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Authors: Eoin Colfer

Tags: #Ciencia Ficcion

Futuro azul (28 page)

BOOK: Futuro azul
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—Una razón. Danos una buena razón para creerte ahora, cuando llevas tanto tiempo mintiéndonos.

Lorito permanecía sentado en la mesa, restregándose los ojos con el dorso de la mano.

—Las criaturas han estado ahí desde que tengo uso de razón. No es que nos comuniquemos exactamente, no como los humanos, pero nos percibimos unos a otros. Sé cuándo están nerviosos o cuándo tienen sueño. Había otro niño Bartoli con la misma habilidad, el número ochenta y dos, pero el sexto sentido lo aterrorizó, le volvió loco. Ahora vive en Booshka y lleva una venda en los ojos. Nunca se la quita. Yo no me volví loco porque sospechaba que las criaturas estaban ahí para ayudarnos, para hacer el dolor soportable y prepararnos para la próxima vida.

Cosmo le interrumpió.

—Pero ¿hay una próxima vida?

—Sí. Yo veo fragmentos de ella de vez en cuando.

Incluso Mona estaba interesada.

—¿Y cómo es?

Lorito se quedó pensando unos instantes.

—Diferente.

—¡Silencio! —gritó Stefan—. Callaos todos. Y si eso es verdad, ¿por qué no me lo contaste hace años?

Lorito levantó la mirada.

—Estuve a punto de decírtelo un millón de veces, pero no tenía ninguna prueba verdadera salvo lo que percibía. Por primera vez en mi vida formaba parte de una familia, y diciendo lo que percibía habría destruido todo eso. ¿Y para qué? Entonces no me habrías creído sin pruebas. De hecho, eras más fanático al principio. El tiempo está comenzando a ablandarte, Stefan. Hace poco que has empezado a preocuparte por los miembros del equipo, eso es toda una novedad.

—Podrías haberlo intentado.

—Sé que debería haberlo hecho, pero decidí hacer lo que pudiese desde dentro. Tú en realidad no estabas destruyendo a los Parásitos, eso lo percibía, y yo podía hacer todo cuanto pudiese por las víctimas de los accidentes. No sabía que estábamos ayudando a las criaturas a reproducirse.

—Luchar desde dentro —murmuró Cosmo.

Lorito asintió.

—Exacto, y todo habría ido bien si no se hubiesen involucrado los de Myishi. ¿Te das cuenta de lo que has hecho esta noche, Stefan? Si lo que dices es cierto, has matado a un buen número de criaturas. Ojalá hubiese reunido el valor de decírtelo todo antes, pero nunca pensé que el Pulso de Energía pudiese llegar a funcionar, científicamente, no debería. ¿Cuántos humanos padecen dolores ahora mismo porque yo no hice nada? ¿Humanos como tu madre?

Stefan empezó a temblar.

—Cállate.

—No quieres escuchar, Stefan, porque durante años has tenido alguien a quien hacer responsable de la muerte de tu madre. Esta es la verdad, Stefan. Acéptala.

—No sé qué es, pero no es la verdad. Nada de lo que nos has dicho en todos estos años era verdad. No sabrías reconocer la verdad ni aunque asomase por un agujero y te arrancase un trozo de tu asqueroso trasero Bartoli.

Lorito sacó su teléfono.

—Pues llama a Faustino. Dile que tienes dudas. Pídele que su equipo de científicos investigue la posibilidad de que estas criaturas no absorban la fuerza vital sino solo el dolor. Anestesia natural.

—¿Por qué debería hacer eso?

—Porque, si tengo razón, ahora mismo hay millares de personas retorciéndose de dolor que no deberían estar sufriendo. Igual que tu madre no sufrió, al final. Igual que tú no sufrías, si intentas recordar.

Cosmo recordó cómo, tras su caída de la azotea, el dolor había desaparecido en cuanto la criatura lo había tocado. Recordó que lo único que había sentido era paz, tranquilidad. No había sentido miedo.

—¿Y si te equivocas? —preguntó Stefan.

Lorito se puso de pie en la mesa de trabajo.

—Si me equivoco, saldré de un agujero y me arrancaré un trozo de mi asqueroso trasero Bartoli.

Ellen Faustino estaba en el coche cuando llamó Stefan.

—Sabía que tendría noticias tuyas, Stefan —dijo con una sonrisa asomándole por la comisura de los labios—. Fuiste tú el del Satélite, ¿verdad? Floyd Faustino, claro. ¿Cómo demonios conseguiste los códigos de acceso? ¿No te dejaría ver yo la pantalla de mi ordenador, por casualidad?

—No sé de qué me está hablando —dijo Stefan con aire inocente.

—Creí que tal vez tomarías cartas en el asunto personalmente —continuó Ellen—. De hecho, esperaba que lo hicieses. A veces cuesta mucho trabajo desenredar todos los trámites burocráticos.

—Empieza a sonar como si trabajase para usted, profesora Faustino.

Faustino sonrió aún más.

—Sí, ¿verdad? También eras tú el del Clarissa Frayne, supongo. Los Sobrenaturalistas no pierden el tiempo, ¿verdad?

