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Authors: Martín de Ambrosio

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Guardapolvos (7 page)

—Sí, tiene un camión. Hace viajes.

—Ah, ¿es viajante? Vendedor.

—Sí, viajante. Vende cosas.

¿Cosas?,
me
pregunto pero no
le
pregunto para no fastidiarlo con una insidia que juzgo inútil. Sigo con otro tema.

—¿Siempre quisiste ser médico?

—Siempre. Y siempre cirujano. Cirujano gastrointestinal.

—¿Eras de los que de chico despanzurraba ranitas, moscas, perros?

—Sí, algo así, medio indígena era. Nunca sentí ningún asco por la sangre. Es más, me gustaba. Sin cortar no me gusta la medicina. Me interesa todo lo invasivo (dice y hace una tosecita como si riera).

Viene del hospital. Le pregunto si operó algo hoy. Sí, me dice. Hoy hice dos vesículas. Pero nada agitado, estaban programadas. Casi nunca es así. Este año estoy en un hospital más tranquilo, pero el año pasado estaba en uno que atiende a gente de una villa que está ahí, cercana, y es Kosovo (he escuchado varias comparaciones bélicas para el mismo hospital y van de los obvios Balcanes hasta Camboya, alguno arriesga un Vietnam, como olvidando que el primer significado de ese paisito asiático es el de la derrota imperial, uno, dos, tres, miles; esa descripción bélica, con ciudades extranjeras soslaya que, sí, es Argentina y no hubo bombardeos de la OTAN al parecer).

Vienen baleados, acuchillados, todos los días. El sábado es peor. Durante esas guardias no dormías directamente. Te cansabas de suturar gente, de todas las edades, pero sobre todo jóvenes, borrachos, pendencieros. Estás cansado, sin dormir, las guardias se hacen insoportables, te bardean, te buscan roña, te amenazan, suturás a tipos que están esposados y con un policía al lado; llegan autos a toda velocidad, dejan a un tipo tirado herido en la puerta de la guardia y salen rajando. Las amenazas nunca se cumplen pero en el momento te cagás todo, no sabés, no tenés respiro, cero tiempo para curtirte una minita.

Por eso te mandan el primer año ahí, si no sabés coser siquiera terminás haciendo de todo como especialista. Es recontraestresante, pero se aprende, la verdad. No dormís en toda la guardia y después tenés que entregar la posta y seguir trabajando en turno habitual que arranca a las ocho de la mañana. Y por ahí estás en el quirófano y te juro que te dormís, que no rendís de ningún modo, pero está preparado así el sistema.

Rodrigo disfruta, está entusiasmado con la profesión y se le nota. Hace lo que siempre quiso. Si les servís a los jefes de residencia o de guardia, si hacés bien las cosas, te pagan con cirugías, que sirven para sumar experiencia, me dice, con un orgullo que parece recién nacido.

Yo trataba de ganar tiempo, hacerlo sentir cómodo, que me contara la normalidad de su trabajo antes de ir al grano. Pero va él primero. Viste, me dice, que en el ambiente se dice que el cirujano es el que más gana, el que menos se mueve, menos labura, en las guardias. Es verdad. Sobre todo los grandes o los jefes de guardia, nosotros, los residentes, nos movemos más. Pero lo cierto es que el guardapolvo, la jerarquía que tiene el cirujano lo hace ganar con las mujeres (nótese la tercera persona). Y ahí mismo me dice lo único que me dirá de su vida personal, sexual, sacando que está de novio con una oftalmóloga también residente, que conoció en la facultad y que buscó expresamente de guardia en guardia: una hija de una paciente medio que se me insinuó, pero hay una línea muy finita respecto de qué se puede hacer y qué no, siempre hay mucha gente alrededor, se pueden hacer muchas cosas pero es muy difícil. Él no hizo nada. Con tiempo libre en las guardias se podría. Porque te enterás de señoras que van directamente a buscarlos, pero es algo que ves en los demás. He visto yo y se cuenta mucho en los pasillos. El tema del sexo entre cirujanos e instrumentadoras me lo habían contado y yo no sabía mucho si creerlo o no. Y, sí, es tal cual así, se vive un aire de constante histeriqueo, chistes, indirectas, un doble sentido permanente. Son situaciones incómodas para el que nunca las vivió. Le pregunto y me cuenta cómo está conformado el ecosistema del quirófano:

