El caso parecía cerrado, pero de pronto Lennart Henriksson había solicitado una nueva reconstrucción de la muerte de Ljunger, a la que siguió una acusación contra él por el asesinato de Gunnar Ljunger y el homicidio involuntario de Jens Davidsson.
Y para acabar, un gris día de invierno se había abierto la tumba de Nils Kant.
Los técnicos de la policía habían levantado una especie de tienda de campaña sobre la tumba, como si fuera una pequeña ermita de lienzo blanco junto a la iglesia. Trabajaron en silencio durante varios días; de vez en cuando se refugiaban en el pórtico caldeado de la iglesia. Durante la exhumación no sólo se había encontrado el cuerpo de Nils sino también los restos de un hombre, que hasta la fecha seguía sin identificar. Seguramente se trataba de un ciudadano sueco que había vivido en Latinoamérica durante años. Allí había sido asesinado.
Oculto en un hoyo bajo el ataúd de Nils Kant, la policía finalmente encontró un tercer cuerpo, mucho más pequeño que los anteriores. Y el caso quedó resuelto.
Periodistas, cadenas de radio nacional y reporteros de televisión llegaron a Marnäs a fin de cubrir la noticia. Para un periodista local había sido una experiencia frenética encontrarse en el centro de los acontecimientos, pero a Bengt le costaba mantener una distancia profesional con las historias sobre las que escribía, y a menudo se había sentido abrumado por la tristeza. Había tratado a Lennart Henriksson durante décadas, y el drama de su detención estaba lejos de alegrarle.
Pero ahora el sol brillaba, como para celebrar el año nuevo ölandés. Después de más de veinte años bajo tierra, el pequeño recibiría al fin una sepultura apropiada.
Cuando concluyó la breve ceremonia junto a la tumba, Julia y Gerlof se encaminaron lentamente hacia la iglesia, seguidos, a un par de metros de distancia, por Michael, el padre de Jens.
Por lo que Bengt alcanzó a ver desde el otro lado del muro, Julia y Gerlof no cruzaron una palabra durante todo el funeral. Pero tuvo la sensación de que se sentían tan unidos como pueden llegar a estarlo dos miembros de una familia, y sintió cierta envidia.
—Bueno, ya está —dijo el fotógrafo, y bajó la cámara—. ¿No?
—Sí, claro —repuso Bengt—. Ahora podemos irnos a casa.
No había apuntado ni una sola palabra en el bloc y lo más probable era que sólo escribiera un pequeño pie de foto para el periódico.
Sería suficiente. Pero si le preguntaban luego cómo había sido el entierro del pequeño, Bengt Nyberg respondería que le había parecido luminoso, digno y tranquilo, como…, como una especie de conclusión.
La mayor parte de
La hora de las sombras
transcurre en Öland a mediados de la década de 1990, pero se trata de una Öland que en parte sólo existe en la mente del autor. Las personas y las empresas que aparecen en el libro no son reales, y muchos de los lugares tampoco.
Estoy muy agradecido a mi abuelo, Ellert Gerlofsson, capitán de barco, y a su hermano Egon, peluquero y buzo, por haber compartido conmigo sus historias y recuerdos. También querría dar las gracias por su ayuda al capitán de la marina mercante Stellan Johansson, de Bohuslän, al periodista Kristian Bedel, de Gotemburgo, y al abogado Lars Oscarsson, de Jönköping.
Muchos amigos me han ayudado de diferentes maneras durante el proceso de escritura del libro: gracias a Kajsa Asklöf, Monica Bengtsson, Victoria Hammar y Peter Nilsson, del taller de escritura Litter. A Jacob Beck-Friis, Niclas Ekström, Carolina Karlsson, Rikard Hedlund, Mats Larsson, Carlos Olguin, Catarina Oscarsson, Michael Sevholt, Kalle Ulvstig y Anders Weidemann. También a mis familiares Lasse y Eva Björk, de Kalmar, Hans y Birgitta Gerlofsson, de Färjestaden, y a Gunilla y Per-Olof Rylander, de Borgholm.
