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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Impávido (33 page)

Se machacaron los unos a los otros y luego interrumpieron el contacto. No fue una gran batalla. Lo que vimos llegar aquí, a Sancere, era la mayor parte de la fuerza síndica, y el bando de la Alianza contaba más o menos con los mismos efectivos. Pero no logro sacar ninguna conclusión a partir de ahí, porque no sé qué sucede en otros lugares del frente de esta guerra.

Frustrado, Geary estuvo escudriñando los enlaces para contactar con el centro de inteligencia del
Intrépido.

—Al habla el capitán Geary. Me gustaría hablar personalmente con el tripulante síndico superviviente de más alto rango que hayamos capturado. ¿Podría hacerlo ahora?

La respuesta tardó un momento en llegar.

—Tendré que comprobarlo… —La voz se interrumpió y Geary oyó a alguien gritando—. ¡Ah, sí, señor! Inmediatamente, señor. ¿Desea hacerlo por contacto visual o prefiere una entrevista física real?

—Entrevista real. —Geary nunca había logrado dejar de sospechar que los programas que posibilitaban las reuniones virtuales no transmitían todos los movimientos y las sutilezas de un modo exacto. Por su experiencia, los programas tendían a suavizar las cosas que no se ajustaban a sus parámetros, pese a que los humanos solían delatar los comportamientos menores o aparentemente contradictorios. Lo que los programas contemplaban como anomalías que debían ser eliminadas podían ser los elementos más importantes que mostraba una persona.

—Estaré abajo en unos minutos.

El departamento de inteligencia se escondía tras unas cuantas e impresionantes escotillas de seguridad. Un teniente algo nervioso lo estaba esperando en el exterior y condujo velozmente a Geary a través de todas ellas para adentrarse en la zona de alta seguridad. Por alguna razón, a Geary siempre le daba la sensación de que allí todo estaba más silencioso, a pesar de que a primera vista simplemente parecía un espacio de oficinas normal con mesas y algún que otro rincón abarrotado de equipamiento. Para seguir con la tradición, el departamento de inteligencia era un mundo en sí mismo, constituía al mismo tiempo una parte y una sección independiente del resto de la tripulación de la nave. El mundo de la seguridad estricta en el que operaba se compensaba en cierto modo con un ambiente de trabajo más relajado.

De hecho, uno de los despachos lucía una planta, una pequeña salpicadura de follaje vivo. Geary miró con una ceja interrogante al teniente, que pareció ponerse más nervioso cuando respondió:

—Esa es Audrey, señor.

Por supuesto. Si una nave tenía plantas a bordo, una de ellas solía llamarse Audrey. El motivo, si es que había un motivo, había quedado relegado al olvido en la noche de los tiempos, pero el hecho de comprobar que algo de su época no había cambiado hizo que Geary se sintiera un poco mejor. Geary sonrió reconfortado y siguió al teniente hasta la sala de interrogatorios.

La sala de interrogatorios estaba diseñada conforme a unos parámetros que, casi probablemente, no habían cambiado hacía siglos. Geary miró a través del espejo semirreflectante y vio que la suboficial síndica estaba sentada en una única silla, aparentemente sin maniatar. Parecía aturdida y asustada, pero procuraba no mostrarlo.

—Si hace algún movimiento en dirección a usted, le aplicaremos una descarga eléctrica —le aseguró el teniente a Geary.

—No tiene pinta de ser de las suicidas —observó Geary. Estudió las lecturas del instrumento que tenía ante sí—. ¿Son todas de sus interrogatorios?

Ya había estado antes en aquella zona, pero sin prisioneros.

—Sí, señor. —El teniente señaló los aparatos—. Podemos llevar a cabo exploraciones de la actividad cerebral a distancia mientras interrogamos. Así podremos detectar engaños relativos a las cosas que queremos saber.

—Y, entonces, ¿qué hacen?

—La confrontación funciona a veces. Cuando se dan cuenta de que sabemos que nos están mintiendo, algunos se derrumban. Para los difíciles, lo mejor es emplear drogas para eliminar la inhibición normal. Nosotros preguntamos y ellos hablan.

—Eso suena más humano que darles una paliza —advirtió Geary con otra sonrisa.

—¿Darles una paliza? —El teniente pareció sobresaltarse ante la insinuación—. ¿Por qué íbamos a hacer eso, señor? Genera información poco fiable.

—¿En serio?

—Sí, señor. No es tan malo como la tortura abierta, pero sigue siendo poco fiable. Nuestro trabajo consiste en obtener información precisa. Puede que el abuso físico y mental haga hablar a la gente, pero no nos proporciona información precisa.

Geary asintió, secretamente aliviado de ver que en el caso de la recopilación de información el simple pragmatismo hubiera eliminado las atrocidades de que había sido testigo en otras ocasiones. De haberse enterado de que sus agentes de inteligencia dependían de la tortura, eso habría significado que eran tan disfuncionales como lo fueron una vez las tácticas de la flota.

—Muy bien, déjeme entrar.

