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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

Infiltrado (7 page)

Probé con sus catálogos electrónicos, pero sólo mostraban los libros que ahora mismo estaban en préstamo. Consulté el catálogo de la biblioteca pública de Los Ángeles. Indicaba que había cuatro títulos de Mencken prestados, todos de la sucursal de Beverly Hills.

—Lo que parece prometedor —le dije a Kildy cuando llegó a la mañana siguiente.

—No, no lo es —dijo—. Los pedí yo, para comparar las transcripciones. —Sacó un fajo de papeles de la mochila de diseño—. Tengo que comentarte algo sobre las transcripciones. He descubierto un aspecto interesante. Lo sé —dijo, anticipándose a mi objeción—, dijiste que sólo demostraba que Ariaura…

—O quien sea que le pase el material.

Lo admitió con un asentimiento.

—… sólo demuestra que quien sea ha estado leyendo a Mencken, y estoy de acuerdo, pero esperarías que las citas fuesen textuales, ¿no?

—Sí —dije pensando en el Lincoln de Randall Mars y sus «Cuatro veintenas y siete…».

—Pero no lo son. Mira, esto es lo que dijo cuando le preguntamos por William Jennings Bryan: «¡Bryan! No quiero que ni me mencione el nombre de ese viejo charlatán ajado. Ese granuja sentía un odio malévolo contra la ciencia y el sentido común».

—¿Y no dijo eso?

—Sí y no. Mencken le llamó una «malignidad con patas» y dijo que era «ajado y desgastado» y que sentía «un odio casi patológico contra el conocimiento». Y el resto de las respuestas, y lo que dijo en los seminarios, sigue la misma pauta.

—Así que mezcla y combina sus frases —dije, pero lo que había descubierto era inquietante. Alguien que intentase hacerse pasar por otra persona se ceñiría al guión, ya que cualquier desviación de las palabras reales de Mencken podría emplearse como prueba de que no era él. Y la lista anotada que me pasó Kildy también era inquietante por otro motivo. Las frases no estaban tomadas de una o dos fuentes. Salían de todas partes —«majaderías completas» de
Minority Report
, «mentecatada» de
The New Republic
, «tan de fiar como el brebaje vegetal de Lydia Pinkham» tomada de un artículo sobre pedagogía para el
Sun
.

—¿Podrían salir todas en una biografía de Mencken?

Negó con la cabeza.

—Lo comprobé. Encontré un par de fuentes con varias, pero ninguna fuente las traía todas.

—Eso no significa que no la haya —dije y cambié de tema—. ¿Tu amiga consiguió audiencia privada con Ariaura?

—Sí —dijo mirando la hora—. Tengo que reunirme con ella en unos minutos. También tiene entradas para el seminario del sábado. No lo cancelaron como pensé que harían, pero cancelaron una entrevista en la radio local que se suponía que tenía que hacer anoche, y la inmersión espiritual de una semana que tenía prevista para la próxima semana.

—¿Te entregó la grabación del último seminario de Ariaura?

—No, se la dejó en casa. Dijo que me la traería para cuando nos viésemos antes de la audiencia privada. Dice que tiene muy buen metraje del maestro de ceremonias. Jura que por su aspecto no está metido en el ajo. Y hay algo más. Llamé a Judy Helzberg, que asiste a todos los actos psíquicos… ¿Recuerdas? La entrevisté cuando hicimos el artículo sobre astrólogos chamanes… y dice que Ariaura la llamó y le pidió el número de Wilson Amboy.

—¿Wilson Amboy?

—El psiquiatra de Beverly Hills.

—Es parte de la ilusión —dije, pero incluso yo sonaba dubitativo. Era un engaño muy bueno para una canalizadora de tercera categoría como Ariaura. Alguien más está metido, pensé, y no sólo alguien que le pasa las respuestas. Un socio. Una mente maestra.

Después de que Kildy se fuese llamé a Marty Rumboldt y le pregunté si Ariaura había tenido algún socio en Salem.

—Prentiss investigó la brujería en Salem. Puede que conozca a alguien que podría saberlo. Un momento. ¡Eh, Prentiss! —le oí gritar—. ¡Jamie!

Jamie, pensé. Ése había sido el mote de James M. Cain y Mencken había sido buen amigo suyo. ¿Dónde lo había leído?

—Dice que llames a Madame Orima —dijo Marty, volviendo al teléfono, y me dio el número.

Empecé a marcar, para detenerme y busqué «Cain, James M.» en la biografía de Mencken. Decía que él y Mencken habían trabajado juntos en el
Baltimore Sun
, y que habían sido buenos amigos, que Mencken le había ayudado a publicar su primera recopilación de cuentos:
El bebé en la nevera
.

Fui a la estantería, me agaché y repasé la fila de libros de bolsillo del estante de abajo… Chandler, Hammett… Tenía portada roja, con la imagen de un bebé en una silla alta para niños y un… Chandler, Cain…

Pero nada rojo. Examiné los títulos —
Double Indemnity, El cartero siempre llama dos veces…
Allí estaba, metido detrás de
Mildred Pierce
y para nada rojo.
El bebé en la nevera
. Era de un naranja y amarillo chillones, y tenía imágenes de un bebé en los brazos de su madre y un patán fumando un cigarrillo delante de una gasolinera. Esperaba recordar el interior mejor que el exterior.

