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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (43 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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—No, ¡escucha! Es que no pueden saber dónde está.

—¿Cómo…? ¿Qué? Pero ¿qué demonios está haciendo?

—Se puso allí, en frente de la entrada, a la vista de todos, y luego cuando vio que se movían hacia él empezó a caminar… pero la forma en la que lo hace… la ropa que lleva… no pueden saber si está en Besźel o en Ul Qoma.

—Pero comprobad primero si pasó antes de que cerraran la frontera.

—Tyad, esto es un puto caos. Nadie ha estado controlando el papeleo ni ha estado cerca del ordenador ni nada, así que no sabemos si lo hizo o no.

—Tenéis que…

—Tyad, escúchame. No he podido sacarles nada más. Están acojonados por si haberlo visto y habérmelo dicho fuera una brecha, y no les faltan razones, porque, ¿sabes qué? Podría serlo. Esta noche más que ninguna otra. La Brecha está por todas partes; ha habido un puto aislamiento, Tyad. Lo último que quiere nadie es arriesgarse a una brecha. Esta es la última información que vas a obtener a no ser que Bowden se mueva de tal forma que puedan saber que está de verdad en Ul Qoma.

—¿Dónde está ahora?

—¿Y cómo voy a saberlo? Ni siquiera se arriesgan a mirarlo. Lo único que me han dicho es que se puso a caminar. Nada más que a caminar, pero de un modo en el que nadie sabe dónde está.

—¿Y nadie lo va a detener?

—Pero si ni siquiera saben si pueden verlo. Tampoco está haciendo una brecha. Simplemente… no pueden saberlo. —Una pausa—. ¿Tyad?

—Jesús, claro. Ha estado esperando a que alguien se fije en él.

Aceleré hacia la Cámara Conjuntiva. Estaba a varios kilómetros de allí. Solté un taco.

—¿Qué? Tyad, ¿qué?

—Eso es lo que quiere. Tú mismo lo has dicho, Dhatt; cuando llegue a la frontera los guardias de cualquier ciudad en la que esté le darán la espalda. ¿Y qué ciudad es?

Hubo varios segundos de silencio.

—Joder —dijo Dhatt.

En aquel estado de incertidumbre nadie detendría a Bowden. Nadie podía.

—¿Dónde estás? ¿Cómo de cerca te encuentras de la Cámara Conjuntiva?

—Puedo llegar allí en diez minutos, pero…

Pero él tampoco podría detener a Bowden. Angustiado como estaba, no iba a arriesgar una brecha para ver a un hombre que podría no estar en su ciudad. Quería decirle que no se preocupara, quería suplicarle, pero ¿acaso podía decirle que se equivocaba? No sabía si iba a estar vigilado. ¿Podía decirle que no le iba a pasar nada?

—¿Lo arrestaría la
militsya
si se lo dijeras, si al final estuviera en Ul Qoma?

—Claro, pero no le van a seguir porque creen que verlo es un riesgo.

—Entonces ve tú. Dhatt, por favor. Escucha. Nada te impide ir a dar un paseo, ¿no? Ir hasta la Cámara Conjuntiva o hasta donde te apetezca, y si resulta que alguien que estaba siempre cerca de él va y hace una jugada y resulta que está en Ul Qoma, entonces puedes arrestarlo, ¿no? —Nadie tenía que admitir nada, ni siquiera a sí mismo. Siempre y cuando no hubiera ningún tipo de interacción mientras Bowden se encontrara en aquella incertidumbre, habría una negación plausible—. Por favor, Dhatt.

—Está bien. Pero escucha, si me voy a dar un puto paseo y quizá alguien en mi topordinaria proximidad resulta que realmente no está en Ul Qoma, entonces no puedo arrestarlo.

—Un momento, tienes razón. —No podía pedirle que se arriesgara a una brecha. Y puede que Bowden hubiera cruzado y estuviera en Besźel, en cuyo caso Dhatt no tenía ningún poder—. De acuerdo. Ve a dar un paseo. Avísame cuando estés en la cámara. Tengo que hacer otra llamada.

Corté y marqué otro número, también sin anteponer el prefijo internacional, aunque llamaba a otro país. A pesar de la hora, contestaron prácticamente de inmediato, y la voz que me contestó sonaba muy despierta.

