Thomas, que se encontraba sentado al lado de su tienda, vio desilusionado como los hombres que le habían ayudado en todo momento se acercaban hacia él con la intención de marcharse. Se levantó rápidamente y les dijo:
—No os vayáis por favor, os necesito.
Pero los hombres tenían claro lo que querían hacer, y le exigieron que les diera el dinero, porque no se iban a quedar ni un minuto más allí.
Mientras tanto, Pancho ya había preparado todo lo que creyó necesario para poder bajar al misterioso agujero, cuando de repente escuchó un ruido que procedía de entre los árboles. Asustado, giró la cabeza rápidamente para ver qué lo había provocado, pero no consiguió ver nada. Armándose de valor, cogió el machete que tenía en su cinturón y empuñándolo con la mano se acercó al origen de aquel ruido. Las manos le comenzaron a temblar y a sudar, el corazón y su respiración se le aceleraron. El miedo, como si de su propia sangre se tratase, le comenzó a recorrer todos los rincones de su cuerpo, a la vez que no le dejaba apartar la mirada de aquellos árboles que, a medida que se acercaba, se movían con más intensidad.
Se detuvo un instante, pues le faltaban escasos metros para llegar, tragó saliva y preguntó:
—¿Hay alguien ahí?
Al preguntar, los árboles dejaron de moverse. Asustado por lo acontecido, dijo nuevamente:
—Si hay alguien, por favor que salga, porque voy armado y soy capaz de cualquier cosa.
Pero no obtuvo respuesta. Tras esperar unos instantes, comenzó a dar pequeños y lentos pasos, acercándose cada vez más a los árboles. El corazón le latía tan rápido que parecía salírsele del pecho, y a duras penas podía sujetar el machete debido a los temblores que le estaban causando el miedo y el terror a lo desconocido. Miles de causas que habían podido producir aquel ruido se le comenzaron a pasar por la mente, desde un simple animal hasta las misteriosas maldiciones de las que sus hombres tantas veces hablaban, insistiendo en que poblaban aquel misterioso lugar. Alzó su mano para apartar las ramas, mientras ponía la otra en posición de ataque, cuando de repente comenzó a gritar al notar que algo lo cogía por detrás. Cegado por el pánico, se dio media vuelta con la intención de defenderse con su machete, y escuchó:
—¿Qué haces Pancho? ¿Estás loco?
Thomas, asustado, estaba estirado en el suelo.
Pancho, que continuaba gritando, abrió los ojos, y al ver a Thomas, dijo mientras se movía nervioso de un lado a otro:
—Cuidado jefe, alguien ha querido matarme, me ha agarrado por detrás.
—¿Pero qué estás diciendo? Era yo el que te ha agarrado. Al verte aquí y con el machete en la mano comencé a llamarte y, como no me respondías, me he acercado para ver qué te ocurría. Luego te toqué por detrás y te giraste rápidamente con el ánimo de apuñalarme, y al ver tus intenciones me he tirado al suelo para protegerme.
Pancho, todavía visiblemente nervioso, dejó caer el machete al suelo, y echándose las manos a la cara, dijo:
—Lo siento jefe, no era mi intención. Perdóneme, he estado a punto de matarle, pero creí que había algo que me estaba observando desde esos árboles y por eso me he acercado. Los hombres me han metido el miedo en el cuerpo, me estoy volviendo loco.
—Tranquilo, no pasa nada, no les hagas caso, son sólo supersticiones. Te voy a demostrar que no hay nada ahí detrás.
Bajo la atenta mirada de un tembloroso y aterrorizado Pancho, Thomas se levantó del suelo y comenzó a apartar las ramas muy lentamente, demostrándole a Pancho que no había nada, que todo había sido una mera ilusión producida por los comentarios que le habían hecho sus hombres y que éstos, a su vez, habían alimentado sus miedos, haciéndole creer y ver cosas que no existían.
—¿Ves Pancho como no hay nada?
—¿Está seguro? Le juro que antes se estaban moviendo y que de ellos salían unos extraños ruidos. Thomas comenzó a reír y le dijo:
—De verdad, te repito que no hay nada. Lo que viste y escuchaste seguramente era un animal que habrá salido huyendo al verte venir.
—Quizás fuera eso —le contestó mientras recogía su machete del suelo, todavía nervioso.
—Anda, vamos a comer algo a ver si te tranquilizas un poco, y mientras lo hacemos planificaremos la manera de entrar.
Mientras se dirigían hacia la tienda para preparar la comida, Thomas no dejaba de hablar de lo que podría ocultarse en el interior del agujero a un Pancho que no le escuchaba y que no dejaba de mirar hacia atrás, inquieto por lo que le había sucedido.
Justo enfrente de la tienda de Pancho, se sentaron alrededor de una pequeña hoguera en unos troncos de madera y abrieron unas latas de comida precocinada. Thomas, entre risas, le comentaba el miedo que había pasado cuando Pancho intentó matarlo, a lo que él, muy avergonzado por su comportamiento, continuaba pidiéndole disculpas. También comentaban el poco valor que habían demostrado los hombres al marcharse: sin su ayuda los trabajos de búsqueda durarían el doble o el triple.
