Tiadba intentó ver con más claridad el deslumbrante rostro blanco como difuminada piedra móvil, bordes maleables rodeados por otras piezas saltando hacia arriba y luego cayendo de nuevo sobre penachos fríos y cargados de polvo.
El rostro se acercó.
Tiadba intentó alejarse, contraerse.
—¿Sabes que ha sido de Sangmer, al que llamaban el Peregrino?
La voz, tan cerca de la cara de Tiadba, no daba ninguna indicación de aliento o aire en movimiento… pero igualmente una extraña dulzura la rodeó en medio de esa desolación sensorial.
Tiadba sintió una punzada. Pensó en estar tendida junto a Jebrassy en la cama, haciendo el amor e intentando descifrar las narraciones antiguas… de momentos en el Caos, leyendo los libros siempre cambiantes para tranquilizar e informar a los exploradores, pero esas historias jamás habían tenido una conclusión, y a menudo las palabras resultaban difíciles.
Sin embargo, frente a esa belleza fría y aterradora, Tiadba no pudo evitar ofrecer esperanza:
—Es posible que le haya visto. Quizá no pudiese saberlo —dijo, con labios entumecidos incluso mientras hablaba—. Dime qué aspecto tiene.
—No lo
recuerdo
. —Tristeza y frío centrándose entre las dos—. No queda tiempo, nada de tiempo. —Palabras como insectos que caían para morir—. No me has traído nada.
—Lo siento… —Tiadba buscó una palabra y la encontró en los recuerdos de su otra. Lo siento,
madre
.
—Yo también lo siento, nacida de la inclusa. No puedes conocer mi pena. Sería una misericordia si las dos pudiésemos morir.
—Jamás la encontraremos —dijo Daniel—. Somos unos locos por el simple hecho de estar aquí fuera.
—¿Dónde querrías que fuésemos, joven amo? —preguntó Glaucous.
—Todo es diferente —dijo Jack—. Cada vez es más diferente. Quizá mejore.
El espacio entre las estatuas monstruosas —el espacio que se abría al cuenco donde se encontraba la ciudad más improbable de todas— se había cerrado tras su paso como si no hubiese existido nunca.
—Tres opciones —dijo Glaucous—. Esto es lo mejor.
—Dijiste que la Princesa de caliza está a la vuelta de la esquina, ¿no? —dijo Daniel—. ¿Por qué no desciende sobre nosotros y nos captura?
Glaucous se detuvo. Su respiración traqueteaba y siseaba como un motor de vapor que perdiese potencia.
—Ella está aquí —dijo.
—¿Qué crees que pasará? —preguntó Daniel.
—Me liberará —dijo Glaucous—. No habrá recompensa, ni castigo. Simplemente acabará conmigo. No merezco más… ni menos.
Volvió a caminar como una bestia que llevase sufriendo mucho tiempo.
Daniel apenas podía respirar. Una sensación de peso, de comprensión, como tener ladrillos sobre el pecho… intentaba comprender en términos físicos lo que sucedía, pero no se le daba nada bien.
—Energía de vacío avanzando hacia el cero —murmuró—. El campo de Higgs desmoronándose. Demasiado pequeño.
—¿Qué? —preguntó Jack.
—Nada. Estamos perdidos.
Daba la impresión de que ya no tenían opciones.
El territorio jamás había tenido sentido. Ahora era poco más que una sucesión de siluetas, trenes y estelas de sombras sin sentido. Hacía rato que había cruzado los vecindarios de historia comprimida y aplastada, a través de los dementes campos de juego de lo que pasase por tiempo más allá de la burbuja… y ahora simplemente estaban en ninguna parte.
Por suerte, ninguna parte se iba haciendo más pequeña.
Daniel les miró.
—Las piedras todavía tiran. Todavía hay dirección.
Jack asintió y fue el primero.
Todavía tenían arriba y abajo, delante pero no atrás, también una especie de lateral… el movimiento limitado era una bendición en un territorio por lo demás carente de cualquier cualidad concreta. No había forma de regresar y empezar de nuevo. Algo no se lo permitiría.
—Números enteros —dijo Daniel.
Jack penetró en una sombra profunda. Durante un momento Glaucous y Daniel casi le perdieron de vista, a sólo dos o tres pasos por delante.
—¡Jack! —gritó Daniel.
Llegaron hasta él. Glaucous resoplaba y trastabillaba.
—Eres un número entero —dijo Daniel.
—Lo que tú digas —dijo Jack. Apretó los dedos alrededor de la piedra.
—Tu número de referencia —dijo Daniel—. Por largo que sea, es un entero… no es irracional, y no es infinito.
—Siempre les pedimos sus números —afirmó Glaucous, mirándole—. No es que sepamos qué pedimos. Demasiado largo para decirlo, todo plegado en un truco de papel. Pero los primeros setenta y cinco dígitos son los cruciales.
