Read Impávido Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Impávido (31 page)

Mediante los comandos, Geary podía hacer que las imágenes alternaran entre las visuales, las infrarrojas, los radares de varios tipos, incluyendo los que penetraban en la tierra, o las exploraciones del espectro electromagnético. Había otras funciones disponibles, pero Geary no las utilizó, temiendo ordenarle sin darse cuenta a alguna de las unidades no tripuladas que hiciera algo. De vez en cuando, una de las unidades informaba de que se encontraba en el punto de mira cuando los síndicos intentaban derribarla, pero constituían unos blancos muy difíciles en el mejor de los casos, y con la cubierta de polvo en la atmósfera superior, donde podían escabullirse en busca de refugio cuando fuera necesario, las unidades no tripuladas aún se hacían más difíciles de cazar.

—Capitán Geary, al habla el capitán Duellos. Lo que queda de las defensas en la superficie está tratando de obtener una imagen de nosotros. —El mensaje venía acompañado de un enlace que mostraba unidades no tripuladas síndicas sobresaliendo por encima del polvo durante breves instantes para apreciar con claridad la situación por encima del planeta antes de volver a descender, de manera que los sensores de la Alianza los perdían antes de que pudieran convertirse en blanco—. No hay un esquema claro. Si intentan obtener datos sobre los blancos para algo, no sabemos de qué se trata. He ordenado a todas las naves de mi formación que apliquen cambios aleatorios de posición y rumbo.

Duellos tardó cuatro minutos en oír su respuesta, pero Geary contestó:

—Gracias. Esperemos…

Se interrumpió al oír una alarma en su visualizador.

—Fuego de armamento procedente de la superficie del cuarto mundo —informó uno de los consultores del
Intrépido—.
Cañón de partículas. Parece una batería entera.

Cuatro minutos antes:

—¿Sabemos si han dado en algún blanco?

Se produjo una pausa que parecía durar demasiado antes de que el consultor volviera a informar.

—Por poco no han alcanzado al
Bracamarte
y a la
Afamada.
No hay impactos.

Desjani, ya de vuelta en el puente de mando y dando una imagen considerablemente más descansada, sacudió desdeñosamente la cabeza.

—Prácticamente están disparando a ciegas, y ahora sabemos que todavía tienen defensas terrestres en activo.

—Duellos había ordenado movimientos evasivos aleatorios justo antes de que el cañón disparara —señaló Geary—. De no haberlo hecho, puede que los síndicos hubieran conseguido blancos.

A diferencia de las armas ancladas a las naves, los cañones de partículas planetarios podían ser mucho más grandes y servirse de tremendas reservas de potencia. Hasta un único disparo por parte de uno de ellos podía atravesar un escudo y penetrar en una nave.

Mientras Geary seguía hablando, los sensores del
Intrépido
informaron de que se había disparado otra ráfaga. Estaba deseando ordenar movimientos de reacción, y tuvo que recordarse que todo aquello había sucedido hacía unos minutos y que sin duda Duellos ya habría hecho algo.

—Eso debería bastar para determinar la localización del cañón en la superficie del planeta —apuntó Desjani.

En efecto, los cruceros de batalla de Duellos dispararon un bombardeo cinético de media docena de proyectiles que trazaron una curva descendente hacia la atmósfera al tiempo que las naves de la Alianza proseguían con los cambios aleatorios de posición y rumbo, y los síndicos dispararon una tercera ráfaga, esta vez logrando un único acercamiento sobre el
Guantelete.

—Nos viene bien que esos cañones tarden un rato en recargarse —comentó Geary.

—Seguramente solo dispararán una ráfaga más —convino Desjani. Estaba en lo cierto, y esta vez los disparos se quedaron muy lejos de sus objetivos.

Una de las unidades de reconocimiento de la Marina había estado trazando círculos para observar la posición en la que estaban situados los cañones, proporcionando una amplia imagen del lugar cercano al horizonte del área de visión de la unidad. Las descargas cinéticas lanzadas por los cruceros de batalla de Duellos emitieron un destello, dejando huellas de un brillo intenso en sus estelas y provocando con sus impactos enormes explosiones de luz que desprendían un manantial de desperdicios. A medida que la luz se iba apagando, se alzaban en las localizaciones hongos nucleares que se fundían en una única y titánica lápida para la batería de cañones.

Geary suspiró.

—Esperemos que eso sea todo lo que tengan.

—No es muy probable —advirtió Desjani.

—Lo sé. —Geary volvió a teclear los comandos de comunicaciones—. Capitán Duellos, los felicito a usted y a sus naves. Bien hecho. Manténgase alerta ante posibles nuevos intentos.

