquejado su caso, mientras el abogado se estiraba sus blancas patillas y trataba de persuadir a Randall de que no desafiara a su esposa. Cuando Randall permaneció inexorable. Crawford había comenzado a hacer renuentes anotaciones para la inevitable comparecencia en el juzgado, y había convenido en presentar la contrademanda. Durante esa turbulenta semana, había llevado a cabo varias juntas más con Crawford y los dos abogados de Ogden Towery, para allanar ciertos puntos irresolutos concernientes a la toma de posesión de Randall y Asociados por parte de Cosmos Enterprises. Dolorosamente, Randall había determinado telefonear a Jim McLoughlin en Washington, D. C, y concertar una entrevista. Lo menos que Jim merecía era una explicación personal de la razón por la cual Randall se estaba retractando y rechazando la cuenta del Instituto Raker. Jim no comprendería, pero el esfuerzo tenía que hacerse. Desafortunadamente, Jim McLoughlin había salido a alguna parte en una misión altamente confidencial y no podía ser localizado. No estaría de vuelta en Washington hasta dentro de varios meses. Randall le dejó recado que se comunicara con Thad Crawford. No había otra disyuntiva. McLoughlin tendría que enterarse de las malas nuevas en la peor forma.

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