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Authors: Gabriel Rolón

Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis

Encuentros (El lado B del amor) (11 page)

Muchas veces ocurre que hay personas que nos han amado de verdad, que metafóricamente podríamos decir que
fueron nuestras
, y que sin embargo se han ido de nuestra vida para siempre, y eso no quiere decir que en su momento no haya sido un amor auténtico. Lo que quiero decir es que las situaciones pueden cambiar y, sobre todo, que las cosas se pueden perder. Y remarco esto porque es algo que suele olvidarse en una relación, sobre todo cuando es duradera. Más de un paciente me ha dicho: «Yo pensé que estaba todo seguro, todo tranquilo. Y no. Claro, ahora me doy cuenta de que la tendría que haber seguido seduciendo, que debería haberla cuidado más…».

Y es muy interesante esta idea de que lo que se tiene se puede perder. Porque plantea la inexistencia de la certeza en el amor.

Pero en definitiva, los celos ¿son o no son una manifestación del amor?

Para responder a esto retomemos la idea de las tres etapas en la construcción del amor, a ver si podemos establecer en qué punto de este recorrido que hemos planteado está el celoso.

Veamos, decimos que el otro es la razón de su vida, que sólo tiene pensamientos para él y que lo ve idealizado. Evidentemente estamos hablando del lugar que alguien ocupa durante la etapa del enamoramiento.

Pero digamos que, en las personas celosas, el amor se comporta como si no pasara nunca por la etapa de desilusión y, por ende, jamás llegan a construir un amor maduro, ya que se quedan cristalizadas en el plano del enamoramiento. El otro siempre permanece idealizado, es el que vale, el objeto adorado al que se teme perder.

Los celos son, antes que nada, un modo enfermo de relacionarse. Un indicador de inseguridad y algo con lo cual hay que tener cuidado, porque de ningún modo señalan la presencia de un gran amor por el otro, sino una falta de amor por uno mismo.

La persona celosa no sale nunca de este lugar donde el otro es el importante y, con su amor desmesurado, condena a su pareja a la angustia permanente, porque no importa cuánto ésta le dé, el celoso nunca va estar tranquilo, porque el problema no es con el otro sino con él mismo.

La supuesta desconfianza en su pareja no es más que una proyección de la falta de confianza que tiene en sí mismo. Por usar un término frecuente, digamos que se trata de un problema de autoestima, aunque sería más preciso decir que hubo algo durante el desarrollo de la psiquis de esa persona que lo ha dejado con una fuerte sensación de desprotección.

Pero ¿por qué se da esta falencia, con qué tiene que ver?

Para explicar eso digamos que no nacemos con una personalidad, sino que ésta se construye a lo largo del tiempo y a partir de la interrelación del chico con su entorno, especialmente con sus padres. Y que es a partir de este contacto que va desarrollando un carácter y encontrando una identidad propia.

Si ustedes le preguntaran a un chico de dos o tres años ¿de quién es este juguete? Les respondería: del nene. No diría: es mío. Porque él aún no es él. No tiene algo en lo que se reconozca y habla de sí mismo en tercera persona. Sólo más adelante esta identidad, esta personalidad, se irá construyendo hasta que pueda decir: Mío.

Pues bien, a ese momento del desarrollo en el que se produce ese cambio psíquico que le permite a alguien reconocer un yo propio y diferenciado del resto, es al que los analistas denominamos Narcisismo y, generalmente, es allí donde puede encontrarse el origen de este tipo de inseguridades personales.

Pero en definitiva ¿qué es lo que el celoso espera de su pareja?
(ni siquiera él lo sabe)

Lo que el celoso va a intentar es que el otro calme una falta que es de él. Pero no lo va a poder lograr nunca. Por eso lo peor que se puede hacer por una persona celosa es darle el gusto. Si ustedes quieren hacer algo para ayudarlo no le den el gusto. Y permítanme poner un ejemplo para ejemplificarlo.

Imaginen que una mujer se levanta a la mañana para ir a trabajar y su pareja la mira y le dice:

—¿Te vas así vestida al trabajo?

—Sí —contesta ella—, ¿por qué?

—No, nada… es que das ordinaria… demasiado provocativa, pero qué sé yo, si a vos te gusta.

Pues bien, les aseguro que si esa persona va, se cambia, se pone un pantalón ancho o un jogging, después va a ser:

—Pero, cómo… ¿vos no llegabas a la seis?

—Sí.

—¿Y qué te pasó?, ya son las seis y cuarto.

Y luego será:

—No, ¿cómo que te vas a quedar a estudiar en casa de tus compañeros? Mejor vengan a estudiar acá.

O si no:

—No te quedes a dormir, yo te voy a buscar, yo te llevo, yo te traigo…

No hay que ejemplificar mucho más para comprender que esta situación, más tarde o más temprano, va a resultar asfixiante. Y, además, no acabará nunca, porque siempre va a querer algo más, porque en realidad lo que está pidiendo es otra cosa, algo que ni él mismo sabe qué es.

