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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (5 page)

Y, en teoría, Seurat podía darle pistas que le ayudaran a entender el pensamiento y el comportamiento de Vorian.

—¿Te gustaría oír un chiste, general Agamenón? Tu hijo me lo contó hace mucho tiempo. ¿Cuántos hrethgir hacen falta para llenar un contenedor cerebral?

El titán se detuvo cuando estaba pasando bajo el arco de la salida. ¿Era ése el motivo por el que seguía conservando a su lado al robot, sólo para escuchar historias de los tiempos que pasó como copiloto de Vorian en el
Viajero Onírico
? Aquello era una muestra de debilidad que no podía permitirse.

—No estoy de humor, Seurat. Tengo que ocuparme de una batalla. —Los cimek ya estarían organizando sus fuerzas, lanzando naves de ataque. Pero en cuanto expulsara a aquella irritante flota enemiga, destruiría al robot independiente y empezaría de nuevo.

En el interior del centro de control, Dante, uno de los tres titanes que quedaban, controlaba los sistemas de inventario y comunicaciones de Richese.

—Ya es la quinta vez que repiten el mismo pronunciamiento, palabra por palabra. Es el mismo que enviaron durante su intento anterior. Esperan que nos rindamos.

—Deja que lo escuche —dijo Agamenón.

Una voz neutra le llegó a través de los altavoces.

—«A los titanes Agamenón, Juno y Dante. Vuestra rebelión cimek ha causado graves daños a los Planetas Sincronizados. La amenaza debe ser erradicada. Omnius ha dado instrucciones para vuestra captura inmediata y la destrucción de vuestros seguidores».

—¿Y esperan que nos sintamos culpables? —dijo Agamenón—. Juno ni siquiera está aquí. —Su amada compañera llevaba varios años como reina en Bela Tegeuse.

Dante movió su cuerpo móvil de una forma extrañamente humana, como si quisiera encogerse de hombros.

—Durante mil años, Omnius nos permitió servir a las máquinas pensantes. Según sus cálculos, deberíamos estar agradecidos.

—Creo que Seurat te está contagiando su sentido del humor. ¿Beowulf ya está listo? Si algo sale mal, prefiero que sea él quien lo pague.

—Su flota está lista, sí.

—¿Todos son prescindibles y van armados con minas descodificadoras?

—Sí, todos son neos con instrucciones muy precisas.

Los titanes habían creado neocimek con la población esclavizada de Richese y Bela Tegeuse. Mediante precisas intervenciones quirúrgicas separaron los cerebros de los voluntarios de sus frágiles cuerpos humanos y los instalaron en formas móviles mecánicas. Los titanes, siempre tan precavidos y despiertos, se aseguraron la lealtad de sus nuevos conversos instalando en sus sistemas de soporte vital un mecanismo de seguridad que causaría su desconexión inmediata si ellos morían. Incluso los neos que estaban muy lejos, en otros planetas controlados por los cimek, tenían que recibir una señal de
reset
al menos cada dos años, porque de lo contrario morirían. Si el general y sus dos compañeros eran asesinados, todos los neocimek acabarían por morir. Esto no solo evitaba la traición, sino que alimentaba en ellos el deseo fanático de proteger a Agamenón, Juno y Dante.

El general gruñó.

—No sé si quiero que Beowulf sobreviva o que lo destruyan. No sé qué hacer con él. —Caminaba arriba y abajo con sus patas metálicas, mientras esperaba para ver el desarrollo de los acontecimientos.

Beowulf fue el primer neocimek que se unió a la rebelión de los titanes contra Omnius. Cuando atacó a la hechicera de Rossak, Zufa Cenva, y al comerciante Aurelius Venport, basándose en las informaciones de un espía humano, Beowulf sufrió graves daños. Un cuerpo mecánico podía sustituirse o repararse fácilmente, pero el cerebro del neocimek también quedó tocado. Los titanes le habían permitido seguir con ellos, pero Beowulf se había convertido en un personaje torpe y disperso y, más que otra cosa, era una carga.

—Creo que saldré ahí fuera yo mismo. ¿Hay alguna nave de guerra disponible para mi contenedor cerebral?

—Eso siempre, general Agamenón. ¿Debo responder a las máquinas?

—Creo que nuestra respuesta quedará bastante clara cuando les ataquemos con las minas descodificadoras.

Agamenón salió con paso decidido hacia la pista de despegue. Unos brazos mecánicos retiraron su contenedor blindado de la forma móvil y lo colocaron en un nicho de sistemas que conectaron los mentrodos a sus sensores cerebrales de salida. Cuando el general salió a órbita con su nave de formas afiladas, se sintió como si tuviera un cuerpo atlético y volador que emanaba poder puro.

La apiñada flota de máquinas seguía tácticas predecibles y Agamenón estaba harto de escuchar sus estúpidos pronunciamientos. Cierto, la supermente no podía destruir a los titanes, pero sus flotas robóticas podían provocar daños significativos y destruir todo lo demás. ¿Esperaba Omnius que los cimek se rindieran y se cortaran metafóricamente las venas?