—Corwi —dije.

—¿Jefe? Jesús, jefe, ¿dónde narices estás? ¿Qué está pasando? ¿Estás bien? ¿Qué ocurre?

—Corwi. Te lo contaré todo, pero ahora mismo no puedo; necesito que te muevas, y que te muevas rápido, que no hagas preguntas y que hagas exactamente lo que te pido. Necesito que vayas a la Cámara Conjuntiva.

Comprobé mi reloj y eché un vistazo al cielo, que parecía resistirse a amanecer. En sus respectivas ciudades, Corwi y Dhatt estaban de camino a la frontera. Fue Dhatt el primero en llamarme.

—Ya he llegado, Borlú.

—¿Puedes verlo? ¿Lo has encontrado? ¿Dónde está? —Silencio—. Está bien, Dhatt, escucha. —No iba a ver nada que no estuviera convencido que estuviera en Ul Qoma, pero no me habría llamado si no hubiera avistado al contacto—. ¿Dónde estás?

—Estoy en la esquina de Illya y Suhash.

—Jesús, ojalá supiera hacer llamadas a tres con este trasto. Tengo una llamada en espera así que no cuelgues el maldito teléfono. —Me puse con Corwi—. ¿Corwi? Escucha. —Tuve que pararme al lado del bordillo para mirar y comparar el mapa de Ul Qoma de la guantera con mi conocimiento de Besźel. La mayor parte de los cascos antiguos eran entramados—. Corwi, necesito que vayas a ByulaStrász y… y a WarszaStrász. Has visto fotos de Bowden, ¿verdad?

—Claro…

—Ya, ya. —Seguí conduciendo—. Si no estás segura de que está en Besźel no le toques. Como ya he dicho, solo te pido que vayas caminando de modo que si alguien por casualidad resultara estar en Besźel, pudieras arrestarlo. Y dime dónde estás. ¿Vale? Ten cuidado.

—¿De qué, jefe?

Era una buena pregunta. No era muy probable que Bowden atacara a Dhatt o a Corwi: de hacerlo se estaría declarando a sí mismo como criminal, en Besźel o en Ul Qoma. Si atacaba a ambos sería una brecha, algo que, por increíble que fuera, no había hecho aún. Caminaba con equiponderancia, posiblemente en ambas ciudades. El peatón de Schrödinger.

—¿Dónde estás, Dhatt?

—Por la mitad de la calle Teipei. —Teipei compartía topordinariamente su espacio con MirandiStrász en Besźel. Le dije a Corwi dónde tenía que ir—. Llegaré enseguida.

Ahora estaba pasando por encima del río y el número de vehículos en la calle estaba aumentando.

—Dhatt, ¿dónde está? ¿Dónde estás tú?, quiero decir. —Me lo dijo. Bowden tenía que ceñirse a calles entramadas. Si pisaba una calle íntegra estaría sujeto a esa ciudad y podría llevárselo la policía correspondiente. En los centros, las calles más antiguas eran demasiado estrechas y sinuosas para que el coche me resultase útil, así que lo dejé y me puse a correr sobre los adoquines y bajo los aleros caídos del casco viejo de Besźel bordeados por los intrincados mosaicos y las bóvedas del casco viejo de Ul Qoma. «¡Apartaos!», le gritaba a la escasa gente que me encontraba por el camino. Saqué el distintivo de la Brecha y me puse el teléfono en la otra mano.

—Estoy al final de MirandiStrász, jefe.

La voz de Corwi había cambiado. No iba a admitir que podía ver a Bowden (no lo hizo, pero tampoco lo desvió completamente, algo en algún punto intermedio) pero ya no se limitaba a seguir instrucciones. Estaba cerca de él. Quizá Bowden podía verla.

Volví a examinar una vez más el arma de Ashil, pero seguía siendo un misterio para mí. No conseguía entenderla. Volví a metérmela en el bolsillo, fui hacia donde Corwi esperaba en Besźel, Dhatt en Ul Qoma y hacia aquel lugar indeterminado por el que caminaba Bowden.

