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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (254 page)

Ron giró la cabeza hacia ella, y lo hizo tan bruscamente que dio la impresión de que se había lastimado el cuello. Se lo frotó y dijo:

—¿Ah, sí? ¿Qué decía Vicky?

—¡Jo, jo! —dijo Hermione con voz de aburrimiento—. Decía que Harry sabía hacer cosas que ni siquiera él sabía hacer, y eso que estaba en el último curso del Instituto Durmstrang.

Ron miraba a Hermione con recelo.

—No seguirás en contacto con él, ¿verdad?

—¿Qué hay de malo en eso? —repuso Hermione en tono cortante, aunque se había ruborizado un poco—. Si quiero, puedo tener un amigo por correspondencia…

—Eso no era lo único que él quería —comentó Ron con aire acusador.

Hermione movió negativamente la cabeza, exasperada, y sin hacer caso a Ron, que seguía mirándola fijamente, le dijo a Harry:

—Bueno, ¿qué dices? ¿Nos enseñarás?

—Vale, pero sólo a ti y a Ron, ¿no?

—Verás… —comenzó Hermione con cierto nerviosismo—. Bueno, ahora no vuelvas a subirte por las paredes, Harry, por favor…, pero creo que deberías enseñar a todo aquel que quiera aprender. Mira, estamos hablando de defendernos de Vo-Voldemort. No seas ridículo, Ron. No sería justo que no ofreciéramos a los demás la posibilidad de aprender.

Harry lo pensó un momento, y entonces respondió:

—Sí, pero dudo que haya alguien, aparte de vosotros dos, que esté interesado en que le dé clase. Recuerda que soy un chiflado.

—Creo que te sorprenderías de la cantidad de gente a la que le apetecería escuchar lo que tú tengas que decir —afirmó Hermione muy seria—. Mira —se inclinó hacia Harry; Ron, que todavía la miraba ceñudo, se inclinó también para enterarse—, ¿recuerdas que el primer fin de semana de octubre tenemos la excursión a Hogsmeade? ¿Qué te parecería si le dijéramos a los que estén interesados que se reúnan con nosotros en el pueblo para que podamos discutirlo?

—¿Por qué tenemos que hacerlo fuera del colegio? —preguntó Ron.

—Porque no creo que Umbridge se pusiera muy contenta si descubriera lo que estamos tramando —contestó Hermione, y volvió al diagrama de la col masticadora china que estaba copiando.

Harry estaba deseando que llegara el fin de semana para ir de excursión a Hogsmeade, aunque había una cosa que le preocupaba. Sirius había mantenido un silencio sepulcral desde el día que apareció en el fuego de la chimenea a principios de septiembre; Harry sabía que habían logrado que se enfadara al decirle que no querían que los acompañara, pero de vez en cuando todavía le preocupaba más que Sirius tirara las precauciones por la borda y decidiera presentarse. ¿Qué harían si un gran perro negro se les acercaba dando saltos por una calle de Hogsmeade, quizá ante las narices de Draco Malfoy?

—Tienes que comprender que le apetezca salir a darse un garbeo —opinó Ron cuando Harry compartió sus temores con él y con Hermione—. Ten en cuenta que lleva más de dos años huyendo de la justicia, ¿no?, y ya sé que no debe de haber sido divertido, pero al menos era libre. Sin embargo, ahora está encerrado día y noche con ese horrendo elfo.

Hermione miró con gesto reprobador a Ron, pero ignoró la alusión a Kreacher.

—El problema —le dijo Hermione a Harry— es que Sirius tendrá que permanecer escondido hasta que Vo-Voldemort, ¡Ron, por favor!, salga y dé la cara, ¿no? Quiero decir que el imbécil del ministro no se dará cuenta de que Sirius es inocente hasta que acepte que Dumbledore siempre le ha dicho la verdad sobre él. Y cuando esos inútiles empiecen a atrapar a
mortífagos
de verdad comprenderán que Sirius no es uno de ellos. Ni siquiera tiene la marca.

