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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Aventuras, fantástico, infantil y juvenil

La emperatriz de los Etéreos (13 page)

Bipa cerró los ojos un momento, espantosamente abatida. Si Aer no había llegado al palacio de Gélida lo más probable era que hubiese muerto de hambre o de frío por el camino. Bipa se había entretenido demasiado; había tardado bastante en salir a buscarlo, se había detenido mucho tiempo en la cordillera y, además, varias tormentas de nieve habían entorpecido sus pasos. Era imposible que hubiese adelantado a Aer. Él tendría que haber alcanzado el palacio de Gélida mucho antes que ella.

—Deberías preguntar en la cocina —sugirió entonces el joven, tal vez apiadado por la expresión de desaliento dibujada en el rostro de Bipa—. Nivea sabe siempre quién entra y quién sale. Tal vez ella pueda decirte más.

—Gracias —respondió Bipa de corazón, y salió disparada por el pasillo, con tan mala fortuna que resbaló sobre el hielo y cayó aparatosamente al suelo.

El muchacho no la ayudó a levantarse, pero ella no se lo reprochó. Era mejor que aquel contacto se prolongara lo menos posible. Si Gélida la sorprendía preguntando por Aer, haría lo posible por apartarla de cualquier fuente de información en potencia.

No tardó en llegar a la cocina, donde los criados de hielo recogían los restos de la exigua cena. Entre ellos había una mujer que los dirigía con órdenes rápidas y contundentes. A Bipa se le cayó el alma a los pies. Era la misma mujer que le había conducido a su habitación y a la que había propinado una bofetada.

Si ella era la persona a la que debía preguntar, ya podía ir despidiéndose de las respuestas que buscaba. De todos modos tenía que intentarlo.

—Hola, ¿eres Nivea? —saludó.

Ella la miró y, al reconocerla, dejó escapar un chillido horrorizado.

—Siento lo de antes —dijo Bipa, deprisa—. Pero has de reconocer que te merecías esa bofetada. Tú me pegaste a mí primero.

—¡Fuera de aquí! —gritó ella, mirándola como si fuera un horrible engendro escapado de sus peores pesadillas—. ¡Vete! ¡Vete!

—Me iré si me respondes a unas preguntas —prometió la muchacha—. Estoy buscando a un chico de mi edad, un opaco, que llegó aquí hace tiempo.

—¡Vete! —seguía gritando Nivea—. ¡Echadla de aquí! —aulló.

Y los criados de hielo se volvieron hacia ella, todos a una, como si hubieran reparado en su presencia de pronto. Bipa entendió que no tenía mucho tiempo.

—¡Por favor! —insistió—. ¡Vengo de muy lejos sólo para encontrarlo! —y una parte de su mente se preguntó si todo aquello no sería un sueño, porque lo cierto era que la sensata Bipa jamás habría cometido una locura semejante, y mucho menos por el irresponsable Aer; pero su corazón habló por ella y le hizo reiterar su súplica—. Vengo de muy lejos... sólo para encontrarlo —añadió en voz más baja—. Para encontrarlo y llevarlo de vuelta a casa.

Algo en su mirada, o tal vez en su voz, conmovió a Nivea.

—No tendría que decirte esto —confesó, con voz temblorosa—. Pero ese chico que dices estuvo aquí hará unos quince días. Llegó por la noche y vino directamente a la cocina. Le di un plato de sopa y le ofrecí una habitación, pero no quiso aceptarla. Se quedó en ese rincón, con la mirada perdida, envuelto en ese horrible y peludo abrigo que traía. Fui a avisar a Gélida de su llegada, pero cuando volvimos, ya se había marchado. No lo hemos vuelto a ver.

El corazón de Bipa latió más deprisa. «Hace quince días, Aer estaba vivo», pensó. Casi pudo verlo allí, en el rincón que Nivea le había señalado, con el tazón de sopa fría entre las manos y los ojos repletos de deseos absurdos e irrealizables, tan reales para él que le impedían percibir con claridad lo que había a su alrededor.