Fue a Dhatt a quien vi primero. Llevaba el uniforme completo, el brazo en cabestrillo, el teléfono pegado a la oreja. Le di un golpecito cuando pasé a su lado. Se sobresaltó, vio que era yo y se quedó boquiabierto. Cerró el móvil despacio y me indicó una dirección con la mirada. Me examinó con una expresión que no supe reconocer.

La mirada no había sido necesaria. Aunque había algunos valientes en aquella entramada calle superpuesta, Bowden resultó visible al instante. Aquel modo de andar. Extraño, imposible. Difícil de describir, pero para cualquiera acostumbrado a la gramática corporal de Besźel y de Ul Qoma, era una gramática sin raíces ni restricciones, desenvuelta y apátrida. Lo vi desde atrás. El suyo no era un caminar sin rumbo, sino con paso largo y patológica neutralidad, alejándose de los centros de las ciudades y, en definitiva, hacia las fronteras, las montañas y el resto del continente.

Frente a él, un grupo de ciudadanos lo miraba con patente indecisión, apartando a medias la mirada, sin saber muy bien a dónde dirigirla. Los señalé a todos, uno por uno, hice un gesto para que se marcharan y ellos obedecieron. Quizá algunos atisbaban desde las ventanas, pero eso era refutable. Me acerqué a Bowden bajo el perfil prominente de Besźel y las intrincadas canaletas en forma de espiral de Ul Qoma.

A escasos metros de él, Corwi me miraba. Apartó su teléfono y sacó la pistola, pero seguía sin mirar directamente a Bowden, por si no estaba en Besźel. Quizá nos vigilaba la Brecha, en alguna parte. Bowden no había transgredido nada que llamara su atención: no podían tocarlo.

Alargué la mano mientras caminaba y no disminuí la velocidad, pero Corwi me la aferró y nuestras miradas se encontraron durante un instante. Cuando miré atrás, la vi a ella y a Dhatt, a metros de distancia en ciudades distintas, sin quitarme la vista de encima. Por fin había amanecido.

—Bowden.

Se dio la vuelta. Tenía el rostro rígido. Tenso. Sostenía algo cuya forma no conseguía distinguir con claridad.

—Inspector Borlú. Qué sorpresa verlo por… ¿aquí?

Intentó sonreír, pero sin mucho éxito.

—¿Y dónde es «aquí»? —le pregunté. Bowden se encogió de hombros—. Es muy impresionante lo que está haciendo —dije. Se volvió a encoger de hombros, con un ademán que no era ni ulqomano ni besźelí. Podría llevarle un día o dos de caminata, pero Besźel y Ul Qoma eran países pequeños. Podía conseguirlo, salir de allí caminando. Qué ciudadano tan experto, qué urbanita y qué observador tan consumado para encontrar el término medio entre aquellos millones de manierismos inadvertidos que conformaban la especificidad urbana, para rechazar cualquier conjunto de comportamientos. Apuntaba con lo que fuera que sostenía entre sus manos.

—Si me disparas, la Brecha caerá sobre ti.

—Si es que están mirando —dijo—. Me parece muy probable que sea usted el único que está aquí. Quedan siglos de fronteras que apuntalar por lo de esta noche. E incluso si están mirando, es un asunto peliagudo. ¿Qué tipo de crimen sería? ¿Dónde está usted?

—Intentaste desfigurarle la cara. —Aquel escabroso corte debajo del mentón—. ¿Tú…? No, fue el suyo, fue su cuchillo. No pudiste tampoco. Así que le estropeaste el maquillaje. —Parpadeó, no dijo nada—. Como si eso pudiera ocultar su identidad. ¿Qué es eso? —Me enseñó aquello, solo un momento, antes de agarrarlo y de volver a apuntarme con ello. Era una especie de objeto de metal con una capa de verdín, feo y arrugado por el paso del tiempo. Hacía tictac. Estaba reparado con tiras nuevas de metal.

—Se rompió. Cuando yo. —No sonó como si dudara: simplemente congeló sus palabras.

