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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (21 page)

BOOK: El origen del mal
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MR. DARCY CLARKE NO ESTÁ DISPONIBLE EN ESTE MOMENTO. USTED SE ENCUENTRA EN UN ZONA DE SEGURIDAD. TENGA LA AMABILIDAD DE IDENTIFICARSE CON SU VOZ NORMAL O ABANDONE INMEDIATAMENTE ESTE SITIO, DE LO CONTRARIO…

Pero Clarke ya había recuperado el control parcial de sí mismo.

—Soy Darcy Clarke —dijo—, ya he vuelto.

Y por si la máquina no había identificado su voz temblona, no teniendo deseo ninguno de que comenzara a desgranar su sarta de amenazas frías y mecánicas, se acercó un tanto vacilante al cuadro de mandos de su escritorio y eliminó el contacto de seguridad.

Antes de enmudecer, la pantalla todavía le advirtió:

NO SE OLVIDE DE VOLVER A ACTIVAR EL MECANISMO ANTES DE SALIR DEL DESPACHO.

Acto seguido quedaron desconectadas las alarmas.

Clarke se desplomó en su silla y, en aquel momento, el interfono comenzó a zumbar insistentemente. Pulsó el botón de contacto y oyó al Oficial de Servicio que con voz alterada le decía:

—¿Hay alguien aquí o es que esto no funciona?

Se oyó una voz que, detrás de la puerta, refunfuñaba:

—Mejor creer que hay alguien.

Era evidente que se trataba de uno de los «espers».

Harry Keogh, con cara de pocos amigos, dijo, acompañando con un gesto de cabeza sus palabras:

—No fue gran cosa perder este sitio. ¡Qué va!

Clarke, manteniendo apretado el pulsador de mando, dijo:

—Aquí Clarke. Ya estoy de vuelta y me he traído a Harry. Mejor dicho, él me ha traído a mí. No os precipitéis. De momento veré al Oficial de Servicio; después ya hablaremos.

Era evidente que había hablado para todos, después de lo cual miró a Harry y le dijo:

—Lo siento, pero uno no puede llegar así por las buenas a un sitio como éste sin que nadie se entere.

Harry le indicó con una sonrisa que lo había comprendido, pero aquella sonrisa reflejaba también su extrañeza.

—Antes de que se lancen al ataque —dijo—, ¿podrías decirme desde cuándo se ha dado por desaparecido a Jazz Simmons? Quiero decir, ¿cuándo advirtió su ausencia David Chung?

—Hace tres días… —dijo Clarke, echando una ojeada al reloj—… en un espacio de tiempo de seis horas. Alrededor de medianoche. ¿Por qué lo preguntas?

Harry se encogió de hombros.

—Por algún sitio tengo que empezar —dijo—. ¿Cuál era su dirección aquí en Londres?

Clarke le dio la dirección antes de oírse al Oficial de Servicio llamar con los nudillos en la puerta. La puerta estaba cerrada con llave. Se levantó Clarke con la llave y atravesó la habitación con aire vacilante para dejar entrar a un hombre alto y desgarbado, de temperamento nervioso, vestido con un traje gris de lana fina. El Oficial de Servicio llevaba un revólver en la mano, que volvió a meter en su funda al comprobar que tenía delante a su jefe.

—Fred —dijo Clarke, cerrando la puerta nuevamente con llave y dejando fuera todo un conjunto de caras curiosas que atisbaban desde el pasillo—. Me parece que no conoces a Harry Keogh. Harry, éste es Madison, Fred Madison. Él…

Pero súbitamente advirtió la expresión de sorpresa que reflejaba la cara de Madison.

—¿Qué te pasa, Fred? —dijo, al tiempo que los dos echaban una mirada a la habitación en la que, aparte de ellos dos, no había nadie más.

Clarke se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo pasó por la frente al tiempo que Madison lo agarraba al verle que se desplomaba contra la pared. Clarke tenía todo el aspecto de encontrarse muy mal.