  • Un cirujano, más dos ayudantes (me aclara que son roles: quien más años tenga de experiencia puede encabezar la operación o limitarse a asistir al residente que hace sus primeros tajos).
  • Un anestesista.
  • Una instrumentadora quirúrgica.
  • Un auxiliar de instrumentadora.
  • Algún enfermero.
  • Residentes que pasan a ver (eventuales y según la curiosidad del caso, el horario y demás casualidades).

Y como suele ser más o menos siempre el mismo equipo quirúrgico se conocen y hablan de muchas cosas mientras trabajan. De sexo, claro, hablan de sexo. Y hay mucho cirujano canchero que juega con la autoridad que tiene ahí y la hace valer siempre que puede. También en el consultorio. Sabe que el guardapolvo lo hace ganar y aprovecha. Es mucho tiempo juntos y eso nos hace a todos más vulnerables a los sentimientos; nosotros, que somos residentes, sabemos que en determinado momento no podemos entrar en el búnker porque está el cirujano jefe; en tal horario no se puede ir porque está con una minita, obvio, acostado.

Le pregunto si las instrumentadoras son todas jóvenes. Quedan señoras, me dice, pero hay mucho recambio, de 30 años; porque también van de las escuelas de instrumentadoras a hacer las prácticas. Ésas son más jóvenes. Con ellas, las chicanas se multiplican. Se imponen prendas cuando están ahí en quirófano con el tipo despanzurrado y después la siguen afuera. Creo que para ser instrumentadora hay que tener el secundario terminado y dos años más, algo así, de cursada. Es un terciario. ¿Cobran bien ellas? Sí, calculo que sí. Pero es verdad lo del maltrato del cirujano de la vieja escuela, te matan con tres guardias semanales para formar el espíritu del cirujano. Muchos son cancheros y prepotentes, te das cuenta por el modo en que tratan al paciente. Como pasa en todos lados con la gente con poder, nada más que potenciado, dice. Puede ser, intervengo, que sea por esa sensación de que la vida del paciente está en sus manos, hipotetizo. Me arruga un poco la cara y me dice: si creés que la vida de ellos está en tus manos, estás cagado. Si querés ser bueno, te tenés que olvidar de eso. Es una forma muy arrogante de ser. Ya como hablan te das cuenta, al borde de la pedantería total. Le digo que me dijeron —o me van a decir— que los cirujanos cuando son residentes de primer año son buenos, solícitos y están atentos a los pacientes; que los de segundo año menos, y cuando terminan la residencia ya están convertidos en la mierda que son. ¿Conocés lo de la enfermedad del bronce?, me dice. Es un artículo que circula por mail, por Internet, sobre cómo cambia el residente cuando empieza a transitar el camino de médico. Buscalo, o te lo paso. Le digo que sí, que lo busco y después lo copio o resalto lo principal.

Lo encuentro. Dejo a Rodrigo esperando y lo transcribo. Dice así:

No figura en ningún vademécum del arte de curar. Sin embargo, se la conoce y detecta fácilmente en encumbrados personajes de la medicina y otras profesiones universitarias. Usted, seguramente, no ha escuchado hablar de la enfermedad del bronce.

Por cierto, ya que la enfermedad del bronce no existe y es sólo una humorada de un distinguido cirujano cordobés, el profesor Dr. Narciso Hernández. Sin embargo, puede llegarse a imaginar el aspecto de los inspiradores, los modelos que dieron origen a la descripción de esta curiosa enfermedad que afecta, entre otros, a ciertos profesionales del arte de curar.

