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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

El método (The game) (41 page)

BOOK: El método (The game)
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Cuando salimos del baño, los alumnos del taller me rodearon con expectación. Una de las chicas hippies con las que había estado hablando entró en el cuarto de baño y, al poco tiempo, salió con mi condón envuelto en un pañuelo de papel. Al parecer, me lo había dejado en el suelo y ella se había sentido obligada a enseñárselo a todo el mundo. Así, aquella noche, se me imputó una hazaña de la que no era merecedor.

No podía mirar a la cara a Faith. Me había mostrado ante ella como un tío misterioso, fascinante, y con un gran atractivo sexual, pero, después, a la hora de la verdad, todo se había derrumbado, y ella se había encontrado con un tío calvo y delgaducho al que no se le levantaba.

CAPÍTULO 4

La última noche del taller de Las Vegas, Tyler Durden sargeó con una chica que trabajaba en el Hard Rock Café. Stacy era una vampiresa rubia que escuchaba música new metal. Al acabar su turno, se unió a nosotros en el casino. La acompañaba Tammy, su compañera de apartamento, una belleza silenciosa con la apariencia de un bebé regordete y olor a chicle de uva.

Yo llevaba puesto un ridículo traje de piel de serpiente; Mystery llevaba una chistera, gafas de aviador, botas con plataformas de quince centímetros de alto, pantalones negros de látex y una camiseta negra con una señal digital roja que decía «Mystery». Incluso en Las Vegas parecía un bicho raro.

Tyler Durden apenas tardó unos minutos en empezar a
MAGear
lo delante de Stacy.

—La gente se ríe de él al verlo con esa ropa tan rara que lleva —le dijo—. Yo siempre le digo que no tiene por qué vestir así para que la gente lo acepte.

Mientras nuestros alumnos se desplegaban por la sala en busca de chicas, yo me apoyé contra la barra del bar y observé sus progresos. Al cabo de un rato, Stacy se acercó a mí. Había visto cómo dirigía el taller y, al parecer, esa demostración de valía (lidera a los hombres y liderarás a las mujeres) había despertado su interés. Mientras hablábamos, ella me miraba fijamente, mesándose el pelo, buscando excusas para tocarme el brazo, inclinándose hacia adelante cada vez que yo me echaba hacia atrás: un IDI tras otro. Pronto noté esa energía que siempre se acumula en el aire cuando estás a punto de besar a una chica.

Sabía que no debía hacerlo. Sabía que Stacy estaba con Tyler. Los MDLS tenemos un código de comportamiento: el primero en abordar un
set
tiene derecho a
sargear
con el
objetivo
, hasta que, una de dos, o cierre o se dé por vencido.

Pero un MDLS tampoco MAGea a su ala. Si Tyler Durden iba por ahí contando que yo era Elmer Gruñón, entonces Elmer Gruñón iba a cazar a su conejita. Le acaricié el pelo. Ella sonrió.

Pensé que le gustaría besarme.

Y quería.

Así que nos besamos.

Entonces vi el mechón de pelo anaranjado. Tyler estaba cabreado.

—Ven conmigo —le ordenó a Stacy al tiempo que la agarraba del brazo.

Yo me disculpé. Lo que había hecho estaba mal. Pero cuando una burbuja de pasión se forma alrededor de ti, la razón se nubla y el instinto toma el control. La había cagado. Sí, era verdad que él me había estado MAGeando, pero con un segundo error no se arregla el primero. Realmente lo sentía.

Y, aun así, el consuelo esperaba a la vuelta de la esquina. Tyler se llevó a Stacy a nuestra habitación de hotel, dejando atrás a Tammy, su compañera de apartamento. Cinco minutos después, ya nos estábamos besando. Casi no podía creer lo fácil que había resultado. Tammy era la sexta chica con la que me había besado ese fin de semana.

Mystery, mientras tanto, había conocido a Angela, una
stripper
que, en su opinión, era un 10,5.

Como eran las dos de la madrugada y los alumnos ya habían recibido con creces aquello por lo que habían pagado, decidimos dar por acabado el taller y llevarnos a nuestras citas a un
after hours
que se llamaba Dre’s.

Al salir, Mystery se detuvo un momento para mirarse en un espejo del casino. —Me gusta ganar —dijo sonriéndole a su reflejo, que le devolvió la sonrisa en el acto.

En el taxi, Angela se sentó encima de Mystery, con la falda extendida sobre sus muslos. Empezaron a besarse cuando todavía no habíamos recorrido ni una manzana. Ella se mordía el labio y gemía suavemente cada vez que sus labios se separaban. Se metió el dedo índice de Mystery en la boca y empezó a chuparlo, sacándoselo y metiéndoselo. Estaba actuando para Mystery, para el resto de nosotros y para los pobres desafortunados que nos observaban desde fuera del coche. Al vernos pasar, la gente silbaba y vitoreaba. Mystery le metió un dedo. Como respuesta, ella arqueó la espalda y se apartó las braguitas hacia un lado, dejando a la vista una lágrima de pelo púbico perfectamente afeitado. Mystery y Angela eran la pareja perfecta; cada uno completamente ajeno a la presencia del otro.