Stefan escogió sus palabras con sumo cuidado.

—Si hubiésemos sido nosotros, y no estoy admitiendo ni por un momento que lo fuésemos, entonces tal vez tendríamos un problema.

Ellen frunció el ceño.

—¿Un problema? Pero el Pulso de Energía funcionó a la perfección. Habría preferido que no se hubiese producido un apagón en diez manzanas a la redonda, pero no duró demasiado, y mi equipo ha estado recogiendo Especnoides 4 toda la mañana.

Le tocó el turno a Stefan de fruncir el ceño.

—¿Recogiendo Especnoides? ¿Para qué? ¿Por qué?

Ellen se llevó un dedo a los labios.

—No quiero decir nada más en una línea de la empresa. Ya he hablado demasiado. Por la alegría, supongo. Lo podrás ver por ti mismo en tu próxima visita.

—¿Para recoger mi cheque? —dijo Stefan irónicamente.

—Soy una mujer muy ocupada, Stefan. ¿Cuál es ese problema que tanto te preocupa?

—Un miembro de mi equipo, que no tardará en ser un ex miembro, cree que los Parásitos, es decir, los Especnoides 4, pueden no ser tan malignos como pensamos. Cree que simplemente alivian nuestro sufrimiento. Que absorben nuestro dolor, en resumidas cuentas. Si fuera cierto, no habría necesidad de combatirlos.

Faustino parecía preocupada de verdad.

—¿Qué? —Faustino hizo una pausa—. No entiendo cómo podría eso ser posible, pero pondré a mi equipo a trabajar en ello inmediatamente. No habrá más Pulsos de Energía hasta que averigüemos la verdad. Suspenderemos el programa de momento hasta que realicemos algunas pruebas. No deberíamos tardar más de dos semanas en obtener resultados. ¿Puedes esperar tanto?

—He esperado tres años —respondió Stefan—. Puedo esperar un par de semanas más.

Faustino bajó la mirada.

—Sé que esto debe de ser difícil de aceptar para ti, Stefan, pero, recuerda, todavía no se ha probado nada. Todavía podríamos estar sobre la pista correcta.

—Dos semanas —dijo Stefan, cerrando el teléfono.

Lorito soltó el aliento que había estado conteniendo durante casi toda la llamada.

—Dos semanas. Tengo razón, ya lo verás.

Stefan le arrojó el teléfono.

—No quiero oírlo, Lorito. Sean cuales sean los resultados de las pruebas de la profesora Faustino, nos has estado mintiendo durante años. Pusimos nuestra fe y nuestras vidas en tus manos, y nunca fueron tu prioridad.

—Nunca hice nada con la intención de hacer daño. No pienso pedir disculpas por eso.

—Es demasiado tarde para pedir disculpas, Lorito. Nos has engañado a todos. Ya no podemos confiar en ti. En cuanto se haga de día, te quiero fuera de aquí.

Lorito miró a Stefan a los ojos, unos ojos que lo miraban con dureza y dolidos.

—Muy bien, si es eso lo que quieres, así será.

Stefan dio la espalda al niño Bartoli.

—Sí, eso es lo que quiero —dijo.

Cosmo estaba tendido en su catre, observando cómo un grupo de ácaros del óxido se comían un tornillo del techo. Parecía que cada vez que los Sobrenaturalistas salían de una crisis, se metían en otra de cabeza. Cosmo se sentía como una rata en un laberinto, sin saber qué acción aparentemente inocente podía conducir al desastre. ¿Y para qué? Para poder perseguir a un grupo de criaturas sobrenaturales que lo único que hacían era tratar de ayudar a la raza humana. Si lo que había dicho Lorito era verdad.

«Mira la parte positiva —se dijo—. Al menos te está creciendo el pelo. Dentro de un par de meses, ya no parecerás el trasero de un trol.»

Mona asomó por la entrada de su cubículo.

—Hola, ¿estás despierto?

Cosmo se incorporó en el catre.

—Sí, he dormido un par de horas, pero he estado soñando con Lorito.

Mona se sentó a los pies del catre.

—Sé lo que quieres decir. No creo que Stefan sepa cómo manejar este asunto. Primero ayuda a los Parásitos a multiplicarse, y ahora resulta que solo trataban de evitarnos sufrimiento.

—Si Lorito tiene razón.

—Sí, si Lorito tiene razón.

Mona se hizo una cola de caballo con el pelo, sujetándolo con una cinta.

—He estado pensando en irme, Cosmo. Tal vez encuentre un trabajo con Jean-Pierre en Booshka; lleva años intentando captarme. Además, si no va a seguir con vida mucho tiempo, alguien tendrá que encargarse de los coches de las pandillas.

Cosmo sintió que el corazón le daba un vuelco. La idea de que Mona pudiese llegar a irse nunca se le había pasado por la imaginación.

—¿Estás segura? Parece más bien que a ti lo que te gusta es la acción.

Mona sonrió.

—Sí, me encanta cargármelos. Es como un videojuego, disparar a los extraterrestres azules, pero resulta que no son extraterrestres, tal vez ni siquiera sean malos. No creo que pudiese apuntarle a algo a menos que estuviese segura al cien por cien de que ese algo es malo.