—Estoy bien, no te preocupes —dijo, enderezándose—. En cuanto a Harry…

Y volvió a echar una ojeada a su despacho, después se quedó moviendo la cabeza.

—¿Qué decías, Darcy? —dijo Madison.

—Nada, que ya lo conocerás en otra ocasión. Éste es un sitio que no goza de sus especiales preferencias…

Cuatro días antes, en el Perchorsk Projekt ocurría lo siguiente:

Chingiz Khuv, Karl Vyotsky y el director del Projekt, Viktor Luchov, se encontraban en el hospital a la cabecera de la cama de Vasily Agursky. Hacía cuatro días que éste había ingresado, a causa de ciertos síntomas, y habían iniciado una desintoxicación de alcohol. Es más, se figuraban haberlo conseguido. De hecho, había sido sumamente fácil. Desde que Agursky fue liberado de la responsabilidad de ocuparse de aquella cosa cerrada en el tanque, su dependencia del vodka y del slivovitz barato desapareció por completo. Sólo una vez pidió de beber y fue al recuperar la conciencia el primer día, si bien a partir de entonces no volvió a mencionar el alcohol y no parecía haber empeorado como resultado de la privación.

—¿Te encuentras mejor, Vasily? —dijo Luchov, sentándose al borde de la cama de Agursky.

—Todo lo bien que cabe esperar —replicó el paciente—. Me parece que he estado mucho tiempo al borde de una crisis. Debido al trabajo, por supuesto.

—¿El trabajo? —dijo Vyotsky, que no parecía demasiado convencido—. Lo que tiene el trabajo, cualquier tipo de trabajo, es que produce unos resultados. En lo que respecta al tuyo, camarada, cuesta creer que pueda ser agotador.

El hombre barbudo clavó los ojos en el hombre que yacía en la cama y lo observó con ceño.

—Vamos, Karl —intervino Khuv—, sabes perfectamente que, de la misma manera que hay diferentes tipos de trabajo, las presiones que ejercen sobre las personas que los realizan son diferentes. ¿Te gustaría ser el guardián de la cosa? Me imagino que no. Lo del camarada Agursky no era agotamiento propiamente dicho y, si lo era, se trataba más bien de un agotamiento nervioso, provocado por la proximidad de la criatura.

Luchov, máximo responsable en el complejo de Perchorsk y, por consiguiente, máxima autoridad, levantó los ojos para mirar a Vyotsky y frunció el entrecejo. Físicamente, Luchov no abultaba ni la mitad del hombre de la KGB, pero en el orden jerárquico del Projekt estaba por encima de él e incluso por encima de Khuv. En el tono de voz empleado para hablar con aquel bruto dejó traslucir todo el desprecio que le inspiraba:

—Tiene usted muchísima razón, comandante. Si hay alguien que considere que el trabajo de Vasily Agursky es fácil de hacer, no tiene más que ponerse en su sitio y tratar de hacerlo.
¿Es
que contamos con un voluntario quizá? ¿Pretende decirnos su hombre que él sabría desempeñarlo mejor?

El comandante de la KGB y el director del Projekt miraron significativamente a Vyotsky. Khuv, con su sonrisa ambigua y el rostro lleno de cicatrices; Luchov, sin ningún rastro de emoción y sin sombra de complacencia. Su disgusto se evidenciaba en el latido de las venas, visibles en la mitad de su cráneo mondo y lirondo cubierto de quemaduras. La aceleración de su pulso denotaba siempre que desaprobaba algo o a alguien, en este caso a Karl Vyotsky.

—¿Y bien? —dijo Khuv, que últimamente había tenido varios encontronazos con la rudeza y los malos modos de su subordinado—. A lo mejor es que me equivoco y que sí te interesa el puesto. ¿Qué me dices, Karl?

Vyotsky se tuvo que tragar el orgullo. Khuv fue lo bastante perverso para dejar que saliera como pudiera del brete en el que se había puesto.

