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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (54 page)

No es problema mío. Al está actuando conforme a la ley, y todo el mundo está contento. Después de que declare en el juicio, tendrás ocasión de exponer tus quejas. Si el tribunal decide que faltó a su palabra, Newt lo meterá en una botella y todo habrá acabado.

—No sobreviviré veinte años esperando a que le llegue el turno de subir al estrado.

Tendrás que esperar. No se trata de un caso importante
, dijo.
Estoy ocupado
. ¿
Tienes alguna otra queja
?

—No eres más que el insignificante fuego fatuo que queda después de un pedo de fantasma —le espeté tomando prestado uno de los exabruptos favori­tos de Jenks—. Sé quién lo está invocando, pero no puedo hacerle nada porque invocar demonios no es ilegal.

Quizá deberías entraren política y cambiar las leyes
, dijo Minias, y mientras yo tomaba aire para protestar, cortó la conexión.

De repente, di un salto y ahogué un grito de sorpresa ante la repentina sen­sación de que la mitad de mi mente se hubiera desvanecido. No era real, pero había estado funcionando con una capacidad ampliada, y esta había vuelto a la normalidad.

—¡Maldita sea una y mil veces! —grité empujando el espejo adivinatorio por encima de la mesa hasta que golpeó contra la pared—. Al ha hecho un trato. Está en libertad bajo fianza, o sea, que es libre de acosarme a su antojo. Para cuando le toque el turno de presentarse ante los tribunales, yo estaré muerta y él podrá decir lo que le venga en gana.

El rostro de Ivy adquirió una expresión de pena, y alzó las rodillas y se las acercó a la barbilla.

—Lo siento.

Desde que habíamos tomado café en el centro comercial, había empezado a tratarme de forma diferente. No exactamente distante, pero sí dubitativa. Tal vez se debía a que nuestra relación había cambiado, o quizá la razón era que la había estampado contra la pared y había estado a punto de freiría.

—¡No es justo! —exclamé poniéndome de pie y dirigiéndome a grandes zancadas hacia el frigorífico. Furiosa por mi indefensión, abrí la puerta de golpe y agarré una botella de zumo—. He averiguado quién estaba invocando a Al —dije girándome e intentando abrir el estúpido frasco—, y ahora resulta que no puedo arrestarlo. Accedo a intercambiar mi nombre con el de Al, y ellos cambian de opinión.

—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Ivy mirando hacia el pasillo y poniendo los pies en el suelo.

—Han fijado la fecha del juicio para el treinta y seis —dije sin dejar de ba­tallar con la tapa—. Ni siquiera sé cuándo es eso, ¡y encima no consigo abrir la tapa de este maldito zumo!

Tras dejarlo en la mesa con un golpe, salí disparada en dirección a la sala de estar.

—¿Dónde está el teléfono? —rugí a pesar de que sabía perfectamente dónde se encontraba—. Tengo que hablar con Glenn.

Mis pies descalzos sonaron con fuerza sobre las tablas de madera del suelo. Los relajantes tonos grisáceos y las sombras ahumadas que Ivy había utilizado para decorar la habitación no surtieron ningún efecto. Agarré el teléfono con ímpetu y marqué de memoria el número de Glenn.

—Espero que no me salte el contestador —gruñí consciente de que segura­mente estaría trabajando. Era el día después de Halloween, y tendría que llevar a cabo muchas operaciones contra la delincuencia.

—Aquí Glenn —contestó en tono distraído. A continuación, claramente sorprendido, preguntó—: ¿Rachel? Me alegro de que me hayas llamado. ¿Qué tal te fue en Halloween?

Al percibir su preocupación, las palabras desagradables que tenía preparadas se desvanecieron. Entonces me apoyé en la repisa de la chimenea e intenté calmarme.

—Yo estoy bien —lo tranquilicé—, pero mi madre se tiró toda la noche con mi demonio favorito.