La tripulante síndica giró bruscamente la cabeza al ver abrirse la pesada puerta. Geary entró, al tiempo que la tripulante síndica miraba su insignia, y se detuvo junto a ella.

—¿Quién es usted? —le preguntó él. Los de inteligencia se lo podían haber dicho, pero le parecía una buena forma de iniciar la conversación.

La mujer habló con bastante serenidad.

—Tripulante de servicios generales de rango siete Gyal Barada, Fuerzas de Autodefensa de los Mundos Síndicos, Dirección de las Fuerzas Espaciales Móviles.

Geary se sentó en la otra silla, agradecido por trabajar en una flota, en lugar de en una «dirección de fuerzas espaciales móviles».

—Soy el capitán Geary.

La mujer pestañeó, confundida.

—Antes me llamaban
Black Jack
Geary. Seguramente ese es el nombre del que habrá oído hablar. Soy el comandante de esta flota.

La confusión dio paso al miedo.

—Así es como… —empezó a decir la tripulante síndica, luego se interrumpió al no encontrar palabras.

Geary mantuvo un tono de conversación cordial.

—¿Como qué?

Ella lo contemplaba aterrorizada.

—Oí hablar a los oficiales antes de que nuestra nave fuera destruida. Dijeron que la flota enemiga no podía estar aquí. No podían haber llegado hasta aquí. Pero estaba.

Geary asintió.

—Tuve algo que ver con eso.

—Nos dijeron que habían destruido esta flota. En nuestro sistema interior. Y usted murió hace un siglo.

La tripulante síndica se había puesto tan pálida que Geary temía que fuera a desmayarse.

—¿La hirieron en la batalla? —preguntó.

Ella negó enseguida con la cabeza.

—No, creo que no.

—¿La han tratado según el derecho de la guerra desde que la hicieron prisionera?

La confusión volvió a apoderarse de ella.

—Yo… Sí.

—Bien. ¿Cómo va la guerra?

Tragó saliva y habló como habla la gente cuando está recitando algo.

—Los Mundos Síndicos van de triunfo en triunfo. La victoria final está a nuestro alcance.

—¿De verdad? —Geary se preguntó cuánto tiempo llevaba la propaganda síndica declarando que la victoria final estaba cerca—. ¿Alguna vez pone eso en duda?

La mujer negó con un gesto sin pronunciar palabra.

—Eso pensaba. Seguramente es peligroso cuestionar esa clase de cosas. —Siguió sin obtener respuesta—. ¿Le gustaría irse a casa?

Miró a Geary durante largo rato y luego asintió.

—A mí también. Pero mi casa es libre. La suya no. ¿Eso le molesta?

—Soy ciudadana de los Mundos Síndicos, vivo en prosperidad y seguridad gracias a los sacrificios de mis líderes —recitó la tripulante.

Increíble. Esa tontería con la que los síndicos les taladran el cerebro no ha cambiado en un siglo. Pero, claro, ¿se puede mejorar algo tan simple y tan engañoso?

—¿De verdad se cree eso?

—Soy ciudadana de los Mundos Síndicos…

—Ya lo he oído la primera vez. ¿Qué necesitaría para poner eso en duda? ¿Para hacer algo al respecto?

Ella lo miró de nuevo, sencillamente aterrada.

—No responderé a esa pregunta.

Geary asintió.

—No esperaba una respuesta. Solo tengo curiosidad por saber qué hace que alguien como usted se rebele contra el gobierno que la esclaviza y la oprime.

La tripulante síndica se quedó mirándolo un buen rato antes de hablar.

—Tengo que defender el mundo del que provengo. —Otra pausa—. Tengo familia en ese mundo.

Geary reflexionó sobre esas palabras, entonces volvió a asentir. Motivos viejos, pero sólidos. Defender tu casa de los invasores foráneos. Y mantener a salvo a tu familia de tu propio gobierno. Había funcionado en innumerables estados totalitarios a lo largo de la historia de la humanidad. Al menos, durante un tiempo.

—Voy a decirle una cosa. No espero que se lo crea, pero se lo voy a decir de todas formas. La Alianza no quiere atacar su mundo. No quiere causarle ningún daño a su familia. En la Alianza nadie lucha por miedo a su propio gobierno. En los Mundos Síndicos todo el mundo tiene la opción de seguir apoyando a sus líderes en esta desagradable guerra o bien exigir que se termine en condiciones seguras para ambos.

Su rostro mostraba una expresión ilegible, como cuando le dicen a un verdadero creyente que sus antepasados no velan por él, pero la tripulante síndica no dijo nada. Guardar silencio frente a la autoridad, incluso cuando uno estaba en desacuerdo con ella, era sin duda una táctica de supervivencia propia de los Mundos Síndicos.

Geary se levantó.

—Sus naves lucharon con valentía. Lástima que tuviéramos que destruirlas. Ojalá que nuestros hijos se conozcan algún día en tiempo de paz.

Aquellas palabras suscitaron por fin una reacción de sorpresa, pero la tripulante síndica se limitó a observar, sin decir nada, mientras Geary abandonaba la sala.

