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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

El método (The game) (40 page)

BOOK: El método (The game)
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Al contrario que Isabel, los celos no eran un problema para Nadia. Mientras yo me la follaba, Barbara se agachó detrás de mí y empezó a chuparme los huevos. Hubiera querido follarme también a Barbara, pero no fue posible. Esa experiencia superaba con creces todo lo que hubiera imaginado posible antes de unirme a la Comunidad. Hasta tal punto era así que no pude controlarme. No pude aguantar más tiempo.

Durante el último año y medio había pasado mucho tiempo trabajando en mejorar mi aspecto, mi energía y mi actitud. Y resultaba que, ahora que todas esas cualidades estaban en su momento más bajo, ahora que estaba hecho una mierda y tenía un aspecto lamentable, acababa de vivir los dos días sexualmente más excitantes de mi vida. La lección que podía extraerse de todo eso era que, cuanto menos pareces intentarlo, mejor te va.

Al día siguiente, Herbal y yo estábamos sentados en el salón con una cubitera llena de hielo que nos frotábamos por el cuerpo para obligarnos a permanecer despiertos. El proceso de adaptación a la dieta de sueño estaba resultando más duro de lo que habíamos imaginado. Yo empezaba a dudar de si no estaríamos perdiendo el tiempo. Después de todo, ese asunto del sueño no había sido comprobado científicamente.

—Ya puede haber un arco iris al final de este túnel —le dije a Herbal—. Aquí estamos, buscando el caldero de oro que se supone que hay al final del arco iris, pero ni siquiera sabemos si existe ese arco iris o si saldremos algún día de este túnel. Herbal parecía confuso. Lo había despertado de un microsueño.

—Estaba soñando con lombrices de gominola —dijo arrastrando las palabras—. Alguien estaba cortando en cachitos gominolas con forma de oso para convertirlas en gominolas con forma de lombriz.

Dos siestas después, empezaron los dolores de cabeza. Además, por mucho que lo intentaba, no conseguía mantener los párpados abiertos. Nos dimos un baño de agua fría, nos abofeteamos mutuamente, corrimos por el salón persiguiéndonos con una escoba en la mano… Pero ya nada funcionaba.

Al palparme los dientes en busca de mi aparato, supe que había traspasado el umbral de la cordura, pues no llevaba aparato en los dientes desde que tenía catorce años.

—Me voy a la cama —dijo por fin Herbal.

—No puedes hacerme eso —me quejé yo—. Nunca lo conseguiré sin ti.

—Ten cuidado con los palillos —me avisó él.

De repente, los dos rompimos a reír. Herbal acababa de salir de otro microsueño. Los sueños y la realidad empezaban a confundirse en nuestras mentes.

—Intenta aguantar, por lo menos, hasta la próxima siesta —traté de convencerlo.

Pero, al acabar la siguiente siesta, no conseguí levantarlo de la cama. Ni siquiera conseguí que abriera los ojos. Consciente de que nunca conseguiría lograrlo solo, subí lentamente la escalera, me tumbé en la cama y me sumí en el más dulce y profundo sueño de toda mi vida. Y, aunque el experimento del sueño hubiese sido un fracaso, gracias a ello alcancé un nuevo nivel como MDLS.

Supongo que debería mostrarme más humilde con respecto al masaje de inducción dual y decir que fue un paso más en el camino de degradación en el que se había convertido mi vida. Pero descubrir la clave para los tríos fue como descubrir la piedra Roseta del sargeo. En cuanto acabé de perfeccionar la
técnica
del masaje de inducción dual y la compartí en los foros de seducción, los tríos pasaron a formar parte de la vida sexual de MDLS de todo el mundo. Fue como conseguir correr una milla por debajo de los tres minutos. Y, además, gracias al masaje de inducción dual, conseguiría mantener el puesto número uno en el ranking de Thundercat por segundo año consecutivo.

No había duda: Proyecto Hollywood ya era un éxito.

CAPÍTULO 3

Y entonces llegó Tyler Durden.

Parecía que se había echado un bote entero de crema bronceadura.

—Sé que la última vez que estuve en Los Ángeles no causé muy buena impresión —me dijo mientras me estrechaba la mano. Incluso me miró a los ojos durante un nanosegundo.

Llevaba puesta una camisa blanca y negra con cordeles colgando de los costados, al modo de un corsé. Era el tipo de camisa que me hubiera comprado yo.

—La inteligencia social no es mi fuerte —continuó diciendo. Creo que intentaba disculparse—. Todavía tengo mucho que aprender en ese campo. Cuando me descuido, puedo parecer algo egocéntrico. No mola nada. Supongo que Mystery tiene razón cuando dice que tengo que esforzarme más por caerles bien a los chicos.

Desde que lo había conocido, Tyler había participado en decenas de talleres y yo había seguido sus progresos a través de Internet. Sus alumnos decían que ya podía rivalizar con Mystery en el campo del sargeo. Sea como fuere, Tyler merecía una segunda oportunidad. Quién sabe; era posible que realmente hubiera mejorado su actitud. Después de todo, ésa era la idea en la que se basaba la Comunidad. Y, ahora que los dos íbamos a viajar a Las Vegas para hacer de alas en uno de los talleres de Mystery, tenía curiosidad por ver si lo que se decía sobre su destreza en el campo del sargeo era realmente cierto.

