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Authors: Ann Rosman

La mujer del faro (31 page)

¡Exactamente el mismo texto! Entonces se trataba realmente de Pater Noster. Un poco más abajo, el autor hablaba del particular tipo de roca que había en aquella isla. Breccia. Marcó el número de Putte. Era tarde y apagó la luz de la biblioteca. Si el avión a Londres seguía el horario previsto, debería haber llegado al piso de Mayfair, pero no contestó. A lo mejor se había encontrado con algún conocido en el avión. Llamó al móvil, pero tampoco contestó.

Fue a buscar una copa de Drambuie a la que añadió hielo y se sentó en la butaca inglesa de la biblioteca, con el foco del barco miniatura como única iluminación. Algo en la embarcación reflejaba la luz de la lámpara y arrojaba un rayo de sol artificial sobre el panel de madera oscura de la pared. Anita removió el licor en la copa. Los cubitos de hielo resonaron contra el cristal, como piezas de un rompecabezas en una caja.

Bebió un sorbo más. Luego miró el barco, la rosa náutica en el suelo y el reflejo en la pared. La página 113 seguía persiguiéndola, sobre todo porque alguien había arrancado precisamente aquella hoja del cuaderno de bitácora del
M/S Stornoxvay
. Se había sorprendido a sí misma varias veces durante el día cavilando sobre el significado del mensaje. Aunque también podría ser como había dicho Johan: que no se tratara de la página de un libro. Dejó la copa sobre la mesita auxiliar y se levantó. A lo mejor había alguna razón por la que Karl-Axel se había mostrado tan meticuloso a la hora de determinar el rumbo y el emplazamiento de aquella maqueta cuando dieron los últimos retoques a la biblioteca. Se colocó al lado e intentócalcular el ángulo desde la proa hasta el reflejo sobre la pared. Superaba los noventa grados, pero ¿era de 113?

Con la ayuda de una silla de la cocina alcanzó el panel de madera que señalaba el reflejo. Al apoyar la mano en él se oyó un chasquido. Se disparó el resorte de lo que resultó una trampilla y en la parte interior apareció una posición de longitud y latitud.

57 grados 54,4 minutos Norte

11 grados 29,5 minutos Este

Putte abrió los ojos. Todo le daba vueltas y el suelo parecía moverse bajo sus pies. Tenía las manos atadas y un trozo de cinta adhesiva le amordazaba la boca. Intentó recordar lo que había pasado. Iba sentado en el ferry, incluso había hablado con una menuda señora que vivía en Slottsgatan. Había tosido y ella le había ofrecido unos caramelos de miel, al parecer, una especialidad húngara. Luego había abandonado el ferry para dirigirse al aparcamiento que alquilaban en Koón y había abierto el coche para dejar el equipaje en el maletero.

Hasta ahí recordaba, después todo se había fundido en negro y así seguía. La única luz que veía provenía del resquicio debajo de una puerta y del ojo de la cerradura. Aquello parecía una especie de trastero. Lo único que tenía claro era que estaba en una casa. Oyó voces al otro lado de la puerta, pero no pudo discernir lo que decían.

La noche había sido muy fría y el termómetro del
Andante
indicaba nueve grados bajo cero. La primavera había recibido un severo golpe. Karin agradecía el
sprayhood
, el pequeño toldo que colgaba sobre la entrada del barco. Protegía y evitaba que le cayera encima la nieve al abrir la escotilla. El frío la golpeó en la cara y el aire gélido la hizo toser.

Parecía que alguien hubiese espolvoreado generosamente azúcar glasé por todo Marstrand. Las rocas de Bohus vestidas de invierno eran aturdidoramente bellas. En todas las grietas había una fina capa de nieve, pero allá donde el viento había soplado con más fuerza, la piedra gris había quedado al descubierto. El cielo era azul celeste y el manto blanco ocultaba toda la suciedad y los defectos. Los colores parecían más claros y los contornos más agudos. Los cristales de nieve reflejaban el sol y la superficie del muelle —que Karin intuía traicioneramente resbaladiza— brillaba. Pensó que su hogar flotante estaría todo helado cuando volviera. La estufa Reflex era sin duda fiable, pero no se atrevía a dejarla encendida.

