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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (37 page)

BOOK: La esquina del infierno
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—¿Y la relación con los cárteles de la droga rusos?

—Cártel. Solo hay uno, si bien tiene muchas manifestaciones y el gobierno ruso está asociado con el mismo. No solo el flujo de capital es enorme, sino que el daño que el narcotráfico podría causar a un país entero es mucho más mortífero que atacarle con el ejército. En una guerra los soldados mueren junto con algunos civiles. La mayoría de los habitantes no se ven afectados. En la guerra del narcotráfico todo el mundo sufre de un modo u otro.

—Entiendo.

—Entonces la cuestión se reducía a qué hacer con Turkekul.

—¿Y la solución fue darle cuerda hasta que se ahorcara?

—No es solo eso, no. Necesitamos a los demás, a los puestos altos de la cadena de mando. El hecho de que Fuat fuera un troyano supuso un duro revés. Pero si podemos darle la vuelta a la situación para que nos beneficie, entonces le causaremos un grave perjuicio al otro bando.

—Pues mucha suerte.

Marisa se levantó y le puso una mano en el hombro.

—Sé que trabajas duro para resolver este caso y sé que Fuat entra en todo esto.

—¿Pero no quieres que insista demasiado para así no echar por tierra tu trabajo?

—Sí.

—Lo tendré en cuenta. Puedes marcharte y decirle a Weaver que hoy has cumplido tu misión.

—No sabe que estoy aquí.

—Ya. —‌Stone lo dijo con tanta fiereza que hasta él mismo se sorprendió.

—No lo sabe —‌insistió ella.

—Entonces, ¿a qué has venido realmente? No será para comprobar tu tapadera ni para ver si estoy bien.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿En qué basas esa deducción?

—La baso en que creo que eres una persona que hace varias cosas a la vez.

Ella suspiró.

—Solo quería volverte a ver. Asegurarme de que estabas bien, a pesar de lo que me han dicho. Al fin y al cabo, has sido víctima de una explosión.

—¿Y por qué te importa?

—Porque me importa.

—No lo capto.

Ella se le acercó.

—Bueno, permíteme que sea más sincera de lo normal. En realidad somos muy parecidos, John Carr. Muy pocos hacen lo mismo que nosotros. —‌Suavizó la expresión y dio la impresión de que miraba más allá de él‌—. He vivido muchos años aparentando ser quien no era. —‌Volvió a centrar su mirada en él‌—. Sé que tú lo has hecho durante mucho más tiempo. Nunca he conocido a nadie como yo. Es decir, hasta que te conocí. —‌Le tocó el brazo‌—. Así que estoy aquí por eso. Supongo que es para convencerme de que no estoy sola, de que existen otras personas como yo. Sé que probablemente te parezca ilógico.

—No, la verdad es que no. De hecho tiene mucho sentido.

Se le acercó todavía más.

—Es una vida muy solitaria.

—Puede serlo, sí.

—Se nota que hace mucho tiempo que estás solo.

—¿Cómo?

Ella levantó la mano lentamente y le tocó la mejilla.

—Se te nota en la cara. Si se sabe mirar, el rostro no miente. —‌Hizo una pausa‌—. Y los dos sabemos mirar, ¿verdad? —‌Retiró la mano y Stone apartó la mirada‌—. Siento haberte incomodado —‌dijo ella‌—. Ojalá …

—¿Qué?

—Nos hubiésemos conocido hace tiempo.

—Hace tiempo no habría funcionado.

—¿Quieres decir que ahora sí podría funcionar?

Stone volvió a apartar la mirada.

—Conmigo no funciona nada.

—¿Eres muy exigente?

—No es eso. Aunque fuera exigente, tú serías … Bueno, qué importa.

—Siempre importa. Incluso para dos viejos guerreros como nosotros.

—Yo soy viejo, tú no.

—En esta profesión todos somos viejos. —‌Hizo una pausa‌—. Si seguimos con vida. —‌Se levantó, le acarició la mejilla y le besó en la cara‌—. Cuídate —‌dijo. Al cabo de unos instantes se había marchado.

73

Stone y Chapman recibieron el alta del hospital al día siguiente después de haber estado en observación. Stone reconoció que aquel descanso le había venido bien. Haber quedado inconsciente dos veces en tan poco tiempo habría pasado factura a una persona joven, y mucho más a un hombre de su edad. Pero tenía motivos para levantarse de la cama y retomar la cacería una vez más. La situación estaba llegando a un punto crítico. Faltaba poco para el gran acontecimiento. Lo notaba en todo el cuerpo.

Mientras Chapman conducía en el nuevo vehículo que le había proporcionado el FBI, Stone la miró.

—¿Cuántos puntos?

Se tocó el vendaje de la frente.

—Seis aquí y dos más en la mejilla. El médico me ha dicho que habrán cicatrizado de sobra para las fotos de las vacaciones. —‌Lanzó una mirada hacia él‌—. ¿Cómo es que no tienes ninguno? Recuerdo perfectamente verte todo lleno de sangre antes de perder el conocimiento.

