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Authors: Carlos García Gual

Tags: #Filosofía

Epicuro, el libertador

 

De la experiencia histórica de su momento, él supo extraer una consecuencia crítica sobre el existir personal, una visión del mundo que tal vez algunos puedan calificar de pesimista, la de que no hay un sentido natural ni trascendente en el universo ni en la vida humana, y de que la sociedad con su estructura de poder amenaza el único bien auténtico del individuo: su libertad personal.

El materialismo filosófico, que se relaciona con una física atomista y una teoría empirista del conocimiento, concluye en una ética individual que sitúa el fin de la vida en la felicidad de los placeres serenos de este mundo, negando cualquier providencia trascendente con sus efectos de temores y esperanzas. Es ésta una respuesta al problema del vivir humano cuya radicalidad no puede ser ignorada. Una solución demasiado humana y terrestre para el sentir de algunos, lo que ha producido santas y venerables indignaciones contra los epicúreos.

Carlos García Gual

Epicuro, el libertador

ePUB v1.3

chungalitos
11.03.12

Introducción traducida del gallego por faro47

Edita

Ateneu Libertário «Ricardo Mella»

A Coruña, Febreiro 2001

Edición para a web: CNT - A Coruña,

novembro 2009

Reedición de
Epicuro, el libertador
,

de Carlos García Gual,

publicado orixinalmente en

Ética de Epicuro. La génesis de una moral utilitaria
,

de Carlos García Gual e Eduardo Acosta Méndez,

publicado por Barral Editores na sua

Biblioteca de rescate textual, nº 1

(Barcelona 1974)

Deste libro reeditamos tamén a tradución

castellana das
Máximas Capitales
e dos

Fragmentos y testimonios escogidos
.

Introducción

Puede parecer extravagante e inútil que un Ateneo Libertario de principios del siglo XXI edite algunos textos acerca de una corriente filosófica que surgió hace 2.400 años, a varios miles de kilómetros de aquí. ¿Qué es lo que hace a Epicuro todavía intrigante, interesante, digno de dedicarle unas cuantas páginas y parte de nuestro tiempo?

En primer lugar, la filosofía de vida de los epicúreos, tildada generalmente de extravagante, relegada a mínimas recovecos en los libros de historia y considerada como una mera curiosidad del mundo antiguo, siempre ha ejercido una fuerte fascinación en los sucesivos movimientos que buscan el valor de la libertad individual frente al poder (ya sea estatal, feudal, religioso o militar), por lo que Epicuro y su escuela se han estudiado (a menudo en secreto), siendo admirados en el Renacimiento, en el Siglo de la Ilustración, en la filosofía del siglo XIX y, por último, a finales del siglo XX, siempre coincidiendo con los momentos de ruptura con el pasado y el aprecio por la libertad.

En segundo lugar, para el movimiento libertario, algunas corrientes del pensamiento griego (las de los epicúreos, los estoicos y los cínicos) representan, de alguna manera, los antecedentes de las ideas anarquistas por su evaluación de la libertad individual y su desconfianza (y, en ocasiones, el rechazo absoluto) de la cualquier forma de poder. Estos dos factores quizás pueden explicar el por qué de la publicación de este folleto. Servirá no sólo para satisfacer la posible curiosidad (histórica, filosófica, ética) de quien lea estas páginas, sino también para aclarar las similitudes y diferencias de las doctrinas de Epicuro con las ideas libertarias modernas. Esperamos que los epicúreos puedan ser así valorados en su justa medida, tanto en su asombrosa audacia en muchas ideas, como en sus cobardías y ambigüedades.

Los textos que siguen fueron tomados de los libros de
Ética de Epicuro. La Génesis de una moral utilitaria
, de Carlos García Gual y Eduardo Acosta Méndez, publicado por Barral Editores en su
Biblioteca de rescate textual, N º 1
(Barcelona, 1974). De este libro reeditamos el primer estudio, de Carlos García Gual, y la traducción castellana de
Máximas Capitales
y del
Gnomologio Vaticano
. En la edición original también aparecía un extenso estudio de Eduardo Acosta titulado
La moral de la de Epicuro: Temas básicos y Sus conexiones
, así como todos los demás textos conservados de Epicuro. También se incluía la versión original griega de todos los textos. Lamentamos no poder ofrecer, por razones técnicas, esta versión griega de las
Máximas
y del
Gnomologio
, como sería nuestro deseo.

Si nos decidimos a «fusilar» estos textos es debido a que el libro en el que aparecieron está agotado desde hace muchos años, la editorial que lo publicó ya no existe (ahora se llama Seix-Barral y forma parte de uno de esos emporios editoriales en dura lucha por monopolizar la “pasta” que produce la «cultura») y sus nuevos propietarios no son de los que se dedican a cosas tan minoritarias y de escaso rendimiento económico (a pesar de que Seix-Barral todavía mantiene, en lo que puede, esa antigua pretensión cultural de la editorial Barral, e incluso acaba de publicar un grueso volumen de los cínicos con un prólogo, por supuesto, de Carlos García Gual: “Los cínicos El movimiento cínico en la antigüedad y su legado”, Colección Manuales de la cultura, Barcelona, 2000). No parece, pues, que haya muchas probabilidades de una reedición, así que la hacemos por nuestra cuenta en formato modestísimo (tanto en su apariencia como en el número de copias), y, por supuesto, sin ánimo de ganar dinero. Sólo nos anima el deseo de volver a poner en circulación una magnífica síntesis de la filosofía epicúrea hecha por uno de los mejores escritores que conocemos sobre estos temas.

Esperamos que lo disfrutéis con placer epicúreo.

