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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

Eterna (41 page)

Unas manos jóvenes, no las suyas.

Tocó su rostro con ellas. Ya no era Eph.

Era Zack.

Universidad de Columbia

D
espierta, goodweather
.

La voz del Nacido hizo a Eph recobrar la consciencia. Abrió los ojos. Se hallaba tendido en el suelo, con el Nacido a su lado.

¿Qué ha pasado?

Abandonar la visión y volver de nuevo a la realidad fue todo un shock. Pasar de la sobrecarga a la privación sensorial. Vivir aquel sueño había sido como habitar dentro de una de las páginas iluminadas del
Lumen
. Aquella experiencia superaba la dimensión de lo real.

Se sentó, consciente ahora de su dolor de cabeza. Tenía una herida a un lado de la cara.

Sobre él, la cara del señor Quinlan seguía siendo marcadamente pálida.

Eph parpadeó varias veces, tratando de sacudirse el efecto hipnótico y persistente de la visión, que se aferraba a él como una placenta pegajosa.

—Lo he visto —dijo.

¿Qué has visto?

Eph oyó un golpeteo cada vez más fuerte encima de ellos, sacudiendo el edificio. Era un helicóptero.

Estamos siendo atacados.

El señor Quinlan le ayudó a levantarse.

—Creem —dijo Eph—. Ha notificado al Amo nuestra ubicación . —Se llevó las manos a la cabeza—. El Amo sabe que tenemos el
Lumen
.

El señor Quinlan se volvió hacia la puerta. Se quedó quieto, como si escuchara.

Ellos han pillado a Joaquín.

Eph oyó unos pasos suaves y distantes. Unos pies descalzos. Vampiros. El señor Quinlan agarró a Eph del brazo y lo levantó. Eph miró los ojos rojos del Nacido y recordó el final del sueño, pero rápidamente lo apartó de su mente y se concentró en la amenaza actual.

Dame tu espada de repuesto.

Eph se la dio y siguió al señor Quinlan al pasillo después de recoger su diario y meterlo en su mochila. Giraron a la derecha, encontraron las escaleras que conducían al sótano y se internaron en los corredores subterráneos. Los vampiros ya se encontraban allí. Los ruidos se oían como si fueran transmitidos por una corriente. Gritos humanos y espadas cortando.

Eph sacó la suya y encendió su linterna. El señor Quinlan avanzó a gran velocidad, y Eph procuró seguirle el paso. El señor Quinlan le sacó ventaja, y cuando Eph dobló por un recodo para alcanzarlo, su haz de luz alumbró los cuerpos de dos vampiros decapitados.

Detrás de ti.

Un
strigoi
salió de una habitación lateral; Eph se dio la vuelta y le atravesó el pecho con su espada. La plata lo debilitó, Eph retiró la hoja y le rebanó el cuello con rapidez.

El señor Quinlan continuó su marcha, liquidando a los vampiros antes de que estos tuvieran oportunidad de atacar. De esta forma franquearon los pasillos del manicomio subterráneo. Una escalera marcada con una señal pintada por Gus los condujo hasta un pasillo que desembocaba en otra escalera, que daba al sótano de un edificio del campus.

Salieron del edificio de Matemáticas, próximo al centro del campus, detrás de la biblioteca. Su presencia atrajo inmediatamente la atención de los vampiros invasores, que corrieron hacia ellos desde las cuatro direcciones, desafiando las armas de plata a las que se enfrentaban. El señor Quinlan, con su gran velocidad e inmunidad a los gusanos infecciosos de la sangre abrasiva de los
strigoi
, liquidó tres veces más criaturas que Eph.

Un helicóptero del ejército se acercó desde el río, serpenteando con el estrépito de sus rotores sobre los edificios del campus. Eph vio el soporte de la metralleta, pero su mente rechazó la imagen inicialmente. Vio la cabeza calva del vampiro apostado detrás del cañón cuádruple y escuchó las detonaciones simultáneas de los proyectiles, pero solo consiguió procesarlas cuando vio los impactos circulares horadando el camino de piedra que recorría junto al señor Quinlan. Se apartaron del sendero para ponerse a cubierto, protegiéndose debajo del alero de un edificio, mientras el helicóptero giraba para arremeter otra vez.

Corrieron hacia la puerta, ocultándose momentáneamente, pero sin entrar en el edificio, donde quedarían atrapados con mucha facilidad. Eph sacó su binocular de visión nocturna y lo sostuvo frente a sus ojos el tiempo suficiente para ver decenas de vampiros verdes y brillantes entrando en el cuadrilátero similar a un anfiteatro, como una legión de muertos vivientes acudiendo a un combate de gladiadores.

El señor Quinlan estaba junto a él, más inmóvil que de costumbre. Miraba fijamente hacia delante, como si tuviera los ojos puestos en otro lugar.

El Amo está aquí.