En cambio, si cuando esa mujer sale con la minifalda y él le pregunta: «¿Te vas así?», ella respondiera: «Sí, me voy así», allí es cuando, quizá, lo esté ayudando. ¿Por qué?

Porque es probable que al no obtener lo que está pidiendo se angustie y, a lo mejor, esa angustia lo va a llevar a buscar algo para resolverla. Un análisis, por ejemplo.

Porque una cosa es que su calma venga de afuera, que dependa de que otro haga lo que él quiere, y otra es ir a ver a un profesional y consultar porque siente que la mujer se viste de un modo provocativo y eso lo afecta. Allí sí se abre un espacio para un cuestionamiento personal: ¿qué le pasa con esto de que su mujer no haga lo que él espera, por qué se angustia tanto? Dicho de otro modo, si no viene otro a aliviar su dolor desde afuera se abre la posibilidad de buscar una solución desde adentro, lo cual puede conducirnos a la búsqueda del origen real del conflicto, que tendrá que ver con el propio sujeto y no con su pareja.

Celos enfermizos
(¿existen otros?)

No podemos desconocer que también hay personas a las que les gusta alimentar los celos, que actúan siempre como si fueran a transgredir para intranquilizar a su pareja, y tienen actitudes sospechosas cuando en realidad no están pensando en hacer nada con nadie. Bien, esos sujetos también generan relaciones sufrientes.

Pero, además, podemos diferenciar los celos patológicos de los que estamos hablando, de aquellos que surgen de situaciones que pueden ser generadoras de celos. Entonces, si alguien le dice a su novio que necesita hablar con su ex pareja para arreglar algunas cosas que quedaron pendientes, y para hacerlo ha decidido irse con él una semana a una cabaña en las sierras, obviamente se entendería el malestar de su pareja. Pero en cambio, si lo que lo pone mal es que su novia tenga que encontrarse con el padre de sus hijos porque tienen que acordar algunas cosas que involucran a los chicos, ésa ya es otra historia.

Por eso, hay que tener en claro cuándo el estímulo viene de afuera y es tan fuerte que puede conmover aun a una persona que confía en sí misma, de cuándo la inseguridad es interior y lo que hace el sujeto es buscar excusas afuera para dar salida a sus sentimientos de frustración.

¿Es posible que la actitud demandante tenga que ver
con que el otro no esté atento a nuestras necesidades?

Este es un argumento que debemos considerar con mucho cuidado, porque en esto de que el otro no esté atento a lo que necesitamos también puede haber una falacia. Convengamos que nadie tiene por qué adivinar lo que su pareja desea.

Recuerdo que, hace un par de sesiones, un paciente llegó muy enojado y me dijo que se sentía mal porque hacía dos días que no le hablaba a su mujer. Le pregunté qué había ocurrido y me dijo que pasó el fin de semana y ella no le había dicho nada acerca de un tema que para él era muy importante. Se cumplían dos años de su recibimiento como médico, algo que le había costado mucho esfuerzo porque proviene de una familia muy humilde, y esperaba algún gesto, una cena, lo que fuera: y ella ni siquiera se acordó.

Después de un silencio, le pregunté cuál era la fecha en la que su esposa, que es pianista, había recibido de regalo su primer piano. Me dijo que no lo sabía. Le inquirí, entonces, si en todos estos años que llevaban juntos, él jamás la había saludado en el aniversario de un hecho tan trascendente para ella. El paciente se quedó en silencio. Pero entendió a dónde apuntaba mi intervención.

Creer que quien está a nuestro lado tiene la obligación de conocer la importancia que cada cosa tiene para nosotros, de adivinar lo que pasa por nuestra cabeza, es ponerse un poco en el lugar de ser el centro del universo. Es mucho más auténtico poner en juego el deseo y hacerlo saber. Invitar a alguien a cenar, si ése es nuestro anhelo, en lugar de quedarse esperando que el otro intuya ese deseo. No siempre esto es más sencillo. Para algunas personas, esta actitud puede llegar incluso a ser más difícil; pero vale el esfuerzo, porque siempre es mucho más sano reconocer y poner en juego lo que se desea a esperar que, mágicamente, desde afuera llegue la actitud que lo satisfaga.

Las acusaciones del celoso
(un rasgo de inmadurez)

Una de las características más común en las personas celosas es la facilidad con la que generan situaciones de reproches y peleas.

Me contó una paciente que su esposo le hizo una escena al volver de un paseo porque un hombre no dejaba de mirarla. Y se preguntaba qué culpa tenía ella de que alguien la hubiera mirado.

Muchas veces, en situaciones como ésas suele haber una acusación velada. Probablemente su esposo pensara que el hombre la miró porque ella se puso ropa provocativa, o porque lo miró primero. Vaya uno a saber. Pero la imputación silenciosa es que ella había generado esa mirada que a él tanto lo molestó.

