En abril de 1992, Chris McCandless, de 24 años, se internó solo y apenas equipado por tierras de Alaska. Había regalado todo su dinero y abandonado su coche, y soñaba con una vida en estado salvaje. Cuatro meses más tarde, unos cazadores encontraron su cuerpo sin vida. Su historia, difundida en un reportaje de
Jon Krakauer
, suscitó una agitada polémica. Para unos, era un intrépido idealista; para otros, un loco y un ingenuo sin el menor conocimiento de la naturaleza. Pero, ¿por qué un joven recién graduado decidió cortar todos los lazos con su familia y perderse en una región inhóspita? Antes de desaparecer, Chris McCandless escribió a un amigo: «No eches raíces, no te establezcas. Cambia a menudo de lugar, lleva una vida nómada… No necesitas tener a alguien contigo para traer una nueva luz a tu vida. Está ahí fuera, sencillamente.»
Jon Krakauer
, alpinista y colaborador de la revista
Outside
, escribió en 1993 un reportaje sobre la desaparición del joven Chris McCandless que impresionó a miles de lectores. Krakauer fue finalista del Nacional Magazine Award por su reportaje sobre McCandless y posee el Alpine Club Literary Award. Entre otros títulos es autor del libro
Mal de altura: crónica de una tragedia en el Everest
, publicado por Ediciones B.
Jon Krakauer
Hacia rutas salvajes
ePUB v2.0
GONZALEZ13.09.12
Título original:
Into the Wild
© 1996, Jon Krakauer
Traducción: Albert Freixa
Corrección de erratas: PumpkinHead
ePub base v2.0
En abril de 1992, un joven de una adinerada familia de la Costa Este llegó a Alaska haciendo autostop y se adentró en los bosques situados al norte del monte McKinley. Cuatro meses más tarde, una partida de cazadores de alces encontró su cuerpo en estado de descomposición.
Poco después del descubrimiento del cadáver, el editor de la revista
Outside
me encargó un reportaje sobre las desconcertantes circunstancias de la muerte del muchacho. Su nombre resultó ser Christopher Johnson McCandless. Descubrí que había crecido en un acomodado barrio residencial de Washington D.C., donde había sido un excelente estudiante y un destacado atleta.
En el verano de 1990, tras graduarse en la Universidad Emory de Atlanta, McCandless desapareció. Cambió de nombre, donó a una organización humanitaria los 24.000 dólares que guardaba en su cuenta corriente, abandonó su coche y la mayor parte de sus pertenencias, y quemó todo el dinero que llevaba en los bolsillos. Luego, se inventó una nueva vida, pasó a engrosar las filas de los desheredados y marginados, y anduvo vagando por América del Norte en busca de experiencias nuevas y trascendentes. La familia no supo nada de su paradero o su suerte hasta que sus restos aparecieron en Alaska.
Trabajando a toda prisa a causa del ajustado plazo de entrega, redacté un artículo de 9.000 palabras que se publicó en el número de enero de 1993 de la revista. Sin embargo, seguí fascinado por Chris McCandless mucho tiempo después de que este número de
Outside
fuera sustituido en los quioscos por otras publicaciones de mayor actualidad. No lograba apartar de mi pensamiento los pormenores de la muerte por inanición del muchacho, así como los vagos y turbadores paralelismos que existían entre su vida y la mía. Incapaz de abandonar la historia, me pasé más de un año siguiendo los pasos del intrincado viaje que lo llevó a morir en los bosques de Alaska y me dediqué a rastrear los detalles de su peregrinación con un interés que rayaba en la obsesión. En mi intento de comprender las motivaciones de McCandless, fue inevitable que terminara reflexionando sobre temas más amplios, como la fuerte atracción que ejercen los espacios salvajes sobre la imaginación de los estadounidenses, el hechizo que poseen las actividades de alto riesgo para los jóvenes de cierta mentalidad, o el complicado y tenso vínculo que existe entre padres e hijos. El presente libro constituye el resultado de todas esas divagaciones y pesquisas.
