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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (30 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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Glaucous expulsó sus preocupaciones.

—Le daremos una buena limpieza. El infierno no tiene peor olor.

—Ningún infierno —dijo Penelope.

Jack escuchaba desde el saco.
Olía
, sí, y el olor era horrible. Agarrarse la nariz no servía de nada, así que hizo lo posible por no percibirlo.

Con un esfuerzo tremendo, reuniendo todo su coraje, metió la punta del pie en las corrientes del destino. Todas las situaciones cercanas estaban tensas, muy apretadas. Bajo esas circunstancias, incluso las líneas de mundo más fuertes tendían a tejerse y destejerse. Viajaba en una camioneta o furgoneta. No se presentó nada relativo a accidentes, pinchazos, problemas útiles. Estaba hundido demasiado profundamente en una línea desarrollada con mucha fuerza. Todas las alternativas disponibles le mantenían
aquí
, pero quizá no era un saco tan seguro, tan carente de rasgones y costuras…

—Ni lo intentes, mi buena bomba fétida —le aconsejó Glaucous desde el asiento del conductor, y una vez más, esa voz, como una madre tranquilizando a un niño disgustado, bañó a Jack con una dulzura empalagosa. Todo saldría bien, estaba demasiado agotado para pelear. Casi lo agradeció; la sensación azucarada de rectitud fermentó para dar un licor espiritual, embotando toda esperanza, todo dolor—. Pronto llegaremos a casa —dijo Glaucous—. Te gustará.

—¿Le gustará? —preguntó Penelope. El asiento gimió lastimeramente cuando la mujer reposicionó su masa—. A
mí no
me gusta.

—Lavaremos esa contaminación antes de que algo lo huela. Algo prematuro y quizás excesivamente ansioso. —En el fondo de la boca Glaucous emitió un cloqueo quitinoso, claro y fuerte. Jack no pudo ver cómo lo hizo.

Como pinzas atrapando.

SEGUNDA PARTE

LOGOS ROTOS

39

El Primer Bión

Con los pies plantados firmemente en un disco de luz fría y dura, Ghentun voló entre los relucientes conductos plateados, atravesando cañones relucientes, entre cegadores muros de kilómetros de alto, hasta los pisos más altos del Primer Bión: las urbes de los Grandes Eidolones.

En su día —si se debía creer al mito— los humanos habían creído que el universo podría no durar más que unos pocas decenas de miles de millones de años. Nadie en la Brillantez —el cálido y brillante útero del último billón de siglos— podría haber supuesto hasta qué punto se estiraría la historia, cuán a menudo se repetiría su cruel patrón: guerras que ocupaban decenas de miles de millones de años, e incluso billones de años, devorando las vidas de trillones de seres pensantes, consumiendo incontables cielos en las llamas idiotas de incontables infiernos.

El ascenso inevitable de miles de millones de civilizaciones a la divinidad inmaterial fue seguido del colapso igualmente inevitable de vuelta a los cuerpos individualizados que ignoraban inocentemente lo que se habían perdido… Un ascenso y descenso cíclico, como un corazón palpitante arrancado por el tiempo eterno e inmisericorde.

Tampoco ninguno de los que vivían en el bilenio primordial podría haber supuesto lo descompuesto y fragmentado que llegaría a estar el cosmos envejecido, sus piezas exigiendo rediseño, reemplazo o suplantación, y ahora tampoco habrían supuesto cómo los fragmentos perdidos de tiempos pasados se habían soltado, vagando y chocando contra el presente.

Y en cuanto al reciente Bilenio, a la sombra del Caos: amplias leyendas describían la era de las Guerras de Masa. Los Asures bosónicos habían regresado de su domino en la oscuridad de los años luz, buscando la ascendencia sobre el todo… y fueron sometidos por los Janjures mesónicos, que a su vez fueron derrotados por los Devas… formados a partir de quarks integrales. Luego los Devas se vieron obligados a ceder el paso a los noöticos. La materia noötica apenas era materia, más bien una vinculación compacta entre espacio, destino y dos de los siete aspectos del tiempo.

Los noöticos —que se hacían llamar Eidolones— reunieron a los supervivientes de las últimas galaxias artificiales y obligaron a casi todos a convertirse.

Los últimos restos de la antigua materia se conservaron y transportaron a varios relicarios con las historias continuas más largas… incluida la Tierra.

Sólo los sirvientes de la antigua Tierra —sobre todo Restauradores y Modeladores— recibieron permiso para seguir siendo primordiales. Aun así muchos se convirtieron. Durante un tiempo, antes de ser reclutado como Custodio, incluso Ghentun había sucumbido. La materia noötica garantizaba un entorno más seguro y más cooperativo, patrones mentales más eficientes, y opciones más diversas y controladas con más precisión. En noötica, cada partícula estaba previamente programada con una variedad de comportamiento, que podían integrarse en servidumbre sin igual.

El control mental completo de tu yo noötico condujo a la mayoría de esas inteligencias, a lo largo de las últimas eras del bilenio, a excentricidades sin límite, pero garantizó su dominio.