Pero el general no se sentía tan confiado como pretendía. Aquel contingente era mucho más importante que los anteriores, y para derrotarlo tendría que sacrificar muchas de sus defensas.

Si los hrethgir no hubieran tenido ocupado a Omnius con sus continuos ataques, el puñado de rebeldes de Agamenón no habría podido defenderse frente a la potencia militar de Omnius, ni siquiera contra la escoria humana. De haber querido, tanto los unos como los otros podían haber enviado contra ellos una fuerza abrumadora. Sí, su situación en Richese era cada vez más insostenible.

Una vez alcanzó al resto de naves cimek en el espacio, las sondas salieron del lado del planeta que estaba en sombras para espiar a la flota robótica.

—Están… están… preparándose pa… pa… para atacar —dijo Beowulf en una transmisión enloquecedoramente lenta y atropellada. Los pensamientos del neo eran tan confusos que no podía enviar una señal clara a través de sus mentrodos. Cuando estaban en tierra, Beowulf a duras penas era capaz de hacer avanzar su forma móvil sin tropezar o derribar cosas.

—Voy a tomar el mando —dijo Agamenón. «No hay razón para andar perdiendo el tiempo».

—Re-re-re-cibido. —Al menos Beowulf no pretendía que seguía siendo un neo capaz y dotado.

—Dispersaos siguiendo un patrón aleatorio. Abrid fuego con proyectiles de impulsos.

Las naves neocimek se dispersaron con rapidez, como lobeznos entusiastas enseñando los colmillos. La flota robótica adoptó con rapidez formación de ataque, pero las naves de los cimek eran mucho más pequeñas, era más difícil acertarles y estaban más dispersas. Las defensas de Agamenón evitaron el fuego enemigo y se prepararon para lanzar sus minas descodificadoras.

Las pequeñas cápsulas magnéticas estaban diseñadas a partir de la tecnología de campo de Holtzman, copiada de las armas de los hrethgir que habían sustraído de algunos campos de batalla o que les habían proporcionado sus espías humanos. Los cimek eran inmunes a los impulsos descodificadores, pero la Liga de Nobles llevaba un siglo utilizando aquella tecnología contra las máquinas.

Mientras desplegaban las minas, el fuego de los robots destruyó docenas de naves de neocimek, pero muchos descodificadores lograron llegar a los cascos metálicos y engancharse a ellos, y empezaron a enviar ondas de energía disruptiva. Cuando los cerebros de circuitos gelificados quedaron inoperativos, las naves perdieron el control y empezaron a chocar unas con otras.

Agamenón, que no veía la necesidad de exponerse, permaneció al margen pero disfrutó de la proximidad con la batalla. Estaban aplastando a las máquinas con mayor facilidad de lo que esperaba.

Una nueva nave despegó desde la ciudad. Mientras se dirigía a toda velocidad hacia la flota enemiga, Agamenón se preguntó si sería Dante, que había decidido unirse a la refriega. No, no era muy probable. Dante era un burócrata, no le gustaba estar en medio de ninguna refriega. Tenía que ser alguien distinto.

Agamenón sabía que muchos de sus neocimek deseaban luchar contra Omnius… y no le sorprendía. La supermente había oprimido al pueblo de Richese durante tanto tiempo cuando aún eran humanos…; era normal que quisieran vengarse. Y aunque los titanes gobernaban con la misma mano de hierro que las máquinas, no se quejaban. Agamenón les había dado la oportunidad de convertirse en máquinas con mente humana, y por eso los voluntarios le perdonaban sus actos ocasionales de brutalidad.

La misteriosa nave avanzó hasta situarse entre la flota de Omnius, pero no abrió fuego. Se movía entre las naves evitando los proyectiles, y atravesó la primera línea de naves robóticas afectadas. Por los canales de comunicación las señales volaban como cohetes, algunas en el incomprensible lenguaje de las máquinas, otras en la forma de silbidos burlones y desafiantes de los neos.

—Penetrad entre sus líneas y destruid tantas naves como podáis —dijo Agamenón—. Volverán a casa renqueando.

Los neos se lanzaron contra el enemigo, mientras la misteriosa nave seguía adentrándose más y más entre las filas de naves robóticas supervivientes. Agamenón amplió el radio de alcance de sus sensores y vio que la nave sin identificar perdía su ventaja. Cuando se acercaba a una de las naves robóticas, fue capturada y conducida al interior, como un insecto que queda atrapado en la larga lengua de un lagarto.

Los neos lanzaron más minas descodificadoras. Al parecer, las máquinas volvieron a calcular sus probabilidades y llegaron a la conclusión de que no podían ganar. La flota de Omnius había quedado seriamente dañada y se retiró, dejando una buena parte de sus naves inutilizadas en órbita, como tantos otros residuos espaciales.

—Hemos decidido que hay otras batallas prioritarias —anunció el comandante de una de las naves robóticas. Parecía una excusa barata—. Volveremos con un mayor contingente que nos permita mantener las pérdidas en un nivel razonable. Cuidado, general Agamenón, la sentencia de Omnius contra ti y tus cimek sigue en pie.