—¿Qué? —Eph miró a su alrededor—. Debe de haber venido a por el libro.

El Amo ha venido para ocuparse de todo.

—¿Dónde está el libro?

Fet lo sabe.

—¿Tú no?

Lo vi por última vez en la biblioteca. En sus manos, mientras buscaba un facsímil para falsificar…

—¡Vamos! —dijo Eph.

El señor Quinlan no lo dudó. La biblioteca, con su cúpula gigantesca, estaba casi enfrente de ellos, en la parte delantera de la cuenca del cuadrilátero. Salió corriendo desde el frontispicio, matando a un vampiro que se puso en su camino. Eph lo siguió sin dilación al ver que el helicóptero regresaba por el lateral derecho. Bajó las gradas y retrocedió a medida que el arma disparaba en modo semiautomático, con los pedazos de granito pinchándole las espinillas.

El helicóptero redujo la velocidad, sobrevolando el patio central y ofreciéndole una mayor estabilidad al francotirador. Eph se coló entre dos pilares gruesos de la fachada de la biblioteca, para protegerse de los disparos. Delante de él, un vampiro se acercó al señor Quinlan y, como premio, su cabeza fue arrancada manualmente del torso. El señor Quinlan mantuvo la puerta abierta para Eph, que se apresuró al interior.

Se detuvo en mitad de la rotonda. Eph pudo sentir la presencia del Amo en algún lugar dentro de la biblioteca. No era un olor ni una vibración, sino la forma en que el aire se movía tras el Amo, enroscándose en sí mismo, creando extrañas corrientes cruzadas.

El señor Quinlan pasó corriendo a su lado y entró en la sala de lectura principal.

—¡Fet! —llamó Eph, al escuchar unos ruidos, como de libros que caen en la distancia—. ¡Nora!

No hubo respuesta. Corrió tras el señor Quinlan, esgrimiendo su espada, moviéndola a su alrededor, consciente de la presencia del Amo. Había perdido de vista al señor Quinlan, así que sacó su linterna y la encendió.

Tras casi dos años de inactividad, la biblioteca estaba completamente cubierta de polvo. Eph vio las partículas suspendidas en el aire en el cono de su haz de luz. Mientras iluminaba con su linterna un área despejada en el otro extremo, percibió una interrupción en el polvo, como si algo se moviera más rápido de lo que pudiera registrar el ojo. Esa alteración, esa reordenación de las partículas, enfiló hacia Eph a una velocidad increíble.

Fue duramente golpeado por detrás y lanzado al suelo. Miró hacia arriba, justo a tiempo de ver al señor Quinlan lanzando un fuerte sablazo en el aire. No golpeó nada con su espada, pero se plantó con firmeza para desviar la amenaza inminente. El impacto fue tremendo, aunque el señor Quinlan contaba con la ventaja del equilibrio.

Un estante de libros se desplomó al lado de Eph con un estrépito ensordecedor, y el armazón de acero se clavó en el suelo alfombrado. La pérdida del impulso reveló al Amo, que salió de los estantes caídos. Eph vio el rostro del señor oscuro —un momento, solo lo suficiente para distinguir a los gusanos escabulléndose velozmente bajo la superficie de su carne— antes de que la criatura se enderezara.

Era la clásica táctica de dejarse atacar. El señor Quinlan se había agachado para atraer al Amo hacia el desprotegido Eph y luego le había atacado, pillándolo desprevenido. El Amo se dio cuenta de la celada al mismo tiempo que Eph, ya que estaba poco acostumbrado a ser engañado.

HIJO DE PUTA.

El Amo estaba enfadado. Se levantó y arremetió contra el señor Quinlan, que no pudo infligirle con su espada un daño irreversible, atacando por debajo y empujando al Nacido contra el estante de enfrente.

Luego se alejó, como una mancha negra regresando de nuevo a la rotonda.

El señor Quinlan se enderezó rápidamente y levantó a Eph con su mano izquierda. Fueron corriendo tras el Amo a través de la rotonda, en busca de Fet.

Eph escuchó un grito, que identificó con la voz de Nora, y corrió a una habitación lateral. La encontró con su linterna. Un nutrido grupo de vampiros acababa de entrar desde el extremo opuesto; uno de ellos la amenazaba desde lo alto de un estante, mientras que otros dos le arrojaban libros a Fet. El señor Quinlan saltó desde una silla, abalanzándose sobre el vampiro que se cernía sobre Nora, le agarró el cuello con una mano mientras le clavaba su espada con la otra, cayendo con él en los estantes adyacentes. Esto le dio tiempo a Nora de perseguir a los vampiros que lanzaban libros. Eph podía percibir al Amo, pero no logró alumbrarlo con su linterna. Sabía que la incursión de los vampiros era una maniobra de distracción, pero también una amenaza real. Corrió por un pasillo paralelo al que ocupaban Fet y Nora y vio a dos intrusos acercándose desde la puerta del fondo.

