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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Estado de miedo (24 page)

BOOK: Estado de miedo
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—Es enorme —comentó Kenner—. La gente no tiene una perspectiva de la Antártida, porque aparece como una orla al pie de lo mayoría de los mapas. Pero de hecho la Antártida es uno de los elementos principales de la superficie terrestre y uno de los factores básicos de nuestro clima. Es un gran continente con una extensión equivalente a una vez y media el tamaño de Europa O Estados Unidos y contiene el noventa por ciento de todo el hielo del planeta.

—¿El noventa por ciento? —repitió Sarah—. ¿Quiere eso decir que en el resto del mundo solo hay un diez por ciento?

—En realidad, puesto que Groenlandia tiene el cuatro por ciento, los demás glaciares del mundo… el Kilimanjaro, los Alpes, el Himalaya, Suecia, Noruega, Canadá, Siberia… suman el seis por ciento del hielo del planeta. La abrumadora mayoría del agua helada de la Tierra se encuentra en el continente antártico. En muchos lugares el hielo alcanza un grosor de entre ocho y diez kilómetros.

—No es raro, pues, que a todo el mundo le preocupe tanto que aquí se funda el hielo —comentó Evans.

Kenner guardó silencio.

Sanjong movía la cabeza en un gesto de negación.

—Vamos —dijo Evans—. La Antártida se está fundiendo.

—En realidad no es así —corrigió Sanjong—. Si quiere, puedo darle las referencias.

—Mientras dormíais —dijo Kenner—, Sanjong y yo hemos hablado de cómo aclararte las cosas, ya que, según parece, estás muy mal informado.

—¿Mal informado? —dijo Evans, poniéndose tenso.

—No se me ocurre otra manera de expresarlo —repuso Kenner—. Es posible, Peter, que el corazón te lleve al lugar correcto, pero sencillamente no sabes de qué hablas.

—Eh —replicó Evans, conteniendo la ira—. La Antártida está fundiéndose.

—¿Crees que una cosa es más verdad por repetirla? Los datos muestran que una zona relativamente pequeña llamada península Antártica está deshelándose y que de ella se desprenden grandes icebergs. Eso es de lo que informan año tras año. Pero el continente en su conjunto está enfriándose y el grosor del hielo es cada vez mayor.

—¿La Antártida está enfriándose?

Sanjong había sacado un ordenador portátil y estaba conectándolo a una pequeña impresora de inyección por burbuja. Levantó la pantalla del ordenador.

—Hemos decidido —continuó Kenner— que de ahora en adelante te proporcionaremos referencias, porque resulta muy aburrido explicártelo todo.

Una hoja empezó a salir de la impresora con un zumbido.

Sanjong se la entregó a Evans.

Doran, P. T., Priscu, J. C., Lyons. W B., Walsh, J. E. Fountain, A. G., McKnight, D. M., Moofhead, D. L., Virginia, R. A., Wall, O. H., Clow, G. D., Fritsen, C. H., McKay, C. P., y Parsons, A. N., 2002, «El enfriamiento del clima antártico y la respuesta del ecosistema terrestre»,
Nature
415: 517-520.

Desde 1986 hasta 2000 los valles centrales de la Antártida se enfriaron 0,7 ºC por década con un grave deterioro del ecosistema a causa del frío.

Comiso, J. C., 2000, "Variabilidad y tendencias en las temperaturas de superficie de la Antártida a partir de mediciones in situ y por infrarrojos vía satélite»,
Journal of Climate
13: 1.674-1.696.

Tanto los datos del satélite como los de las estaciones en tierra revelan un ligero enfriamiento en los últimos veinte años.

Joughin, I., Y Tulaczyk, S., 2002, «Balance de masa positivo de la barrera de hielo de Ross, Antártida Oeste»,
Science
295: 476-480.

Las mediciones con radar de banda lateral revelan que el hielo en la Antártida Oeste está aumentando a un ritmo de 26,8 gigatones/año. Inversión de la tendencia al deshielo de los últimos seis mil años.

Thompson, D. W. J., y Solomon, S., 2002, «Interpretación del reciente cambio climático en el hemisferio sur»,
Science
296: 895-899.

La temperatura en la península Antártica ha aumentado varios grados mientras el interior presenta cierto enfriamiento. Las cornisas de hielo han retrocedido pero el hielo marino se ha incrementado.