Para Ghentun, las leyendas de las Guerras de Masa todavía aportaban una gran lección. En una sociedad de aspirantes a dios, un hombre humilde se muestra siempre cortés.

El disco fotón pasó rápidamente a través de regiones alternadas de masa y luz, moradas sólidas y caminos por los que se desplazaban ciudadanos sólidos; pero cuando se cansaban del movimiento, los ciudadanos se elevaban como remolinos para pasar a caminos más etéreos… las plazas parpadeando con las artes y desafíos de diez billones de años de historia.

El disco voló sobre distritos en cinta poblados por antiguos Devas, que ahora sólo aceptaban una franja estrecha de tecnologías extremas. Insistían en que sus distritos se dispusiesen como carretes, cintas desenrolladas lentamente de renovación y localidad, cada una de casi un kilómetro de ancho y adornadas con moradas emergentes, galerías de experiencia y granjas de regeneración. Multitudes de imágenes —proyecciones de ciudadanos de los distritos— tomaron forma alrededor de Ghentun, manifestando una vaga curiosidad, pero viendo sólo a un Restaurador solitario y menor, se aplanaron y desvanecieron como retratos velados.

En ocasiones, Ghentun sentía que las urbes más avanzadas del Kalpa no eran menos extrañas que el Caos exterior… hasta que volvía a ver el Caos. En comparación, en las cintas las altas urbes y los distritos resultaban absolutamente agradables y familiares.

Incluso aquí resulta difícil perder tu juicio —tu alma
—,
pero ahí fuera, más allá del límite de lo real

El disco fotón se entretejió expertamente, bailando un bonito camino para diversión propia, o eso parecía, para luego ralentizarse y comunicarse durante los últimos kilómetros con el equipo de seguridad de Astyanax: enjambres de máquinas no muy diferentes, excepto en tamaño y potencia letal, a los guardianes de los Niveles.

En los pisos superiores del Kalpa, rodeando las raíces de la Torre Rota, urbes como tremendas medusas se alzaban desde cimientos montañosos, coronadas por un difuso resplandor azul que se extendía por el cel. Lentamente hacían ondular aletas verticales de entre diez y doce kilómetros de ancho, resplandeciendo en púrpura, verde y rojo. Vistas más de cerca, las aletas resultaron ser moradas apiladas horizontalmente, cada una cambiando continuamente con respecto a lo que tuviese por encima y debajo, sin repetir jamás la misma perspectiva.

Cada una era el hogar de millones de Eidolones.

Incluso aquí en la última ciudad…

Aburrimiento, aburrimiento, repeticiones de interminables diversiones, seguidas de un triste olvido y luego deleite renovado…

Al acercarse el disco a la plataforma de recepción, entre los enjambres de centinelas apareció una diminuta imagen brillante: una esfera que exhibía un cinturón ecuatorial de luz esmeralda, el cetro que anunciaba la presencia y privilegios del Astyanax del Kalpa.

Los centinelas verificaron a Ghentun y se separaron para dejar paso.

Ghentun bajó a la plataforma y el disco desapareció con un pequeño estallido, liberando un resplandor azul que se extendió por el suelo, dejando atrás polígonos rojos y dorados, una manifestación ritual tan antigua como el mismo cargo de Astyanax.

Los polígonos se extendieron para señalar el camino del Custodio.

El camino llevaba hasta una sencilla puerta. Sabía que al otro lado de la puerta se encontraban las oficinas y moradas más privadas del Astyanax. Por primera vez, a este Custodio de los Niveles se le permitía reunirse con el último Príncipe de Ciudad en su sanctasanctórum más privado.

40

Los Niveles

Los jóvenes progenies regresaron de la expedición sosteniendo sólo tres libros… y Tiadba los había encontrado todos.

Khren y los otros se habían ido tras unas pocas horas para dedicarse a otras diversiones.

Jebrassy acompañó a Tiadba a su nicho, donde ella había dispuesto sobre la mesa los lienzos y la capa de Grayne, para luego disponer tres jarros llenos de insectoletras prestados.

Él se quedó a un lado, asombrando por el procedimiento; nunca se le había ocurrido que los insectoletras podrían ser tan útiles, y siempre había sentido desprecio por los que los criaban y los intercambiaban. Y ahora: usarlos para leer un libro real, escrito en un alfabeto antiguo… no era supersticioso, pero la estancia ya parecía estar llena de fantasmas del pasado.

Más allá del balcón, la primera luz naranja de la nueva vigilia se extendía por el cel.

Tiadba miró con orgullo a frascos y libros.

—Mis compañeros de inclusa siempre querían saber qué decían sus viejos bichos. —Tenía el rostro reluciente al mirar por encima del hombro a Jebrassy, allá en las sombras.

—¿Cuánto tiempo hará falta? —preguntó él.

—Nos quedan menos de diez vigilias hasta la marcha. Si no dormimos… —Se tocó el pelaje delicado de la nariz para luego dedicarle a Jebrassy un silbido de pulla—. ¿Tienes miedo, guerrero?