Ya por la tarde, al acabar de comer y habiéndolo recogido todo, se encaminaron nuevamente hacia la excavación, donde les esperaba el misterioso y oscuro agujero.
Al llegar, Thomas preguntó a su compañero si se encontraba más tranquilo y si se veía capaz de bajar con él a las profundidades del agujero, a lo que Pancho le respondió que sí.
Comenzaron a preparar las cuerdas, atándolas a un enorme fragmento de la losa. Después cogieron varias bengalas y otros utensilios.
Thomas, ilusionado y a la vez impaciente, cogió la cuerda, se puso en el mismo borde del agujero y le dijo a Pancho:
—Tengo el presentimiento de que vamos a hacer historia. Debemos armarnos de valor, como hicieron antes que nosotros los antiguos exploradores, que se adentraban en lo desconocido y en lo oculto para descubrir y enseñar a la humanidad nuevas y fascinantes cosas.
D
icho esto y sin esperar a que Pancho le respondiera, comenzó a introducirse dentro del oscuro y tenebroso agujero.
Pancho, desde el exterior, miraba como la oscuridad se tragaba literalmente a Thomas, haciéndolo desaparecer unos pocos metros más abajo. De repente una bengala se encendió en el interior, y una voz gritó:
—¿A qué esperas? ¡Baja ya!, no te vas a creer lo que estoy viendo.
—¡Ya voy, jefe! —le contestó desde el exterior, no muy convencido de lo que iba a hacer.
Pancho se puso un viejo casco minero que tenía una pequeña linterna y la encendió. Después agarró la cuerda con sus manos y comenzó a descender mientras susurraba unos rezos, sin dejar de mirar al final de la cuerda, donde Thomas le estaba esperando. Mientras descendía lentamente, observaba asombrado las paredes de aquel túnel, que inexplicablemente parecían ser de mármol, ya que estaban perfectamente pulidas, hasta el punto de dejarlas completamente lisas.
Al llegar abajo, Pancho se encontró solo, sin el amparo de su jefe, lo único que había era una bengala sin encender en el suelo. La recogió y gritó:
—¡Jefe! ¿Dónde está?
—¡Aquí, Pancho! Recoge la bengala que te he dejado, baja los escalones que tienes justo delante e introdúcete por un pequeño agujero que hay en una de las paredes.
Pancho encendió la bengala y comenzó a bajar por los pequeños pero alargados escalones, hasta que llegó a una especie de habitación cuadrada. Comenzó a buscar la entrada que le había indicado Thomas, con la ayuda de la poca luz que le daba la linterna del casco y acercando la bengala a las paredes, sorprendido observó que en una de ellas, por un pequeño agujero, salía un resplandor que anteriormente no vio. Se agachó para mirar a través de él, y vio a Thomas, que le estaba esperando de cuclillas mientras se tocaba la cabeza con la mano.
—Ten cuidado al pasar Pancho —dijo—, pues en este lado hay otro túnel, pero éste es muy pequeño, la altura no debe ser de más de setenta centímetros y puedes golpearte al salir. Te lo digo por propia experiencia. —Los dos se rieron.
Pancho comenzó a introducir su cuerpo con cuidado por el estrecho agujero. Al llegar al otro lado, observó lo que Thomas le había comentado.
Se encontraban en otro túnel, bastante ancho pero muy bajo, lo cual los obligaba a caminar por él en cuclillas. Sus paredes eran como la losa, completamente lisas, y parecía que estuviesen hechas de un único bloque de piedra, pues las juntas entre cada bloque eran casi imperceptibles a la vista. Era extraordinario el nivel técnico de los que lo habían realizado, sólo comparable a las majestuosas y a su vez maravillosas pirámides de Egipto.
Comenzaron a adentrarse hacia las profundidades del oscuro túnel. Thomas y Pancho permanecían en completo silencio, quizás por el miedo de un posible derrumbe, quizás porque estaban demasiado concentrados en que no se les escapara ningún detalle, o quizás por estar en un lugar tan misterioso, repleto de mitos y de horribles historias de muerte y desapariciones, oculto al ojo humano durante miles de años, y que ahora estaba siendo recorrido e investigado por dos hombres deseosos de conocer lo que se ocultaba en sus entrañas.
Tras recorrer aquel lugar durante unos minutos, no encontraban nada que les diera una orientación de quién había construido tan maravilloso túnel o de la época en la que fue realizado, ni unos dibujos ni siquiera una inscripción. Nada de nada.
El silencio y la oscuridad que durante miles de años habían reinado en aquel lugar se veían ahora perturbados por la luz y los ruidos que aquellos dos hombres producían.
De repente Thomas se detuvo, provocando que Pancho, que miraba las paredes y el techo, se golpeara contra él. Thomas se giró y, dirigiéndose a él, le dijo:
—Mira Pancho, parece que hemos llegado al final del túnel.
