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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (70 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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A la mujer no se le permitía olvidar el momento en el que se había enamorado. No podía dejar atrás la esperanza del recuerdo en sí:

En uno de los lejanos mundos collar de los Shen, Sangmer encontró a Ishanaxade. Hablaron en las orillas del plateado mar vectorial:

—Realmente no soy la hija de nadie. Muchos me han entregado lo que tengo. Llamo padre a Polybiblios porque ha sido el más paciente conmigo y a su modo me ama.

—¿Dónde te encontraron?

—He sido reunida de entre todos los mundos habitados desde hace más tiempo del que nadie puede recordar… algunos dicen que desde el final de la Brillantez. Fragmentos y trozos… un destello aquí, una cualidad allá, una sospecha o chispa… Todo atesorado, transportado, comerciado, por muchos, y luego reunido por los Shen, que amasaron tanto que yo habría sido mayor que los mundos collar o los sesenta soles verdes alrededor de los cuales orbitan.

Sangmer lo consideró improbable y así lo dijo.

—Mírame. ¿Te parezco probable? ¿Soy como cualquier otra cosa que hayas visto?

—No —admitió—. Pero soy joven. ¿Cómo quedaste tan pequeña?

—Los Shen son muy antiguos y poseen una curiosidad excepcional. Durante mucho tiempo se esforzaron para destilarme. Conservaban lo más esencial. Pero luego se cansaron del enigma. Al llegar Polybiblios, éste retomó la tarea… y me hizo como me ves ahora. Él cree comprender lo que soy realmente. No juzgo sus creencias.

—¿Qué crees que eres… o era?

—Una musa —dijo Ishanaxade.

—¿Como una inspiración?

—En su época, las musas eran muy importantes en el Cosmos. Trabajaron durante cien mil millones de años, limpiando al paso de Brahma, que no dejaba de crear, que no podía evitar derramar su forma de amor. Las musas permitieron la memoria y el florecimiento de los pequeños observadores, tan queridos por Brahma, que era descuidado, pero vasto y rebosante de pasión.

»Y luego la creación se detuvo. Llegó el Bilenio… ya nada nuevo, sólo el ingenioso reordenamiento de lo antiguo. Algunos dicen que Brahma durmió. Y mientras duerme, las musas no son necesarias. Nos condesamos como la nieve o la lluvia, una ráfaga de joyas extendida por los oscuros años luz.

—Un nombre antiguo, Brahma.

—Antiguo no es la palabra adecuada. No sé si serví y fracasé, o fui rechazada porque ya no era esencial… pero me parece recordar dispersarme allí donde todavía vivía la gente. Después, hasta que me trajeron aquí, no recuerdo nada.

—Y ahora, eres casi humana.

—¿Por qué te quedas y hablas conmigo? ¿Soy atractiva? Ninguno de los Shen parece encontrarme atractiva.

Al hablar, su aliento era como un viento refrescante, frío y húmedo, pero cuando sus ojos le miraban, Sangmer sentía calor, se sentía seco y a salvo. Sangmer la examinó algo más y pensó durante un tiempo, en la orilla del gran mar vectorial de plata.

—Parece que te gusta ayudar, ocuparte de la gente —dijo—. Es admirable.

—¿Tú disfrutas dejándote cuidar?

—Bien, no es eso todo lo que prometes. Cuando me tocas, siento un fuego en mi interior. Quieres que yo crezca y encuentre mi historia real, mi propósito. Pareces querer estar presente cuando yo vea cosas nuevas. Quieres compartir y disfrutar de mis descubrimientos.

—Yo descubro lo que cualquiera descubre —dijo Ishanaxade—. Ésa es la verdad. Pero si me convierto en humana… lo que ves ahora no es todo lo que queda de mí. Soy dos.

—¿Qué otra hay?

—Ella está siempre conmigo… no se separa. Es posible que Polybiblios te lo haya advertido.

—No lo hizo.

