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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (9 page)

Al ver a Erasmo, Thurr se irguió.

—He venido para que se me informe de nuestro plan para destruir la Liga. Sé que las máquinas sois laboriosas e implacables, pero han pasado más de diez años desde que propuse la idea de las epidemias. ¿Por qué tarda tanto? Quiero que los virus se liberen cuanto antes para ver qué pasa.

—Tú solo nos diste la idea, Yorek Thurr. Pero Rekur Van y yo hemos hecho todo el trabajo —dijo Erasmo.

El hombre calvo frunció el ceño e hizo un gesto de desdén.

—Procederé a mi propio ritmo —profirió Omnius con voz atronadora—, y ejecutaré el plan cuando considere que es el momento.

—Por supuesto, lord Omnius. Pero, dado que me enorgullece haber sido yo quien propuso el plan, tengo curiosidad por ver sus resultados.

—Quedarás satisfecho con los resultados, Yorek Thurr. Erasmo me ha convencido de que la cepa de retrovirus que tienen es lo bastante mortífera para nuestros propósitos, aunque solo elimina al cuarenta y tres por ciento de los afectados.

Thurr soltó una exclamación de sorpresa.

—¡Tantos! Nunca ha habido una epidemia tan mortífera.

—Yo considero esta enfermedad ineficaz, puesto que ni siquiera eliminará a la mitad del enemigo.

Los ojos de Thurr destellaron.

—Pero, lord Omnius, no debéis olvidar que habrá muchas víctimas colaterales a causa de las infecciones, la falta de atención médica, el hambre, los accidentes. Incluso si solo mueren dos de cada cinco personas por la epidemia, muchas otras quedarán debilitadas y no habrá suficientes médicos para atenderlos a todos… y mucho menos para ocuparse de otras heridas o enfermedades. ¡Y pensad en el desorden que provocará en los gobiernos, las sociedades, los ejércitos! —De tanta alegría parecía que se iba a atragantar—. La Liga será totalmente incapaz de preparar ninguna ofensiva contra los Planetas Sincronizados, y no podrán defenderse si les atacamos. ¡Cuarenta y tres por ciento! ¡Ja, esto será el golpe de gracia a la raza humana!

—Las extrapolaciones de Yorek Thurr son correctas, Omnius —dijo Erasmo—. En este caso, el carácter impredecible de la sociedad humana causará muchos más daños de los que la tasa de mortalidad del retrovirus podría indicar.

—Pronto tendremos pruebas empíricas —declaró Omnius—. La descarga inicial de cápsulas epidémicas está preparada para su lanzamiento inmediato. La segunda está en proceso de producción.

La expresión de Thurr se iluminó.

—Excelente. Deseo ver ese lanzamiento.

En aquel instante, Erasmo se preguntó si se habría producido algún error en el tratamiento de extensión vital de Thurr y eso le había trastocado el cerebro, o si ya era así de falso y traicionero desde el principio.

—Ven conmigo —dijo el robot al fin—. Te buscaremos un lugar desde donde puedas ver cómodamente el lanzamiento.

Más tarde, presenciaron el lanzamiento de los temibles proyectiles contra el cielo carmesí y la luz candente del gigante rojo de Corrin.

—Es costumbre que los humanos nos alegremos cuando vemos fuegos artificiales —dijo Thurr—. Desde luego, esto es un espectáculo glorioso. El desenlace será tan inexorable como la gravedad. Nada nos detendrá.

«“Nos”… una elección interesante de las palabras —pensó Erasmo—. Pero no acabo de confiar en él. Su mente está llena de oscuras tramas».

El robot alzó su rostro sonriente de metal líquido al cielo para contemplar una nueva lluvia de torpedos disparados hacia los límites espaciales de la Liga.

9

La gente me recibe como un héroe conquistador. He combatido a cimek y derrotado a máquinas pensantes. Pero no dejaré que mi legado quede solo en eso. Esto es solo el principio.

P
RIMERO
Q
UENTIN
B
UTLER
,
Memorias
de la liberación de Parmentier

Después de recuperar Honru de manos de las máquinas pensantes, Quentin y sus tropas pasaron un mes en el planeta, limpiando, ayudando en la reconstrucción de las ciudades, asistiendo a los supervivientes. La mitad de los mercenarios de Ginaz se quedarían para supervisar la transición y eliminar posibles reductos robóticos.

Cuando estos preparativos estuvieron listos, el primero Butler y sus dos hijos mayores partieron hacia el cercano planeta de Parmentier con el grueso de las naves de la Yihad. Los soldados tendrían un merecido descanso, y Rikov estaba deseando volver con su esposa y su hija.

Antes de que la conquista de Honru extendiera las fronteras de la Liga hacia territorio de las máquinas, Parmentier era el planeta más próximo a los límites con los Planetas Sincronizados. Con el paso de las décadas, los colonos humanos habían hecho notables progresos en la recuperación de aquel mundo, a pesar de los años de ocupación enemiga. Las rígidas industrias sincronizadas habían sido eliminadas, se había dispuesto de los residuos tóxicos y químicos, se había restablecido un sistema agrícola, se habían plantado bosques, los ríos habían sido dragados y se había modificado su curso.

