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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Hablaré cuando esté muerto (32 page)

Lennart, por supuesto, se sorprendería al verlos. Eso formaba parte de su estrategia. Lo único que tenía que hacer era interpretar lo que ponía en el dibujo al carboncillo y después se marcharían. Probablemente quisiera acompañarles para ver qué encontraban. Si excavasen juntos, todo sería más sencillo, pero para ello debía estar completamente segura de que Lennart era de fiar.

Desde la muerte de Helge, Frida tenía la sensación de que alguien la acosaba. Algunos objetos de su casa habían cambiado de lugar. Alguien había entrado en el despacho de Helge tras su muerte y removido dentro de los cajones de su escritorio. Además, después de recoger el sobre de la caja de seguridad del banco alguien había incendiado la casa, probablemente para deshacerse de ella y del sobre. Aquella noche, cuando Frida llegó en taxi desde Hunninge, no se atrevió a entrar. La puerta del despacho de Helge estaba entreabierta. Buscó refugio en la leñera y de repente toda la casa se encontraba en llamas. Si hubiera estado durmiendo dentro de la casa no habría tenido escapatoria, pero la Providencia había dispuesto otra cosa para ella. Todavía estaba viva, pero más valía que la persona que prendió el fuego creyera que había muerto. Eso le daba cierto margen de acción. Luego murió esa jovencita, Camilla. Frida la había divisado en la ventana. Camilla había pegado su tierna carita en el vidrio y vio aquello que nadie debía ver: los tristes huesos de un bebé. Había observado fijamente y penetrado en esa tristeza. Pero no fue solo esa vez. Era una jovencita insoportablemente curiosa. Frida estaba convencida de que también había entrado en la casa y visto los mapas, porque junto a ellos alguien había dejado caer un rabillo de manzana sobre la mesa de la cocina, y Frida hacía mucho tiempo que no comía manzanas. Su estómago no lo hubiera soportado. ¿A quién le había contado algo Camilla y qué era eso tan peligroso? ¿Qué Frida estaba excavando en busca de algo? ¿El esqueleto infantil? ¿Los mapas? ¿Para quién podría suponer una amenaza? ¿Quién estaba dispuesto a asesinar e incendiar para asegurarse de que permaneciera enterrado lo que ya estaba bajo tierra?

Frida no podía dejar de pensar en Signe, en cómo habría sido la vida si hubieran sido amigas de verdad. Una amistad echada al traste. A Frida le parecía que la culpa no era solo de ella. Ambas habían amado a Helge, pero Signe nunca aceptó haber sacado la papeleta perdedora. Lo habrían podido pasar tan bien los cuatro si no hubiera existido esa amargura… Cabía suponer que el odio de Signe remitiría con la vejez, pero no encontró sosiego ni siquiera tras la muerte de Helge. Fue una crueldad contarle lo del niño de la Edad del Hierro para que Frida creyera que Helge había tenido un hijo con otra persona. Fue una maldad premeditada. ¿Por qué tenía que ser tan vil? ¿Era un contraataque por el hecho de verse abrumada por su tormento? Ingrid se había deshecho de un bebé y lo había enterrado por miedo a lo que Signe pudiera decir. Eso era al menos lo que decía el rumor. Las cerdas que se hallan bajo un gran estrés matan a mordiscos a su progenie para poder sobrevivir a una amenaza inminente. ¿Era eso cierto? ¿Podía ser ese el motivo de la turbia actuación de Signe? ¿Una repetición de lo más doloroso para tratar de entender y repartir las culpas? Signe había atado todo firmemente a su alrededor por miedo a terminar con las manos vacías. Probablemente fue eso lo que ahuyentó en el pasado a Helge, su excesivo entremetimiento y la obsesión por su persona y sus cosas. Exactamente así había sido siempre. Una gran egoísta, pensó Frida. Pero, pese a todo, había algo en Signe que le gustaba, un humor mordaz e inteligente, un estilo maravilloso de resolver las cosas de forma rápida y eficaz. Nunca escatimaba esfuerzos. Helge decía que era más energía que cerebro, pero en eso se equivocaba, porque Signe estaba bien dotada en lo que a capacidad intelectual se refiere. El problema era su manera de utilizarla.