Es claro y notorio que este padecimiento no ataca solamente a los médicos. Se la observa en casi todas las profesiones y en cada una de ellas hay un caso que encaja adecuadamente en la descripción propuesta por el autor. Se trata, sumariamente, de una endemia. Es decir, una enfermedad que se presenta regularmente con un número determinado de casos.

Si fuera una epidemia —
lamentablemente no lo es
—, al menos se podría esperar su desaparición en algún momento. Se la conoce como una
tesaurismosis.
Es, entonces, un error innato del metabolismo que provoca la precipitación y consecuente depósito de una sustancia dada en el organismo. En este caso, el bronce. Las primeras manifestaciones suelen presentarse en el recién graduado. Tal como sucede con quienes tienen las defensas débiles, la posibilidad de contraer la enfermedad en ese momento es mayor. Es comprensible, ellos tienen frente a sí al hombre enfermo y no siempre es como lo mencionan los libros de texto.

La causa desencadenante de los primeros síntomas suele producirse cuando se aprecia la validez del viejo axioma «
No hay enfermedades sino enfermos
». Por alguna razón desconocida, imperceptiblemente, el bronce comienza a precipitar y forma depósitos. ¿Dónde? Sin duda, el primer lugar es en la laringe. Las cuerdas vocales se engrosan y adquieren resonancia suficiente como para modificar la natural voz de tenor hacia una barítono bajo impostado, que le asegura suficiente distancia entre su persona y el paciente. En esta etapa, la enfermedad es aún reversible. La experiencia, los buenos maestros, la lectura de textos alejados de la medicina, la música, la plástica u otras expresiones del humanismo alejan el peligro.

No obstante, un porcentaje de ellos se convierte en crónicos. Con lo que el cuadro clínico se torna complejo. La rigidez se hace evidente. Las partículas del bronce en la columna cervical y en el tórax determinan una postura que los clásicos llaman
actitud real
. El mentón elevado, el pecho henchido, con un gesto en el rostro similar al que adopta quien huele un desagradable olor. Es más, es fácil advertir en su lenguaje el uso reiterado del mayestático
«nosotros»
cuando se refiere a su trabajo como médico. La radiografía del tórax no aporta una visión clara para el diagnóstico, ya que el bronce impide el paso de los rayos equis y oculta la imagen cardíaca que, a esta altura, se ha transformado en pequeña y mezquina. Los músculos de la visión, endurecidos por el bronce, no le permiten, curiosamente, dirigir su mirada hacia abajo, a pesar de que un par de anteojos pequeños le ayuden, un cierto aire de mirada perdida en el horizonte no deja dudas sobre lo avanzado del mal.

El carácter se altera. Aparecen las obsesiones. Existe de hecho una manía prohibitoria: «No me fume», «No me coma tal o cual comida». Algunos llegan hasta prohibir que se pise el césped. Se sienten custodios y depositarios de la salud del prójimo como si ésta fuera de su propiedad y no del paciente al que atienden, quien, por otra parte, aparece ante ellos como un mero diagnóstico.

Con el paso del tiempo el bronce hace estragos. Se modifica la sensibilidad de la planta de los pies, lo que los hace sentirse como si estuvieran sobre un pedestal desde donde observan al resto de sus colegas. Desde ahí, con las manos tomadas de las solapas —los agobia el peso de los antebrazos— poco a poco, insensiblemente, sin darse cuenta, enfermos de solemnidad, ven con tristeza cómo la enfermedad ha llegado a los músculos de la cara impidiéndoles sonreír. (Publicado en
La Nación
del 28 de agosto de 1989, por el doctor Camilo Raffo.)