Torció el gesto al ver las imágenes de las unidades de reconocimiento.
Entiendo que sea tentador bombardear el planeta a destajo para minimizar las probabilidades de que sobreviva alguna amenaza. Pero ¿qué me da derecho a matar a millones de civiles con la única esperanza de acertar en alguna de esas defensas ocultas? Ni siquiera garantizaría la eliminación de esas defensas si están reforzadas y escondidas, y seguramente se darán ambas circunstancias.

Miró a Desjani.

—¿Cree que tendremos que enfrentarnos a esto en el tercer planeta?

—Posiblemente. Tenemos que suponer que la amenaza existe. —Geary se reclinó en su asiento con un gesto de negación.

—¿Por qué no se comportan de forma racional? No tienen muchas opciones de causarnos daños, y cada vez que disparan nos están invitando a tomar represalias.

Desjani lo miró inquisitiva.

—Señor, llevamos un siglo librando una guerra contra ellos. Creo que conceptos como «racional» se fueron al traste hace mucho tiempo.

—Eso es verdad. ¿Cree que serviría de algo transmitir otra petición de que no ataquen nuestras naves?

Ella se encogió de hombros.

—Es difícil saberlo. El pulso energético de la puerta hipernética desplomada debe de haber freído todos los receptores del sistema estelar que no estuvieran protegidos, pero deben de quedar algunos operativos que puedan oírlo.

—Por desgracia, esos seguramente estarán en manos del Gobierno y del Ejército.

—Sí, señor. Y no es probable que ellos atiendan a razones.

Geary asintió; luego se quedó observando a Desjani.

—Capitana, cuando la conocí creo que no habría dudado en arrasar con todo lo humano de estos planetas. Ahora no parece que le interese hacer eso.

Desjani miró al vacío un instante antes de responder.

—Lo he estado escuchando, señor, y he mantenido largas conversaciones con mis antepasados. No hay honor en matar a los que están indefensos. Además, reparar lo que hemos hecho aquí requerirá una inmensa inversión por parte de los síndicos, mientras que, si hubiéramos arrasado con el sistema, los síndicos sencillamente lo habrían declarado siniestro total. —Desjani hizo una pausa—. Y aquí nadie puede acusarnos de comportarnos como los síndicos. No somos como ellos. Me he dado cuenta de que no quiero morir haciendo las mismas cosas que harían los síndicos.

—Gracias, capitana Desjani. —Entre el honor y las consideraciones prácticas, Desjani había decidido que Geary tenía razón. Él se sintió mucho mejor que pensando que estaba de acuerdo con él solo porque era
Black Jack
. Geary se había planteado la cuestión de qué pasaría si mañana cayera muerto, si la flota retomaría las tácticas y las prácticas que él había visto al llegar. Pero parecía que al menos algunos de los oficiales estaban volviendo a las prácticas más antiguas, aquellas con las que Geary estaba familiarizado. No era tan tonto como para creer que todo lo que hubo en el pasado fue mejor, pero lo que era seguro era que perpetuar el derecho de la guerra, los dictados del auténtico honor, y luchar con inteligencia, en lugar de invocar únicamente la valentía, eran cosas positivas.

En el transcurso de las siguientes horas, mientras la formación de Geary se dirigía al tercer planeta, el capitán Duellos tuvo que bombardear el cuarto planeta tres veces más. Ninguno de los intentos síndicos de alcanzar las naves había sido efectivo, lo cual no era de extrañar, dado que las armas terrestres no podían observar directamente sus objetivos y dependían de los datos que les proporcionaran las unidades no tripuladas que aparecían brevemente para tomar instantáneas de las naves de la Alianza. Por otra parte, dos de las unidades de reconocimiento de la Marina habían dejado de transmitir, lo cual indicaba que habían sido derribadas. La coronel Carabali no debía de estar nada contenta, pero Geary creía que dos unidades no tripuladas era un precio muy bajo a cambio de evitar que sus naves sufrieran impactos.

Mientras la formación Delta se acercaba al tercer mundo, se lanzaron los transbordadores cargados de infantes de Marina hacia sus objetivos. La mayoría de los transbordadores y de los marines se dirigían hacia grandes complejos orbitales extensamente habitados. El resto se encaminaban hacia almacenes en órbita que contenían materias primas y recambios que habrían sido transportados a las superficie o bien enviados a otros lugares del sistema para equipar las naves síndicas en construcción. Ahora la flota de la Alianza se las iba a llevar, y pasarían a estar bajo el cuidado de sus tripulaciones y a convertirse en componentes de los recambios que necesitaban.

Geary mantenía el tercer mundo bajo una recelosa vigilancia a medida que sus naves se aproximaban al planeta. El tercer mundo no parecía estar tan densamente cubierto de defensas síndicas y de objetivos relacionados con esas defensas, de modo que se habían establecido pocos blancos y la atmósfera superior no estaba tan nublada por el polvo y los restos de vapor de agua resultantes de esos impactos. No obstante, tampoco resultaba fácil ver la superficie. Aunque algo cálido para el ser humano, el mundo parecía, no obstante, lo bastante agradable como para poder tolerarlo. O por lo menos lo había sido. Durante los siguientes meses sería un poco más incómodo gracias a todo ese polvo acumulado en la atmósfera. Pero en comparación con los daños que la Alianza podía haber infligido de haberlo condenado a ser completamente inhabitable y haber machacado todas las ciudades, en realidad los habitantes del tercer mundo no tenían tantos motivos para quejarse.