Petit, J. R., Jouzel, J., Raynaud, D., Barkov, N. I., Barnol, J. M., Basile, I., Bender, M., Chappellaz, J., Davis, M Delaygue, G. Delmotte, M., Kotlyakov, V. M., Legrand, M., Lipenkov, V. Y., Lorius, C., Pepin, I., Ritz, e., Saltzman, E., y Stievenard, M., 1999, «Historia climática y atmosférica del núcleo del hielo de Vostok, Antártida, en los últimos 420.000 años», Nature 399: 429-436.

Durante los cuatro últimos periodos interglaciales, que se remontan a 420.000 años atrás. La Tierra tenía una temperatura mayor que en la actualidad.

Anderson, J. B., Y Andrews, J. T., 1999, «Las restricciones del radiocarbono en la capa de hielo avanzan y retroceden en el mar de Weddell, Antártida»,
Geology
27: 179-182.

Hoy día se funde menos hielo antártico que en el último periodo interglacial.

Liu. J., Curry, J. A., y Martinson, D. G., 2004, «Interpretación de la reciente variabilidad del hielo marino antártico»,
Geophysical Research Letters
31: 10.1029/2003 GL018732.

El hielo marino antártico ha aumentado desde 1979.

Vyas, N. K., Dash. M. K Bhandari, S. M., Khare, N., Mitra, A., y Pandey, P. C., 2003. «Sobre las tendencias seculares de la extensión del hielo marino en la región antártica basadas en las observaciones del OCEANSAT-1 MSMR»,
International Journal of Remote Sensing
24: 2.277-2.287.

La tendencia al aumento del hielo marino puede estar acelerándose.

Parkinson, C. L., 2002, «Tendencias en la duración de la temporada del hielo marino en el océano meridional 1979-1999»,
Annals of Glaciology
34: 435-440.

La mayor parte de la Antártida experimenta una temporada de hielo marino más prolongada, que dura ahora 21 días más que en 1979.

—Bueno, aquí veo que se hace referencia a un ligero enfriamiento —dijo Evans—. También veo un aumento de la temperatura de
varios grados
en la península. Sin duda eso parece muy significativo. Y esa península es buena parte del continente, ¿no? —Echó a un lado el papel—. Francamente, no me impresiona.

—La península es el dos por ciento del continente —corrigió Sanjong—, y francamente me sorprende que no comentes siquiera el aspecto más significativo de esos datos.

—¿Qué es?

—Cuando antes has dicho que la Antártida está fundiéndose —contestó Sanjong—, ¿eras consciente de que lleva deshelándose seis mil años?

—No concretamente.

—Pero en términos generales, ¿lo sabías?

—No —contestó Evans—. No estaba enterado.

—¿Pensabas que el deshielo de la Antártida era algo nuevo?

—Pensaba que se estaba deshelando más deprisa que antes —respondió Evans.

—Quizá no vale la pena que sigamos molestándonos —dijo Kenner.

Sanjong asintió con la cabeza y se dispuso a guardar el ordenador.

—No, no —lo interrumpió Evans—. Me interesa lo que estoy oyendo. No soy estrecho de miras. Estoy dispuesto a escuchar cualquier información nueva.

—Acabas de escucharla —dijo Kenner.

Evans volvió a coger la hoja, la plegó cuidadosamente y se la metió en el bolsillo.

—Probablemente estos estudios están financiados por la industria del carbón —comentó.

—Probablemente —repitió Kenner—. Seguro que esa es la explicación. Pero todo el mundo cobra de alguien. ¿Quién paga tu salario?

—Mi bufete.

—¿Y quién les paga a ellos?

—Los clientes. Tenemos varios cientos de clientes.

—¿Trabajas para todos ellos?

—¿Yo personalmente? No.

—De hecho, la mayor parte de tu trabajo se centra en clientes ecologistas —precisó Kenner—. ¿No es así?

—En su mayoría. Sí.

—¿Sería correcto decir que los clientes ecologistas pagan tu salario? —preguntó Kenner.

—Podría plantearse así.

—Solo pregunto, Peter. ¿Sería correcto decir que los ecologistas pagan tu salario?

—Sí.

—De acuerdo. En ese caso, ¿sería correcto decir que tus opiniones son esas porque trabajas para ecologistas?

—Claro que no…

—¿Quieres decir que no eres un lacayo pagado del movimiento ecologista?