«He tachado de locos a los que viven en esta casa —se dijo Bipa de pronto—. Pero yo lo he dejado todo atrás para tratar de recuperar al loco más loco que he conocido jamás. ¿Quién es el más loco de todos?»

Alzó la mirada hacia Nivea, que seguía contemplándola, paralizada, temblando de terror.

—Muchas gracias —dijo—. No te molestaré más.

Salió de la cocina y regresó a su habitación para reflexionar. Aer le llevaba quince días de ventaja. Eso era mucho tiempo, pero, por otro lado, también suponía una buena noticia.

¿Lo era? Bipa se dijo a sí misma, desalentada, que, si le hubiesen confirmado que nadie había vuelto a ver a Aer en el hogar de Gélida, probablemente ella lo habría dado por muerto y habría vuelto atrás, a casa, con los suyos.

Pero ahora que sabía que seguía vivo o, al menos, que lo estaba todavía quince días atrás, se sentía obligada a seguir adelante.

Aunque, en realidad, Aer se había marchado por voluntad propia, y con toda seguridad ella hacía el ridículo yendo tras él. Tomó el
Ópalo
entre sus manos, buscando respuestas. Lo sintió latir sobre su piel, como un pequeño corazón, y pensó que Maga le había entregado algo tan valioso porque era importante que trajese a Aer de vuelta. «Sin el
Ópalo
, no habría llegado tan lejos», pensó. Señal de que contaba con el beneplácito de Maga y la protección de la Diosa.

Decidió que reemprendería su camino al día siguiente, al amanecer. Se echó sobre la cama y trató de dormir pero, a pesar de lo cansada que estaba, no lo consiguió. El lecho era duro y frío y, por otra parte, Bipa tenía tanta hambre que el ruido de sus tripas la desvelaba. Y fue una suerte, porque estaba despierta cuando los criados de hielo entraron en su habitación, abriendo la puerta con violencia, para arrebatarle el
Ópalo
.

Bipa los oyó deslizarse por el pasillo. Sus pies chirriaban sobre la superficie helada, y ella se incorporó, sobresaltada. Para cuando la puerta se abrió, la muchacha ya había recogido su mochila y estaba de pie junto a la ventana, alerta.

—¿Qué queréis? —les gritó.

Las criaturas no respondieron, pero avanzaron abriéndose en abanico para rodearla. Una de ellas alargó los brazos hacia Bipa, y sus dedos ganchudos trataron de atrapar el
Ópalo
que colgaba de su cuello.

—Déjame, ¡es mío!

—Creí que habías dicho que no era tuyo, querida —dijo la voz de Gélida desde la puerta.

Bipa retrocedió un poco más, mientras los seres de hielo estrechaban el círculo.

—¡Teníamos un trato! —protestó.

Gélida se rió.

—Yo ya he cumplido mi parte. Sé que Nivea te ha contado todo lo que querías saber, así que entrégame el
Ópalo
ahora mismo.

—En todo caso tendría que dárselo a ella, y no a ti. Pero con ella no hice ningún trato... ¡Déjame! —gritó de nuevo, retrocediendo ante otra mano de hielo que trataba de capturarla.

—¿No te gustan mis gólems de hielo? —sonrió Gélida—. Son mi creación más perfecta. Claro que con tu
Ópalo
podré hacer criaturas aún más puras. Pero tú no sabes de qué hablo, ¿verdad? Después de todo, no eres más que una
opaca
.

Bipa chilló cuando unas garras heladas la aferraron desde atrás. Pataleó con todas sus fuerzas para liberarse. La criatura a la que Gélida había llamado «gólem de hielo» no esperaba una reacción tan enérgica por su parte, por lo visto, puesto que aflojó su presa por un instante. Bipa se volvió y lo empujó con todas sus fuerzas sobre los otros.