—Probablemente pensaran que ya no tengo remedio. El corte mayor estaba en el cuero cabelludo. Llevo un vendaje, pero no se ve.

—Supongo que hemos tenido mucha suerte.

—Más suerte que Judy Donohue.

—O sea que la liaron en todo este asunto. ¿Cómo? ¿Con dinero?

—Supongo que sí. Dinero que nunca tuvieron intención de pagar.

—¿Te refieres a que pensaban matarla de todas formas?

—Claramente. La tapadera que se inventaron para ella no resultaba creíble. Pretendían darnos largas un día o dos. En cuanto habló con nosotros en la iglesia y nos contó todas esas mentiras ya era mujer muerta.

—O sea que seguramente el FBI encontrará un depósito en una cuenta en el extranjero a nombre de Donohue que se ha cancelado. Qué curioso, no me pareció la clase de mujer que se metería en una conspiración.

—¿Qué clase es esa? ¿A la que no le gusta el dinero? Me he encontrado con muy pocas personas de esas.

—¿Hasta el punto de participar en un atentado contra tu país?

—No seas ingenua. Además, nadie resultó herido en ese atentado, salvo el pobre Alfredo Padilla.

—Pero ¿y cuando empezaron a morir otras personas? Tuvo que darse cuenta.

—Por supuesto que sí, pero para entonces era demasiado tarde. Si decidía confesar, reconocería que había sido cómplice de asesinato, de muchos asesinatos. Probablemente decidiera que era más seguro cumplir el plan acordado y huir con lo que pensó sería mucho dinero.

—Y George Sykes acaba con una bala en la cabeza por no haber hecho nada malo.

—Sí, por eso no me siento tan mal por Judy Donohue.

—Tu teoría sobre cómo hicieron que Sykes se largara presa del pánico seguro que se aproxima bastante a la realidad.

—Amenazaron a su familia. Le dijeron dónde se reunirían. Una ruta que lo llevaría directo a la zona mortífera. Lo planearon con meticulosidad. Lo cual resulta informativo y desalentador.

—Podrían matarnos cuando les dé la gana.

—Intentaron matarme y lo impediste.

—Un punto para los buenos.

—Lo cual demuestra que no son infalibles.

—¿Significa eso que lo del vivero, el cepellón y el Servicio Nacional de Parques fue otra pista falsa?

—Creo que a Kravitz le tendieron una trampa y que Lloyd Wilder también era inocente.

—¿Y los hispanos a los que ejecutaron?

—Los equivalentes de Judy Donohue. Estaban implicados en la trama, pero solo en parte. Desempeñaron su papel, cobraron la pasta y se los cargaron.

—Vale. ¿Investigamos de nuevo a Fuat Turkekul? ¿Cómo quieres hacerlo? Weaver se nos echará encima si nos pilla dándole la vara a nuestro amigo turco.

—Tal como te he dicho, sir James me guiñó el ojo.

—¿Y qué? Sabes perfectamente que eso no te protegerá de Riley Weaver.

—Pues evitaremos a Turkekul y tomaremos la ruta menos transitada.

—¿Cuál es? ¿Adelphia?

—No.

—¿Quién, entonces? —‌Stone no dijo nada‌—. Solo nos queda Marisa Friedman.

—Sí, cierto.

—Pero la última vez que intentamos acceder a ella nos pillaron.

—Eso fue la última vez. Ahora ya nos han advertido. Y vino a verme.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Ayer, al hospital.

—¿Qué quería?

—Si te soy sincero no estoy seguro. Está muy sola.

—¿Ah, sí? —‌Chapman lo miró con expresión inquisidora.

—Supongo que todos estamos solos de un modo u otro.

—Bueno —‌dijo Chapman de forma vacilante‌—. ¿Cómo vamos a hacerlo?

A modo de respuesta, Stone sacó el teléfono y marcó un número.

—¿Annabelle? Creo que ha llegado el momento de que Caleb y tú os reunáis de nuevo con la señorita Friedman.

74

—Me alegro de verles —‌dijo Friedman en cuanto se sentó a la mesa del restaurante. Annabelle y Caleb ya estaban sentados delante de ella.

—Dijimos que seguiríamos en contacto —‌dijo Annabelle sin rodeos.

—Estamos emocionados ante la perspectiva de llevar esto adelante con su ayuda —‌dijo Caleb.

Friedman se colocó la servilleta encima de la falda.

—A mí también me emociona la idea —‌dijo‌—. He hecho algunas consultas preliminares y el momento es definitivamente propicio para su modelo de proyecto.

Comieron y continuaron hablando sobre el negocio. En cuanto salieron del restaurante, una limusina Mercedes dobló la esquina.

—Podemos llevarla a casa —‌dijo Caleb.

—No hace falta —‌dijo Friedman‌—. Vivo en Virginia.

Caleb la tomó de la mano y se la besó.

—No es molestia. De hecho, será un placer para mí.

Annabelle le abrió la puerta. Friedman subió al vehículo. Annabelle cerró la puerta detrás de ella y la limusina salió disparada.