Aunque Rikov Butler seguía pasando buena parte del tiempo sirviendo al ejército de la Yihad, también era el gobernador apreciado y eficaz de aquel asentamiento. En aquellos momentos, esperaba junto a su padre en el puente de la ballesta insignia, y sonrió cuando la imagen serena del planeta —su hogar— apareció en pantalla.

—Estoy impaciente por ver a Kohe —musitó junto al asiento de mando—. Y me acabo de dar cuenta de que Rayna ya ha cumplido once años. Me he perdido buena parte de su infancia.

—Recuperarás el tiempo perdido —dijo Quentin—. Quiero que tengas más hijos, Rikov. No me basta con una nieta.

—Y no podrás tener más hijos si nunca te quedas a solas con tu mujer —dijo Faykan dándole un codazo a su hermano—. Si necesitas intimidad no te preocupes, seguro que encontraremos alojamiento en la ciudad.

Rikov rió.

—Mi padre y mi hermano siempre serán bienvenidos en nuestra casa. Desde luego, si os echo, Kohe no me recibiría muy bien en su cama.

—Haz lo que debas hacer, Rikov —dijo Quentin con fingida gravedad—. Tu hermano mayor no parece tener intención de casarse.

—De momento no —dijo Faykan—. Aún no he encontrado una mujer que me proporcione los contactos políticos que busco. Pero lo haré.

—Qué romántico.

Rikov y Kohe tenían una hermosa finca en una colina que dominaba la ciudad principal de Parmentier, Niubbe. Con el tiempo, y gracias al gobierno eficaz de Rikov, sin duda Parmentier se convertiría en un poderoso mundo de la Liga.

Cuando la flota de naves amarró y los soldados y mercenarios se fueron de permiso, Quentin acompañó a sus hijos a la mansión del gobernador. Kohe, que no era mujer que diera grandes muestras de efusividad en público, recibió a su marido con un casto beso. Rayna, la hija, una niña de ojos grandes y pelo pajizo que prefería la compañía de los libros a los amigos, salió a recibirlos. En la casa tenían un elaborado altar a los tres mártires. En unos cuencos especiales había luminosas caléndulas en memoria a Manion el Inocente.

Pero si bien Kohe Butler era una mujer devota que rezaba a diario y seguía los preceptos religiosamente, no era una fanática como los martiristas que se habían establecido allí. El pueblo de Parmentier recordaba los años de opresión vividos con las máquinas pensantes y por eso se decantaba con tanta facilidad hacia las religiones de carácter más beligerante.

Kohe tampoco permitía que su familia ni el personal que trabajaba en su casa consumieran melange.

—Serena Butler no la utilizaba, por tanto, nosotros tampoco debemos hacerlo.

Cuando se encontraba fuera en alguna misión, Rikov se entregaba ocasionalmente a aquel popular vicio, pero cuando estaba en casa con su esposa procuraba comportarse.

La joven Rayna se sentó a la mesa, tan callada, y con unas maneras impecables.

—¿Cuánto tiempo te quedarás? —preguntó Kohe a su esposo.

Sintiéndose magnánimo, Quentin se puso muy derecho.

—Faykan no tiene nada mejor que hacer que seguirme arriba y abajo destruyendo máquinas. Pero Rikov tiene otras obligaciones. Lo he separado de ti durante demasiado tiempo, Kohe. El gobierno de Parmentier es como mínimo igual de importante que servir en el ejército de la Yihad. Por tanto, bajo la autoridad que se me otorga como primero, le concedo un permiso especial de al menos un año para que pueda cumplir con sus obligaciones como líder político, marido y padre.

Quentin se sintió maravillosamente al ver la expresión sorprendida y complacida de Kohe y Rayna. Rikov estaba tan sorprendido que no sabía qué decir.

—Gracias, señor.

Quentin sonrió.

—Dejémonos de formalidades, Rikov. Al menos en tu casa creo que puedes llamarme padre. —Apartó su plato, sintiéndose en paz, y bastante somnoliento. Aquella noche descansaría en una cama blandita en lugar del catre de su camarote de primero—. En cuanto a ti, Faykan, nos tomaremos una semana para descansar y reunir provisiones. Y lo mismo el resto de soldados y mercenarios. Las máquinas no son las únicas que necesitan recargar sus fuentes de alimentación. Después partiremos.

Faykan hizo una leve reverencia.

—Una semana es de lo más generoso.

Durante los días que pasó de permiso, Quentin divirtió a la familia de Rikov con sus hazañas durante la defensa de Ix, hablando del tiempo que pasó enterrado bajo los escombros. Según confesó, aún se ponía nervioso cuando estaba en un lugar oscuro y cerrado. Luego habló de su encuentro con la titán Juno cuando dirigía un grupo de exploración para rescatar humanos en el planeta caído de Bela Tegeuse, y de cómo huyó.

