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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (388 page)

—La Sala de los Menesteres, profesora. ¿Intentaba entrar en ella?

—Vaya, no sabía que los alumnos conocieran su existencia…

—No todos la conocen. ¿Qué ha pasado? La oí gritar. Pensé que se había hecho daño.

—Bueno… —masculló ella, ciñéndose los chales con actitud defensiva, y lo miró a través de sus lentes de aumento—. Es que quería depositar ciertos… hum… objetos personales en la sala. —Y murmuró algo acerca de unas «impertinentes acusaciones».

—Ya —dijo Harry mientras echaba un vistazo a las botellas de jerez—. ¿Y no ha podido entrar a esconderlos? —Se extrañó porque la sala se había abierto para él cuando quiso esconder el libro del Príncipe Mestizo.

—Sí, he entrado —contestó la profesora mirando con odio la pared—. Pero resulta que ya había alguien dentro.

—¿Había… alguien? ¿Quién? ¿Quién estaba dentro?

—No lo sé —respondió Trelawney un tanto sorprendida por el tono de alarma de Harry—. Entré y oí una voz, lo cual nunca me había pasado en todos los años que llevo escondiendo… utilizando la sala, quiero decir.

—¿Una voz? ¿Y qué dijo?

—Pues… no lo entendí. Más bien era… como si alguien gritara de alegría.

—¿Como si alguien gritara de alegría?

—Sí, con gran regocijo —recalcó ella asintiendo con la cabeza.

—¿Hombre o mujer?

—Yo diría que hombre.

—¿Y parecía contento?

—Muy contento —confirmó la profesora con desdén.

—¿Como si celebrara algo?

—Exacto.

—¿Y qué pasó después?

—Después grité: «¿Quién hay ahí?»

—¿No lo supo sin preguntarlo? —repuso Harry, un tanto frustrado.

—El Ojo Interior estaba ocupado en asuntos más trascendentales y no podía prestar atención a algo tan trivial como unos gritos de júbilo —respondió ella con dignidad mientras se arreglaba los chales y las numerosas vueltas de relucientes collares de cuentas.

—Claro —se apresuró a coincidir Harry, que ya sabía cómo las gastaba el Ojo Interior de la profesora Trelawney—. ¿Y dijo esa voz quién había ahí dentro?

—No, no lo dijo. ¡Se puso todo muy negro y de pronto salté por los aires y salí disparada de la sala!

—¿Y no pudo prever que iban a atacarla? —preguntó el muchacho sin poder contenerse.

—No, no pude prever nada porque, como te digo, estaba todo muy negro… —Se interrumpió y lo miró con desconfianza.

—Creo que debería contárselo al profesor Dumbledore. El director debería saber que Malfoy está celebrando… quiero decir, que alguien la ha echado de la sala.

Harry se sorprendió al ver que Trelawney se enderezaba con gesto altanero.

—El director me ha dado a entender que preferiría que no le hiciera tantas visitas —respondió con frialdad—. Y no me gusta imponer mi compañía a los que no saben apreciarla. Si Dumbledore decide ignorar las advertencias de las cartas… —De pronto sujetó a Harry por la muñeca con una huesuda mano—. No importa cómo las eche: siempre, una y otra vez… —con gran dramatismo, sacó una carta de entre sus chales— una y otra vez aparece la torre alcanzada por el rayo —susurró—. Calamidad. Desastre. Y cada vez está más cerca…

—Ya. Bueno… Sigo pensando que debería contarle a Dumbledore lo de esa voz, que todo se ha quedado a oscuras y que la han echado de la sala.

—¿Eso crees? —repuso Trelawney con fingida indiferencia, pero Harry se dio cuenta de que le agradaba la idea de volver a contar su pequeña aventura.

—Precisamente me dirigía a su despacho —comentó—. Tengo una cita con él. Podríamos ir juntos.