Las criaturas de hielo cayeron unas encima de otras. Bipa oyó un crujido desagradable, pero no prestó atención. Haciendo acopio de energía, lanzó su mochila contra la ventana. El cristal, grueso y translúcido, se rompió con estrépito. Bipa se disponía a saltar por la ventana, siguiendo el camino de su mochila, pero una mano fría la retuvo por la muñeca.

—¿Adónde crees que vas? —siseó Gélida.

—A donde me da la gana —replicó Bipa.

Ambas forcejearon un instante, pero Bipa era más fuerte. La empujó contra la pared y huyó por el hueco abierto en el cristal. Se hirió en una pierna al traspasarlo, pero no se detuvo.

Ya en el exterior, rodó por la nieve y se puso en pie con esfuerzo. Cojeando, recuperó su mochila y escapó en la oscuridad, dejando un reguero de sangre tras de sí. Estaba demasiado aturdida como para saber dónde se encontraba o hacia dónde iba, pero no tardó en descubrir que se movía en un enorme círculo, rodeando la casa, porque topó con la arcada de témpanos de hielo que conducía a la entrada. Agotada y dolorida, cayó de rodillas sobre la nieve, incapaz de levantarse. Antes de que se le nublaran los ojos, sin embargo, vio que los dos colosos de hielo que guardaban la puerta avanzaban hacia ella. Y en esta ocasión ya no parecían las criaturas indiferentes que había confundido con estatuas, sino gigantes
gélidos
que enarbolaban enormes lanzas y que acudían a ella con claras intenciones homicidas. Sus pasos hacían crujir la nieve de manera siniestra y sus grandes corpachones bloqueaban todo su campo de visión. Bipa sabía que en dos zancadas llegarían hasta ella, y entonces todo habría terminado...

Pero algo la levantó en vilo, algo tan frío y húmedo que le hizo lanzar una exclamación angustiada. Se vio volando por los aires y, antes de que pudiera tomar aliento, la soltaron sobre lo que parecía un enorme montón de nieve. Bipa boqueó, tratando de escupir la nieve que había tragado sin querer, pero no tuvo tiempo de acostumbrarse a su nueva situación porque aquella mole empezó a moverse, alejándose de los gólems de hielo, a grandes zancadas... y llevándosela con él.

Bipa tardó un poco en comprender lo que estaba sucediendo, pero, cuando lo hizo, una cálida emoción la inundó por dentro. Claro, ella tenía su propio gólem... Un gólem de nieve, la criatura que la había seguido lealmente desde las montañas y que ahora le había salvado la vida, la Diosa sabría por qué...

Aún aturdida, dejó caer la cabeza sobre la espalda del coloso, que la cargaba sobre sus hombros mientras corría a buen ritmo por la estepa nevada. Oía tras ella el crujido de los gólems de hielo que los seguían, y por el sonido dedujo que ya no eran dos, ni una docena, sino muchos más, tal vez un centenar. Pero estaba tan cansada que no fue capaz de mantener los ojos abiertos. De modo que cayó dormida, mecida por el balanceo del gigante, y soñó con criaturas de hielo y con seres blancos y delgados, con cenas inexistentes y con pequeñas maravillas de cristal; soñó con Gélida y con Nivea; y también soñó con Aer.

Entretanto, el gólem de nieve corría con su preciada carga, mientras, a sus espaldas, todo el ejército de gólems de hielo de Gélida los perseguía sin tregua.

Clareaba ya cuando la criatura la dejó caer al abrigo de una enorme roca. Bipa volvió en sí lentamente, y lo primero que vio fue el rostro del gigante de nieve inclinado sobre ella. Se asustó en primera instancia, pero se relajó enseguida.

—¿Dónde estamos? —preguntó, aun sabiendo que no obtendría respuesta.

Trató de levantarse y, al sentir una punzada de dolor en la pierna, recordó que estaba herida. Se subió la pernera del pantalón hasta localizar la lesión. Se la limpió con nieve y, acto seguido, miró a su alrededor en busca de su mochila. No andaba muy lejos. Se estiró para alcanzarla y rebuscó en su interior hasta encontrar una bolsa que contenía un polvo hecho con un tipo de raíz reseca, y que Maga le había dado antes de partir. Lo mezcló en un bol con nieve hasta conseguir una pasta de color marrón, y se la aplicó sobre la herida.