Tyler se colgó la bolsa al hombro y fue al cuarto de Papa. Entre la recién descubierta pasión de Papa por los negocios y el afán de Tyler Durden por convertirse en el mejor maestro de la seducción de la Comunidad, formaban un equipo prácticamente invencible.

Por lo que yo sabía, nadie había aprobado a Tyler Durden como nuevo inquilino. Pero, aunque no había sitio para nadie más en la mansión, Papa parecía haber decidido que podía quedarse, pues había puesto un colchón en el suelo de uno de sus vestidores, convirtiéndolo en el nuevo dormitorio de Tyler.

Todavía no teníamos muebles. Tan sólo los cincuenta cojines que habíamos comprado para compensar el desnivel de la pista de baile. Esa noche, Playboy preparó su proyector de cine para que pudiéramos ver películas en el techo y todos nos tumbamos a ver
Conocimiento carnal
en la piscina de cojines.

Al acabar, Tyler Durden se acercó a mí.

—Tu archivo me ha ayudado mucho a la hora de elaborar mi método —me dijo.

Los mensajes y posts que yo había escrito en los foros de seducción a lo largo de más de un año y medio habían sido recopilados en un gran archivo de texto y colgados en Internet junto a los de Mystery y los de Ross Jeffries.

—Algunas de mis mejores
técnicas
están inspiradas en tu trabajo —continuó diciendo.

No era fácil escapar de una conversación con Tyler Durden, ya que, después de
sargear
, lo que más le gustaba era hablar sobre
sargear
.

—Últimamente he estado haciendo un experimento —me dijo—. Les he estado diciendo a los
sets
que soy tú.

—¿Qué?

—Sí, les digo que soy Neil Strauss y que escribo para la revista
Rolling Stone
. Aunque la idea de que ese bicho raro fuera por ahí diciéndole a la gente que era yo me revolvía el estómago, respondí con fingida indiferencia:

—¿Y funciona?

—Depende —repuso él—. A veces no me creen. Otras veces me dicen: «¿De verdad? ¡Cómo mola!». Aunque hay que tener cuidado, porque corres el riesgo de que piensen que eres un engreído.

—Déjame que te diga algo. Llevo escribiendo una década y eso nunca me ha ayudado a
sargear
. Los escritores no resultan atractivos. Los escritores no son populares. Al menos, ésa es mi experiencia. ¿Por qué crees que me uní a la Comunidad? De todas formas, me halaga que lo hayas intentado, Tyler.

Ese fin de semana fui a Las Vegas con Tyler Durden y con Mystery. Papa había matriculado a diez personas para el taller, lo cual no estaba nada mal, teniendo en cuenta que se trataba de un taller para seis personas. Los llevamos al Hard Rock Casino. Por lo general, la primera noche, los profesores hacíamos una demostración práctica de cómo comportarse en el campo del sargeo.

Como MDLS, Tyler Durden había mejorado extraordinariamente desde la última vez que lo había visto en Los Ángeles, cuando no le había dirigido la palabra a una sola chica. Al verlo aproximarse a un
set
de chicas que estaban de despedida de soltera, me acerqué un poco para oír lo que decía. Estaba hablando de Mystery.

—¿Veis a ese tío alto con el sombrero de copa? —les decía—. Necesita ser el centro de atención. Si lo dejáis, os dirá todo tipo de cosas desagradables para atraer vuestra atención. Lo mejor es seguirle la corriente; la verdad es que necesita ayuda. Estaba descubriéndoles el método de Mystery; así neutralizaba sus
negas
.

—También hace trucos de magia —continuó diciendo—. Vosotras haced como si os gustaran. Trabaja mucho en fiestas de cumpleaños para niños pequeños. Ahora estaba neutralizando la demostración de valía de Mystery.

Cuando se alejó del set, le pregunté qué estaba haciendo.

—Papa y yo hemos inventado una
técnica
que os va a hacer parecer aprendices.

—¿Y qué decís sobre mí? —pregunté con fingida normalidad.

Tyler Durden empezó a reírse.

—Decimos: «Mira. Ahí está Style. No tiene mal aspecto para tener cuarenta y cinco años. Además, es una monada. Es como Elmer Gruñón».

No podía creerlo. Tyler estaba MAGeando a sus propios colegas; era diabólico.

—Tú también podrías hacerlo —me dijo Tyler—. Puedes decir que parezco el muñequito de Bimbo.

Me tragué la bilis mientras me preguntaba qué haría Tom Cruise.

—Esas cosas no me van, tío —le dije con una amplia sonrisa, como si todo aquello me resultara muy gracioso—. Ésa es la diferencia entre tú y yo. A mí me gusta rodearme de personas mejores que yo; me hacen mejorar y siempre suponen un desafío. Tú, en cambio, intentas deshacerte de todos los que son mejores que tú.

—Sí, puede que tengas razón —reconoció él.