Cosmo asintió. Sentía lo mismo.

—Eso me parecía. Voy a necesitar un ayudante de mecánico, alguien que aprenda rápido. ¿Crees que podrías hacer un cambio de no-aceite?

Cosmo sonrió y los dientes le brillaron en la oscuridad.

—¿Yo? ¿Quieres que me vaya contigo?

Mona le dio un golpe en el hombro.

—¿Por qué no? Hacemos un buen equipo. Siempre me estás salvando la vida...

Cosmo abrió la boca para decir que sí, pero la palabra se le quedó atragantada.

—Me encantaría, Mona. Nada me gustaría más que eso, pero Stefan me acogió...

La mirada de Mona era triste, pero no de sorpresa.

—Lo entiendo, Cosmo. No te preocupes, no iré a ninguna parte hasta que Ellen Faustino haya terminado sus pruebas. A lo mejor cambias de opinión.

—A lo mejor —contestó Cosmo con aire apesadumbrado. Solo él y Stefan. Se lo iban a pasar en grande.

Los leguleyos de Myishi son extremadamente silenciosos. Una patrulla entera es capaz de pasar corriendo junto a un ciervo y el animal ni siquiera ladearía la cabeza. También disponen de muchísimos artilugios de tecnología punta que les permiten ser aún más sigilosos. Cada leguleyo lleva un total de treinta kilos de equipo que le ayuda a escalar, cortar, quemar y capturar.

Los leguleyos y sus treinta kilos son transportados por el aire por Susucópteros Myishi, una combinación de helicóptero y planeador con capacidad de elevación vertical y alerones rígidos. Por no mencionar que van equipados con armamento suficiente para derribar a cualquiera lo bastante estúpido como para apuntarlo con algo más que un dedo.

Los leguleyos disponen en su manual de varios métodos para irrumpir en las casas, pero su favorito es el del fantasma: les gusta que su presa se despierte empaquetada en celofán sin tener ni idea de cómo ha acabado así. No suele haber víctimas mortales y así hay menos papeleo.

La calle Abracadabra no era ningún reto para un escuadrón que había entrado por sorpresa en varios bancos extranjeros, dos fortalezas de capos criminales y una guardería privada. Se limitaron a descolgarse haciendo rappel por las paredes, a colocar dispositivos de radio para desactivar los sensores de movimiento y a adherir grandes cuadrados de disolvente de cristal en las ventanas.

Cuando el líder del escuadrón dio la orden, los leguleyos descargaron una corriente a través de los cuadrados disolventes y eliminaron las ventanas. Toda la operación quedó encubierta por las pesadas cortinas del edificio.

Dos docenas de leguleyos entraron en las instalaciones a través de distintas entradas y se colocaron las gafas de detección térmica. Cuando recibieron la orden, se dividieron en cuatro grupos y fueron tras sus objetivos preasignados.

En realidad, muchos de los leguleyos se llevaron una pequeña decepción. Habían oído hablar mucho del vigilante, Stefan Bashkir, y esperaban que opusiese una gran resistencia, pero aquello tenía toda la pinta de ser un asalto de lo más sencillo. Nadie iba a oponerles resistencia. Ni siquiera parecía que hubiese alguien despierto.

Cosmo abrió los ojos y vio a tres leguleyos de Myishi en su cubículo. Uno de ellos estaba insertando un cartucho en su vara. Cosmo inspiró hondo para inflar el pecho.

—Veo que ya has pasado por esto —comentó el leguleyo antes de apretar el gatillo.

Mona, que tenía el sueño muy ligero, llegó a salir de la cama antes de que la capturaran. Asombrosamente para alguien sin formación propiamente dicha en técnicas de combate, la chica consiguió reducir a dos leguleyos antes de que el tercero le disparase un Shocker. Esperaron hasta que hubo dejado de temblar para lanzarle una bala de celofán.

Stefan oyó la refriega en el cubículo de Mona, salió disparado a través de su puerta y cayó directamente en los brazos de media docena de leguleyos. Había varios más recogiendo las armas y los ordenadores de los Sobrenaturalistas. Por primera vez en toda su vida, Stefan Bashkir se rindió sin resistirse.

—Cometéis un error —dijo, entrelazando los dedos por detrás de la cabeza—. Trabajamos con Myishi. Poneos en contacto con la directora Faustino, del departamento de I+D. Os digo que se trata de un error.

Un leguleyo lo empaquetó a bocajarro.

—Eso es lo que dicen todos —dijo.

Lorito estaba tumbado despierto en su catre, completamente vestido. Tenía el petate en el suelo, listo para irse por la mañana.

—¿Eres el repartidor de
pazza
? —le dijo al primer leguleyo que asomó por la puerta.

—A nadie le gustan los graciosillos —comentó el hombre justo antes de empaquetarlo.

9
Ratas de laboratorio

Instalaciones de Investigación y Desarrollo de Myishi, Parque Industrial del Alcalde Ray Sol, Ciudad Satélite

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