—¿Los Shen no lo comentaron?

—No dijeron nada sobre ti. Mi tripulación ha tenido un viaje difícil… quizá no quisieron alarmarnos.

—Bien, algunos Shen me encuentran de lo más alarmante. Estarían encantados de ver resuelto mi acertijo… o enviarme lejos. No sólo inspiro, corrijo.

—¿Qué tiene eso de malo?

—Algunas cosas no se pueden corregir. Ésas las hago desaparecer. Como si nunca hubiesen sido.

Sangmer la observó atentamente —qué podía él ver de ella— entre los márgenes hermosos y cambiantes y le pareció entrever otro yo en sombra.

—¡Entonces deberías hacer desaparecer el Caos!

—Oh, mi lado destructor no es más efectivo que mi lado inspirador mientras Brahma duerma. Eso me han dicho, y eso creo.

Sangmer frunció el ceño.

—Bien, seas lo que seas, eres la más extraordinaria mujer casi humana que haya conocido nunca. Y conozco a algunas mujeres maravillosamente diferentes… y muchas que no eran mujeres en absoluto, como los Asures…

Ishanaxade parecía condensarse más a medida que él hablaba.

—Háblame de ellas —dijo—. Dice que eran muy hermosas. Me gustaría descubrir cómo agradarte.

Eso hacía daño. Un alarido de eterna desesperación llenó el vasto espacio oscuro, y se perdió sin eco entre los restos sofocantes.

¿Dónde está? ¿Por qué no viene?

109

Jack miró por encima del hombro. Hacía rato que intentaba ir por delante de Glaucous y Daniel, y limitarse a seguir el tirón de la piedra. Confiar en ellos o no —y no confiaba, claro— era algo que simplemente no importaba. Quería probarse a sí mismo y comprobar lo que podía lograr solo.

Los interminables kilómetros de restos poseían su propio silencio, algo que iba más allá de la simple ausencia de sonido. Aquí, en un momento a solas, intentó pensar y recordar dónde había estado, lo que había visto y oído… y encajar todo sin distracciones ni interrupciones.

De alguna forma, eso hacía que ver y pensar le resultase también más fácil.

Un silbido bajo sin melodía encontró camino entre sus labios. Sostuvo la piedra frente a él, intentando interpretar su tirón sutil. Y gradualmente, durante un tiempo sin tiempo, le guió bajo una inmensa lámina vertical que se extendía en lo alto de las sombras, una lámina deformada y abultada que podría tener el tamaño de Manhattan, girada y colgada de un gancho, cubierta con inmensos adornos rotos, cada uno con su tono característico, un lustre gris y plateado.

¿Qué significaría que realmente creyese estar caminando de verdad a través —o debajo— de las ruinas suspendidas de una ciudad futura? ¿Que aquí había vivido gente, y que la ciudad había sido invadida y que lo que había absorbido la vida de Seattle también había absorbido sus vidas, juntándolos a todos, haciéndolos iguales…?

Jack nunca había sido muy dado a la filosofía, pero todo un dilema. Podía caminar, silbar, ver —asombrarse—, pero realmente no había nada, incluyendo el tiempo, que tuviese el mismo sentido que antes. Quedaba
su
tiempo personal: todavía seguía formando recuerdos…

¿Y no era así como uno definía el tiempo?

Siguió caminando, siguió silbando, pero decidió que pensar era prácticamente inútil. La humildad resultaba muy fácil cuando los misterios amenazaban con aplastarte a cada paso.

—Soy el que soy —murmuró—. Pienso, luego existo. Recuerdo, luego existo. He escogido mi propio nombre, luego existo. Siento hambre, luego existo. Me preocupo por mis amigos, luego existo. Me gustaría ver qué va a pasar ahora, luego existo. Quiero ir a terminar mi historia, formar más recuerdos, nunca hay demasiados recuerdos, luego existo.

Estoy solo, y las cosas no han desaparecido por completo
.