El médico blandió su espada, pero ellos no se intimidaron. Se lanzaron hacia él, y Eph hizo lo mismo. Los asesinó fácilmente, tal vez demasiado. Su único propósito era mantenerlo ocupado. Vio en el umbral a otro vampiro, pero antes de atacarlo se arriesgó a mirar hacia atrás, al final del pasillo, donde se encontraba Fet.

Fet atacaba con su espada, protegiéndose el rostro de los libros que le lanzaban.

Eph se dio la vuelta y esquivó al vampiro que se abalanzaba sobre él, pasándole la espada por la garganta. Otros dos aparecieron en la puerta. Eph se dispuso a enfrentarse a ellos, pero recibió un fuerte golpe en la oreja izquierda. Se volvió con el rayo de su linterna y vio a otro vampiro a horcajadas en los estantes, lanzándole libros. Debía salir de allí de inmediato.

Mientras derribaba al par de
strigoi
, Eph vio al señor Quinlan correr a gran velocidad en el ala posterior de la sala. El señor Quinlan empujó el anaquel, lanzando al vampiro al otro lado de la estancia, y luego se detuvo. Se volvió en la dirección de Fet, y, al ver esto, Eph hizo lo mismo.

Observó la hoja ancha de Fet cercenar a otro vampiro amenazador, justo cuando el Amo saltaba desde los estantes para agarrar al exterminador por la espalda. Fet ya había advertido el movimiento del Amo, e intentó girarse para asestarle un sablazo. Pero el Amo aferró la mochila de Fet, tirando de ella bruscamente hacia abajo. La mochila resbaló en los codos de Fet, inmovilizándole los brazos.

Fet podría haberse sacudido y liberarse, pero eso habría significado renunciar a su mochila. El señor Quinlan salió corriendo tras el Amo, que utilizó la uña afilada de su dedo medio como garra para cortar las correas acolchadas de la mochila de Fet, que forcejeaba para conservarla. El exterminador se giró y se abalanzó sobre el Amo para recuperar su mochila, con una valentía inusitada. El Amo lo detuvo con una mano y lo arrojó contra el señor Quinlan, como si fuera un libro.

El choque fue violento.

Eph vio al Amo con la mochila en la mano. Nora estaba frente a él ahora, blandiendo su espada al final del pasillo. Lo que Nora no podía ver —pero el Amo y Eph sí— era a dos vampiras que corrían por encima de los anaqueles a su espalda.

Eph le gritó a Nora, pero ella estaba paralizada. El murmullo del Amo. Eph gritó de nuevo, mientras corría con su espada tras el Amo.

El Amo se volvió, anticipando hábilmente el ataque de Eph, pero no el filo de su espada. Eph no cortó al Amo, sino la correa de la mochila, justo por debajo de donde la sujetaba el Amo. Quería el
Lumen
. La mochila cayó al suelo. El impulso de Eph lo llevó más allá del Amo, y esto bastó para sacar a Nora del trance; se dio la vuelta y vio a los
strigoi
encima de ella, a punto de atacar. Sus aguijones arremetieron, pero la espada de plata de Nora los mantuvo a raya.

El Amo volvió a mirar a Eph, que había perdido el equilibrio y se encontraba inerme, pero el señor Quinlan acababa de ponerse en pie. El Amo recogió la bolsa con los libros antes de que Eph pudiera hacerlo y se esfumó por la puerta trasera.

El señor Quinlan se puso en pie y miró a Eph solo por un momento; se volvió y corrió tras el Amo. No quedaba otra opción. Tenían que recuperar ese libro.

G
us cercenó al chupasangre que corría hacia él por el sótano, golpeándolo de nuevo antes de caer. Subió corriendo las escaleras en dirección al aula donde estaba Joaquín y lo encontró tirado sobre el escritorio, con la cabeza apoyada en una manta doblada. Debería estar sumergido en un profundo sueño narcótico, pero sus ojos permanecían abiertos y mirando hacia el techo.

Gus lo sabía. No tenía síntomas evidentes —era demasiado pronto para eso—, pero supo que el señor Quinlan estaba en lo cierto. Una combinación de la infección bacteriana, las drogas y la picadura letal de los vampiros lo había sumido en un estado de estupor.

—Adiós.

Gus acabó con él. Le hizo un corte rápido con su espada, y luego se quedó mirando lo que acababa de hacer, hasta que los ruidos por todo el edificio lo llamaron de nuevo a la acción.

El helicóptero había regresado. Gus oyó los disparos y quiso salir de allí. Pero antes corrió de nuevo a los pasadizos subterráneos. Atacó y masacró a dos vampiros desafortunados que le bloquearon el paso a su sala de «energía». Desconectó todas las baterías de sus cargadores y las echó en una bolsa con sus lámparas y sus binoculares de visión nocturna.

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