—No creo que sea tan estúpido para venir —terció Ron convencido—. Dumbledore se enfadaría muchísimo si lo hiciera, y Sirius siempre hace caso a Dumbledore aunque no le guste lo que le manda.

Como Harry seguía preocupado, Hermione añadió:

—Ron y yo hemos estado sondeando a la gente que creíamos que querría aprender algo de Defensa Contra las Artes Oscuras, y hay un par de personas que parecen interesadas. Les hemos dicho que se reúnan con nosotros en Hogsmeade.

—Vale —contestó Harry vagamente, pues seguía pensando en Sirius.

—No te angusties, Harry —lo animó Hermione—. Ya tienes bastantes problemas sin Sirius.

Hermione tenía razón. Harry no conseguía llevar los deberes al día, aunque su situación había mejorado mucho porque ya no debía pasarse todas las tardes castigado con la profesora Umbridge. Ron, en cambio, iba más atrasado aún porque, además de entrenar dos veces por semana, tenía sus obligaciones de prefecto. Por su parte Hermione, que tenía más asignaturas que ellos dos, no sólo había terminado todos sus deberes, sino que también había encontrado tiempo para seguir tejiendo ropa para los elfos. Y Harry tenía que admitir que Hermione estaba mejorando: ya casi siempre era posible distinguir los gorros de los calcetines.

La mañana de la excursión a Hogsmeade amaneció despejada pero ventosa. Después de desayunar formaron una fila delante de Filch, que comprobó que sus nombres aparecían en la larga lista de estudiantes que tenían permiso de sus padres o tutores para visitar el pueblo. Harry recordó con cierto remordimiento que, de no ser por Sirius, no habría podido hacer la excursión.

Cuando Harry llegó frente a Filch, el conserje aspiró fuerte por la nariz, como si intentara detectar algún tufillo en Harry. Luego hizo un brusco movimiento con la cabeza y volvió a temblarle la parte inferior de los carrillos; Harry siguió adelante y salió a la escalera de piedra y a la fría y soleada mañana.

—Oye, ¿por qué te ha olfateado Filch? —le preguntó Ron cuando los tres echaron a andar a buen paso por el ancho camino hacia la verja.

—Supongo que quería comprobar si olía a bombas fétidas —contestó Harry con una risita—. Se me olvidó contároslo…

Y les explicó lo que había sucedido segundos más tarde de haber enviado la carta a Sirius, cuando Filch entró en la lechucería exigiéndole que le enseñara la misiva. A Harry le sorprendió un poco que Hermione considerara tan interesante su historia, mucho más, desde luego, de lo que a él mismo le parecía.

—¿Filch dijo que había recibido un chivatazo de que ibas a encargar bombas fétidas? Pero ¿quién se lo dio?

—No lo sé —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. A lo mejor fue Malfoy; seguramente creyó que sería divertido.

Pasaron entre los altos pilares de piedra coronados con sendos cerdos alados y torcieron a la izquierda por la carretera que conducía al pueblo. El viento los despeinaba y el cabello les tapaba los ojos.

—¿Malfoy? —dijo Hermione, escéptica—. Bueno, sí, a lo mejor fue él…

Y siguió muy pensativa hasta que llegaron a las afueras de Hogsmeade.

—Bueno, ¿adónde vamos? —preguntó Harry—. ¿A Las Tres Escobas?

—No, no —repuso Hermione saliendo de su ensimismamiento—. No, siempre está abarrotado y hay mucho ruido. He quedado con los otros en Cabeza de Puerco, ese otro pub, ya lo conocéis, el que no está en la calle principal. Me parece que no es… muy recomendable, pero los alumnos de Hogwarts no suelen ir allí, así que no creo que nos oiga nadie.