Es tal cual así, cada tip es cierto, me dice Rodrigo de vuelta del freezer. Pero si entrás en ésa no hay retorno, hay que estar muy atento. Son profesionales, tienen grandes ingresos, lo sé, pero eso no te da derecho a tratar mal a la gente que trabaja con vos. Igual, no todos son así, son cosas que traés de casa, valores, me dice.

Se queda sin hablar, mira una falsa lontananza, se lleva a la boca de nuevo el vasito con soda que hace rato está vacío y él lo sabe. Una gotita le moja los labios. Yo no quiebro el silencio, sospecho que está por decir algo y no quiero alterar el curso de sus pensamientos. Hace tres meses, dice y acierto, fue a la guardia uno que decía que no podía ir de cuerpo y que por eso se había puesto un foco por el culo, a ver si podía cagar. Un foco, una lamparita de cien watts. Cosas así pasan. Le hicimos la radiografía y, sí, era cierto, se veía muy clarito el foquito ahí en el colon. Apagado por suerte. No lo pudimos extraer por el ano y tampoco lo pudimos abrir así que le tuvimos que hacer una operación súper complicada, una colonostomía, y el señor terminó con un ano contra natura, la bolsita esa como de riñonera para poder excretar. Pasó también que vino la mujer a preguntarnos qué le había sucedido a su marido. Yo me hice el desentendido, que le fuera a preguntar al encargado de guardia o al jefe de residentes, le dije. Así que le consultamos al señor del foco qué quería decirle a su mujer porque es parte de la línea delgada del secreto médico, por más que fuera la mujer no podíamos decirle la verdad. Y se le dijo que había sufrido una torsión intestinal.

Otro caso similar con el que me tocó lidiar fue el de un tipo que se había metido un palo, literalmente un palo. Un palo de escoba. La mucosa produce un efecto como de sopapa que lo deja estancado y hubo que romperlo, astillarlo dentro del intestino para sacarlo. Además, en otras oportunidades vi fotos de tipos que se pusieron zanahorias, desodorantes, consoladores y no se los pudieron sacar, pero lo del foco no lo podía creer. El tipo mentía que era para poder hacer caca, porque al foquito le faltaba la rosca, viste, la partecita esa de abajo para enganchar en la lámpara; se ve que alguien lo intentó sacar con una pinza y extrajo sólo esa partecita y el resto quedó. Es el típico caso de «chicos no lo hagan en sus casas». Digo, que se metan lo que quieran pero con un tope para después sacarlo. Ah, en el caso del palo de escoba, cuando se lo sacamos, el tipo dijo que se lo habían puesto con mucho cuidado y con un preservativo. Al preservativo nunca lo vimos, así que en algún momento lo habrá cagado, si es que no quedó ahí adentro. Le pido que me describa un poco a los personajes. Eran hermanos latinoamericanos, dice. Cierro las pupilas y le clavo la mirada en un intento de advertir si estoy en presencia de una ironía, una cita despectiva o lo que él interpreta como mera descripción. Me pone altísima cara de póker, así que no tengo forma de darme cuenta, de pescarlo en un renuncio. El del palo, sigue, nos dijo que estaba en una fiesta con dos mujeres, se copó y se lo metieron; no aparentaba ser gay, pero sabés que en esto no importan las apariencias. Este tipo de cosas suelen llamar la atención en las guardias y se corre la bola y en un rato tenés a mil personas viendo cómo operás, cómo le sacás el palo de escoba a un tipo que se lo puso por el orto. Mucho más si es a la mañana cuando hay personal de planta. Debe ser en todos lados así. Lo curioso era verlos llegar a los tipos, porque no es que venían de la noche anterior, que les había pasado eso anoche y buscaban una solución rápida. Da mucho pudor ir así al hospital así que primero tratan de resolverlo por su cuenta. Cuestión que llevaban una semana así ensartados, más o menos, y los veías venir, imaginate, como recién bajados del caballo. Eso sí, cuando sacamos el foco lo tiramos. El señor no nos dijo si quería retenerlo porque se había enamorado o no.

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