Asimismo, me gustaría dar las gracias a mis maravillosos editores, sobre todo a Richard Berghorn, de la revista
Minotauren,
y a Kent Björnsson, de la editorial Schakt, que se ha encargado de muchos de mis cuentos; también a Lotta Aquilonius, de Wahlström & Widstrand, que se ha ocupado de
La hora de las sombras.
Mi madre, Margot Theorin, se merece un especial agradecimiento por todos los viejos libros de historias ölandesas y artículos de prensa que generosamente me ha proporcionado.
Y, finalmente, gracias y abrazos a Helena y Klara por aguantar mis sueños.
Con comentarios de Johan Theorin
El capitán de barco
Ésta es una fotografía de mi abuelo Ellert Gerlofsson, tomada alrededor de 1950 en el muelle del Ayuntamiento de Estocolmo. Ellert fue capitán de barco durante treinta años, y se dedicaba a transportar la piedra caliza de Öland a Estocolmo. En el momento de la fotografía ya se ha descargado la piedra y se ha cargado mercancía variada, por lo que se ha cambiado de ropa y se ha puesto el traje. Para crear a Gerlof me basé en la historia de Ellert. Se parecen en algunos aspectos, pero no en todo. A diferencia de Gerlof, mi abuelo no tenía nada en contra de los habitantes del continente, pero el choque con una mina era una pesadilla recurrente para ambos.
El niño y su abuelo
En esta foto aparezco con mi abuelo en Djupvik, a principios de 1970. En aquella época pasaba todos los veranos en Öland, y cuando no nos bañábamos, mis amigos y yo organizábamos largas expediciones por el lapiaz. Nadie sabía dónde estábamos, ni siquiera nosotros mismos, y cuando caía la noche nos apresurábamos para volver a casa. Al escribir sobre Jens, me refería a mi infancia, cuando me sentía desorientado en Öland, pero, teniendo en cuenta que ahora también soy padre, refleja mi temor por lo que pueda pasarle a mi hijo.
La casa encantada
Ésta es una fotografía de la casa que mi familia alquilaba en Borgslagen cuando yo era pequeño, una vieja finca repleta de recuerdos, suelos fríos y crujidos de escaleras. No me gustan las grandes casas deshabitadas: si uno duerme solo en ellas quedan demasiadas habitaciones en la oscuridad donde puede suceder cualquier cosa.
La iglesia y el cementerio
Ni el pueblo de Marnäs, donde se encuentra la residencia de ancianos de Gerlof, ni Stenvik, existen en realidad. La población septentrional más importante de Öland se llama Löttorp y queda más al norte. En cambio, la iglesia de Marnäs está inspirada en la iglesia de Föra, donde están enterrados varios miembros de mi familia. La primera iglesia de piedra se construyó en el siglo XII, y el cementerio lleva más de mil años en el mismo lugar.
Viajes a Sudamérica
Egon, el hermano de mi abuelo, nunca tuvo barco propio, pero le encantaba viajar lejos, entre otros lugares a Sudamérica. Cuando estaba en casa, en Öland, trabajaba como peluquero y como buzo en Borgholm, aunque no al mismo tiempo. Si un barco se enredaba con cables o redes de pesca, Egon dejaba de cortar el pelo y bajaba al puerto para bucear y limpiar las hélices. Egon también era un magnífico narrador de historias. Cuando yo era pequeño me encantaba escuchar sus exóticos cuentos chinos. Creía que todo lo que oía era cierto.
Pescadores y canteros
Algunos de mis familiares se hicieron a la mar, otros prefirieron quedarse en el norte de Öland. Ésta es una fotografía del tío de mi abuelo, Axel Gerlofsson, delante de su cobertizo. Axel trabajaba como pescador y cantero, y se cuenta que salió de Öland dos veces en su vida, una de joven para hacer el servicio militar en Småland, y otra, ya adulto, para probar qué se sentía al cruzar el puente de Öland. «Es como una carretera cualquiera», dijo más tarde.