Luego existo
.

Quiero corregirlo todo, luego

A lo lejos, oyó un sonido horrible… no era exactamente humano. Un gemido sobrenatural de desesperación y dolor que pareció lloviznar desde lo alto.

—Ginny —dijo, y se lamió los labios para evitar que se le cuarteasen.

Algo le tocó los tobillos… bigotes o antenas. Pensando en las tijeretas gigantes, dio un salto y miró abajo, casi dejando caer la sumadora.

Un gato le rozó la pierna, arqueó el lomo, le miró… y abrió la boca como si fuese a emitir un sonido. Pero el gato también estaba silencioso. Creyó reconocerle: uno de los gatos del almacén de Bidewell, y por una vez no pasó un instante preguntándose qué hacía aquí. No podía haber nada más improbable que la misma presencia de Jack. Se agachó y le acarició la cabeza, le cubrió los ojos cerrados y echó atrás las orejas de terciopelo, y de inmediato sintió una descarga de consuelo, normalidad, garantía. Era algo que podían hacer los gatos. A pesar de su altivez aparente, o debido precisamente a eso, el simple hecho de que te aceptasen te hacía adquirir un valor sólido.

—Bien, quizá no sea yo sólo el que lo mantiene todo en su sitio —dijo Jack—. Quizá tú también contribuyas. —El gato ronroneó su acuerdo, luego le mordisqueó ligeramente el dedo y salió corriendo unos metros, se detuvo, se sentó; esperando. Jack consultó la sumadora, sosteniéndola sobre la cabeza.

El gato salió corriendo.

Gato y piedra estaban de acuerdo. Los dos marcaban la misma dirección.

110

Nataraja alteraba a Daniel en lo más profundo. ¿Cómo recordaba ese nombre? Bidewell nunca lo había dicho. Glaucous no lo había mencionado en ningún momento. Ni Jack, ni Ginny.

Pero él podría verlo todo con una extraña claridad, como si lo hubiese presenciado todo con mejores ojos, conectados con un cerebro más profundo y más sutil.

A Daniel, la disposición de la Falsa Ciudad le resultaba extrañamente familiar, protegida por el patrón, si se podía llamar así, de esta destrucción horrible.

Subió por un inmenso muro de cortina, inclinado unos treinta grados con respecto al resto de los escombros: miles de acres atravesados por grietas, roturas ondulantes, anchas simas y fallas. Esferas y ovoides estirados y retorcidos, cilindros doblados y curvas amplias, todavía anclados a la lámina, interconectados por miles de caminos o vías de transporte plateadas, algunas de las cuales sostenían lo que podrían ser construcciones móviles. Cuando estaba viva, cuando era todo un conjunto, Nataraja debió de ser una maravilla…

Claro que había sido una maravilla. Podía verlo. La imagen era definida. Después de todo, venir a Nataraja le había causado una impresión tremenda…

Al subir, él (y una parte de Fred, todavía curioso) intentó imaginarse el asombroso poder de algo que podía desechar las reglas de la realidad… y el efecto que algo así causaría sobre una construcción humana, dependiendo de la ingeniería, la gravedad, los equilibrios básicos entre materia y energía. No tenía que imaginarlo. Los resultados parecieron saltar a su cabeza, más vividos que cualquier recuerdo reciente. La ciudad había muerto como un animal atacado por bestias mucho mayores: aplastada, rasgada, lanzando chorros de sí misma… y luego desmoronándose, estallando por los bordes como si la pisoteasen botas gigantescas.

Un agujero del tamaño suficiente para permitir encajar una montaña pequeña dejaba entrar ahora un rayo de luz gris del exterior. El rayo se movía con voluntad propia, tocando un enorme montón de restos, fundiéndose con otros rayos vagabundos, cortando delgadas cortinas de resplandor que caían a través de enormes desgarraduras en la piel exterior destrozada. El ángulo y la intensidad de esas refulgencias sin alegría nunca eran los mismos.