Pancho se asomó apartando a Thomas.
—No hay nada, ahí delante solamente hay una pared —dijo desilusionado, y añadió—: Parece que todo lo que hemos hecho no ha servido para nada.
—No Pancho no, mira bien la pared —le dijo con una sonrisa en la cara, mientras iluminaba una de las esquinas.
—¿Qué es eso, jefe? —le preguntó al ver que había algo en la esquina.
Thomas comenzó a acercarse lentamente, mientras Pancho le continuaba preguntando qué era, sin obtener respuesta alguna por parte de él, que estaba concentrado observando el hallazgo.
Thomas, muy nervioso, sacó su linterna de la mochila y se la dio a Pancho para que iluminara el lugar. Seguidamente sacó un papel y un carboncillo. Apoyó primero el papel a la pared y comenzó a frotarlo enérgicamente con el carboncillo. Pancho, sin entender nada de lo que estaba haciendo, vio que en el papel, como por arte de magia, comenzaba a aparecer algo, alguna cosa con forma, rayas y círculos.
Al acabar, Thomas separó el papel de la pared y lo acercó a la linterna que sostenía Pancho. Ambos vieron asombrados lo que había quedado plasmado en él.
—¿Qué es eso, jefe? —preguntó Pancho extrañado.
—No lo sé, es muy raro. Es como un dibujo o un signo, nunca antes había visto algo igual.
—Podría ser una deformación de la piedra, o quizás un golpe.
Thomas, al escuchar a su ingenuo compañero, se echo a reír y le dijo:
—No hombre no, cómo va a ser eso. Ven, que te lo voy a demostrar.
Thomas cogió la mano de Pancho y la acercó al lugar donde estaba tallado lo que habían descubierto. Comenzó a pasar los dedos por encima recorriendo lentamente toda la zona.
—Qué Pancho, ¿te parece un golpe u otra cosa?
—No, no —le decía asombrado, mientras continuaba pasando sus dedos por la zona.
Thomas introdujo su mano en la mochila nuevamente, dejó en su interior el papel y sacó de ella una pequeña maza. Tras hacerlo, comenzó a golpear con suavidad la pared.
Mientras tanto, en el exterior reinaba una extraña calma que sólo se veía truncada por el ruido de los golpes que producía Thomas y que surgían por la boca del agujero. De repente, los arbustos que se encontraban junto a la tienda de herramientas comenzaron a moverse, como si hubiera alguien o algo que intentara abrirse paso entre ellos.
Una misteriosa mano cubierta con un guante negro surgió de entre los arbustos apartando las ramas y tras ella la silueta de una persona que, al salir por completo, quedó inmóvil observando la boca del agujero.
Aquella silueta llevaba un atuendo muy extraño y completamente negro: los pies estaban calzados con botas, el cuerpo cubierto con una gabardina ceñida y completamente abrochada hasta la nariz, las manos cubiertas con guantes y sobre la cabeza llevaba una capucha. Lo único que se le podía ver eran sus ojos, unos ojos azules claros, con una mirada intensa, penetrante y que no dejaba de observar el agujero. Comenzó a encaminarse hacia él con pasos cortos pero seguros. Al llegar, se agachó lentamente, apoyó una rodilla y sus manos en el suelo y miró hacia el interior. Tras unos instantes, volvió a incorporarse, y entre la gabardina y la pierna quedó al descubierto una punta de metal, que parecía ser una especie de espada, con unos signos grabados muy extraños. Ya de pie, y dándose media vuelta, levantó su mano hacia los arbustos y comenzó a mover sus dedos como si señalara el lugar. De repente, los arbustos comenzaron a moverse nuevamente y de ellos salieron más individuos con el mismo atuendo, hasta un total de once, y todos comenzaron a caminar hasta donde se encontraba el primero. Dos de ellos cargaban con una pequeña caja de madera cerrada, en la que se podía leer una inscripción: TNT. Al llegar hasta él, rodearon la boca del agujero, y los dos hombres que cargaban con la caja la dejaron en el suelo. El primer hombre, que parecía ser el cabecilla de todos ellos, les indicó nuevamente con gestos que abrieran la caja. Tras hacerlo, quedó al descubierto su contenido: cartuchos de dinamita. Comenzaron a sacarlos lentamente, con sumo cuidado, y a ponerlos estratégicamente en la boca del agujero, al parecer, con la intención de sellarlo para siempre con Thomas y Pancho en su interior.
Mientras colocaban los explosivos por toda la excavación, Thomas continuaba golpeando con su maza y Pancho, que estaba sentado detrás alumbrando la pared con la linterna, le comentó:
—Me parece que es más dura de lo que creía usted.
—Sí, Pancho, tienes razón, llevo más de media hora golpeando y ni siquiera le he hecho un rasguño —le contestó quitándose el sudor de la frente.
—¿Por qué no me deja que lo intente? Usted ya está cansado y yo todavía no he hecho nada.