Con el tiempo supe que sólo tenía razón en parte. En efecto, a Tyler Durden le gustaba deshacerse de la competencia; pero no antes de haberle chupado hasta la última gota de información.

Durante el resto del fin de semana, cada vez que hablaba con alguien tenía a Tyler Durden a mi lado, estudiando cada palabra que salía de mis labios, analizando las reglas y los patrones de comportamiento que me permitían conseguir una posición dominante en un grupo. Tyler había estudiado mi archivo de Internet. Ahora estaba estudiando mi personalidad. Pronto sabría más de mí que yo mismo. Y entonces, igual que lo había hecho con los MAG en Londres, usaría mis palabras y mis gestos en mi contra.

Ya muy avanzada la noche, vi un
set
de dos sentadas a la barra del Peacock Lounge: una chica castaña, alta y de aspecto inquietante, con gafas y los pechos operados y demasiado grandes, y una pequeña chica rubia con una boina blanca y un cuerpo lleno de curvas.

—La rubia es una estrella porno —me dijo Mystery. Él era el experto—. Se llama Faith
[1]
. Te la dejo a ti.

A pesar de llevar un año y medio en la Comunidad, a pesar de haber sido elegido mejor MDLS del año, todavía me sentía intimidado cuando veía a una mujer hermosa. Mi vieja personalidad de
TTF
siempre estaba al acecho, amenazando con volver, susurrándome que todo lo que había aprendido era una equivocación, que me estaba inclinando ante falsos ídolos, que todo ese asunto de la Comunidad no era más que un ejercicio de masturbación mental.

Y, aun así, me obligué a mí mismo a aproximarme al
set
y, en cuanto abrí la boca, entré en piloto automático.

Empecé con la novia celosa.

Introduje una
limitación temporal
.

Le dediqué un
nega
sobre el tono grave de su voz.

Hice el test de las mejores amigas.

Dentaduras con forma de C contra dentaduras con forma de U.

—¡Sabes tantas cosas! —dijo Faith.

—¡Sí, eres muy bueno! —me alabó su extraña amiga.

Las tenía comiendo de mis manos. Yo no era más que un pobre Elmer Gruñón que hacía estúpidos tests que yo mismo había inventado. Pero esas dos chicas, cuyos pechos juntos pesaban más que yo, me miraban absortas. No tenía nada que temer. No había ningún sargeador que tuviera mis herramientas.

Me habría gustado matar a mi
TTF
interior. ¿Cuándo me dejaría en paz?

Le hice una señal a Mystery para que se ocupara del
obstáculo
. Él se sentó al lado de la chica extraña y yo volví a poner el piloto automático.

Cambio de fase evolucionado.

Oler.

Tirar del pelo.

Mordiscos en el brazo.

Mordiscos en el cuello.

—¿Qué nota les darías a tus besos, del uno al diez?

De repente, Faith se levantó de su asiento.

—Me estoy poniendo cachonda —dijo—. Tengo que irme.

Yo no sabía si me estaba poniendo una excusa porque había cometido algún error o si verdaderamente era tan bueno.

Abordé otro
set
—dos chicas hippies con ganas de fiesta—, pero cuando llevaba unos diez minutos hablando con ellas, Faith se acercó a mí y me cogió de la mano.

—Vamos al baño —me dijo.

En el baño, Faith bajó la tapa del retrete y me dijo que me sentara.

—Me pones supercachonda, tanto física como intelectualmente —me dijo mientras me desabrochaba los pantalones.

—Ya lo veo —le respondí yo.

—¿Cómo lo haces? He notado las vibraciones toda la noche. Hasta cuando hablabas con esas dos chicas. He visto que me mirabas.

Ella se agachó, rodeó mi flácido miembro con su mano y se lo metió en la boca. Pero no se me empalmó. Estaba abrumado.

Me levanté y la empujé contra la pared. Le rodeé el cuello con ambas manos y la besé, tal como le había visto hacerlo a Sin cuando yo todavía era un
TTF
. Después le bajé los pantalones, la senté en el retrete, le metí los dedos y empecé a chuparla. Ella arqueó la espalda, parpadeó y gimió, como si estuviera a punto de correrse; pero en vez de eso, de repente me hizo cambiar de sitio con ella.

—Quiero que te corras en mi boca —me dijo.

Pero yo seguía sin conseguir empalmarme. Era algo que nunca me había pasado. ¡Si hasta recordar aquella noche hace que me empalme!

—Quiero metértela —le dije yo en un último y desesperado intento por empalmarme.

Ella se levantó y se dio la vuelta. Yo me saqué un condón del bolsillo y pensé en todas las
TB
a las que había abordado esa noche. Empecé a notar algo de movimiento. Entonces, ella se sentó sobre mí, su espalda contra mi estómago, en la que sin duda era la peor postura posible para mi polla semierecta. Y, en cuanto empecé a penetrarla, volví a perder la erección. No sabía si serían los dos cubatas de Jack Daniel’s que me había bebido esa noche, la ausencia de precalentamiento, el factor de intimidación que suponía estar con una estrella porno o el hecho de haberme masturbado unas horas antes.

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