I

He aquí una filosofía que tiene la virtud de suscitar el apasionamiento. En pro o en contra invita a tomar partido. El rechazo escandalizado o la adhesión entusiasta han señalado, a lo largo de la historia, el contacto con la doctrina de Epicuro; una doctrina que, con afán evangélico, busca y promete a sus adeptos la felicidad, ofreciéndose como remedio contra el dolor y los sufrimientos, como la medicina contra las enfermedades de la vida espiritual.

Seguramente ninguno de los pensadores de la antigüedad ha sido tan calumniado ni tan trivialmente malinterpretado como Epicuro. Tampoco ninguno ha suscitado alabanzas tan entusiastas. Para sus discípulos era como un dios, al decir de Lucrecio (V, 8); para otros, el primer cerdo de la piara epicúrea, ese rebaño jovial al que el poeta Horacio se jactaba irónicamente de pertenecer. (Ep. I, 4, 16).

Del epicureísmo, que no fue una teoría de talante escolar, sino una concepción del mundo abierta a los vientos callejeros y radicada en una circunstancia histórica bien precisa, la del ocaso político de la ciudad griega a fines del siglo IV antes de Cristo, nos han llegado a nosotros ecos muy dispersos, y matizados con frecuencia de afectividad. De los numerosos escritos de su fundador, uno de los filósofos antiguos de mayor producción literaria, no nos queda casi nada. Ni un libro del casi medio centenar de tratados que escribió Epicuro.
[1]
Tan sólo breves fragmentos, algunas sentencias escogidas, y tres cartas o epítomes, preservadas por un azar feliz. La inclusión de éstas en la obra de un erudito historiador de la filosofía, Diógenes Laercio, a más de cinco siglos de distancia de Epicuro, las ha salvado del naufragio casi total de sus textos.

La desaparición de la obra escrita de Epicuro ha sido en parte efecto de la desidia aniquiladora de los siglos, pero en buena parte también resultado de la censura implacable de sus enemigos ideológicos.

Muchos filósofos, adictos de algún sistema idealista o metafísico, habrían suscrito con gusto el parecer de Hegel, cuando dice: «las obras de Epicuro no han llegado hasta nosotros, y a la verdad que no hay por qué lamentarse. Lejos de ello, debemos dar gracias a Dios de que no se hayan conservado; los filósofos, por lo menos, habrían pasado grandes fatigas con ellas».
[2]

Ignoraba sin duda Hegel que, unos mil quinientos años antes, otro idealista de catadura muy diferente, el emperador Juliano, al que los cristianos apodaron el Apóstata, había formulado ya esa acción de gracias a la divinidad por la desaparición de las obras de Epicuro.
[3]
En su afán de reformar cultural y moralmente a los sacerdotes de su tiempo, el emperador Juliano, en su condición de Pontífice Máximo, prohibía al clero la lectura de libros escépticos o de epicúreos, considerados perniciosos por su crítica corrosiva. Y en este punto no hay dudas de que los cristianos estaban totalmente de acuerdo con él. Adeptos de uno u otro credo religioso, o sectarios de algún dogmatismo filosófico, vieron en Epicuro a un peligrosísimo adversario y competidor, negador impío de la trascendencia mundana y enemigo de la Religión y del Estado.

De la doctrina epicúrea sabemos también por las noticias —en forma de citas criticadas— de algunos pensadores de tendencia opuesta, más nobles o más eclécticos, más propensos a la discusión que al anatema, que polemizan contra ella.

Entre éstos hay que citar en primer rango a Cicerón, Séneca, Plutarco y Sexto Empírico.

Frente a ellos están los testimonios de los discípulos fervorosos: el magnífico poema del exaltado Lucrecio (De Rerum Natura, compuesto hacia el 60 a. C.), y los fragmentos de Filodemo y de Diógenes de Enoanda. Filodemo de Gádara, docto escritor y poeta del s. I a. C., amigo de Cicerón, poseía una biblioteca, redescubierta a finales del s. XVIII en las excavaciones de Herculano, con numerosos volúmenes de obras de Epicuro y comentarios filosóficos, convertidos en papiros carbonizados, que, muy fragmentariamente, nos es posible leer.

Diógenes de Enoanda, apasionado epicúreo del siglo II d. C., mandó escribir sobre un muro público allá en su lejana Capadocia natal algunas de las benéficas sentencias de Epicuro, como un legado filantrópico a la humanidad sufriente.

La arqueología ha descubierto en 1884 esta antigua inscripción parietal. El prólogo de la misma nos parece revelador del espíritu evangélico con que los epicúreos sentían la doctrina que profesaban. Dice el texto así:

«…Situado ya en el ocaso de la vida por mi edad, y esperando no demorar ya mi despedida de la existencia sin un hermoso peán de victoria sobre la plenitud de mi felicidad, he querido, para no ser cogido desprevenido, ofrecer ahora mi ayuda a los que están en buena disposición de ánimo. Pues si una persona sólo, o dos, o tres, o cuatro, o cinco, o seis, o todos los demás que quieras, amigo, por encima de este número, que no fueran muchísimos, me pidieran auxilio uno por uno, haría todo lo que estuviera en mi mano para darles el mejor consejo.

»Ahora cuando, como he dicho antes, la mayoría están enfermos en común por sus falsas creencias sobre el mundo, como en una epidemia, y cada vez enferman más —pues por mutuo contagio uno recibe de otro el morbo como sucede en los rebaños—, es justo venir en su ayuda, y en la de los que vivirán después de nosotros. Pues también ellos son algo nuestro aunque aún no hayan nacido.

»El amor a los hombres nos lleva además a socorrer a los extranjeros que lleguen por aquí. Puesto que los auxiliadores consejos del libro ya se han extendido entre muchos, he querido utilizar el muro de este pórtico y exponer en público los remedios de la salvación…

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