—No se les puede convencer para que trabajen en contra de sus líderes —comentó el teniente—. Lo intentamos. Uno pensaría que el propio interés podría ser una motivación para ellos.

Geary sacudió la cabeza.

—Teniente, si el propio interés fuera una motivación para los seres humanos, entonces usted, yo y todos los demás soldados, tripulantes y marines síndicos y de la Alianza estaríamos en nuestros mundos, sentados en una playa bebiendo cerveza. Para bien o para mal, la gente cree en cosas por las que luchar. En nuestro caso, para bien, en el suyo, para mal.

—Sí, señor. Pero usted ha plantado una semilla interesante ahí, señor. No sabíamos cómo iba a salir.

—¿A qué se refiere? —preguntó Geary.

—Ella cree que está usted muerto, y cree que esta flota fue destruida. ¿Ha visto lo asustada que estaba? Las lecturas de su metabolismo estaban por las nubes. Cree que somos una flota fantasma comandada por un fantasma. —El teniente sonrió—. Eso podría causar un pequeño impacto sobre la moral síndica.

—Tal vez. —Estudió a la tripulante síndica desde el otro lado del espejo semirreflectante—. ¿Qué planes tienen para ella y los demás prisioneros?

—Hemos estado intentado tomar una decisión. Para la inteligencia no tienen ningún valor, pero, si podemos utilizarlos para sembrar rumores, podría beneficiarnos —dijo el teniente cuidadosamente—. Tal vez deberíamos… considerar la posibilidad de… liberarlos.

—¿Todavía tenemos a bordo sus cápsulas de salvamento?

—Sí, señor. —El teniente parecía sorprendido de que Geary no se hubiera mostrado escandalizado por su sugerencia—. Registramos las cápsulas en busca de cualquier cosa de valor que pudieran haberse llevado de las naves, pero tampoco encontramos nada que mereciera la pena.

Geary miró a la tripulante síndica pensando que algunos cambios en el transcurso de los acontecimientos lo habrían dejado a él en su misma situación. Hacía un siglo, si los síndicos hubieran recuperado su cápsula después de la batalla. Unos meses atrás, si esa flota no hubiera conseguido huir del sistema interior síndico, con todas la naves destruidas y las tripulaciones capturadas.

—Está bien, de acuerdo. Estas son mis órdenes. De todas formas no tendría ningún sentido arrastrar a todas partes a prisioneros síndicos sin ningún valor, a los que tendríamos que dar de comer y mantener confinados bajo vigilancia. Creo que su propuesta es buena. Podemos usar a estos prisioneros para nuestro propio beneficio. Asegúrese de que los demás prisioneros sepan quién está al mando de esta flota. Me presentaré personalmente ante cualquiera de ellos que no se lo crea. Después de eso, quiero que regresen a sus cápsulas de salvamento y que las vuelvan a lanzar de manera que aterricen en alguno de los mundos del sistema.

El teniente sonrió.

—Sí, señor. Se van a quedar de piedra.

—Me gusta sorprender a los síndicos —señaló Geary con gesto adusto—. ¿A usted no?

El teniente sonrió aún más ampliamente.

—Verifique que las cápsulas cuentan con el suficiente soporte vital y combustible para llevar a esa gente a casa. Puede que necesiten reabastecerse. Revisen también los sistemas para estar seguros de que la descarga energética de la puerta no ha dañado ninguno de sus elementos clave. —Los de inteligencia podrían pasar por alto esa clase de detalles si no se les recordaban—. ¿Entendido?

—Sí, señor. —El teniente vaciló—. Tal vez no funcione, señor. Y no van a agradecer que los liberemos. Seguramente acabaremos luchando contra ellos otra vez.

—Tal vez sí, tal vez no. Unos cuantos tripulantes más o menos no marcarán la diferencia en el esfuerzo bélico síndico.

—Eso es cierto, señor.

—Otra cosa —añadió Geary—. Me ha dado la impresión de que era usted reacio a sugerirme esta clase de acción. Cuando el departamento de inteligencia tiene ideas, quiero saberlo. Si quiero obviarlas, yo mismo lo decidiré después de haberlas oído.

—Sí, señor.

—Y nunca se sabe, teniente. Por un lado, puede que esos tripulantes difundan rumores de que somos todos unos malvados. Por otro lado, los hemos tratado como es debido. Si hay suficientes síndicos que se enteran de que no somos unos pérfidos, quizá eso también ayude.

Salió con la idea de que en unos días más la flota podría dejar Sancere después de haber cogido todo lo que pudiera llevarse y de haber destruido todo lo que no. Cerca de mil millones de ciudadanos síndicos alzarían la vista hacia las estrellas y respirarían aliviados. También se quedarían preocupados por si la flota de la Alianza volvía a aparecer algún día. Sus líderes les asegurarían que eso era imposible, pero también debería haber sido imposible que la flota se hubiera dejado ver por allí ni tan siquiera una vez. De una u otra forma, esta flota había dado mucho que pensar a muchos síndicos.

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