—No. El hecho es…

—¿No eres un títere ecologista? ¿Un picapleitos al servicio de una gran máquina de propaganda mediática y recaudación de fondos, una industria multimillonaria por derecho propio, con su propia agenda privada que no redunda necesariamente en interés público?

—Maldita sea…

—¿Esto te saca de quicio? —preguntó Kenner.

—Te aseguro que sí.

—Bien —continuó Kenner—. Ahora sabes cómo se sienten los científicos legítimos cuando su integridad se pone en entredicho mediante caracterizaciones falsas como la que acabas de hacer. Sanjong y yo te hemos dado una interpretación de los datos cuidadosa y contrastada, quizá por varios grupos de científicos de varios países distintos. Y tu reacción ha sido primero pasarla por alto y luego hacer un ataque
ad hominem
. No has respondido a los datos, no has proporcionado pruebas en sentido contrario. Te hall limitado a desacreditados con tus insinuaciones.

—Bah, vete a la mierda —replicó Evans—. Crees que tienes respuesta para todo. Pero solo hay un problema: nadie está de acuerdo contigo. Nadie en el mundo cree que la Antártida se está enfriando.

—Los científicos sí —contestó Kenner—. Ellos han publicado esos datos.

Evans levantó las manos.

—Al diablo. No quiero hablar más de esto.

Fue a la parte delantera del avión, se sentó, cruzó los brazos y miró por la ventanilla.

Kenner dirigió la vista a Sanjong y Sarah.

—¿A alguien le apetece un café?

Sarah había observado a Kenner y Evans con cierta inquietud. Aunque trabajaba desde hacía dos años para Morton, nunca había compartido el fervor de su jefe por las cuestiones ecologistas. Durante todo ese tiempo Sarah había mantenido una relación tempestuosa y excitante con un atractivo actor. Su época juntos había consistido en una interminable serie de apasionadas veladas, curiosos enfrentamientos, portazos, lacrimosas reconciliaciones, celos e infidelidades… y la había consumido más de lo que ella quería admitir. La verdad era que no había prestado al NERF ni a los otros intereses medio ambientales de Morton más atención que la que su empleo exigía. Al menos hasta que el cabrón del actor apareció en la revista
People
con una joven actriz de su serie de televisión, y Sarah decidió por fin que ya había tenido suficiente, lo borró de la memoria de su teléfono móvil y se entregó plenamente a su trabajo.

Pero desde luego tenía la misma concepción general sobre la situación del mundo que Evans. Quizá él exponía sus puntos de vista de una manera más agresiva y tenía más fe en sus suposiciones, pero en esencia ella coincidía con él. Y ahí estaba Kenner, planteando una duda tras otra.

No pudo menos que preguntarse si todo lo que decía Kenner era correcto. Y también se preguntaba si él y Morton habían llegado a ser amigos.

—¿Tenías estas mismas conversaciones con George? —preguntó Sarah a Kenner.

—En las últimas semanas de su vida, sí.

—¿Y discutía contigo como Evans?

—No. —Kenner negó con la cabeza—. Porque entonces ya lo sabía.

—¿Qué sabía?

Los interrumpió la voz del piloto por el intercomunicador.

—Buena noticia —anunció—. El cielo está despejado sobre Weddell y tomaremos tierra dentro de diez minutos. Para quienes nunca han aterrizado sobre hielo, les advierto que los cinturones deben ir bien ceñidos y todo el equipo debe estar bien guardado. Va muy en serio.

El avión inició un lento descenso curvo. Sarah contempló por la ventanilla una límpida extensión de hielo blanco cubierto de nieve. A lo lejos vio una serie de edificios de vivos colores —rojo, azul, verde— construidos sobre un acantilado con vistas al océano gris y encrespado.

—Esa es la estación de Weddell —informó Kenner.

ESTACIÓN DE WEDDELL
MIÉRCOLES, 6 DE OCTUBRE
11.04 H

Avanzando con dificultad hacia unas estructuras que parecían gigantescas piezas de una arquitectura de juguete, Evans apartó un trozo de hielo de un puntapié. Estaba de muy mal humor. Se sentía acusado implacablemente por Kenner, en quien ahora reconocía uno de esos permanentes espíritus de la contradicción que siempre se oponían a cualquier saber convencional por el mero hecho de ser convencional.

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