Así era. La introducción la firmaba Roy Hoopes, y no sólo era una edición de Penguin, sino que llevaba descatalogada al menos veinte años. Incluso si el investigador de Ariaura se había molestado en leer a Cain, era difícil que fuese en esta edición.

Y la introducción estaba repleta de material perfecto sobre Cain. —El hecho de que todos sus conocidos le llamaban Jamie, el hecho de que había pasado un verano en un sanatorio para tuberculosos y que odiaba Baltimore, el lugar favorito de Mencken.

Parte de la información aparecía en los libros sobre Mencken. —Mencken se lo presentó a Alfred A. Knopf, quien había publicado esa primera recopilación, la conexión con el
Sun
, su rivalidad a causa de la estrella de cine Aileen Pringle.

Pero la mayor parte de lo que aparecía en la introducción no lo estaba, y era precisamente de las cosas que un amigo sabría. Y Ariaura no, porque eran detalles sobre la vida de Cain, no la de Mencken. Ni siquiera una mente maestra habría memorizado todos los detalles de la vida de Cain o la de los otros amigos famosos de Mencken. Si allí no había nada que pudiese usar, puede que hubiese algo en la biografía de Dreiser, o en la de Scott Fitzgerald. O la de Lillian Gish.

Pero aquí había mucho material, como el hecho de que su hermano Boydie hubiese muerto en un trágico accidente después de Armisticio, y su afirmación de que toda su obra seguía como modelo a
Alicia en el país de las maravillas
. Eso es algo que nadie supondría tras una lectura de los libros de Cain, que estaban repletos de crímenes, asesinos y hermosas mujeres calculadoras que seducían al héroe para que las ayudase en una estafa y luego resultaban estar realizando estafas propias.

No era exactamente el tipo de material que Ariaura leería, y definitivamente era algo que Mencken sí leería. Compró
El bebé en la nevera
para publicarlo en
American Mercury
y le dijo a Cain que era uno de sus mejores textos. Lo que implicaba que sería una fuente genial para una pregunta, y yo sabía exactamente qué preguntar Para alguien que no hubiese oído hablar de la historia, la pregunta no tendría sentido. Sólo alguien que hubiese leído la historia conocería la respuesta. Como Mencken.

Y si Ariaura la conocía, yo… ¿qué? ¿Creería que realmente estaba canalizando a Mencken?

Claro. Y Charles Fred hablaba realmente con los muertos y Uri Geller doblaba cucharas de verdad.

Era un truco, eso era todo. Poseía memoria fotográfica, o alguien le pasaba las respuestas.

Le pasaba las respuestas.

De inmediato pensé en Kildy diciendo «¿Quién
era
Sue Hicks?», en su insistencia en que fuésemos a ver a Ariaura, ella diciendo «Pero ¿por qué iba Ariaura a canalizar un espíritu que le grita al público?».

Miré el libro naranja y amarillo que tenía en la mano.

—Una mujer hermosa y calculadora que seduce al héroe para que la ayude con una estafa —murmuré, y pensé en los acomodadores guapos como estrellas de cine de Ariaura, y en los espíritus victorianos poco vestidos y en sir William Crookes.

Sexo. Consigue que el imbécil se implique emocionalmente y no verá los cables. Era el truco más viejo de todos. Había dicho que Ariaura no era lo suficientemente inteligente como para montar un timo tan complicado, y no lo era. Pero Kildy, sí que lo era. Así que la metes dentro, donde puede ver el estante lleno de libros de Mencken, donde puede oír al imbécil murmurar: «¿Dónde demonios está Mencken cuando le necesitamos?». Consigues que el imbécil confíe en ella, y si se enamora de ella, pues mucho mejor. Así estará distraído y no sospechará.

Y todo encajaba. Fue Kildy la que estableció el contacto. —Yo nunca trataba con canalizadores, y Kildy lo sabía. Fue Kildy la que dijo que no podíamos ir de incógnito, Kildy la que dijo que llevase la Sony, sabiendo que la confiscarían, Kildy que había ido en taxi al seminario en lugar de ir en su Jaguar para poder estar en la oficina cuando Ariaura entrase aullando.

Pero ella lo había grabado todo. Y ella no había tenido ni idea de quién era el espíritu. Fui yo el que dedujo que era Mencken.

Con Kildy dándome pistas del seminario al que había ido antes, y yo sólo tenía su palabra de que Ariaura le hubiese canalizado en ese momento. Y que hubiese pasado en Berkeley y Seattle. Y que las cintas estuviesen censuradas.

Y era ella la que insistía continuamente en que se trataba realmente de Mencken, la que había tenido la idea de hacerle preguntas que lo demostrasen —preguntas a las que convenientemente yo le había dado las respuestas—, la que había propuesto que una amiga suya fuese al seminario y lo grabase, una cinta que yo jamás había visto. Me pregunté si la cinta —o Riata— existía realmente.