Pero hay otras situaciones que son aún más ilógicas, aunque bastante habituales. Por ejemplo, una persona va al supermercado y resulta ser que se encuentra con alguien con quien salió hace quince años, y la pareja se enoja.

—Pero, si yo no hice nada. Sólo vine a comprar —alega la imputada en su defensa. Pero no hay caso, de nada le sirve.

—Dejémoslo acá —responde el otro enojado.

—¿Pero qué hice; qué culpa tengo yo de que mi ex haya ido a comprar al mismo supermercado?

No hizo nada de malo, pero de todos modos, su pareja se enoja con ella. Bueno, ése es un rasgo de inmadurez. Lo cual no le quita responsabilidad ni a uno ni al otro. Al celoso por no hacer nada para encontrar el porqué de su actitud, y al celado porque debe hacerse cargo de haber elegido a una persona con ese comportamiento y, más aún, por continuar en una relación que le hace daño tolerando este tipo de actitudes.

¿Los celos siempre tienen que ver con la pareja?
(el tercero en discordia)

Los celos, como dijimos, ponen en juego una manera particular de relacionarse con otro y no se circunscriben solamente al ámbito de la pareja. De modo que podemos hablar de celos entre hermanos, por cuestiones laborales o entre amigos, algo muy común sobre todo en la época de la adolescencia. Aunque sería más preciso decir que toda relación es susceptible de verse afectada por los celos.

Supongo que la mayoría ha visto
Amadeus
, la maravillosa película de Milos Forman.
Amadeus
trata de la relación particular entre Salieri y Mozart. Debo aclarar que es sólo una ficción y que no hay que darle un valor documental, ya que Salieri fue un músico extraordinario cuya obra les recomiendo escuchar y, de ningún modo, ese hombre torpe y desprovisto de talento que presenta el film. Tampoco es cierto que odió a Mozart de esa manera. Pero vayamos a la película.

Salieri es un hombre que ha dedicado su vida a tratar de hacer una música que glorifique a Dios, una música que sea digna de lo celestial, y un día descubre la música de Mozart y comprende que a ese hombre le fue dada una genialidad de la que él carece. Pero al conocerlo comprueba que se trata, además, de un sujeto muy particular; alguien inmaduro y casi grotesco. Un compositor sutil y sublime en el cuerpo de un hombre totalmente ordinario. Y a Salieri eso le parece tan injusto que reniega de Dios y dedica su vida a perjudicar a Mozart.

Ahora, teniendo en cuenta lo que acabamos de esbozar, ¿de qué afecto se trata?, ¿envidia o celos?

Creo que podríamos pensarlo como celos si, en lugar de quedar atrapados por el vínculo entre Salieri y Mozart, nos detenemos a analizar la relación de Salieri con Dios. Es allí donde se da la situación de celos. Porque Salieri ama a Dios y Dios tiene algo que él desea para sí: la posibilidad de elegir a quién le da el talento; y decide dárselo a otro que no es él, o sea a Mozart.

Allí el esquema es tal cual lo describimos para los celos: Salieri teme que Dios le dé a otro lo que tendría que haberle dado a él. Y en este caso, además, después comprueba que su temor era fundado.

Pero la relación es entre Salieri y Dios; Mozart es el tercero en cuestión, nada más. Y nada menos. Porque Salieri es capaz de destruirlo con tal de que no disfrute de lo que él consideraba que debía pertenecerle. Y esto es muy común que ocurra. Si no piensen en las veces que alguien enfrenta enojado al tercero proyectando sobre él la frustración que le genera que su objeto de amor lo haya elegido en su lugar.

¿Basta con conocerse para evitar los celos?
(no es tan fácil…)

Es muy común que no todo el mundo tenga un conocimiento de dónde le aprieta el zapato, pero aun si fuera así, es probable que no le alcance con eso para manejar de un modo sano algunas de las cosas que le pasan.

En el ejemplo que acabamos de dar, Salieri tiene ese conocimiento; sabe lo que le pasa, él quiere ser el compositor elegido por Dios, desea el talento, estudió y se comprometió con su sueño, intentó ser cada vez mejor, incluso abrazó la castidad, y ahora está enojado, dolido. Y todo esto lo ve con una claridad asombrosa; como si hubiera hecho veinte años de análisis. Aunque es de esperar que si hubiera hecho veinte años de análisis hubiera hecho con su angustia algo diferente. Pero lo que quiero decir es que a veces, alguien sabe qué es lo que le ocurre, pero no sabe qué hacer con eso, ni cómo comportarse para que lo que le pasa no lo invada de una manera destructiva.

Por eso, en un análisis no se trata sólo de conocimiento, en el sentido de información, sino de un saber de otro orden que se obtiene luego de recorrer un camino cuya intención es el develamiento de una verdad y cuyo precio, a veces, es el dolor.

Un sentimiento trágico
(o la envidia por la vida de la vaca)

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