—¡Ah! En ese caso… —Esbozó una sonrisa. A continuación se agachó, recogió sus botellas de jerez y las metió sin miramientos en un gran jarrón azul y blanco que había en una hornacina cercana—. Te echo de menos en mis clases, Harry —dijo con tono cariñoso cuando se pusieron en marcha—. Nunca fuiste un gran vidente, pero, en cambio, eras un maravilloso motivo de investigación…

Harry no contestó; para él había sido un suplicio ser objeto de las continuas predicciones de fatalidad de la profesora Trelawney.

—Me temo que ese jamelgo… —prosiguió ella—. Perdona, quise decir ese centauro… no tiene ni idea de cartomancia. Una vez le pregunté, de vidente a vidente, si no había notado él también las remotas vibraciones de una inminente catástrofe. Pero mi comentario le resultó casi cómico. ¡Imagínate, cómico! —Elevó el tono hasta rozar el paroxismo y Harry percibió un tufillo a jerez, aunque ella ya no llevaba consigo las botellas—. Quizá ese rocín haya oído decir por ahí que no he heredado el don de mi tatarabuela. Los que me tienen envidia se dedican desde hace años a extender esos rumores. ¿Y sabes qué le digo yo a esa gente, Harry? Les pregunto si Dumbledore me habría permitido enseñar en este gran colegio y habría confiado en mí tantos años si no hubiera demostrado mi valía ante él.

Harry murmuró unas palabras poco claras.

—Recuerdo muy bien mi primera cita con Dumbledore —continuó la profesora Trelawney con voz ronca—. El quedó muy impresionado, por supuesto, muy impresionado. Yo me alojaba en Cabeza de Puerco; lo cual, por cierto, no se lo recomiendo a nadie porque la cama estaba llena de chinches, querido. Pero ¿qué podía hacer yo, con el poco presupuesto de que disponía? Dumbledore tuvo la gentileza de ir a visitarme a mi habitación de la posada y me formuló una serie de preguntas. He de confesar que al principio me pareció predispuesto en contra de la Adivinación. Y recuerdo que empecé a sentirme un poco mal porque no había comido mucho ese día, pero entonces…

Harry, por primera vez, le prestaba la atención debida, pues sabía qué había pasado entonces: la profesora Trelawney había pronunciado la profecía que alteraría el curso de su vida, la profecía acerca de Voldemort y él.

—… ¡entonces nos interrumpió Severus Snape!

—¿Ah, sí?

—Sí, oímos un gran alboroto al otro lado de la puerta, y de pronto ésta se abrió de par en par: allí estaban un burdo camarero y Snape, quien aseguró que había subido por error la escalera, aunque reconozco que pensé que lo habían sorprendido escuchando a hurtadillas mi entrevista con Dumbledore. Resulta que él también buscaba empleo en esa época, y sin duda creyó que podría pescar alguna información útil. En fin, lo que pasó después ya lo sabes: Dumbledore se mostró mucho más dispuesto a darme el empleo, y yo deduje, Harry, que lo hizo porque apreció un marcado contraste entre mis sencillos y modestos modales y mi sosegado talento, y la actitud de aquel prepotente y ambicioso joven que no tenía reparos en escuchar detrás de las puertas. ¡Harry, querido! —Volvió la cabeza al darse cuenta de que Harry ya no iba a su lado.

El muchacho se había detenido y los separaba una distancia de tres metros.

—Harry… —repitió ella, desconcertada.

Quizá había palidecido demasiado, porque la profesora pareció asustarse. Harry permanecía en medio del pasillo, inmóvil, mientras lo azotaban una serie de ráfagas de conmoción que le borraban todo de la mente, excepto la información que se le había ocultado durante tanto tiempo…

Era Snape el que había oído las palabras de la vidente. Era Snape quien le había revelado a Voldemort la existencia de la profecía. Y Snape y Peter Pettigrew habían puesto a Voldemort sobre la pista de Lily, James y su hijo…

En ese momento a Harry no le importaba nada más.