Todo el asunto, de principio a fin, había sido un montaje. Y yo había caído de lleno. Porque había estado demasiado ocupado mirándole las piernas, el pelo y esa sonrisa. Igualito que Crookes.

No lo creo, pensé. Kildy no, con la que había trabajado codo con codo durante casi un año, que había robado entrañas de pollo, fingido dejarse hipnotizar y había dejado que Jean-Piette le limpiase el aura, que había venido a trabajar conmigo precisamente porque odiaba a timadoras como Ariaura.

Claro. Que se había venido a trabajar para una revista del tres al cuarto cuando podría haber ganado cinco millones por película y salir con Viggo Mortensen. Que había estado dispuesta a renunciar a los estrenos, a los veranos en Tahití y a los masajes por mí. La regla número dos de los escépticos: Si parece demasiado bueno para ser cierto, entonces lo es. ¿Y cuántas veces has dicho que es buena actriz?

No, pensé, con todos los huesos de mi cuerpo rebelándose ante la idea. No puede ser cierto.

¿Y no es eso lo que dice siempre el imbécil, incluso cuando le ponen las pruebas delante? «No lo creo. Ella no me haría algo así».

Y ése es el fin último, conseguir que confíes en ella, hacerte creer que está de tu lado. En caso contrario, hubieses insistido en comprobar personalmente las cintas de los seminarios de Ariaura para verificar si las habían censurado, hubieses exigido pruebas verificables independientemente de que Ariaura efectivamente había cancelado esos seminarios y había preguntado por un psiquiatra.

Pruebas verificables independientemente. Eso era lo que necesitaba, y sabía exactamente dónde mirar.

«Mi madre me llevó a una lectura de luminiscencia de Lucius Windfire», había dicho Kildy, y yo tenía las listas de invitados de esas lecturas. Eran parte del sumario judicial, y yo las había conseguido cuando escribí sobre su arresto. Kildy había venido a verme el diez de mayo, y ese mes sólo había habido dos seminarios.

Mostré la lista de esos dos seminarios y los dos anteriores y tecleé el nombre de Kildy.

Nada.

Dijo que había ido con su madre, pensé, y tecleé el nombre de su madre. Nada. Y nada cuando imprimí las listas y las repasé a mano, nada cuando repasé las listas de marzo y abril. Y junio. Y ninguna donación de diez mil dólares en ninguno de los registros financieros de Windfire, Inc.

Media hora más tarde Kildy apareció sonriendo, hermosa, cargada de noticias.

—Ariaura ha cancelado todas las sesiones privadas que había programado y el resto de la gira. —Se inclinó sobre mi hombro para ver qué hacía—. ¿Se te ha ocurrido una pregunta infalible para Mencken?

—No —dije ocultando
El bebé en la nevera
bajo una carpeta y metiendo ambos en una gaveta—. Pero se me ha ocurrido una teoría para lo que está pasando.

—¿En serio? —dijo.

—En serio. Sabes, uno de los grandes problemas ha sido Ariaura. Simplemente no es lo suficientemente inteligente para que se le ocurriese algo así… lo de «sólo cuatro», lo de no poder leer, lo de ir al psiquiatra. Por tanto, o estaba realmente canalizando a Mencken o había algún otro factor. Y creo que lo he resuelto.

—¿Sí?

—Sí. Dime lo que opinas de esto: Ariaura quiere hacerse importante. No sólo seminarios de setecientos cincuenta dólares por cabeza y cintas de vídeo de treinta dólares, sino
Oprah
, el
Today Show
,
Larry King
, todo el circuito. Pero para conseguirlo no es suficiente tener un público que la crea. Necesita que alguien con credibilidad diga que es real, digamos, un científico o un escéptico profesional.

—Como tú —dijo cautelosa.

—Como yo. Sólo que yo no creo en espíritus astrales. O en los canalizadores. Y ciertamente no me tragaría el espíritu de un sacerdote antiguo de la Atlántida. Tiene que ser alguien que a un charlatán jamás se le ocurriría canalizar, alguien que diga lo que yo quiero oír. Y alguien del que yo sepa mucho para que pueda reconocer las pistas que me pasan, alguien perfecto para mí.

—Como H. L. Mencken —dijo Kildy—. Pero ¿cómo iba a saber que eres fan de Mencken?

—No le hacía falta —dije—. Ése es el trabajo de su socia.

—Su socia…

—Socia, compinche, gancho, como quieras llamarla. Alguien en quien yo confiaría cuando dijese que era importante que fuésemos a ver a una canalizadora.

—A ver si lo he entendido —dijo—. ¿Crees que fui al seminario de Ariaura y que su imitación de Isus me resultó tan impresionante que me convertí inmediatamente en Creyente con C mayúscula y me uní a su plan infame, el que sea?

—No —dije—. Creo que ibas con ella desde el principio, desde el primer día que viniste a trabajar aquí. Realmente era buena actriz. La expresión de esos hermosos ojos azules fue exactamente la de dolor atónito:

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