—Yo… —dijo—, me refiero a que yo…

—¡No, no! —dijo el propio Agursky tratando de salvar a Vyotsky de aquel mal paso y acomodándose mejor en las almohadas—. Ni que decir tiene que no se trata de que nadie ocupe mi puesto, e incluso resulta ridículo sugerir que una persona que no está cualificada para ello pueda desempeñar mi trabajo. No lo digo en modo alguno para rebajarte, camarada —dijo dirigiendo una mirada indiferente a Vyotsky—, pero cada uno tiene sus propios méritos. Ahora que he superado dos de los problemas que me afectaban: mi crisis nerviosa y mi absurda… obsesión por la bebida, me niego a considerarlo vicio… les prometo que no me va a ser difícil superar el tercero. Si se me concede un período de tiempo igual al que llevo ya empleado, pueden estar seguros de que aquella criatura me enseñará todos tus secretos. Sé que los resultados que he obtenido hasta ahora no son demasiado prometedores, pero de ahora en adelante…

—Tómatelo con calma, Vasily —le dijo Luchov poniéndole una mano en el hombro, refrenando un entusiasmo que tenía muy poco que ver con el temperamento apático de Agursky.

Era evidente que no estaba recuperado del todo. Aun así, los médicos hubiesen asegurado que estaba en perfectas condiciones de volver al trabajo; lo cierto es que sus nervios todavía no estaban totalmente repuestos.

—¡Mi trabajo es importante! —protestó Agursky—. Necesitamos saber qué hay detrás de la Puerta y es posible que esa criatura tenga la respuesta. Si sigo aquí, no podré descubrirla.

—Un día más no te hará ningún daño —dijo Luchov poniéndose de pie—, y yo personalmente me ocuparé de que de ahora en adelante cuentes con un ayudante. No puede ser bueno para nadie tener que encargarse en solitario de un ser como ése. Estoy seguro de que algunos de nosotros —y al decir estas palabras miró significativamente a Vyotsky— ya haría mucho tiempo que se habrían desmoronado…

—Está bien, me quedaré un día más —dijo Agursky volviendo a tumbarse—, pero tendré que ponerme a trabajar inmediatamente. Creedme si os digo que la relación que se ha establecido entre aquella criatura y yo es algo sumamente personal y que no pienso rendirme hasta llegar al final.

—Descansa —dijo Luchov— y ven a verme tan pronto como te encuentres en condiciones. Yo mismo me ocuparé de que puedas hacerlo.

Los visitantes de Agursky salieron de la habitación y éste pudo quedarse a solas. Ya no tenía que andarse con más vueltas. Su rostro dibujó una sonrisa taimada y a la vez llena de amargura, una sonrisa que reflejaba en parte la sensación de triunfo que le embargaba por haber conseguido engañar a todos cuantos lo habían visto y en parte su terror ante lo desconocido y ante el hecho de quedarse a solas, pero aquella sonrisa desapareció de su cara con la misma rapidez con la que había aparecido. Se vio sustituida por una angustia nerviosa revelada en el temblor de sus pálidos labios y en un insistente tic que contraía el músculo de la comisura de su boca. Sabía engañar tanto a médicos como a visitantes, eso era cierto, pero no podía engañarse a sí mismo.

Los médicos lo habían examinado concienzudamente y lo único que encontraron fue un ligero agotamiento psíquico y quizás un cierto cansancio físico —ni siquiera llegaba a la extenuación de Vyotsky—, y sin embargo Agursky sabía que lo que él padecía era mucho más gordo. Aquella cosa que estaba en el recipiente había puesto algo dentro de él, algo que se había introducido dentro de él. Pero las ruedas seguían girando y el tiempo seguía su curso. Lo que uno podía preguntarse era esto: ¿cuánto tiempo permanecería escondida en él aquella cosa?