—¡Harry! —insistió la profesora Trelawney—. ¿No íbamos a ver al director?

—Quédese aquí —repuso él moviendo apenas los labios.

—Pero querido… Iba a contarle que me han atacado en la Sala de los…

—¡Quédese aquí! —repitió Harry con autoridad.

La profesora, alarmada, lo vio echar a correr y pasar por su lado. Harry dobló la esquina y enfiló el pasillo de Dumbledore, donde montaba guardia la gárgola solitaria. Harry le espetó la contraseña y remontó de tres en tres los peldaños de la escalera de caracol móvil. No llamó a la puerta con los nudillos, sino que la aporreó con el puño, y cuando la serena voz del director respondió «Pasa», Harry ya había irrumpido en el despacho.

Fawkes
, el fénix, miró alrededor; la luz de la puesta de sol que se veía tras la ventana se reflejaba en los negros y brillantes ojos del ave y les arrancaba destellos dorados. Dumbledore, con una larga capa de viaje negra colgada de un brazo, se hallaba de pie junto a la ventana contemplando los jardines.

—¡Hola, Harry! Te prometí que te dejaría acompañarme…

Al principio no lo entendió; la conversación con Trelawney le había borrado cualquier otro pensamiento y el cerebro parecía funcionarle muy despacio.

—¿Acompañarlo? ¿Adonde?

—Sólo si quieres, desde luego.

—¿Si quiero…? —Y entonces recordó por qué estaba tan ansioso por llegar al despacho del director—: ¿Ha encontrado uno? ¿Ha encontrado el
Horrocrux
?

—Eso creo.

La cólera y el rencor lidiaban con la conmoción y el entusiasmo, hasta tal punto que Harry enmudeció unos instantes.

—Es lógico que tengas miedo —añadió Dumbledore.

—¡No tengo miedo! —saltó Harry, y no mentía en absoluto; el temor era una emoción que ni siquiera concebía en ese momento—. ¿Qué
Horrocrux
es? ¿Dónde está?

—Todavía no sé cuál es, aunque estimo que podemos descartar la serpiente, pero creo que está escondido en una cueva que hay en la costa, a muchos kilómetros de aquí. Llevo largo tiempo tratando de localizarla: es la cueva donde un día, durante la excursión anual, Tom Ryddle aterrorizó a dos niños de su orfanato, ¿lo recuerdas?

—Sí. ¿Y cómo está protegida?

—No lo sé. Mis sospechas podrían resultar erróneas. —Dumbledore vaciló un momento y añadió—: Harry, te prometí que me acompañarías y mantengo esa promesa; sin embargo, sería una insensatez no advertirte que cabe la posibilidad de que este viaje entrañe graves peligros y…

—Voy con usted —afirmó Harry antes de que el director terminase la frase. Estaba furioso con Snape, y su deseo de hacer algo drástico y arriesgado se había multiplicado por diez en los últimos minutos. Eso debía de notarse en su semblante porque Dumbledore se apartó de la ventana y le escudriñó el rostro. Una fina arruga se marcó entre las plateadas cejas del anciano profesor.

—¿Qué te ha pasado?

—Nada —mintió Harry con osadía.

—¿Qué te ha disgustado?

—No estoy disgustado.

—Nunca fuiste un gran oclumántico, Harry…

Esa palabra fue la chispa que encendió la cólera de Harry.

—¡Snape! —dijo casi a voz en grito, y
Fawkes
dio un débil graznido detrás de ellos—. ¡Se trata de Snape, como siempre! ¡Fue él quien le habló a Voldemort de la profecía! ¡Era él quien estaba espiando detrás de la puerta! ¡Me lo ha contado la profesora Trelawney!

Dumbledore no mudó el gesto, pero Harry tuvo la impresión de que palidecía bajo el tinte rojizo que el sol poniente proyectaba sobre él. El director guardó silencio unos instantes.