Seguidamente se hizo un silencio embarazoso.

—¡Oh, Rachel! No sabes cuánto lo siento. ¿Hay algo que pueda hacer?

Yo levanté la cabeza cuando me di cuenta de que la creía muerta.

—Está viva —dije con actitud beligerante. Al otro lado de la línea se oyó un suspiro—. Sé quién está invocando a Al. Necesito una orden de arresto para Tom Bansen. Aunque cueste creerlo, trabaja para la SI.

Mi petición no obtuvo respuesta y la presión sanguínea me bajó de golpe.

—¿Glenn?

—No puedo ayudarte, Rachel, a menos que haya infringido la ley.

La mano con la que sujetaba el teléfono empezó a temblar. La frustración hizo que se me encogiera el estómago, y entre eso y la falta de sueño, me encontraba al límite de mis fuerzas.

—¿No hay nada que puedas hacer? —pregunté en voz baja—. Tal vez, si indagas un poco, encontrarías algo de qué acusarlo. Una de dos, o el objetivo del aquelarre es acabar conmigo con el beneplácito de la SI, o Tom es un jodido topo. ¡Tiene que haber algo!

—No me dedico a hostigar a gente inocente —respondió Glenn secamente.

—¿Gente inocente? —dije haciendo aspavientos—. Van a tener que ingresar a mi madre en un manicomio por lo que pasó anoche. Tengo que detenerlo como sea. ¡Los malditos burócratas le han concedido la libertad condicional!

—¿A Tom Bansen?

—¡No! ¡A Al!

Glenn inspiró profundamente.

—Lo que intento decirte es que, si consigues pillar a Tom en el momento en que te envía a Al, podré hacer algo, pero en este momento se trata solo de especulaciones. Lo siento.

—Glenn, necesito tu ayuda. El resto de opciones que me quedan son real­mente desagradables.

—No vayas a por Bansen —dijo Glenn con la voz cargada de una nueva se­veridad—. No quiero que te enfrentes a ninguno de ellos, ¿me oyes? Si me das un día, encontraré algo de qué inculparlos. La viuda parece una buena apuesta. Su expediente es tan grueso como el de su difunto marido.

Frustrada, me giré hacia el alto ventanal y me quedé mirando las pocas hojas rojizas que todavía pendían de las ramas del árbol.

—Mi madre está tirada en el sofá de su casa bajo los efectos de un sedante, y todo por mi culpa —susurré con la culpa a punto de partirme el alma—. No voy a quedarme de brazos cruzados a la espera de que la emprenda con mi hermano. Tengo que hacer algo, Glenn. De lo contrario, matará a todas las personas que me importan.

—La primavera pasada te conseguí una orden de arresto para Trent —dijo Glenn—. Puedo ocuparme de esto. Llama a tu hermano y dile que se refugie en terreno consagrado, y luego deja que haga mi trabajo. No vayas a por Bansen o te aseguro que yo mismo me presentaré en tu casa con un par de esposas y unas cuantas bridas hechizadas.

Con la cabeza baja, me rodeé la cintura con el brazo. No me gustaba tener que delegar en otra gente cuando alguien a quien amaba estaba en peligro. ¿Dejarle hacer su trabajo? Dicho así, parecía muy sencillo.

—De acuerdo —respondí alicaída—. No iré a por Tom. Gracias. Y perdona por haberte gritado. He tenido una noche terrible.

—Esa es mi chica —dijo él cortando la conexión antes de que tuviera tiempo de responder.

Agotada, colgué el auricular. Olía a café, y me dirigí a la cocina decidida a escuchar las ideas de Ivy. No iría a por Tom sin una orden de arresto (me metería en los calabozos de la SI por acoso), pero tal vez podía presionarlo un poco más. Era obvio que no me consideraba una amenaza. Quizá si le prendía fuego al césped de su jardín, accidentalmente, es posible que esperara unos días para volver a invocar a Al.