Aparcó delante de la comisaría del centro de Goteburgo a las ocho menos cuarto de aquella fría mañana de lunes. La remodelación del edificio para convertirlo en Centro de Justicia estaba muy avanzada. El grupo de reconocimiento al que pertenecía Karin y el grupo de investigación policial eran los únicos que aún seguían allí.

Karin le había dado vueltas a la nueva información recabada, según la cual el sacerdote que no había casado a Siri y Arvid podía ser el hermano de ella, y que alguien salía en barco en medio de la noche para sumergirse en las frías aguas alrededor de Pater Noster. La sola idea de meterse en aquel mar le provocó escalofríos. Folke acababa de echar agua en la cafetera cuando Karin entró en la cocina. Parecía de mal humor.

—Hola, Folke. ¿Qué tal el fin de semana?

—¿Soy el único que hace café en esta casa? —fue su huraña respuesta.

—No, no lo eres, pero sí el que mejor lo hace —respondió Karin, esperando que eso lo ablandara.

—¿Encontraste a esa Marta Striedbeck el viernes? —preguntó sin apartar la vista del café que empezaba a gotear en la jarra.

—Sí, pero la revelación más interesante del fin de semana proviene del sacerdote que nunca casó a Siri y Arvid.

Folke, que no se apartaba de la cafetera para poder llenar su taza con la parte más cargada de aquella infusión negra como el alquitrán, miró a Karin con expresión de sorpresa.

—¿Dices que no los casó?

—Eso es. —Y pasó a contárselo todo.

Cuando terminó de hacerse el dichoso café, Karin estaba concluyendo el relato sobre la entrevista que ella y Robban habían mantenido con el sacerdote Simón Nevelius en Láckó. En el mejor de los casos, el semblante de Folke denotaba incredulidad cuando vertió el brebaje humeante en la taza de Karin.

—¡Dejadme un poco, chavales! —La voz seguía ronca, pero era inconfundible: Robban.

De pronto, la mañana de lunes pareció aclararse.

Dio un abrazo a Karin. Folke sacó la taza de Robban del armario y le sirvió café.

—Ya no contagio. O eso creo. Sofía afirma que ya estoy bien. No me atrevo a contradecirla en algo tan logístico, como diría Tigle.

Karin y Folke no parecieron entenderlo.


Winny dePuh
, ya sabéis. He visto todos nuestros DVD y luego me pasé a los de los chicos.

—Creía que ya era hora de que volvieras —dijo Karin.

Dio la impresión de que Folke se la dejaría pasar, pero no pudo resistirse.

—Creo —la corrigió—. Creo. Debes usar el presente si te refieres a algo que tiene lugar ahora.

—Qué bien que no haya cambiado nada en mi ausencia —dijo Robban—. Se puede decir “haya cambiado”, ¿no?

El móvil de Karin sonó. Miró la pantalla: era Carsten.

—¿Dónde estás?

—¿Cuándo aprenderás a decir buenos días, Carsten? Estoy en la cocina. ¿Quieres que te lleve un café?

—Sí, pero te dejaré quitarte la chaqueta antes.

—”Sí, gracias”, se dice. Aunque en danés lo pronunciáis “Sí, grésies”. Te he sorprendido, ¿verdad? Sí, hablo danés. Folke y Robban están aquí conmigo. ¿Quieres que me los lleve?

Tomaron asiento en el despacho de Carsten, que se levantó de la silla para coger la taza de manos de Karin y se molestó en darle las gracias. Luego se sentó en el borde del escritorio. Empezó dándole la bienvenida a Robert.

—Parece que vais a tener ocasión de volver a Marstrand. Han encontrado un cadáver en el puerto... Veamos... —Echó un vistazo a sus papeles—. Ayer por la noche. La vigilancia costera recibió la alerta y acordaron recogerlo y llevarlo a Tángudden, donde nos lo entregaron. Margareta ya está ocupándose de la autopsia. Al parecer, hay varios puntos oscuros y por eso ha acabado en nuestras manos. El hombre tenía los pies atados y las manos le habían sido amputadas. Un horror.