En este punto de su reflexión, Frida sintió la mano de Joakim sobre su brazo. Abrió entonces los ojos.

—Creo que está llegando. Un coche se acerca.

Frida aguzó al máximo su oído y también lo oyó. Un vehículo se aproximaba a mucha velocidad y frenó ruidosamente sobre la tierra. Después no ocurrió nada. Aguardaron, pero no se abrió ni cerró ninguna puerta como cabía esperar. Joakim se arrastró en silencio por el suelo hasta la ventana. Se oían los ladridos del perro de Bibbi Johnsson en la distancia.

—Lennart sigue dentro del coche, sentado y con los ojos cerrados. Parece que está hablando consigo mismo. No se oye nada, ni siquiera cuando el chucho ese se calla. Por lo menos aquí arriba no llega nada. Si la radio estuviera encendida, se supone que oiríamos los graves de la música. Se diría que se ha quedado dormido; no se mueve. ¡Espere! Ahora sí. Viene para acá. Me pregunto qué ha estado haciendo en mitad de la noche.

—No me mostraré hasta que no haya subido la escalera. Aguarda detrás de mí.

—Vale. Está entrando… Pero anda lentísimo.

No le oyeron cerrar la puerta de entrada. Con pasos cansinos se dirigió a la cocina y una vez allí se sentó en una silla. Durante un tiempo interminable. A Frida le pareció que le oía murmurar para sí mismo y en ocasiones también gemir e incluso reírse ligeramente. ¿Estaba bebido? Finalmente el sacristán se agarró a ambas barandillas y empezó a ascender, escalón tras escalón, como si le costara un esfuerzo tremendo. ¿Estaba enfermo o simplemente exhausto? Frida esperó a que llegara arriba para emerger. No quería que, del susto, se cayera por la escalera y se partiera el cuello.

—¡Frida Norrby!

Su aparición tuvo el efecto esperado. Lennart se puso la mano en el pecho, como para protegerse de un espíritu maligno.

—Así que lo que vi era cierto. ¡Estás viva! —dijo al tiempo que se dejaba caer en el sofá—. ¿Qué haces aquí en plena noche?

Frida no pudo evitar reírse.

—Soy el espíritu de las Navidades pasadas y vengo para hacerle entrar en razón, señor Björk. Es usted un codicioso. ¿Dónde ha estado? —contraatacó.

—Han atacado a Mirja Fredlund y la policía está allí. Te están buscando, Frida.

—¿Así que no se creyeron que morí en el incendio?

—En un primer momento sí que lo creímos, y nos afectó muchísimo, pero no encontraron tus restos. ¿Por qué te has escondido? ¿No comprendes que estábamos preocupados? ¿Dónde te has metido?

—Ya ves. Ahora estoy aquí y quiero mostrarte algo que Helge tenía entre manos. Encontré esta copia en la caja de seguridad del banco y me pregunto qué significa. Pone que realizó ía copia él mismo tras la guerra, en 1949, en un archivo.

Frida desplegó ante Lennart el papel ennegrecido y bajo la tenue luz de la luna procedente de la ventana pudo leer «VNI EPS».

—Parece provenir de una lápida —añadió Frida.

—V es U y la raya sobre la N significa que es una letra doble. EPS también tiene una raya encima, lo cual indica que es la abreviatura de Epíscopus. ¡Dice «Obispo Unni»! ¡Cielo santo! ¿Sabes dónde se encuentra esa lápida? —preguntó Lennart sosteniendo el papel con manos temblorosas en dirección a la luz para verlo mejor. La base sobre la que se hallaba la inscripción daba la impresión de ser ligeramente rugosa, con delgadas grietas dispersas, como si se tratara de un bloque de piedra.

—Estoy buscando, pero no sé qué es.

—¿Se lo has enseñado a alguien más? —preguntó Lennart con los ojos entornados. Su respiración se hizo más pesada—. ¿Alguna otra persona ha visto esto?

—No, solo nosotros.

Frida indicó con la cabeza hacia donde se encontraba Joakim, en la oscuridad, pero Lennart Björk no captó el gesto. Sus dedos se ciñeron repentinamente en torno al cuello de Frida con una fuerza de la que esta no le creía capaz. No podía respirar. La mirada de Lennart reflejaba furia, codicia, rabia y algo más que se asemejaba al llanto. Aunque Mirja era una traidora, él nunca la traicionaría. En ese momento estaba dispuesto a sacrificar su éxito por el de ella.