—He estado pensando en eso —dijo Daniel—. Yo no pertenezco a ninguna biblioteca. Los libros me hacen sentir incómodo. No tengo un número de referencia. Nunca tuve un papel plegado. O si lo tengo, no es un entero… es irracional. No tengo narración. Es por eso que no me cazasteis.
—Interesante —dijo Glaucous.
—He tenido mucho tiempo para pensarlo —dijo Daniel—. No pertenezco. Alguien o algo me envió atrás, me ensartó aquí, pero no encajo.
Jack desapareció en las tinieblas.
Una vez más, algo giró a su alrededor —los alabes de un giróscopo— y desapareció.
—¡No tan rápido! —gritó Daniel.
A Jebrassy le llevó un rato darse cuenta de que ya no podía oír ni ver a los otros. Se detuvo y esperó. Acumulaciones de arenilla cortante se deslizaban sobre la roca negra ondulada. Las ondulaciones eran más profundas… ahora eran canales en un laberinto curvo que se abría a cada lado hasta perderse de vista. Por delante, los bordes de las ondulaciones se habían elevado, doblándose, y se unían, creando una pared baja de túneles de entrada, y más allá, otro nivel superior, y todavía más por delante.
Se sentó en el borde de un canal y esperó un poco más, pero ni Ghentun ni Polybiblios parecían andar cerca. Quizá se le hubiesen adelantado y ya hubiesen entrado en los agujeros. No podía esperar. Podría ser otro tipo de trampa… una eternidad de indecisión. Tiadba seguía esperando.
Se decidió por probar una de las entradas más cercanas. Sólo tras penetrar cierta distancia, se detuvo, pensando que ahora que se había comprometido el túnel podría estar bloqueado por delante, y si se giraba, estaría bloqueado por detrás. Lo que le provocó un momento de terror… corrió y se hundió más profundamente en el túnel, deseando acabar de una vez, tener la seguridad de que estaba atrapado, definitiva e irrevocablemente.
Pero en el Caos nada se repetía, ni era lo que se esperaba. El túnel siguió, ensanchándose un poco, y finalmente acabó en un espacio mayor; cuán mayor, no lo sabía, incluso después de limpiarse el sudor de los ojos.
Jebrassy se quedó de pie en el interior de un volumen tan grande que no podía ver el otro lado. Su único método para saber que había un techo es que el arco flamígero no era visible, ni tampoco la montaña de hielo, ni el bullir del cielo en contracción.
Tentativamente, se alejó un poco de la pared de salidas de túneles. Débilmente, los objetos grandes comenzaron a definirse, luego los más pequeños. Parecía estar rodeado por inmensas formas que no podía identificar… esferas enormes ensartadas en cables muy pesados, y masas redondeadas, lisas pero polvorientas, elevándose en el suelo entre las esferas, quizá fuesen más esferas, medio enterradas, y piezas descolocadas de cosas que con casi toda seguridad estaban manufacturadas pero que parecían haber sido muy maltratadas: golpeadas, fragmentadas y luego apiladas.
Desechadas.
Se acercó a una de las esferas suspendidas, de muchos cientos de metros de diámetro y que flotaban a no más de una altura de progenie sobre el suelo… alargó la mano enguantada… sólo para ser rechazado. Cuando más miraba, más apreciaba en la superficie de la esfera, hasta comprender que miraba a un
lugar
, un planeta, extremadamente desarrollado, cubierto de ciudades, carreteras, cosas que no podía identificar… quedaba incluso más allá de sus experiencias en el sueño.
Se volvió lentamente, preguntándose cómo esas esferas y montones habían acabado ahí. Por todas partes, lo perdido y lo desechado. Estaba empezando a pensar que realmente el Caos era un gigantesco depósito de basura.
Decidido a mantener una línea de retirada a la vista —si todavía podías ver cosas y mantenerlas periódicamente a la vista, no desaparecían tan a menudo— se aventuró más entre los restos.
Polybiblios le esperaba, sentado en una pared baja que dividía varios montones más grandes y más altos.
—Qué agradable verte —dijo la personificación—. Empezaba a pensar que había perdido a mis compañeros.
—¿Dónde está el Custodio? —preguntó Jebrassy.
—En algún lugar ahí detrás. Es humillante hasta qué punto este lugar es un enigma. Una desolación de esfuerzos fallidos. Piensa en todos esos mundos, almacenados aquí como cabezas reducidas en una caja cubierta de polvo. Pero es posible que haya dado con algo, o alguien, más interesante.
Le hizo un gesto para que le siguiese. Con algunos reparos, lo hizo. ¿Era posible que, al dejar de ver a la personificación, se hubiese conjurado a un duplicado, completamente diferente?
—He pasado mucho tiempo explorando este espacio —dijo la personificación—. Preparando mapas y luego ajustándolos a los cambios. Curiosamente, aquí no hay tantos cambios como fuera. Algo parece querer saber qué hay apilado aquí dentro. Incluyendo… esto.
Llegaron a una pared cristalina. Encajado en la pared, cerca de una superficie, había una figura que tenía aproximadamente la forma de Jebrassy… pero mayor, más robusta. No llevaba armadura y vestía de una forma muy diferente a la de los Niveles.