—Oh, por supuesto que sigue en pie. Y vosotros, cuidado también —dijo Agamenón por los comunicadores, consciente de que las máquinas no detectarían su tono provocador—, si volvéis a venir para recordárnoslo os volveremos a echar por las malas.

La flota de Omnius se alejó, dejando más de un centenar de naves dañadas o desactivadas flotando en la órbita de Richese. Tantos desechos serían un peligro para la navegación, pero quizá podrían aprovecharlos para formar una barrera defensiva. Toda defensa era poca.

Sin embargo, el cimek comprendió que las palabras del comandante robot no eran una amenaza barata. Las máquinas volverían, sin duda, y la próxima vez Omnius emplearía la suficiente potencia de fuego para asegurarse la victoria. Agamenón supo que él y sus titanes debían abandonar Richese y buscar otros mundos que conquistar, mundos más aislados donde pudieran construir fortalezas inexpugnables y expandir su territorio. Por el momento, eso bastaría para eludir a Omnius.

Tendría que discutir el asunto con Juno y Dante, pero debían actuar con rapidez. La supermente podía ser torpe y predecible, pero también era completamente implacable.

Mucho más tarde, cuando regresó a la ciudad e hizo una valoración de los daños, Agamenón se llevó un disgusto al descubrir que el piloto de la nave solitaria no era ningún neocimek ambicioso.

De alguna forma, después de cincuenta y seis años de cautiverio, el robot independiente Seurat había escapado y había salido al encuentro de la flota de máquinas pensantes.

5

Dios recompensa al compasivo.

Dicho de Arrakis

Aunque ni siquiera el universo era lo bastante vasto para contener a su imaginación, Norma Cenva rara vez salía de su despacho abarrotado. Su mente la llevaba a donde quería.

Totalmente concentrada, atrapaba sus ideas en planos estáticos y tableros electrónicos de dibujo, mientras muy cerca los astilleros de Kolhar hervían con la actividad bulliciosa de los obreros que convertían sus visiones en realidad. Naves y más naves, escudos, motores, armas. El proceso nunca terminaba, porque Norma nunca paraba. La Yihad nunca paraba.

Sin sorprenderse apenas, Norma se dio cuenta de que volvía a ser de día. Había trabajado toda la noche… puede que más. No tenía ni idea de la fecha en que estaban.

Desde el exterior, le llegaba el sonido de la maquinaria pesada de los astilleros, dirigidos ahora por su hijo mayor, Adrien. Era un sonido… productivo, y no le molestaba. Adrien era uno de los cinco hijos que había tenido con Aurelius Venport, pero los otros cuatro no tenían su capacidad y entrega para los negocios. Los cuatro, dos chicos y dos chicas, trabajaban para VenKee Enterprises, pero ocupaban puestos de menor importancia como representantes de la empresa. En aquellos momentos, Adrien estaba en Arrakis, supervisando los cargamentos y la distribución de la especia.

Los equipos de trabajo ensamblaban naves mercantes y naves de guerra, en su mayoría con motores convencionales, que eran más seguros, aunque también había algunos dotados con los destacables motores que plegaban el espacio, capaces de llevar una nave de un lugar del espacio a otro en un instante. Por desgracia, el sistema seguía siendo demasiado arriesgado. La tasa de pérdidas era tan alta que pocas eran las personas dispuestas a pilotar estas naves, ni siquiera los yihadíes, salvo en situaciones de extrema emergencia.

A pesar de los continuos reveses —algunos por causas matemáticas y físicas, y otros por fanatismo—, Norma sabía que tarde o temprano encontraría la solución. Era su principal prioridad.

Salió al aire frío de la mañana y contempló el caos de los astilleros, sin reparar en el bullicio ni en el olor de los humos. La mayor parte de los recursos de Kolhar se destinaban a la creación de nuevas naves que sustituyeran las pérdidas continuas del ejército de la Yihad. Incluso a Norma le parecía increíble la cantidad de energía, materiales y trabajo que aquella guerra había consumido.

En otro tiempo, Norma fue una joven bajita a quien su madre despreciaba. Ahora era físicamente hermosa, y sus ideas y responsabilidades abarcaban el universo entero y se proyectaban muy lejos en el futuro. Ahora que había cambiado en un plano tan fundamental, después de elevarse a un nivel superior de conciencia bajo la presión de las torturas del titán Jerjes, era un punto de unión decisivo entre el presente y la eternidad. Sin ella, la humanidad no podría materializar todo el potencial que tenía.

Durante un tiempo, Norma había sido afortunada. Había sido amada y había correspondido con su amor. Pero Aurelius, su apoyo emocional y profesional, había sucumbido hacía ya tiempo a causa de la guerra, junto con la severa y egocéntrica de su madre. La relación de Norma con Zufa siempre fue difícil, pero su querido Aurelius fue como un regalo del cielo y la salvó en muchos sentidos. Siempre lo tenía en su pensamiento. Sin su fe inquebrantable en ella, Norma no habría logrado sus objetivos ni habría hecho realidad sus sueños. Aurelius había sabido ver desde el principio su potencial y había puesto su fortuna a su disposición.

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