—¿Cuándo te has enterado de eso? —preguntó por fin.

—¡Ahora mismo! —respondió Harry, esforzándose por no gritar. Pero de pronto ya no pudo contenerse—: ¡¡Y usted le deja enseñar aquí, sabiendo que fue él quien dijo a Voldemort que atacara a mis padres!!

Harry respiraba entrecortadamente, como si estuviera peleándose con alguien; le dio la espalda a Dumbledore, que seguía sin mover un músculo, y se puso a dar largas zancadas por el despacho frotándose los nudillos de un puño con la otra mano y conteniéndose para no ponerse a romper cosas. Quería expresar su furia ante Dumbledore, pero también quería ir con él a destruir el
Horrocrux
; quería decirle que era un viejo chiflado por confiar en Snape, pero temía que si no controlaba su rabia no le permitiría acompañarlo.

—Harry —dijo el director con serenidad—. Escúchame, por favor.

Quedarse quieto le resultaba tan difícil como no gritar. Se detuvo, mordiéndose la lengua, y dirigió la mirada hacia Dumbledore, cuyo rostro estaba surcado de arrugas.

—El profesor Snape cometió un terrible…

—¡No me diga que fue un error, señor! ¡Estaba escuchando detrás de la puerta!

—Te ruego que me dejes terminar. —Dumbledore esperó hasta que Harry inclinó con brusquedad la cabeza, y prosiguió—. El profesor Snape cometió un terrible error. La noche que oyó la primera parte de la profecía de la profesora Trelawney, Snape todavía trabajaba para lord Voldemort. Como es lógico, corrió a explicarle a su amo lo que había escuchado porque le incumbía enormemente. Pero él no sabía (era imposible que lo supiera) a qué niño elegiría Voldemort como víctima a raíz de aquel descubrimiento, ni que los padres sobre los que descargaría su instinto asesino eran los tuyos, a los que Snape conocía.

Harry soltó una amarga carcajada.

—¡Él odiaba a mi padre tanto como a Sirius! ¿No se ha fijado, profesor, en que las personas que Snape odia suelen acabar muertas?

—No tienes idea del remordimiento que se apoderó de Snape cuando se dio cuenta de cómo había interpretado lord Voldemort la profecía, Harry. Creo que eso es lo que más ha lamentado en toda su vida y el motivo de que regresara…

—Pero él sí es un gran oclumántico, ¿verdad, señor? —dijo Harry con voz temblorosa a causa del esfuerzo por controlarse—. ¿Y acaso no cree Voldemort que Snape está en su bando, incluso ahora? ¿Cómo puede estar usted seguro de que él está de nuestra parte?

Dumbledore permaneció callado un momento, como si tratara de decidir algo. Al fin dijo:

—Estoy seguro. Confío plenamente en Severus Snape.

Harry respiró hondo varias veces, intentando serenarse, pero no dio resultado.

—¡Pues yo no! —afirmó a voz en grito—. Ahora está tramando algo con Draco Malfoy, en sus propias narices, y usted sigue…

—Ya hemos hablado de eso —lo cortó Dumbledore con tono más severo—. Y ya conoces mi opinión al respecto.

—Esta noche usted se va a marchar del colegio y seguro que todavía no se ha planteado siquiera que Snape y Malfoy podrían decidir…

—¿Decidir qué? —El director arqueó las cejas—. ¿Qué es exactamente lo que temes que hagan?

—Pues… ¡están tramando algo! —exclamó Harry apretando los puños—. ¡La profesora Trelawney acaba de entrar en la Sala de los Menesteres para esconder unas botellas de jerez y ha oído a Malfoy gritar de alegría, como si celebrara algo! Malfoy intenta arreglar algo peligroso ahí dentro, y por si le interesa, creo que ya lo ha conseguido. Y usted piensa marcharse del colegio tan tranquilo sin haber…

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