A las cinco de la mañana, cuando Angela se volvió a Los Ángeles, Mystery, Tammy y yo cogimos un taxi hasta el hotel Luxor, donde compartíamos habitación con Tyler Durden. Tammy y yo nos dejamos caer sobre una de las camas y empezamos a besarnos. Mystery se tumbó en la otra cama. Tyler estaba en una silla, con Stacy sentada encima.

Tammy se quitó la camiseta y el sujetador y me bajó los pantalones. Me la cogió con una mano y empezó a moverla arriba y abajo al tiempo que giraba la muñeca. Al poco, su boca sustituyó a su mano. Esta vez yo respondí a la perfección. Supongo que había algo en la combinación de whisky, una estrella porno y un baño público que resultaba demasiado tópico incluso para mí.

Tammy se quitó los pantalones. Yo cogí un condón de mi bolsillo y me lo puse. Pero no debíamos de llevar ni un minuto follando cuando paré. Los demás nos estaban mirando. O puede que estuvieran intentando no mirar. No podía saberlo; la idea de darme la vuelta me hacía sentir demasiado incómodo. Nunca me había acostado con una chica delante de alguien; menos aún delante de dos MDLS. Aunque a Tammy, en cambio, no parecía importarle, la cogí en brazos, la llevé a la ducha y abrí el grifo. La empujé contra la mampara de la ducha, aplastándole los pechos contra el cristal, y se la metí por detrás. Tras cinco minutos de arremetidas, de repente se abrió la puerta del baño y vi un flash. Mystery, Tyler Durden y Stacy nos estaban haciendo fotos.

Mi primer pensamiento fue que iban a chantajearme. Todavía no me había dado cuenta de que, para ellos, aquellas fotos no eran más que un souvenir de los días que habíamos pasado en Las Vegas. Al igual que me había ocurrido con el artículo del
New York Times
, yo era el único al que le preocupaba la posibilidad de ser identificado. Los demás sencillamente se estaban divirtiendo. Tenía que darme cuenta de una vez por todas de que a nadie en la Comunidad le importaba lo que hiciera el escritor Neil Strauss. Los MDLS estaban tan involucrados en la Comunidad que nada de lo que ocurriera fuera de ella importaba. De hecho, a ojos de la mayoría de los MDLS, lo que ocurría fuera de la Comunidad ni siquiera era real. Sólo se fijaban en el periódico si veían un artículo en la sección de ciencia sobre los hábitos de apareamiento de los animales. Si ocurría un desastre en algún lugar del mundo, ellos lo utilizaban como material de seducción para confeccionar un nuevo
patrón
: había que aprovechar el momento, porque nunca se sabía lo que podía ocurrir mañana.

Al día siguiente, las chicas nos invitaron a desayunar a su casa. Hicimos las maletas, fuimos a su apartamento y comimos los mejores huevos revueltos con beicon de nuestras vidas. Tyler Durden y Mystery se sentaron en el sofá y hablaron abiertamente sobre lo que hacían como MDLS. Estaba claro que estaban saldando cuentas pendientes. Mystery siempre se refería a Tyler como a «un antiguo alumno» y Tyler Durden decía que había superado al maestro creando un método de seducción enteramente nuevo y original.

El sol brillaba con fuerza y a mí no me apetecía hablar de
sargear
cuando tenía a mi lado a una chica de carne y hueso con la que podía acostarme en ese momento. Así que fui al cuarto de Tammy y, después de que ella me hubo hecho una mamada, dormí dos horas antes de coger el vuelo de vuelta a Los Ángeles.

Había algo intoxicante en aquella cama; la manera en la que llenaba la habitación, su inmaculada blancura, la calidez del edredón, la suavidad de las sábanas perfectamente estiradas… Siempre me han encantado los dormitorios de las chicas; son suaves y dulces, como debe de serlo el cielo.

CAPÍTULO 5

El avión de Mystery y de Tyler Durden no salía hasta la tarde, así que se quedaron con las chicas y yo cogí un taxi al aeropuerto. Durante el vuelo tuve un sueño.

Sargeo con una mujer y ella me lleva a su casa. Pero, al llegar, me paso mucho tiempo luchando contra su resistencia de última hora. Empujar y tirar, sucumbir y resistirse… Toda la noche igual. Finalmente me doy por vencido y me duermo.

A la mañana siguiente, estoy sentado en un sofá en el salón. Su compañera de apartamento, una mujer de origen hispano con abundante carmín, se acerca a mí y me dice: «Siento que mi amiga no se haya acostado contigo. Si quieres, puedes hacerlo conmigo».

Se sienta en el sofá, abre las piernas y las levanta. Está desnuda de cintura para abajo. Me repite su oferta y yo acepto.

Su lápiz de labios me mancha la cara al besarnos. Cuando llega el momento de follar, aunque parece que estoy empalmado, realmente no la tengo dura. Me siento como si estuviera intentando meterle un Bucanero.