¿Cuánto tiempo tardaría en encontrar la respuesta e invertir el proceso, cualquiera que fuese? Y si no podía encontrar la respuesta, ¿qué haría aquella cosa mientras vivía y crecía dentro de él? ¿Cómo sería cuando saliera a la superficie? De momento aquel hecho sólo lo conocía él, por lo que a partir de ahora debería vigilarse estrechamente, para poder conocer antes que nadie si… si le ocurriría algo extraño. Si se enteraban, si descubrían que dentro de él había algo que procedía del otro lado de la Puerta, si sospechaban siquiera que…

Agursky comenzó a temblar sin poder controlarse, rechinaban sus dientes y sus puños se cerraban en un espasmo de terror. Ellos habían quemado aquellas cosas que atravesaron la Puerta, las habían rociado con fuego hasta convertirlas en pequeños montoncitos de engrudo. ¿No irían ahora a quemarlo a él si…, si…?

¿En qué se convertiría cuando aquellas ruedecillas interiores que giraban lentamente hubiesen realizado su ciclo completo? Lo peor de todo era esto: no saber…

Tras salir del perímetro y dejar a Luchov, que siguió su camino, Khuv y Vyotsky se encaminaron a su lugar de trabajo dentro del escuadrón de «espers» del Projekt y en aquel momento vieron aparecer a uno de éstos que se dirigía jadeando a su encuentro. Era un hombre gordo y grasiento llamado Paul Savinkov, que antes de trabajar en Perchorsk había estado en las embajadas de Moscú. Su predilección antinatural por los hombres y especialmente por los miembros más jóvenes del personal extranjero de las embajadas había hecho que su trabajo pasara a convertirse en un riesgo. Rápidamente fue trasladado a Perchorsk, si bien seguía tratando de escapar de aquel lugar, cosa que pensaba lograr principalmente haciendo lo posible para tener contento a Khuv. Estaba seguro de que llegaría a convencer a su vigilante en la KGB de que había otros sitios en los que su talento podría resultar más efectivo o utilizado de manera más productiva. Su don especial era la telepatía, en la que en ocasiones destacaba extraordinariamente.

El rostro de niño gordo y reluciente de Savinkov exteriorizaba una gran preocupación en el momento en que chocó con Khuv y Vyotsky en el amplio corredor exterior.

—¡Ay, camaradas! ¡A vosotros era a quien andaba buscando! Iba a hacer mi informe…

Hizo una pausa para apoyarse en la pared y recobrar el aliento.

—¿Qué te pasa, Paul? —dijo Khuv.

—Estaba de servicio tratando de no perder de vista a Simmons… bueno, es un decir…, cuando hará cosa de diez minutos que trataron de ponerse en contacto con él. Es imposible que me equivoque: ha habido un potente sondeo telepático apuntado directamente hacia él. Lo he percibido y me las he arreglado para desbaratarlo, he logrado interferirlo y, en cuanto he dejado de detectarlo, he venido corriendo a buscaros. He dejado a otros dos del escuadrón en mi sitio por si había algún nuevo intento. ¡Ah!, de camino me han dado esto para que te lo pasara.

Y tendió a Khuv una nota del Centro de Comunicaciones.

Khuv le echó una ojeada y al momento frunció la frente, que quedó cubierta de arrugas. Volvió a leer y sus ojos oscuros parecieron fulminar la hoja de papel.

—¡Mierda! —exclamó en voz baja, cosa que en él equivalía a algo mis que una mera expansión.

Y dirigiéndose a Vyotsky, Je dijo:

—Ven, Karl, tendremos que ir a hablar inmediatamente con mister Simmons. Voy a adelantar un poco los planes que tenemos con él. Seguramente te contrariará saber que a partir de esta misma noche ya no podrás continuar tomándole el pelo porque no estará aquí.

Se metió el informe del Centro de Comunicaciones en el bolsillo y despidió al adulador de Savinkov con un gesto de la mano.

Vyotsky casi tenía que andar corriendo para alcanzar a Khuv cuando éste, desviándose del camino que llevaban, se encaminó a la celda de Simmons.

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