—… Jesús, fue con eso con lo que la golpeaste. Cuando te diste cuenta de que ella sabía que no eran más que mentiras. —Lo cogió y lo usó como arma, con la furia del momento. Ahora podía admitir lo que fuera. Siempre y cuando se mantuviera en aquella superposición, ¿qué ley iba a juzgarlo? Vi que el mango de aquella cosa, el que él tenía sujeto, apuntando hacia él, terminaba en una punta muy afilada—. Agarras eso, la golpeas y cae al suelo. —Hice un gesto de puñalada con la mano—. En el calor del momento —dije—. ¿Verdad? ¿Verdad?

»Así que entonces ¿no sabías cómo dispararlo? ¿Es verdad lo que dicen? —pregunté—. ¿Todos esos rumores de la «física extraña»? ¿Esa cosa es una de las que estaban buscando Sear and Core? ¿Por las que enviaban a uno de sus miembros más importantes de excursión y a hacer dibujitos en la arena del parque? ¿Como un turista más?

—Yo tampoco lo llamaría un arma —se limitó a decir—. Pero… bueno, ¿quiere ver lo que es capaz de hacer? —Lo agitó.

—¿No intentaste venderlo tú mismo? —Se mostró ofendido—. ¿Cómo sabes lo que hace?

—Soy arqueólogo e historiador —espetó—. Y además soy increíblemente bueno. Y me marcho.

—¿Vas a salir de la ciudad caminando? —Bowden inclinó afirmativamente la cabeza—. ¿De qué ciudad? —Movió el arma a modo de negativa.

—Yo no quería hacerlo, ¿sabe? —dijo—. Ella… —Esa vez se le atascaron las palabras. Tragó saliva.

—Tuvo que enfadarse mucho. Al darse cuenta de que le habías estado mintiendo.

—Yo siempre le dije la verdad. Ya me escuchó, inspector. Se lo he dicho muchas veces. No existe ninguna Orciny.

—¿La adulaste? ¿Le dijiste que era la única a la que podía contarle la verdad?

—Borlú, puedo matarlo ahí donde está, ¿no se da cuenta?, nadie sabrá dónde estamos. Si estuviera en uno u otro lugar a lo mejor vendrían a por mí, pero no está en ninguno. La cosa es que, al igual que usted, sé que no iba a funcionar así, pero eso es porque nadie en este sitio, y eso incluye a la Brecha, obedece las normas, sus propias normas, y si lo hicieran funcionaría así, la cosa es que si a usted lo asesinara alguien que nadie tiene muy claro en qué ciudad está y tampoco tuvieran claro dónde está usted, su cuerpo iba a quedarse allí, pudriéndose, para siempre. La gente tendría que pasarle por encima. Porque no ha ocurrido ninguna brecha. Ni Besźel ni Ul Qoma se atreverían a quitarlo de aquí. Se quedaría ahí apestando a ambas ciudades hasta que no fuera nada más que una mancha. Me largo, Borlú. ¿Se cree que Besźel vendrá en su ayuda si le disparo? ¿O Ul Qoma?

Corwi y Dhatt debían de haberle oído incluso si aparentaban estar desoyendo. Bowden no miraba a nadie más que a mí y no se movía.

—Vaya, bueno, la Brecha, mi socio, tenía razón —dije—. Aunque Buric pudiera haber planeado esto, no tenía los conocimientos ni la paciencia necesarios para armarlo de tal modo que engañara a Mahalia. Ella era lista. Para eso hacía falta alguien que conociera los archivos y los secretos que rodeaban los rumores de Orciny, no solo un poco sino por completo. No mentiste, como dices: no existe ningún lugar llamado Orciny. Lo repetiste una y otra vez. De eso se trataba, ¿no?

»No fue idea de Buric, al principio, ¿o sí? ¿Después de esa conferencia en la que Mahalia se convirtió en un fastidio? Desde luego que no fue de Sear and Core: habrían contratado a alguien que robara con más acierto, una pequeña operación de poca monta, se limitaron a aceptar la oportunidad que se les presentó. Claro que necesitabais los recursos de Buric para que funcionara, y él no iba a dejar pasar una oportunidad para robar a Ul Qoma, y prostituir a Besźel (¿cuánta inversión iba ligada a esto?) y llenarse los bolsillos con este asunto. Pero la idea era tuya, y nunca tuvo que ver con el dinero.

BOOK: La ciudad y la ciudad
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