Me detuve en seco en el umbral de la puerta, sin dar crédito a lo que veía. Trent estaba allí de pie, entre la isla central y la mesa, fingiendo que no le molestaba la vampiresa que lo miraba fijamente con cara de pocos amigos. Los zapatos que había dejado junto al lecho de Quen reposaban encima de la mesa, limpios, y Jenks estaba en la encimera. Mis mejillas se sonrojaron. Mierda. Me había olvidado por completo de él.

—Eh —me espetó el pixie acercándose a mi rostro despidiendo chispas ro­jas—. ¿Dónde demonios has estado? He pasado toda la noche retenido en las oficinas de seguridad de Trent.

—¡Jenks! —exclamé, dando un paso atrás—. ¡Dios! Lo siento muchísimo. Pasé de largo con el coche sin darme cuenta.

—No, perdona. No pasaste de largo. Te cargaste la jodida puerta destro­za musgo. —Con sus diminutos rasgos crispados por el enfado, revoloteó delante de mí despidiendo un fuerte olor a ozono junto con las chispas que desprendía—. Muchísimas gracias, he tenido que gorronearle un sitio en el coche al llorica este.

Era más que obvio que se refería a Trent. Ivy, que se encontraba delante del fregadero, descruzó los brazos. Parecía sentirse mucho más cómoda al ver que había dejado de airear mis trapos sucios desde la habitación contigua para que él pudiera presenciarlo. Podría haberme advertido, pero hubiera reaccionado con tanta impulsividad como para golpearla con la fuerza de un autobús.

—Relájate un poco, pixie —dijo Ivy acercándose para entregarme la botella de zumo con el tapón desenroscado—. Rachel tenía muchas cosas en la cabeza.

—¿No me digas? —le espetó Jenks agitando las alas con violencia—. ¿Más importantes que su compañero? Me dejaste tirado, Rachel. ¡Tirado!

Agobiada por la culpa, le eché un rápido vistazo a Trent. Seguía aireando mis trapos sucios.

Con las alas casi imperceptibles, Jenks salió disparado hacia el estante recién reparado cuando Ivy entrecerró los ojos.

—Acababa de descubrir que el hombre que la crió no era su verdadero pa­dre —dijo Ivy—, y se dirigía a casa de su madre para hablar con ella. ¡Dale un respiro, Jenks!

El pixie soltó el aire que había retenido en sus pulmones emitiendo un sil­bido de asombro y dejó caer el dedo acusador. El polvo que despedía se diluyó hasta casi desaparecer.

—¿En serio? ¿Y quién es tu padre?

Con el ceño fruncido, me concentré en Trent, que no se había movido del sitio salvo para agitar brevemente los pies haciendo que sus zapatos de vestir rechinaran contra los restos de sal que había en el suelo. Se había cambiado de ropa, y con aquellos vaqueros y la camiseta verde, tenía un aspecto extraño, casi informal. Si creía que iba a discutir aquella cuestión con él delante, estaba muy equivocado.

—Gracias por traer a casa a mi compañero —dije fríamente—. La puerta está al final del pasillo.

Trent permaneció en silencio mientras asimilaba lo maravillosa que era mi vida. Había salvado a su amigo, a su figura paterna y jefe de seguridad. Tal vez quería darme las gracias.

Ivy abrió los ojos y, antes de que consiguiera entender la razón, vi que se agachaba para evitar una avalancha de pixies que acababa de entrar por la ventana abierta de la cocina y que pasaba por encima de su cabeza. Aullando y gritando, se arremolinaron alrededor de su padre provocando que me dolieran las órbitas de los ojos. Ivy se había tapado los oídos con las manos, mientras que Trent parecía verdaderamente angustiado.

—¡Fuera de aquí! —gritó Jenks—. Ya salgo yo. Decidle a vuestra madre que estaré con ella enseguida. —A continuación, mirándome con expresión interrogante, me preguntó—: ¿Te importa si… me ausento un momento?