No pretendo ser un biógrafo imparcial. La extraña historia de McCandless despertaba en mí unos sentimientos que impedían una interpretación desapasionada de la tragedia. Sin embargo, a lo largo del libro he intentado minimizar mi presencia como autor, algo que creo haber logrado, cuando menos en parte. En cualquier caso, quiero advertir al lector que interrumpo el hilo de la historia principal con fragmentos de una narración inspirada en mi propia juventud. Lo hago con la esperanza de que mis experiencias arrojen un poco de luz sobre el enigma de Chris McCandless.
Nuestro protagonista era un joven apasionado y vehemente; poseía una veta de obstinado idealismo que difícilmente casaba con la vida moderna. Cautivado durante mucho tiempo por la obra de León Tolstoi, admiraba en especial al gran novelista ruso por el modo en que había renunciado a una vida de riqueza y privilegios para vagar entre los indigentes. En la universidad, McCandless emuló el ascetismo y el rigorismo moral de Tolstoi hasta un extremo que sorprendió y no tardó en alarmar a las personas que le eran más próximas. Cuando se adentró en las montañas del interior de Alaska, no abrigaba falsas expectativas y era consciente de que no hacía senderismo por un paraíso terrenal; lo que buscaba eran peligros y adversidades, la renuncia que había caracterizado a Tolstoi. Y esto fue precisamente lo que encontró, peligros y adversidades que al final fueron excesivos.
No obstante, McCandless supo defenderse con creces durante la mayor parte de las 16 semanas de su calvario. De hecho, si no hubiera cometido algunos errores que tal vez parezcan insignificantes, habría salido tan anónimamente del bosque en agosto de 1992 como había entrado en él cuatro meses antes. En vez de ello, sus inocentes equivocaciones resultaron cruciales e irreversibles, su nombre pasó a ocupar los titulares de los periódicos y su desorientada familia no tuvo más remedio que aferrarse al doloroso recuerdo de un amor desgarrado.
Un número sorprendente de personas se ha sentido afectado por la historia de la vida y la muerte de Chris McCandless. La publicación del artículo en
Outside
generó más correspondencia durante las semanas y meses siguientes que cualquier otro artículo a lo largo de la historia de la revista. Como era de esperar, los puntos de vista expresados en las cartas de los lectores eran muy divergentes: mientras algunos manifestaban un sentimiento de profunda admiración por el coraje que había demostrado y la nobleza de sus ideales, otros lo condenaban por ser un irresponsable, un perturbado, un narcisista que había perecido a causa de su arrogancia y estupidez, añadiendo que no merecía la considerable atención que estaban prestándole los medios de comunicación. Mis convicciones al respecto deberían resultar evidentes en las páginas que siguen, pero corresponde al lector formarse su propia opinión sobre Chris McCandless.
J
ON
K
RAKAUER
Seattle, abril de 1995
Para Linda
27 de abril de 1992
¡Recuerdos desde Fairbanks! Esto es lo último que sabrás de mí, Wayne. Estoy aquí desde hace dos días. Viajar a dedo por el Territorio del Yukon ha sido difícil, pero al final he conseguido llegar
.
Por favor, devuelve mi correo a los remitentes. Puede pasar mucho tiempo antes de que regrese al sur. Si esta aventura termina mal y nunca vuelves a tener noticias mías, quiero que sepas que te considero un gran hombre. Ahora me dirijo hacia tierras salvajes
.
ALEX
[Postal recibida por Wayne Westerberg en Carthage, Dakota del Sur.]
Jim Gallien se había alejado unos seis kilómetros de Fairbanks cuando divisó al autostopista junto a la carretera, de pie en la nieve y con el pulgar en alto, tiritando en el amanecer gris de Alaska. No daba la impresión de ser demasiado mayor; puede que 18 años, 19 como mucho. De la mochila sobresalía un rifle, pero su actitud parecía bastante amistosa; un autostopista con un Remington semiautomático no es algo que haga vacilar a un conductor del estado cuarenta y nueve. Gallien detuvo la camioneta en el arcén y le dijo al muchacho que subiera.