Bajaron por la calle principal y pasaron por delante de la tienda de artículos de broma de Zonko, donde no les sorprendió nada ver a Fred, George y Lee Jordan; luego dejaron atrás la oficina de correos, de donde salían lechuzas a intervalos regulares, y torcieron por una calle lateral al final de la cual había una pequeña posada. Un estropeado letrero de madera colgaba de un oxidado soporte que había sobre la puerta, con un dibujo de una cabeza de jabalí cortada que goteaba sangre sobre la tela blanca en la que estaba colocada. Cuando se acercaron a la puerta, el letrero chirrió agitado por el viento y los tres vacilaron un instante.

—¡Vamos! —urgió Hermione, un tanto nerviosa. Harry fue el primero en entrar.

Aquel pub no se parecía en nada a Las Tres Escobas, que era un local limpio y acogedor. Cabeza de Puerco consistía en una sola habitación, pequeña, lúgubre y sucísima, donde se notaba un fuerte olor a algo que podría tratarse de cabras. Las ventanas tenían tanta mugre incrustada que entraba muy poca luz del exterior. Por eso el local estaba iluminado con cabos de cera colocados sobre las bastas mesas de madera. A primera vista, el suelo parecía de tierra apisonada, pero cuando Harry caminó por él, se dio cuenta de que había piedra debajo de una capa de roña acumulada durante siglos.

Harry recordaba que Hagrid había mencionado aquel pub en el primer año que estuvo en Hogwarts: «Hay mucha gente rara en Cabeza de Puerco», dijo cuando les contó cómo le había ganado un huevo de dragón a un desconocido encapuchado que estaba allí. Entonces a Harry le había sorprendido que Hagrid no encontrara raro que un desconocido permaneciera todo el tiempo con la cara tapada; pero en ese momento comprendió que permanecer con la cara tapada era algo normal en aquella taberna. En la barra había un individuo que llevaba la cabeza envuelta con grises y sucias vendas, aunque aun así se las ingeniaba para tragar vaso tras vaso de una sustancia humeante y abrasadora por una rendija que tenía a la altura de la boca. También había dos personas encapuchadas sentadas a una mesa, junto a una de las ventanas; Harry habría jurado que eran
dementores
si no las hubiera oído hablar con un fuerte acento de Yorkshire. Y en un oscuro rincón, al lado de la chimenea, estaba sentada una bruja con un grueso velo negro que le llegaba hasta los pies. Lo único que se destacaba bajo el velo era la punta de la nariz, un poco prominente.

—No sé qué decirte, Hermione —murmuró Harry mientras avanzaban hacia la barra y miraba con desconfianza a la bruja tapada con el grueso velo—. ¿No se te ha ocurrido pensar que la profesora Umbridge podría estar debajo de eso?

Hermione echó una ojeada a la bruja, evaluándola.

—Umbridge es más baja que esa mujer —comentó en voz baja—. Además, aunque ella entrara aquí, no podría hacer nada para interferir en nuestro proyecto, Harry, porque he revisado minuciosamente las normas del colegio. No estamos fuera de los límites establecidos. Hasta le pregunté al profesor Flitwick si a los alumnos les está permitido entrar en Cabeza de Puerco, y me dijo que sí, aunque me aconsejó que lleváramos nuestros propios vasos. Y he comprobado todo lo que se me ha ocurrido sobre grupos de estudio y trabajo, y son legales. Lo único que no tenemos que hacer es pregonar lo que estamos haciendo.

—Está bien —dijo Harry con aspereza—, sobre todo dado que lo que estamos organizando no es precisamente un grupo de estudio, ¿verdad?

El camarero salió de la trastienda y se les acercó con sigilo. Era un anciano de aspecto gruñón, con barba y una mata de largo cabello gris. Era alto y delgado, y a Harry su cara le resultó vagamente familiar.

—¿Qué queréis? —gruñó.

—Tres cervezas de mantequilla —contestó Hermione.

El camarero metió una mano bajo la barra y sacó tres botellas sucias y cubiertas de polvo que colocó con brusquedad sobre la barra.

—Seis
sickles
—dijo.

—Pago yo —se apresuró a decir Harry, y le entregó las monedas de plata.