Más allá, otras figuras —algunas muy similares, otras muy diferentes— también insertadas en el cristal, atrapadas en momentos de conmoción, furia o sorpresa. Jebrassy pasó de una a la siguiente, luego colocó la mano enguantada sobre la superficie lisa.
—Un estancamiento de destino, creo —dijo Polybiblios.
—¿Qué es eso?
—No es fácil concebirlo, pero quizás hayas tenido suficiente preparación y entrenamiento. Dime qué dicen tus instintos.
—Son como mi visitante —dijo Jebrassy, esforzándose tanto por pensar y sintiendo tantas múltiples emociones extrañas que le dolía la cabeza—. Pero hay demasiados.
—Definitivamente son formas antiguas —dijo Polybiblios—. Si hubiésemos tenido acceso a ellas cuando diseñamos a los progenies, podríamos haberlo hecho mejor. Aunque difieren en aspectos importantes.
Jebrassy no apreció ningún signo de vida en las figuras empotradas.
—¿Son del pasado?
—Lo más probable es que de muchos pasados. Cómo llegaron aquí… es una pregunta más difícil. Me pregunto si mi yo total Eidolon sería capaz de resolver el enigma. En cualquier caso, ése de ahí… acércate… levanta la mano. Haz como si fueses a tocarlo a través de la transparencia.
Jebrassy se acercó al cuerpo más cercano a la superficie brillante y frotó el guante contra la lisura. Delgadas cintas brillantes de luz azul —cientos, luego miles— saltaron entre los dedos extendidos y los suyos, atravesando el guante. Pudo sentir un cosquilleo, una débil descarga, moviéndose por el brazo.
—Soñadores todos —dijo Polybiblios—. La misma materia, en gran parte, de muchos tiempos y muchas ramas diferentes de destino, ansiando reunirse.
—¿Estamos hechos del mismo material?
—Yo diría que sí. Los átomos entrelazados se reencuentran, intercambiando partículas de interrelación, que dejan rastros fotónicos… más veloces que la máxima velocidad posible en el Caos. O ahora en cualquier otro lugar.
—Entonces, ¿ninguno de los visitantes ha sobrevivido? ¿Hemos fracasado?
—¿Dónde está ese Custodio? Él podría ser capaz de estimar la extensión de esta colección.
—Hay tantos… no creo haber soñado con todos ellos.
—Una parte de mi plan era que sumadoras y pastores evolucionasen conjuntamente. Pero recuerda, antes había muchas líneas de mundo, muchos caminos que llevaban al Kalpa. Hablando mal y pronto, en muchas ocasiones antes de este momento tu visitante fracasó en la tarea de establecer una conexión contigua. De la misma forma que los exploradores han sido engañados y atrapados en el Caos. Ahora los caminos están limitados a dos. Es posible que sólo quede una oportunidad.
—¿Significa eso que
tú has
venido aquí miles de veces ya, y has fracasado? —preguntó Jebrassy.
—Una excelente pregunta. ¿Sería posible recordarlo? —La personificación meditó el problema con aparente placer, para luego suavizar el rostro y decir—: Es muy improbable. Este es mi primer y único camino.
Jebrassy volvió a extender la mano cerca de los dedos del otro encajado. Las cintas de azules siguieron pasando.
—No duele —dijo—. Es casi agradable.
Polybiblios lo apartó.
—Ya basta. No queremos interrelacionarnos con el perdido. Precisamos encontrar al que sigue libre, al que sigue vivo… o llegar a un lugar donde él pueda encontrarte a
ti
. Dudo mucho que él fuese a estar aquí.
Ginny caminó y luego se arrastró por los túneles, sintiendo la piedra del bolsillo insistir con una delicadeza que casi parecía transmitir comprensión y compasión. O quizás un toque de aprensión.
No se sentía de humor para ser dura. Sabía que estaba cerca, pero empezaba a sentir un resentimiento profundo, no por la idea de fracasar, sino por haber logrado cierta medida de éxito, por haber llegado tan lejos por sí sola… sin realmente tomar ninguna decisión. Ella jamás había escogido nada de esto. Se le había obligado. Circunstancias y personas más fuertes siempre la habían dirigido, la habían mal dirigido, durante toda la vida que podía recordar. Sin duda otros intentaban encontrarla y salvarla… de sí misma, no de las malas decisiones.
Pero en realidad nunca habían sido
sus
decisiones.
Quizá fuese porque no se podía confiar en ella. Siempre había escogido mal. Siempre se había metido en el camino del desastre.
Sin embargo, había llegado hasta aquí, por delante de los otros.
El túnel se había dividido muchas veces, y ella siempre había ido a la izquierda… la zurda, la siniestra, poco elegante, pero la mejor forma de salir de este tipo de laberinto. ¿Y cómo sabía ella algo así?
Ella siempre había sido poco elegante…
siempre
había tomado la izquierda.