Los sensores del
Intrépido
y de otras naves de la formación exploraban cada rincón visible de la superficie por debajo del polvo que el bombardeo de la Alianza había levantado, pero no había detectado ninguna defensa que el bombardeo no hubiera destruido.

—A todas las unidades de la formación Delta, eviten entrar en una órbita baja en torno al tercer mundo e inicien cambios aleatorios de rumbo y velocidad cuando se encuentren al alcance de las armas con base en el planeta.

Todavía estaban recibiendo la orden cuando unos haces de partículas muy potentes traspasaron la atmósfera del tercer mundo en dirección al
Arrojado.
Por suerte, los síndicos se habían extralimitado en su ahínco y habían disparado desde demasiado lejos y, como resultado, sus disparos no alcanzaron el crucero de batalla de la Alianza por poco. Geary tecleó violentamente los controles.

—Arrojado,
saque esas armas.

—Será un placer, señor —replicó el
Arrojado.
Una segunda ráfaga por parte de la batería planetaria síndica surcó el espacio que el
Arrojado
habría ocupado de no haberse echado ligeramente a un lado y hacia arriba. El segundo ataque le proporcionó al
Arrojado
la información que necesitaba. El crucero de batalla empezó a escupir proyectiles cinéticos, descargas de metal sólido precipitándose a través de la atmósfera. Esta vez Geary vio los destellos de luz sobre la superficie del planeta cuando el bombardeo cinético destruyó la batería de haces de partículas, así como un buen montón de edificaciones que había en los alrededores.

A esas alturas, todas las naves de la Alianza avanzaban erráticamente, dando bandazos, cambiando su curso y velocidad ligeramente, lo justo para poder dar esquinazo a los disparos procedentes de la superficie del planeta cuyo objetivo eran los blancos que orbitaban en el exterior. Geary procuró relajarse, sabedor de que tendría que preocuparse de muchos otros ataques como ese durante toda su permanencia en los alrededores de ese mundo.

—Espero que esto sea lo único a lo que tengamos que hacer frente —le indicó a Desjani.

Nada más pronunciar esas palabras, apareció ante él una pequeña ventana con el rostro alarmado de la coronel Carabali.

—Nuestras tropas desplegadas en la ciudad orbital están siendo atacadas —informó Carabali.

Me está bien empleado por decir algo tan estúpido. Estaba pidiendo problemas a gritos.

—La ciudad orbital. —Geary desplegó la información. Con una población de alrededor de cincuenta mil habitantes, el gran complejo orbital se podía clasificar como ciudad según los estándares de las instalaciones espaciales. Además contaba con unas grandísimas reservas de comida disponibles para alimentar a esas cincuenta mil personas y aprovisionar a las naves síndicas que se detuvieran allí en busca de suministros. La flota de la Alianza podía usar esa comida, aunque Geary había insistido en que se reservara lo suficiente para evitar pasar hambre.

—¿Qué está ocurriendo exactamente?

—Hemos asegurado la mayor parte de los almacenes de comida y las áreas adyacentes. Pero las fuerzas especiales síndicas nos están disparando desde fuera del perímetro, y están usando a la población civil como escudo. Salen, disparan y luego se escabullen entre la gente.

Era razonable pensar que habría un gran despliegue militar síndico entre la población de esa ciudad, no solo para defender el sistema, sino también para proporcionar seguridad interna, una fórmula delicada para decir que mantenían a raya a la población local. Al menos algunos de esos destacamentos militares no se mostraban contrarios a hacer cosas que pudieran causar la muerte a los civiles a los que se suponía estaban protegiendo. Pero estaba pensando desde el punto de vista de la Alianza. En realidad esas tropas no estaban allí para proteger a los ciudadanos de Sancere, su trabajo consistía en proteger a los Mundos Síndicos y los intereses de sus líderes. Si unos cuantos ciudadanos, o unos cuantos millones de ciudadanos de los Mundos Síndicos estorbaban, pues mala suerte para los que pasaban por allí.

—¿Qué quiere hacer? —preguntó Geary.

Other books

Last Chance Christmas by Joanne Rock
Blinding Fear by Roland, Bruce
Blurred Lines by Scott Hildreth
Breakpoint by Richard A. Clarke
DragonFire by Donita K. Paul
The Dead in River City by McGarey, S.A.
The Fortune Hunter by Jo Ann Ferguson
The Witch from the Sea by Philippa Carr


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024