El camarero recorrió a Harry de arriba abajo con la mirada, y sus ojos se detuvieron un momento en su cicatriz. Luego se dio la vuelta y depositó las monedas de Harry en una vieja caja registradora de madera cuyo cajón se abrió automáticamente para recibirlas. Harry, Ron y Hermione fueron hacia la mesa más apartada de la barra y se sentaron observando a su alrededor. El individuo de los sucios y grises vendajes dio unos golpes en la barra con los nudillos, y el camarero le sirvió otro vaso lleno de aquella bebida humeante.

—¿Sabéis qué? —murmuró Ron mirando hacia la barra con entusiasmo—. Aquí podríamos pedir lo que quisiéramos. Apuesto algo a que ese tipo nos serviría cualquier cosa, seguro que le importa un rábano. Siempre he querido probar el whisky de fuego…

—¡Ron! ¡Ahora eres prefecto! —lo regañó Hermione.

—¡Ah, sí! —exclamó Ron, y la sonrisa se le borró de los labios.

—Bueno, ¿quién dijiste que iba a venir? —le preguntó Harry a su amiga, arrancando el oxidado tapón de su cerveza de mantequilla y dando un sorbo.

—Sólo un par de personas —repitió Hermione. Consultó su reloj y miró nerviosa hacia la puerta—. Ya deberían estar aquí, estoy segura de que saben el camino… ¡Oh, mirad, deben de ser ellos!

La puerta del pub se había abierto. Un ancho haz de luz, en el que bailaban motas de polvo, dividió el local en dos durante un instante y luego desapareció, pues lo ocultaba la multitud que desfilaba por la puerta.

Primero entraron Neville, Dean y Lavender, seguidos de cerca por Parvati y Padma Patil con Cho (con lo cual a Harry le dio un vuelco el corazón) y una de sus risueñas amigas. Luego entró Luna Lovegood, sola y con aire despistado, como si hubiera entrado allí por equivocación.

A continuación, aparecieron Katie Bell, Alicia Spinnet y Angelina Johnson, Colin y Dennis Creevey, Ernie Macmillan, Justin Finch-Fletchley, Hannah Abbott y una chica de Hufflepuff con una larga trenza, cuyo nombre Harry no sabía; tres chicos de Ravenclaw que, si no se equivocaba, se llamaban Anthony Goldstein, Michael Corner y Terry Boot; Ginny, seguida por un chico alto y delgado, rubio y con la nariz respingona a quien Harry creyó reconocer como miembro del equipo de
quidditch
de Hufflepuff, y, cerrando la marcha, Fred y George Weasley con su amigo Lee Jordan, los tres con enormes bolsas de papel llenas de artículos de Zonko.

—¿Un par de personas? —dijo Harry con voz quebrada—. ¡Un par de personas!

—Bueno, verás, la idea tuvo mucho éxito… —comentó Hermione alegremente—. Ron, ¿quieres traer unas cuantas sillas más?

El camarero, que estaba secando un vaso con un trapo tan sucio que parecía que no lo hubieran lavado nunca, se quedó paralizado. Seguramente, en la vida había visto su pub tan lleno.

—¡Hola! —saludó Fred. Fue el primero en llegar a la barra, y se puso a contar con rapidez a sus acompañantes—. ¿Puede ponernos… veinticinco cervezas de mantequilla, por favor?

El camarero lo fulminó un instante con la mirada; luego, de mala gana, dejó el trapo, como si lo hubieran interrumpido cuando hacía algo importantísimo, y empezó a sacar polvorientas botellas de cerveza de mantequilla de debajo de la barra.

—¡Salud! —exclamó Fred mientras las repartía—. Soltad la pasta, yo no tengo suficiente oro para pagar todo esto…

Harry, que no salía de su asombro, contemplaba a los numerosos y ruidosos estudiantes, que cogían sus cervezas y hurgaban en los bolsillos de sus túnicas buscando monedas. No podía imaginar a qué había ido allí toda aquella gente, hasta que se le ocurrió, horrorizado, que a lo mejor esperaban oír alguna especie de discurso. Se volvió hacia Hermione y, en voz baja, le susurró:

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