—Harás bien en creerlo —dijo—. Tú también deberías tener miedo.

—Juntos hemos visto y hecho muchas cosas. Hemos encontrado nuestros libros.

—Hemos encontrado
tus
libros —le corrigió Jebrassy.

—Vamos a entrenarnos para una marcha. ¿Qué más podríamos querer, ahora qué podría darnos miedo?

Tiadba fijó el lienzo, ya marcado con los símbolos comunes y otras palabras que a menudo deletreaban los insectoletras más jóvenes. Su tarea sería apuntar las palabras que los viejos bichos formasen con sus antiguas letras; compararlas con las nuevas; encontrar similitudes; luego transcribir.

Quizás entonces pudiesen abrirse paso pacientemente por el libro, como habían hecho Grayne y su hermandad.

—Los libros no nos contarán lo que hay ahora mismo ahí fuera, es una pena —dijo Tiadba—. Dijo tu visitante en el pasado sueño…

—¿Qué más dijo
mi visitante?
—preguntó Jebrassy, con el rostro fruncido—. ¿Hiciste el amor con él?

—Las preguntas de una en una —dijo Tiadba, tocándose ambas orejas. De todos los ademanes de esta fulgente, ese gesto elevado de profesora era el que menos le gustaba. El problema era que le gustaban todos sus otros gestos y roces… demasiados.

No había vuelta atrás, con o sin visitante, con o sin libro.

—Dijo muy poco —recordó Tiadba—. No estaba contento. Parece que en su mundo había problemas. Se enfrentaba a un desafío. Y no,
no
hicimos el amor. Al descarriarnos estamos demasiado desorientados. Lo que dijo es que el libro habla de un viaje mucho más allá del Kalpa, hacia las
estrellas
, sean lo que sean.

—Estoy cansado de ser
tomado
—dijo Jebrassy, empleando la palabra para describir la ocupación del nicho de otro—. Y todavía más cansado de ser un ignorante. —Tiró un poco de su Curtis antes de sentarse en una banqueta cerca de la mesa—. Por tanto, allá vamos. Extiende los bichos.

Tiadba le pasó un palo blando y gris para usarlo con el lienzo finalmente tejido. Luego abrió el primer jarro y lo volvió. Los bichos, largos y de un negro reluciente, con cinco patas a cada lado y brillantes ojos azules, saltaron y gorjearon, no muy incomodados por haber estado tan apretados, pero deseosos de extenderse, formar equipos y retomar su interminable juego de palabras.

En los dos botes adyacentes, los insectoletras se habían dispuesto en grupos, cabeza arriba bajo la tapa agujereada, agitando antenas cortas. Los vertió también. Cuantos más bichos, más largas serían las palabras.

Tiadba cogió su palo y se sentó junto a Jebrassy. A medida que los antiguos bichos iban formando filas paralelas, él ya estaba registrando las combinaciones más simples.

Tiadba abrió reverentemente el primer libro.

Pasaron dos vigilias de trabajo duro y cansado antes de que Tiadba se permitiese hacer suposiciones sobre el texto. Jebrassy ya sabía que contenía el nombre
Sangmer
; resultó que él era más habilidoso que Tiadba cuando se trataba de transcribir del viejo alfabeto. Pero pronto quedó claro que el libro no trataba
sólo
de Sangmer; lo había escrito él: una idea novedosa para los dos.

—¿Cómo sería eso de
escribir
tus propias aventuras? —se preguntó Tiadba mientras agitaba un borde de los lienzos, donde su transcripción, y por tanto las traducciones, habían resultado ser erróneas. El polvo de palo gris formó una fina nube que cayó al suelo.

—Primero, tienes que
tener
aventuras —comentó Jebrassy con sequedad—. Los progenies antiguos somos demasiado humildes para presumir. —Se tendió con un bostezo y medio estirándose, invitando a la seducción.

—Tonterías —dijo Tiadba—. Yo soy progenie y no soy humilde. Tampoco lo eres tú.

—No —admitió Jebrassy—. Pero me avergonzaría escribir mi vida de principio a fin. No sería interesante… todavía no. No sería adecuado.

—Es de suponer que sólo escribirías las partes buenas —comentó Tiadba—. En caso contrario, tus lectores… ¿acabo de inventar una palabra? —Parecía encantada—. Tus
lectores
encontrarían tareas más interesantes. Como…

Ella se tendió a su lado y Jebrassy quedó satisfecho al descubrir que todavía podía distraerla del trabajo, aunque fuese por poco tiempo.

Antes de que el cel se iluminase por la cuarta vigilia, ya podía desentrañar con algo de claridad los párrafos iniciales del libro.

Al no saber exactamente cómo usar un libro, habían intentado empezar por ambos extremos, y luego, confundidos, se habían ido al punto medio. Gradualmente habían ido comprendiendo que este libro no era como las historias que los progenies contaban a sus hijos, que siempre empezaban por la mitad, en el momento peligroso, y sólo regresaban al principio después de más aventuras, para explicar su sentido. Los cuentos progenie tenían algo de acertijos.

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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