Aire. A Frida no le llegaba el aire, sus pulmones estaban a punto de estallar. Trató de derribarlo pero no consiguió alcanzarle. Entonces un sonido agudo y penetrante retumbó en sus oídos. Silencio y un ruido ensordecedor se sucedieron repetidas veces. Luego todo se oscureció.

37

Frida Norrby vio pasar rápidamente las copas de los árboles por la ventanilla del coche. Sentía un dolor intenso en el cuello. Cada vez que tragaba le dolía. Trató de levantar los brazos. También le dolían. Los árboles desaparecieron y el cielo se convirtió en un manto gris interrumpido de vez en cuando por los postes del teléfono. Trató de girar ligeramente la cabeza. El dolor hizo que se le nublara la vista. Cada parada y movimiento del coche le provocaba dolor. En el asiento delantero estaba Joakim. En el retrovisor vio su cara, enmarcada por su pelo moreno y rizado.

—Trató de estrangularme —murmuró Frida. Su voz no le respondía; no estuvo segura de que Joakim le hubiera oído hasta que este respondió.

—Tiré al suelo a ese cretino y le di de patadas hasta que dejó de moverse —dijo con una voz dura y tan diferente a la suya.

—Pero no lo has matado, ¿verdad? —replicó Frida; el desasosiego que sentía era como un lazo alrededor del cuello—. Lo tumbaste, pero ¿no lo habrás matado?

—No Jo sé. —Su respuesta sonó dura como el hielo. En el retrovisor sus ojos relampagueaban oscuros e inquietos—. No tengo ni puñetera idea.

—¿No se movía en absoluto? ¿No respiraba? —insistió Frida ahogando un sollozo con su mano. Se le hizo un nudo en el estómago. No, no era posible, no podía estar muerto. Joakim no lo había hecho intencionadamente. No había tenido otro remedio. Aunque era imposible; algo tan terrible no podía haber ocurrido.

—Ya le he dicho que no lo sé. No me dio tiempo a comprobarlo. La policía podía llegar en cualquier momento. Estaban cerca, ya lo sabe, rastreando la zona en busca del asesino. Me pareció oír un coche en la carretera justo cuando le golpeé. Teníamos que irnos. ¡Había que salir echando leches!

—No entiendo cómo me pudo hacer eso. Siempre hemos sido buenos vecinos. Pretendía matarme, Joakim —dijo Frida. Necesitaba repetirlo y obtener la confirmación de Joakim para comprender lo incomprensible. Estalló en un llanto intenso salpicado de arcadas. Lo que había ocurrido era tan irreal e inesperado… Necesitaba tiempo para asimilarlo—. Realmente intentó matarme —repetía una y otra vez para sí misma.

—Por eso tuve que arrearle.

—¿Cogiste el texto que le mostramos? —preguntó Frida, buscando su mirada en el espejo.

Joakim negó con la cabeza.

—El dibujo se quedó en la casa —respondió Joakim; recordaba el papel plegado sobre la mesa en el momento en que el puñetazo buscaba ya a su destinatario—. Está allí.

—Entonces debemos volver. ¡Detén el coche!

—¡Ni loco! Acabo de cruzarme con un coche patrulla de la policía. Si Björk está vivo, tal vez les haya llamado. Debo llevarla a algún sitio donde pueda quedarse. La dejaré en casa de Ubbe. Si la poli viene a mi casa, nunca nos hemos visto, ¿entendido?

—En cualquier caso, tengo el sobre con los mapas en mi bolso. ¿Ubbe tiene carnet de conducir? —preguntó, esperanzada—. Tal vez pueda llevarme para que siga excavando.

Joakim sacudió bruscamente la cabeza en un gesto que Frida interpretó como un sí. En esos momentos se sentía más abandonada que nunca. El apartamento de Joakim era un lugar verdaderamente agradable desde que hizo una limpieza a fondo.

—Lavé un par de medias y las dejé tendidas sobre la bañera. Deberías quitarlas de allí para que la policía no crea que eres uno de esos tipos que se viste de mujer al caer la noche.