Friedman se sobresaltó y probó la manija. La puerta estaba bloqueada. Notó una presencia a su izquierda y se giró rápidamente en esa dirección.

Un hombre la miraba de hito en hito.

—¿Qué demonios pasa aquí? —‌exclamó Friedman. Se quedó quieta, recobró el aliento y vio quién era‌—. ¿Stone?

—Esta es mi compañera, Mary Chapman. Seguro que también te han informado sobre ella —‌dijo Stone. Señaló a la conductora. Chapman hizo un gesto con la mano antes de girar en la siguiente calle.

—¿Me estáis … me estáis secuestrando?

—No, se trata de una simple reunión.

Frunció el ceño.

—Cuando la gente quiere reunirse conmigo suele concertar una cita.

—Necesitamos tu ayuda y queríamos pedírtela discretamente.

—Pensaba que el director Weaver te había prohibido que te me acercaras.

—Por eso te lo pedimos con discreción.

Friedman se recostó en el asiento para asimilar la situación. No había temor en su mirada.

—¿O sea que Weaver no sabe nada de esto?

—El secretismo es necesario en ocasiones.

—Interesante teoría teniendo en cuenta que dirige los servicios de inteligencia del país.

—Como bien sabes, estamos muy interesados en Turkekul.

—No sois los únicos.

—Me dijiste que habías descubierto que era un traidor, pero ¿cuándo averiguaste exactamente que era agente doble?

—Aunque digas que Riley Weaver te ha informado eso no significa que tenga que creérmelo.

—No paran de morir personas —‌señaló.

Ella se encogió de hombros.

—Es una profesión peligrosa.

—Creemos que Turkekul está en el epicentro de esta profesión.

Friedman vaciló.

—No digo que no, pero …

—Y él sigue tan pancho, como si nada —‌intervino Chapman.

Friedman la miró y luego a Stone.

—Yo obedezco órdenes. Quizá no siempre esté de acuerdo con ellas, pero las obedezco.

—¿Siempre? —‌preguntó Stone.

—No duraría mucho en este trabajo si no lo hiciera.

—¿No has aprendido a practicar cierta independencia para sacar un trabajo adelante?

Friedman se cruzó de brazos y piernas.

—¿Vamos a algún sitio en concreto?

—Vamos de paseo por la ciudad mientras mantenemos una agradable charla.

—¿Qué tienes en mente?

—¿Te preocupa?

—¿Cómo coño no voy a estar preocupada? Si mis cálculos no me fallan, por lo menos han muerto doce personas. Francotiradores, terroristas, ejecuciones. Todo ello en suelo estadounidense.

—¿Entonces nos ayudarás?

—No puedo prometer nada —‌dijo con franqueza‌— hasta que sepa qué plan tenéis. Ya lo sabes.

—Necesitamos que Turkekul hable con nosotros.

—Estoy segura de que hablará con vosotros. Sobre todo lo que no os interesa. Es la persona más reservada y fastidiosamente parca en palabras que he conocido en mi vida, lo cual no es poco.

—Solo intenta sobrevivir, y eso se consigue no fiándose de nadie —‌dijo Stone.

—Pues te ruego que me digas cómo piensas hacerle hablar. Yo no lo he conseguido.

—Creo que con tu ayuda lo lograremos.

—Yo no he accedido a nada. Según las normas, debería informar de este contacto inmediatamente. Y si Weaver se entera …

—Pero no le informarás.

Lo miró con una expresión de superioridad.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque se nota que quieres pillar a este tío.

—Siempre he querido pillar a este tío, pero mis superiores quieren a los que están detrás de él. Ya te lo expliqué. Sin ellos, Turkekul no sirve de nada. Si solo fuera Turkekul, no supondría un problema. Estaría muerto.

—¿Y estás segura de que si lo liquidas la situación no mejoraría? —‌preguntó Chapman.

—Ni lo más mínimo. Los rusos tienen a una docena de tipos como Fuat Turkekul repartidos por el mundo. Si enseñamos las cartas echaremos a perder una oportunidad que es muy poco probable que vuelva a repetirse. Este ha sido el problema de toda la misión. Si seguimos a Fuat hasta Moscú y demostramos un vínculo claro entre el gobierno de allí y el cártel de tráfico de drogas ruso creo que incluso los ciudadanos rusos reaccionarán. Sin duda alguna, la ONU lo haría, así como el resto del mundo libre. Rusia no tendrá más remedio que abandonar sus planes grandiosos de volver a dominar el planeta empleando cocaína y heroína en lugar de pistolas y tanques.

—Ahora entiendo mejor lo valioso que es Turkekul. Has descrito muy bien la situación —‌dijo Stone.

Ella alzó la mirada y sus ojos se encontraron.

—¿Te aventurarías a decir qué edad tengo?

Stone la observó.

—¿Treinta y cinco?

—Añádele diez años.

Stone se sorprendió.

—Para tener una profesión de tan alto riesgo te conservas extremadamente bien.

—Por fuera, tal vez —‌repuso ella‌—. Por dentro es otro asunto. —‌Lo miró‌—. ¿Se podría decir lo mismo de ti?

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