De repente, mi
objetivo
inicial entra en la habitación. Así es como la llamo en el sueño: mi
objetivo
. Mientras hablamos, intento cubrirme la boca manchada de carmín. Al oír a su amiga reírse detrás de mí, me doy cuenta de que, al engañar a mi
objetivo
con su amiga, acabo de suspender la prueba a la que me habían sometido las dos. Ahora que mi
objetivo
sabe cómo soy realmente, ya nunca conseguiré gustarle.

Esa noche, las chicas celebran una fiesta. Mystery aborda a mi
objetivo
. Le regala el mando a distancia de la puerta de un garaje. Me aseguro de que nadie está mirando, cojo el mando y salgo afuera. Lo aprieto una y otra vez. Tiene que abrir algún garaje, y estoy seguro de que en ese garaje, me espera un regalo espectacular.

Mystery sale al jardín buscando a la chica. Resulta que el regalo era una
técnica
para conseguir aislarla en el jardín. Huyo de él, corriendo por la calle a toda velocidad, pero Mystery me alcanza al cabo de pocos segundos.

—Has intentado robarme el
objetivo
—le digo.

—Tú ya has tenido tu oportunidad con ella y no has conseguido nada —contesta él—. Ahora me toca a mí.

Al despertarme, entendí inmediatamente el significado de la prueba que había suspendido. Yo había sargeado con el
objetivo
de Tyler Durden. Y, después de lo ocurrido con la estrella porno, lo de la impotencia se explicaba por sí solo. Lo que no conseguía entender era la parte del sueño en la que Mystery intentaba robarme a mi
objetivo
; o, mejor dicho, no la entendí hasta que llegué a casa y recibí la llamada de Mystery.

—Espero que no te importe —me dijo—, pero Tammy acaba de hacerme una mamada. Hasta se ha tragado la lefa.

En algún lado en su estómago, mi esperma se mezclaba con el suyo.

—No te preocupes —le dije yo—. No me importa. —Y era verdad. Lo ocurrido formaba parte de la amistad; no era más que una rivalidad amistosa entre MDLS—. Pero no olvides que yo llegué primero.

Tyler Durden, sin embargo, no lo veía así. Para él, en el sargeo no había cabida para la amistad. Para Tyler, el sargeo era toda su vida.

Y no me perdonaría nunca que hubiera besado a su
objetivo
.

CAPÍTULO 6

Aunque la idea había sido traer mujeres a la mansión, el resultado era una casa llena de hombres. En vez de modelos tomando el sol en biquini en la piscina, Proyecto Hollywood se llenó de adolescentes con acné, de ejecutivos, de estudiantes regordetes, de millonarios solitarios, de actores sin éxito, de taxistas frustrados y de muchos, muchísimos, programadores informáticos. Llegaban a nosotros como
TTF
y salían convertidos en MDLS.

Todos los viernes, cuando llegaban, Mystery o Tyler Durden les enseñaban las mismas frases de entrada, los mismos consejos sobre su lenguaje corporal y las mismas
técnicas
de demostración de valía. Todos los sábados por la tarde, iban todos de compras a Melrose, compraban las mismas botas New Rock con plataforma de diez centímetros y las mismas camisas de rayas blancas y negras con trozos de cordel colgando de los costados. Compraban los mismos anillos, los mismos collares, los mismos sombreros y las mismas gafas de sol. Después, iban a la sala de bronceado.

Estábamos creando un ejército de MDLS.

De noche, salían al Sunset Strip. Parecían un enjambre de abejas en busca de chicas con las que
sargear
. Incluso cuando los talleres tocaban a su fin, nuestros alumnos seguían frecuentando las discotecas de Sunset, practicando sus
técnicas
de sargeo. Podías reconocerlos por sus botas y por los cordeles de sus camisas. Reunidos en grupos, elegían un
set
al que mandaban un emisario que se aproximaba con la
frase de entrada
: «Necesito una opinión femenina».

Incluso las noches que no teníamos seminarios, nuestro salón se llenaba de todo tipo de tíos, muchos de los cuales habían conducido más de cien kilómetros para salir con nosotros. A las dos y media de la mañana, cuando cerraban los bares, volvían a converger en la mansión acompañados de chicas borrachas de Orange County a las que se llevaban entre risas al jacuzzi, a la terraza, a los vestidores o a la pista de baile cubierta de cojines. O volvían con las manos vacías y se pasaban toda la noche analizando en qué habrían fallado.

—¿Sabes por qué soy mejor que los demás en el campo del sargeo? —me dijo una tarde Tyler Durden tras sentarse a mi lado en Mel’s—. La razón es muy simple.

—¿Por tu sensibilidad?

—No, porque empujo —declaró con una floritura triunfante. Con empujar quería decir abrumar a una chica con una
técnica
tras otra, sin esperar siquiera su respuesta—. La otra noche, al ver que una chica se me escapaba le grité una de mis
técnicas
y ella volvió a mí como un puto cohete. Las convenciones sociales me importan una mierda. Hay que empujar. No hay ninguna situación que no se pueda resolver presionando.

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