Frida no podía mantener la boca cerrada en aquella situación tan terrible. Podía imaginarse a Joakim de mujer, alta y espectacularmente bella.

—Se dice travestí. Ubbe dice que debemos resaltar nuestro lado femenino. ¡Menudo extravagante!

—Yo también soy extravagante.

—No, usted no, Frida, usted no. Usted es… ¡Mierda! Otro coche de la policía. Túmbese de nuevo y échese la manta por encima. Haga lo que le digo por una puta vez. Está lleno de polis… Y más adelante hay un control de carretera. ¡Joder! Sujétese bien. Vamos a ir por el camino de Valí y Trákumla —dijo Joakim, y acto seguido dio un volantazo y puso la radio—. A ver si dicen algo.

«… un nuevo suceso en Roma. A las dos de esta madrugada una mujer fue brutalmente agredida en su propia casa, al sudeste de la iglesia de la localidad. Según se nos informa, la policía ya estaba en el lugar cuando ocurrió. "Si no llega a ser por la policía, ahora estaría muerta", ha afirmado la mujer en declaraciones a esta emisora. La víctima ha sido ingresada en el hospital con heridas leves; su situación se considera estable. Y ahora, el parte meteorológico…»

—¿Pasamos mejor por Stenkumla? Esa carretera es aún más pequeña. No les dará tiempo de poner controles en todos los sitios esta noche.

—¿Quién demonios…? —exclamó Joakim cuando oyó al sonido de su móvil—. Es un número oculto, así que no puede ser rni madre.

Joakim respondió al teléfono.

—Al habla la policía. Estamos en su apartamento y quisiéramos verle para interrogarle de nuevo. Han sucedido cosas esta noche que deseamos discutir con usted. ¿Dónde se encuentra en este momento?

—Estoy con un amigo. No hace falta que me recojan. Me pasaré por la comisaría en cuanto me haya vestido —dijo Joakim; luego, cortó la llamada y sacó la batería del móvil—. De lo contrario pueden localizarnos.

—¿Qué quería la policía?

—Estamos perdidos. Seguro que han encontrado sus malditas medias. Ninguna de mis chicas llevaría una prenda así. ¡Unas condenadas medias de vieja! ¿Por qué no lleva medias normales, como todo el mundo? Ahora comprenderán que ha estado viviendo en mi casa. Pensarán que la he tenido de rehén o algo por el estilo. Si se muere ahora y me echan la culpa, nunca se lo perdonaré.

—Las medias finas que llevan las jovencitas no duran nada, y además las varices se transparentan. Oye, si ya está todo perdido, podríamos ir a Móllebos y cavar, ¿no te parece? Si pasamos por Vate… En Móllebos podemos escondernos en las pilas de heno. Yo lo hice durante varios días, me alimentaba a escondidas de la leche de las vacas. Podrías desayunar leche recién ordeñada.

—¡Esto es demasiado! No me lo puedo creer… —dijo Joakim con un gesto de infinito sufrimiento.

—Tarde o temprano nos pillará la policía y para entonces será mejor que hayamos dado con ese obispo. Mostrar un resultado obtenido al servicio de la verdad puede valemos de atenuante. Además, la justicia siempre tiende a ser más justa cuando la televisión y los periódicos dirigen sus focos hacia el asunto en cuestión. ¿Sabes? Creo que ya lo tengo. El obispo Unni murió en Birka y lo enterraron sin cabeza, Y si está enterrado aquí, eso quiere decir que estamos en Birka. O sea, ¡Roma es la Birka de Ansgar! Pero ¿por qué nadie lo sabe? ¿Por qué Lennart prefiere matarme a que se conozca la verdad? —se preguntó Frida; durante un instante se sumió en sus pensamientos—¦. Seguramente Helge quiso que se diera a conocer. ¿Quién sale ganando y perdiendo con todo esto? Si el puesto comercial de Birka estuvo en Roma, y a raíz de eso Roma se hiciera famosa, el precio del suelo se incrementaría. Tal vez haya un montón de plata en la ladera. ¿Sabes una cosa? Lennart trató de comprarme la casa y también intentó hacerse con el terreno de Bibbi. Pero ahora ha dado marcha atrás. No quiere que se conozca la verdad. ¿No te parece extraño?

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