—¿No se suponía que Marstrand era un idílico lugar rocoso? —ironizó Robban.

—¿Edad? ¿Sabemos quién es? —preguntó Karin.

—Ahora mismo no sé nada más, pero Margareta quiere que alguno de nosotros se acerque para hablar con ella a eso de las tres.

—Iré yo —se ofreció ella—. Quién sabe, a lo mejor guarda relación con Arvid Stiernkvist.

—Lo dudo mucho —refunfuñó Folke.

—¿Has tenido un mal fin de semana? —preguntó Robban molesto. No se le había escapado que Folke estaba de un humor de perros.

Folke lo miró airado. Karin se preguntó qué podía haber pasado para que estuviera tan irascible. Tal vez se sentía menoscabado, ahora que Robban había vuelto, pero ya estaba de mal humor antes de eso. Aprovechó para contarles a Folke y Carsten que se había mudado al barco, que estaba muy oportunamente amarrado en Marstrand. Le pareció que Folke se preguntaba cuánto tiempo llevaría viviendo allí. Ya está bien de contemplaciones, pensó. Si quería saber algo, que lo preguntara.

Luego dio cuenta de los acontecimientos del fin de semana y dejó que Robban relatara lo que les había contado el sacerdote Nevelius en el palacio de Láckó. Carsten suspiró y volvió a sentarse tras su escritorio cuando supo de la excursión de Robban y Karin, aunque pareció sorprenderse y se puso de pie al oír que Arvid y Siri nunca se habían casado.

—¿Que no se casaron? —dijo, pasmado.

—¡Exactamente! —confirmó Karin.

—Pero ¿por qué mentir en un asunto así?

—Buena pregunta. Nosotros también nos la hicimos. ¿Tal vez porque tiene algo que ganar haciéndolo? Según el pastor, Arvid ya estaba muerto cuando arregló lo del certificado de matrimonio.

—Pero ¿cómo sabía Siri que Arvid había muerto? —preguntó Folke.

—No sé si lo sabía, pero creo que sí. Claro, cabe preguntarse cómo podía estar segura de que realmente había muerto, visto que el cuerpo no se ha encontrado hasta cuarenta años después...

—¿Quizá la señora está implicada en la muerte de su marido? —aventuró Carsten.

—No es su mujer, lo que resulta aún más interesante. Pongamos que, por alguna razón que desconocemos, quería convertirse en su esposa. Por ejemplo, era bastante rico.

—Entonces, Arvid ya estaba muerto cuando el sacerdote inscribió sus nombres en el registro de matrimonios, y eso lo sabe él y también Siri. Vaya, vaya —suspiró Carsten.

Entonces Karin contó la visita que había recibido la noche anterior en el barco, incluida la conversación telefónica con Mirko en Polonia.

—¿Hablaron mucho rato? —preguntó Carsten, apoyado en el borde del escritorio con los brazos cruzados.

—Un par de minutos.

—En polaco, claro. Habría sido interesante saber lo que se dijeron —dijo Folke.

Así pues, a pesar de todo era capaz de sentir un poco de curiosidad, pensó Karin satisfecha.

—Sí, desde luego habría sido interesante —convino, y empezó a buscar algo en el menú de su móvil. A continuación lo dejó sobre la carpeta verde del escritorio de Carsten y se oyeron las voces de dos hombres discutiendo en polaco—. Los grabé —explicó Karin, para sorpresa de sus compañeros—. Pero desgraciadamente no sé polaco.

—¡Demonios, qué lista eres! —exclamó Robban.

—Sabes muy bien que no puedes grabar una conversación sin el consentimiento de los implicados —le recordó Folke, y se acabó su café.

—Vaya, no tenía ni idea —replicó Robban, provocador—. Tendremos que borrar la grabación, es la única solución.