—Tómate todo el tiempo que necesites —respondí dejándome caer en la silla que estaba junto a la mesa y colocando la botella de zumo junto al espejo adivinatorio. Entonces consideré la idea de esconderlo de la vista de Trent, pero opté por dejarlo donde estaba. El estómago me dolía demasiado como para beber nada.

Jenks se dirigió a la ventana y, antes de salir, esperó a que todos sus hijos abandonaran la cocina.

—Lo siento de veras, Jenks —me disculpé con aire taciturno.

Él se despidió llevándose la mano a la frente en un gesto burlón.

—No pasa nada, Rachel. La familia es lo primero. Pero quiero que me lo cuentes todo —dijo antes de marcharse.

Yo resoplé aliviada una vez que se desvaneció el aluvión ultrasónico. Ivy se giró para coger una taza del armario. Y yo, ignorando que Trent se encontrara allí, lo suficientemente cerca como para poder darle un guantazo, apoyé la cabeza sobre la mesa.
Estoy tan cansada
.

—¿Qué es lo que quieres, Trent? —pregunté sintiendo cómo mis palabras rebotaban en la mesa y regresaban a mí como un cálido aliento. Tenía muchas cosas que hacer. Tenía que idear la manera de aterrorizar a Tom sin que me pillaran. O podía optar por averiguar qué se escondía detrás de la puerta número dos e intentar encontrar la forma de matar a Al. No podían encarcelarme por ello. Bueno, al menos no a este lado de las líneas.

Ivy colocó una taza de café junto a mi mano, y yo alcé la cabeza para dedicarle una sonrisa de agradecimiento. Encogiéndose de hombros, se sentó delante de su dañado ordenador, y ambas nos quedamos mirando a Trent.

—Quiero hablar contigo sobre Quen —dijo moviendo nerviosamente sus hábiles dedos mientras sus claros cabellos empezaban a agitarse a causa de la suave brisa que entraba por la ventana—. ¿Tienes un minuto?

Tengo tiempo hasta el crepúsculo
, pensé.
Después abandonaré el suelo con­sagrado e iré a matar a un demonio
. Sin embargo, me limité a beber un sorbo de café y a responderle con un escueto: «Soy todo oídos».

Justo en ese instante se oyó que alguien llamaba a la puerta haciéndome soltar un sonoro suspiro. No me sorprendió en absoluto reconocer las suaves pisadas de Ceri mientras recorría el pasillo a paso ligero. Entonces recordé que se había ofrecido a ayudarme con la maldición. No estaba segura de que la oferta siguiera en pie después de que hubiéramos discutido, porque había estado preparándole hechizos a Al. De todos modos, aquel no era el motivo de que me visitara tras haber pasado toda la noche en vela en la basílica. Había venido para saber si el hombre que amaba había conseguido sobrevivir.

—¿Rachel? ¿Ivy? ¿Jenks? —gritó mientras Ivy se recostaba en la silla—. Soy yo. Siento presentarme sin avisar. ¿Está aquí Trent? He visto su coche fuera.

Yo me giré hacia Trent, sorprendida por su expresión aterrorizada. Se había desplazado lentamente hasta que la encimera quedó situada entre él y la puerta, y trataba de esconder su inquietud tras una de sus profesionales sonrisas. De pronto, me puse de un humor de perros. Tenía miedo de ella y de su mancha demoníaca, pero era demasiado gallina como para reconocerlo abiertamente.

—¡Estamos aquí, Ceri! —respondí alzando la voz.

En ese momento la preciosa elfa entró como una exhalación y, cuando vio a Trent, su larga y vaporosa falda blanca dejó de ondear y se enrolló alrededor de sus tobillos.

—¿Quen…? —musitó mirándolo fijamente con una profundidad en sus sentimientos que resultaba difícil de soportar—. Dime que sigue vivo. Por favor.

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