—Debería ser una cataplasma caliente— le explicó al gólem—, pero, tal y como están las cosas, no se puede pedir más.

Se vendó la pierna con fuerza y, cuando terminó, alzó la cabeza para mirar al coloso de nieve.

No le estaba prestando atención. Había trepado a lo alto de un montículo y escudriñaba el horizonte con sus ojos huecos. Por un momento, a Bipa le pareció un ser tan frágil y amorfo que volvió a creer que su improbable existencia sólo podría deberse a un desvarío de su mente. Pero el gólem volvió la cabeza hacia ella, en un movimiento tan natural, tan real, que la muchacha reconoció que ni en sus sueños más locos habría sido capaz de imaginar algo así.

—Por el amor de la Diosa, mírate —le reprochó—. Sólo eres una bola de nieve gigante con cabeza, piernas y brazos. Tendrías que ser incapaz de moverte. Deberías caerte en pedazos al primer golpe. Y tampoco deberías estar mirándome. ¡Si ni siquiera tienes ojos!

El gólem de nieve no pareció ofendido ante sus observaciones. Se giró de nuevo hacia el horizonte, dándole la espalda, y Bipa entendió que quería mostrarle algo. Con un suspiro resignado, avanzó cojeando hasta llegar a su altura y se asomó por encima de la loma. Lo que vio la dejó muda de horror.

Los perseguía un ejército de cientos de gólems de hielo. Y al frente de todos ellos, montada sobre otro gigantesco gólem en forma de lagarto, estaba Gélida.

Bipa se dio la vuelta, angustiada. Ante ellos se abría una larga garganta encajonada entre dos montañas interminables. Nunca llegarían al otro lado. No había ningún lugar donde esconderse. En cuanto salieran del abrigo de la roca, sus perseguidores los verían. Y si se quedaban allí, los encontrarían de todos modos.

La muchacha cerró los ojos y sacudió la cabeza, tal vez para aclarar sus ideas, tal vez para despertar de aquella horrible pesadilla. Pero cuando los abrió de nuevo, todo seguía igual. Desalentada, tomó el
Ópalo
entre las manos. «¿Cómo es posible que algo tan pequeño tenga tanta importancia?», se preguntó. Ciertamente, la tenía para Maga y el resto de habitantes de las Cuevas. El
Ópalo
era el símbolo del poder de la
chamana
, del poder de la Diosa, y ayudaba a Maga a curar a la gente. Pero Gélida ya tenía uno. ¿Por qué enviar tras ella a todo un ejército de seres de hielo para arrebatarle el suyo?

—¿Y si se lo doy? —reflexionó en voz alta—. Sería terrible perderlo, pero supongo que Maga entenderá que no tengo otra opción. Tal y como están las cosas, si no se lo entrego, igualmente lo arrebatarán de mi cadáver, así que...

No tuvo tiempo de terminar. De pronto, el gólem se abalanzó sobre ella, sepultándola bajo una montaña de nieve.

Bipa trató de liberarse, pero la criatura era grande y consistente, y la joven no consiguió salir a la superficie. Gritó y protestó, mientras el frío iba calando en todos sus huesos; cuando oyó, sin embargo, la voz de Gélida repartiendo órdenes entre sus tropas, mucho más cerca de lo que habría deseado, se quedó inmóvil por fin, atenta, tiritando. El cuerpo del gólem de nieve, comprendió entonces, la protegía y la ocultaba de miradas hostiles. Si la criatura se quedaba quieta, completamente quieta, como ahora, podía confundirse con el paisaje. Bipa aguardó, con el corazón latiéndole tan fuerte que sentía que se le iba a salir del pecho. Bajo su camisa, su otro corazón, el
Ópalo
de Maga, parecía latir también.

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