Folke resopló.

—Como ya os mencioné, tenemos que dejar de lado al pobre Arvid, a pesar de que queden muchas preguntas en el tintero. Ahora debemos centrarnos en este nuevo caso —intervino Carsten—. Bien, Karin y Robert, iréis a Marstrand para hablar con Yngve... —Se puso las gafas de lectura y consultó el informe que tenía en la mano—. Yngve lansson. Fue él quien encontró el cadáver... Veamos. Estaba probando el motor de su barco el domingo por la noche cuando... Bueno, leedlo vosotros mismos. Creo que era pescador. —Le dio el informe a Karin.

—¿Era o es pescador? ¿Antes era pescador y ahora está jubilado? —terció Folke.

—Folke, vamos a tener que repasar el registro de personas desaparecidas para ver si alguna coincide con este nuevo cadáver —dijo Carsten, sin responder a la pregunta.

Folke salió del despacho arrastrando los pies. Robban y Karin estaban a punto de irse también cuando Carsten añadió:

—Por cierto, Karin, ve a ver a Jerker para que haga una transcripción de esa conversación. A lo mejor encontramos algo en ella. Le pediré a Marita que busque un traductor.

Ella iba a replicar algo, pero Carsten alzó las manos para cortarla. —Sí, sí, ya lo sé.

El castillo de Láckó, se dijo, y negó con la cabeza cuando cerraron la puerta. No pudo evitar reírse.

17

Estaban ya muy cerca, tenían que estarlo. Habían buscado en todos los barcos naufragados, sin resultado. La cámara de Markus les había mostrado que por fin estaban en el lugar correcto. El hombre de la sonrisa adusta al que llamaban Blixten miró la fecha de las fotografías antes de empezar a repasar la ruta y las inmersiones que habían realizado aquella noche.

—Aquí —dijo, y señaló una línea en la carta marina—. Tiene que ser uno de estos barcos. Aquí —repitió, y dio una calada al cigarrillo—, o aquí. —Expulsó el humo por la nariz.

El hombre del otro lado de la mesa arrugó la frente.

—Bueno, yo creo que es esta marca. Recuerdo que Markus bajó solo a echar un vistazo.

—De acuerdo, pues ésta.

A continuación, MoDstedt se sumergió. Los demás se asomaron expectantes a la borda, esperando que reapareciera con buenas noticias. Lo primero que rompió el espejo del agua fue una mano con el pulgar levantado. Mollstedt se sacó la boquilla de la boca.

—Está aquí. He encontrado un arca junto al casco. Éste es el lugar. Ocupaos del barco auxiliar para subirla. Volveré a bajar, a ver si encuentro más arcas en el interior.

El hombre que estaba al mando asintió con la cabeza y cogió el teléfono. Cuatro horas más tarde, la grúa del barco auxiliar bajó la tercera arca sobre la cubierta.

—Están soldadas o estañadas o algo así. No podremos abrirlas sin las herramientas apropiadas.

—No importa, ya las abriremos más tarde. Ahora procura subirlas todas a bordo. ¿Cuántas quedan?

—Cinco.

—Ocho en total. ¿No hay ninguna en el otro barco?

—No, parece vacío.

—Qué extraño. Vuelve a echar un vistazo, haz el favor.

—Pudo tratarse de un barco de acompañamiento, para despistar o de socorro, quién sabe.

Trabajaron rápido y con eficacia, sobre todo porque el pronóstico que había dado el fiable DMI, el Instituto Meteorológico de Dinamarca, anunciaba tormenta. Los vientos de fuerza 10 que soplaban sobre las ciudades se trasladarían a la costa oeste durante la noche. La noche, pensó. Ojalá llegaran a Dinamarca antes que el temporal. Skagen o Fredrikshamm, según el viento. Depositaron la cuarta arca sobre cubierta y retiraron rápidamente los cabospara volver a dárselos al buzo que esperaba allí abajo. El trabajo era pesado, pero todos estaban dispuestos y sabían lo que tenían que hacer.

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