Su auditorio se estremeció. Los cimek resultaban más misteriosos y temibles que los tradicionales robots. Afortunadamente, desde que se volvieron en contra de Omnius, los titanes no habían causado apenas problemas.

Rayna escuchaba con los ojos muy abiertos, sentada a un extremo de la mesa. Quentin le sonrió.

—Dime, Rayna, ¿qué piensas de las máquinas?

—¡Las odio! Son demonios. Si no podemos destruirlas nosotros, seguro que Dios las castigará. Eso es lo que dice mi madre.

—A menos que Dios las haya enviado contra nosotros como castigo por nuestros pecados —dijo Kohe con tono aleccionador.

Los ojos de Quentin fueron de la madre a la hija, luego a Rikov.

—¿Has visto alguna vez una máquina pensante, Rayna?

—Las máquinas están por todas partes —dijo la niña—. Es difícil saber cuáles son las malas.

Arqueando las cejas, Quentin miró con orgullo a Rikov.

—Algún día será una buena cruzada.

—O una política —comentó Rikov.

—Oh, bueno, supongo que en la Liga hacen falta las dos cosas.

Quentin decidió que cuando su batallón partiera regresarían a Salusa Secundus. Siempre había asuntos que tratar con el gobierno de la Liga y el Consejo de la Yihad, y ya había pasado un año y medio desde la última vez que visitó a la silenciosa Wandra en la Ciudad de la Introspección.

En el transcurso de una sola tarde, mercenarios y yihadíes fueron regresando en lanzaderas a las naves que esperaban en órbita. Quentin abrazó a Rikov, Kohe, Rayna.

—Hijo mío, sé que añoras los viejos tiempos, cuando tú y tu hermano erais soldados temerarios. Yo también lo hice en mi juventud. Pero piensa en tus responsabilidades para con el pueblo de Parmentier y con tu familia.

Rikov sonrió.

—No te lo discutiré, desde luego. Quedarme aquí, en paz, con Kohe y Rayna es una misión muy satisfactoria. Este planeta está bajo mi administración. Es hora de que siente cabeza y lo convierta de verdad en mi hogar.

Quentin se puso su gorra de capitán y, tras subir a la lanzadera, partió hacia su nave insignia. Las naves realizaron los controles habituales en preparación para la partida. Cada ballesta y jabalina se había aprovisionado de suministros y combustible, y estaba preparada para iniciar el largo viaje de regreso al mundo capital de la Liga. Cuando salieron de órbita y se estaban preparando para abandonar el sistema de Parmentier, los técnicos detectaron la llegada de una lluvia de pequeños proyectiles, algo parecido a una tormenta de meteoritos, solo que la dirección que seguían no parecía aleatoria.

—¡Tenemos que suponer que son armas enemigas, señor!

—¡Den la vuelta y alerten a las defensas planetarias! —gritó Quentin—. A todas las naves, volvemos atrás, a Parmentier. —Aunque sus soldados respondieron de inmediato, Quentin supo que no llegarían a tiempo. Los torpedos, que obviamente eran artificiales, iban directos hacia Parmentier.

Abajo, en la superficie, Rikov hizo sonar las alarmas y los sensores siguieron la trayectoria de los proyectiles. Las naves de la Yihad se acercaron velozmente para destruir al intruso mecánico.

Pero los proyectiles se desintegraron en la atmósfera. No provocaron ningún daño. Ni uno solo llegó a tierra.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó Faykan inclinándose por encima del hombro de un técnico de sensores.

—Aconsejo que nos quedemos y realicemos un análisis completo —dijo Quentin—. Pongo mis naves a tu disposición, Rikov.

Sin embargo, su hijo rechazó la oferta.

—No es necesario, primero. Fueran lo que fuesen, no han causado daños. Incluso si los envían las máquinas, no ha funcionado…

—Aun así es mejor que lo compruebes —replicó Quentin—. Omnius está tramando algo.

—Parmentier tiene modernos laboratorios y material de inspección, señor. Podemos hacerlo solos. Y tenemos una fuerza de defensa local plenamente equipada. —Para Rikov se trataba de una cuestión de orgullo.

Quentin, que seguía en órbita, estaba inquieto, sobre todo porque uno de sus hijos estaba allá abajo. Evidentemente, los proyectiles eran automáticos. Y por alguna razón su objetivo era Parmentier, el mundo de la Liga más cercano a los Planetas Sincronizados.

—Quizá no ha sido más que un experimento con aparatos teledirigidos —dijo Faykan.

A lo largo de su carrera, Quentin había visto cometer actos mucho peores a las máquinas pensantes. Y sospechaba que había algo más detrás de todo aquello.

—Quiero que el planeta permanezca en alerta máxima —dijo por el transmisor a Rikov—. Esto podría ser solo un preludio.

Durante los dos días siguientes, Quentin dispersó sus naves formando una línea defensiva como precaución en los límites del sistema, pero no llegaron más torpedos de los abismos espaciales. Finalmente, y ya más tranquilo, no vio razón para seguir allí y, tras despedirse una vez más de Rikov, se alejó con sus naves en dirección a Salusa Secundus.

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