Su mente —lo que quedaba de ella— había sido escrupulosamente separada en capas gruesas de fluido, calientes y fríos… y ahora, desde profundidades casi congeladas por el tiempo, se elevaban contenidos que parecían dispuestos a reconstruir lo que realmente no había experimentado nunca.

—No sueño. No sueño con esta ciudad ni con ninguna otra.

Aun así, le llegaron recuerdos de multitud de ciudades históricas… aunque no sabía qué circunstancias las unían. Perdidas ante el asedio o la plaga, quemadas hasta los cimientos, reducidas a escombros, los escombros esparcidos y cubiertos de sal: cambiando de destino a destino, e incluso de vida a vida, de cuerpo a cuerpo, era posible que hubiese experimentado esas cosas… ¿quién podría negar tal posibilidad?

Pero no el final de este lugar, no la caída de Nataraja. Eso no tenía ningún sentido.

Pero lo conocía. Lo sentía. A su modo, Nataraja había sido la más espléndida ciudad de su tiempo, más aún que el Kalpa… lo que fuese eso.

—¡Dime quién soy! —gritó Daniel mientras trepaba—. No sueño. Nunca lo he hecho. Cuando duermo, sólo hay oscuridad.

El Caos había cubierto la superficie de la Tierra en una oleada de muchas dimensiones, rodeando desde arriba los últimos enclaves de la humanidad, también desde abajo, y por todos los lados, cercenando sus líneas de destino así como su acceso en el espacio y el tiempo. Así transformaba el Caos, así tomaba el control… y reducía sus conquistas a un sufrimiento de confusión y mentiras.

Quemaba la mayoría de los hilos de la causalidad.

Y luego, como agotado —o sin estar seguro de qué hacer con sus nuevos dominios—, se retiraba, concentrando sus esfuerzos en el frente de onda, esa membrana que inmiscuía, cortaba y rodeaba las líneas, y que Daniel había experimentado tan a menudo.

Lo que el Caos había dejado atrás era la concha de una ciudad que no habían quemado las llamas, que no había sido reducida por medio de la destrucción física… sino que había sido abrasada por la historia perdida, y devorada por la paradoja.

Los que vivían aquí eran los que más habían sufrido. La estructura que una vez les dio seguridad y comodidad se había esforzado por reconstruir, o al menos por mantener algunas zonas erguidas, pero fueron castigados una y otra vez… muriendo, pudriéndose, resucitando de formas horribles… y finalmente la ciudad se había rendido.

El legado de todo lo que el Caos tocaba.

Daniel llegó al borde enorme del muro. No importaba el dolor y el agotamiento que sentía este cuerpo. La parte superior del muro —varios kilómetros— se había doblado y roto, y ahora yacía tirada sobre otras estructuras, al fondo, hasta la misma base, perdido en sombras.

Allí donde sus manos y pies tocaban, unas débiles chispas azules saltaban de piel, huesos y músculos. Átomos, partículas… materia asombrada, reconociéndose a sí misma e intentando corregir una perversa bilocación. Pero no era lo que la gran iluminación que sus nuevos/antiguos recuerdos, sus nuevas instrucciones, le indicaban que debía esperar.

Había llegado muy lejos, durante mucho tiempo.

En las ruinas aguardaba el gran momento de la reunión.

Daniel se sentó en el borde, pasando de las pequeñas lancetas y chispas azules, y sacó las dos piedras de las cajas. Como siempre, juntas no encajaban. Una parecía más antigua que la otra, si tal cosa era posible. Eran de formas similares, pero destinadas a otras combinaciones. Una de las piedras tiraba insistentemente hacia la izquierda y hacia abajo. Simultáneamente, oyó un sonido salvaje y desagradable, como de una bestia sufriendo, repetido por todas partes, y luego —perversamente— resurgió con un aullido Doppler para volver a repetirse.

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